miércoles, 30 de noviembre de 2011

REQUIEM POR LOS QUE VAN A MORIR















El análisis de algunas películas debiera comenzar como y donde al comentarista le parezca o tenga a bien. En el caso de  “Melancholía”, vamos a seguirle el juego a su director. Por cierto, no es que esté mal escrito, es que los distribuidores tienen por costumbre no traducir las obras de los autores de prestigio. Sus razones tendrán. Así pues, decía, este comentario fílmico estará también estructurado, pero en seis partes. Preludio, que va a ser breve, incidente, prólogo, primera parte (Justine), segunda parte (Claire), y una última que vamos a denominar Lars Von Trier.
Preludio: Que en realidad es un aviso. Las hamburguesas de El Corte Inglés no son ni mucho menos lo que eran. Me comí una justo antes de ver el film. Que yo sepa siempre hubo dos tamaños, el normal y el extra grande, que era enorme. Ahora, sin avisar y conservando la nomenclatura, resulta que han eliminado la supergrande y han introducido un tamaño mini, que es el que te dan cuando pides “la normal” de toda la vida, que ahora según ellos es la grande. Resumiendo, la hamburguesa normal es hoy una cosa minúscula y sin chicha. Y la grande es la que antes era de tamaño normal. Cuando se lo digo poco puedo hacer ¿Ah, usted ha pedido la normal, no? Pues eso le hemos traído. La discusión kafkiana se eterniza sin solución posible. Que cada cual saque sus conclusiones, pero conste que si incluyo estos detalles pre partido es por que creo que influyen en el estado de ánimo a la hora de ver un film. Otro tanto sucede con el apartado segundo.
El incidente: Sentados en la sala oigo gente hablando justo detrás cuando llevamos minuto y medio de metraje: ¿Esto es ya la película? Puesss será, contestan ¿seguro? ¿tu crees? “esa yo creo que es la que salía en spiderman 2 ¿no?”. Todo esto con música de Wagner de fondo. Como voy bien acompañado, la que se sienta conmigo presa de cierta ira se vuelve e interviene. A ver si lo reproduzco literal: “Vamos a ver si se dan ustedes cuenta de que sus comentarios de texto no aportan absolutamente nada a la trama. Están de más ¿les queda claro?”. Hasta yo me asusto. Fin del incidente.















Prólogo. En esas lamentables condiciones, y bajo los efectos de una cutre hamburguesa mini presencio uno de los arranques cinematográficos más poderosos y subyugantes que uno recuerda de un tiempo a esta parte. La armonía entre las sucesivas estampas y el acompañamiento musical, extraído del preludio de “Tristan e Isolda” de Wagner, suponen un impacto total que sumerge al espectador en un deleite difícil de describir. Son planos casi estáticos de clara raigambre pictórica en los que se despliega un poderío visual sin límites sobre la base de aparentes trozos vivos de naturaleza muerta. Es cierto que se pueden aventurar influencias, muchas, pero eso no resta un ápice de potencia al conjunto, que ya desde el comienzo tiende hacia el onirismo, la contemplación y lo operístico. Imágenes con auténtico nervio donde el constructivismo, Alain Resnais, el arte prerrafaelista, Brueghel, Carl Sagan y hasta ecos de Edward Hopper se dan la mano sin chirriar en absoluto. Insisto, ello no condiciona la entraña de un minucioso montaje que hipnotiza absolutamente fruto de una imaginería visual desconcertante, extraña y muy hermosa a un tiempo. Emotiva en todo caso. Un prologo que deslumbra por cuanto se eleva al más puro cine, el que reside en el poder intrínseco de la imagen como generadora de arte con mayúsculas. Una cosmovisión poblada de multiples texturas cargadas de fisicidad. La apuesta es alta y arriesgada. Decía Hitchcock que toda película debía comenzar generando un terremoto en el espectador, y de ahí ir hacia arriba. Áquí aun quedan 120 minutos de película. Veamos.
De forma demasiado abrupta el film cambia absolutamente de registro en su capítulo dedicado (aparentemente) a los episodios de Justine y Claire, los cuales se van a analizar conjuntamente. Y ahí es cuando hay que comenzar a hilar muy fino a la hora de comentar, ya que la cinta lo merece. En principio la trama se desarrolla al hilo de la boda que la primera celebra con sus familiares y amigos. Pero lo que en realidad nos narra es el lento pero inexorable, implacable camino hacia al cataclismo del escaso equilibrio emocional de la protagonista para elevarse y reconciliarse consigo misma cuando por fin reina el caos. “Hay algo terrible en la realidad, y no se lo que es” decía Monicca Vitti en “desierto rojo” de Antonioni. En este tramo, Lars Von Trier vuelve a sus tiempos cámara en mano, y como no, vuelve a darnos otro ejemplo de sus maravillosas virtudes y por desgracia de sus defectos de casi siempre. Dibuja con trazo fino y penetrante la relación entre las dos hermanas y el frágil equilibrio que preside todo el enlace, favorecido por dos interpretes entregadas a la causa. Se insinúa desde el comienzo que esa celebración nupcial es un trago incómodo que conviene digerir cuanto antes. Y se nos hace intuir de forma muy sutil que hay un soterrado y tenebroso mundo interior, malos augurios y un aura de fatalismo de consecuencias imprevisibles. Ese caballo que se niega a cruzar el puente actúa como ente revelador.















Todo ese cerrado microcosmos viciado no deja de tener un claro eco metafórico, y toda la comitiva nupcial, la orquesta completa, aunque se supone que se sabe la partitura, empieza a desordenarse y a desafinar, y su solista principal, la novia del mundo, no puede con semejante empeño. Tanto es así, que más que novia parece mártir que necesita liberarse de toda atadura ligada a la comunidad y a lo convencionalmente mundano. Poco a poco el espectador va impregnandose de esa tupida maleza donde el pavor y el vértigo convierten en doloroso trance ese amago de evento en el que se intentan guardar las apariencias. Esas que ocultan el ahogo, el desgarrador grito existencial que va adueñándose del clima.
Se llega a duras penas a cortar la tarta. Pero la eterna e infinita angustia en la que depositamos nuestro pesar no se va ni dando un lacerante y vertiginoso paseo a caballo. De forma estremecedora vuelve a sonar Wagner como leit motiv por tercera vez. Curioso, dado el tema podría haberse tirado de algún réquiem, el de Bizet por ejemplo, o de la Pasión según san Mateo de Bach, pero se ha preferido ir por el lado del romanticismo al más puro estilo germánico. Y es entonces, a la tercera audición, cuando comenzamos a detectar ciertos desajustes y entramos en el terreno de la redundancia innecesaria. Ya habíamos intuido perfectamente lo frágil y quebradizo del ambiente familiar y laboral. Sobran pues las gratuitas exhibiciones de Charlotte Rampling (que por cierto, a los que estaban sentados detrás les hizo mucha gracia) las de John Hurt robando cucharas, y por supuesto todo lo referente al jefe que pretende explotar a la débil novia incluso el día de su boda con miradas lascivas y proposiciones ridículas.
Todo ello arroja un bloque desequilibrado, con fascinantes momentos excelsos en los que el director sabe sacar petróleo de la evanescencia y del pánico en la escena. Esa cámara que se mueve entre los invitados permite al espectador extraer a través de la sugerencia mucha información sobre su estado de ánimo y sus miedos. Pero luego hay otros pasajes decididamente obvios, reiterativos y prescindibles, que solo pretenden despejar incógnitas que ya estaban resueltas. ¿O es que no sabíamos todos lo que no iba a suceder en el dormitorio y si en el jardin?.
En el segundo tramo (Claire) la ecuación se complica extraordinariamente. Se toman otros ángulos que arrojan nuevas perspectivas. No se trata ya solo del choque melancólico y brutal de Justine contra el mundo, ni de la confrontación (otro choque) cargada de mutua dependencia entre las dos hermanas. Ahora resulta que un planeta de nombre Melancholía se acerca peligrosamente a la tierra. Y Lars Von Trier nos impone de nuevo otro lento pero inexorable viaje hacia el Apocalipsis. Now, por supuesto. Es su particular y lírico argameddon, repleto de íntimos recovecos que afectan al espíritu. Un trance de nuevo con una fuerte carga operística en el que se contraponen dos formas de ver el final absoluto. Por un lado, la angustiosa de Claire, presa de una ansiedad progresiva y creciente, que se palpa a cada latido, en cada exhalación al respirar. Por otro, la de quien se siente cómoda inmersa en el caos (Justine) y de forma estoica mira de frente una realidad irrefrenable muy reconocible para ella. Hasta tal punto que incluso se ve con fuerzas para organizar el rito de la ceremonia final, correspondiendo así a su hermana, que organizó su boda. En todo caso, un seductor viaje contra reloj por las distintas caligrafías del yo cargado de fatalismo.















Dentro de ese éxtasis y progresivo delirio romántico cabe rescatar, una vez más, momentos de auténtica inspiración visual y emocional, junto con otros de afectada trascendencia operística, como ese que nos presenta a madre e hijo bajo un manto de nieve incapaces de avanzar. Estamos ante un catártico deep impact, una implosión demoledora que devuelve al hombre (en este caso la mujer) a su estadio más primitivo. Y las dos heroinas se convierten en una suerte de diosas griegas castigadas por una ignota mitología cósmica. No así el personaje masculino que adolece de menor definición. Asi pues, esa vuelta al origen resulta sugerente. Y  Aunque se poseen complejos catalejos ultramodernos, se descartan y al final será un primitivo palo con una simple argolla de alambre el que marque el timming de la distancia a la tierra del planeta que se acerca, midiendo su circunferencia. Otro tanto cabe decir del final, que nos devuelve casi a Platon y su caverna. En última instancia, la auténtica inspiración se da la mano en todo momento con el plúmbeo esteticismo en un torbellino arrollador en su irregularidad, pero que pese a todo no defrauda.
El último apartado lo habíamos denominado Lars Von Trier. Y se incluye precisamente para dar gusto al director. Este decidió no terminar su película aquí. Pues bien, vamos a complacer al personaje y juguemos a su juego. Tras el pase de la cinta en el festival de Cannes decidió incluir un epílogo en forma de rueda de prensa de alto voltaje, declarándose ferviente admirador de Hitler y del movimiento nazi, del cual, según él, hay muchas enseñanzas positivas que extraer y cosas que aprender. También arremetió de forma furibunda y sin venir a cuento contra la directora Suzanne Bier, poniendo en tela de juicio la capacidad de las mujeres cineastas y vertiendo insultos sobre ella claramente machistas.
Hay quien le disculpa argumentando que los artistas de verdad tienen estas cosas y que no hay que prestar mayor atención, que una cosa es su obra y otra sus excéntricas salidas de pata de banco. En absoluto. Quiero pensar que esa rueda de prensa fue un premeditado acto deliberado, perfectamente calculado, milimetrado hasta el más mínimo detalle para conseguir sus efectos. Lo contrario sería sencillamente abominable,aunque no lo descarto. el esperpento incluyó incluso la participación estelar de Kirsten Dunst, que interviene en el acto e intenta aparentemente frenar la cadena de despropósitos de forma infructuosa. Por supuesto el citado epílogo termina muy bien. Dicen que “Melancholía” no fue premiada en el palmarés a excepción de la interpretación femenina. Grave error. Para un polemista y provocador nato como este, no hay mejor premio que el que Cannes le concedió este año emitiendo un solemne comunicado en el que se le declaraba persona non grata. Eso si, temporalmente, pues la vigencia del castigo termina a final de año, supongo que para que pueda presentar su próxima obra el año que viene.
















Lars Von Trier es un buen cienasta, excelente en algunos casos, irregular y tedioso otros, no tan original como él cree. En ningún caso un autor mayor. Pero su vergonzoso y continuo marketing de si mismo a costa de procaces polémicas y su calculada, constante y vomitiva autopromoción es absolutamente injustificable, bochornosa y lamentable. Le define y no precisamente para bien. Claro que nunca se sabe, como va vendiendo por ahí que es una mezcla de genio e idiota inclasificable, y como nos cuenta que es un artista maldito que usa sus presuntas depresiones como inagotable fuente de inspiración, pues no sabemos cual será lo próximo que saldrá de su boca. En ocasiones se habla y diserta mucho sobre el concepto de inteligencia emocional. Muy pocas se hace sobre su reverso, la estupidez emocional.
Ahora bien, sus exégetas son numerosos, lo se. Este hombre que se considera y es considerado por muchos un artista total, cree muy iluso estar a la altura de los grandes maestros. Hay quien le considera el nuevo Dreyer, la resurrección de Bergman, el Antonioni de la nueva era. Por supuesto se considera y le consideran más allá de Tarkovski y tan complejo como Visconti o Bresson. O al menos a su altura. Pero no perdamos tiempo con comparaciones inútiles, es Lars Von Trier, el mismo que es capaz de rodar, es cierto, planos inspirados e historias sugerentes, pero que en mi opinión todavía a día de hoy no ha entregado esa majestuosa obra maestra absoluta que tanto se preconiza. El culpable no es otro que él mismo. Esta última película es ejemplo de ello. Tiene momentos sublimes pero analizada en su conjunto peca de un exceso de grandilocuencia.















Cabe por tanto hacerse la siguiente pregunta ¿Puede una obra ser víctima de un exceso de autoría? ¿Es posible ese supuesto? Pues si, este es el caso. Hay muchos que fracasan por defecto, por falta de inspiración o talento o por desconocimiento del medio. No es su caso. Lars Von Trier, cineasta ambicioso, siempre dispara por elevación y termina errando por exceso. Este es un autor que construye siempre limusinas hermosas pero hipertrofiadas, tan enormes que terminan teniendo problemas al encarar una simple curva. Y todo ello lleva a una reflexión final. Este señor muy capaz y dotado para el cine tiene un problema y acabo de dar con él. No es un planeta el que se dirige hacia la tierra para arrasarla, es el inmenso e inabarcable ego de su autor el que se nos viene encima, con todas sus virtudes y defectos. Ante ello, dos soluciones tiene el espectador. La primera es rendirse a su belleza indiscutible pero intermitente y postrarse desnudo a la luz de la luna como hace Kirsten Dunst a medio metraje reconfortándose ante la epicúrea belleza de lo que se avecina. La segunda es buscar desesperadamente refugio ante el posible empacho de una egolatría sin límites. No hay término medio. Lo digo por cuanto los de la fila de atrás se marcharon a los 45 minutos de metraje.          


miércoles, 23 de noviembre de 2011

CUESTIONES DOMESTICAS















Uno de los debates más curiosos que se están produciendo en el ámbito musical procede del matrimonio que han formado el legendario Lou Reed y el grupo Metállica (vale, para no ser injustos y no hacerlos de menos digamos que también tienen su particular leyenda). Juntos y no sé si revueltos han editado un cd que está dando mucho que hablar. ¿Son compatibles los mundos musicales de la banda trash heavy con el del heredero más díscolo de la Velvet Underground? Como siempre sucede, hay opiniones para todos los gustos. Hay quien está encantado, hay quien dice que ambos abren nuevos caminos en sus respectivas carreras, hay quien se muesta ecléctico y sugiere que ¿por qué no? y por supuesto está el sector más purista que opina que no puede ser. Que es una abominación y que por mucho que se agite, el agua y el aceite no se mezclan ni a la de tres. En mi opinión, en principio cualquiera puede ponerse a cantar con cualquiera, aunque desde luego a uno se le ocurren combinaciones que chirriarían muy mucho. No voy a poner ejemplos facilones que luego las introducciones se eternizan.
Vámonos al cine. Aquí otro curioso maridaje está haciendo furor. El de la escritora y dramaturga Yasmina Reza y el director Roman Polanski. Ambos se han puesto manos a la obra y han adaptado para el cine el texto teatral de la francesa “carnage”, por estos lares “Un Dios Salvaje”. Polanski lo ha dirigido y lo protagonizan actores de mucho nombre dentro del escaparate actual. La cinta se exhibió en el festival de Venecia, donde por lo visto llamó mucho la atención, y ahora llega a España donde está recibiendo numerosos elogios. Incluso se habla de ella y sus intérpretes como futuribles premiados en esa gala que afortunadamente para todos los aficionados vuelve a presentar Billy Cristal.















Yo que me pregunto tantas cosas, algunas sin sentido aparente, no sé como no se me había ocurrido esta: ¿Puede uno llegar a experimentar en el cine sensaciones idénticas a las que se recogen en la trama de un film pero inversamente proporcionales a lo que se pretende con este? Igual la pregunta es un tanto retorcida y pluscuamperfecta, pero trataré de explicarlo por el camino. Al final a lo mejor se entiende algo.
No es lo mismo entrar a ver un film de un desconocido con actores que no conoces y de cuyo guionista jamás has oido hablar que enfrentarse a esta película. Estamos hablando de Polanski, sobre el que aun se conserva un estupendo buen sabor de boca tras el visionado de “el escritor”. El autor de “Repulsión” “Chinatown” o “La semilla del diablo” por citar solo tres. Es más, incluso cuando uno está a punto de comprar la entrada el subconsciente le traiciona y está a punto de decir, no “déme para la sala 4” o para “un dios salvaje” sino “déme dos entradas para la última de Polanski” .Y luego está el maridaje con la siempre controvertida e irónica Yasmina Reza, la misma que en una entrevista a propósitio de su obra “Arte” manifestaba que había que reivindicar con fuerza el término “frivolidad”. Declaraciones que, dicho sea de paso, uno nunca sabe que porcentaje tienen de provocación.















Así las cosas, la visión de esta película viene un tanto marcada por lo que sabemos y hemos visto de los artífices. La cuestión, como decía al comienzo, es si el maridaje entre el quimérico inquilino y la francesa de rompe y rasga cuaja. No voy a demorarlo más, esto es una chapuza pseudo intelectual y con pretensiones que sobrepasa con creces el ridículo más espantoso. Solo faltan las risas enlatadas. Si, como en las telecomedias que protagoniza Charlie Sheen. Un cúmulo de tópicos insufribles sobre la sociedad burguesa, la inmadurez de los adultos y las convenciones sociales con vuelta de tuerca a la caverna más cutre que produce auténtico sonrojo.
“Creo que voy a vomitar” dice Kate Winslet. Yo también, se lo aseguro. El cúmulo de lugares comunes, arquetipos sin desarrollar y fáciles chistes sin gracia alguna se suceden en lo que pretende ser un ácido retrato de la sociedad contemporanea que se queda en un sobado manual a lo readers digest absolutamente indigesto. Y encima tan previsible como un chupa chups, y eso que pretende sumarse a la teoría del caos, lo que le viene muy grande a esta tontería.
La historia es conocida. Para solucionar una incidente nimio, se reunen dos parejas adultas que de entrada conservan a la fuerza ciertos modales y exquisiteces formales, para luego ir perdiéndolas paulatinamente hasta llegar al patetismo. Lo curioso es que eso nunca tendría por que afectar al film, que degenera en una película bochornosa y de tercera regional. Y es que este rollito light muy propio de la muy moderna Yasmina Reza poco tiene que ver con el turbio y en ocasiones sórdido mundo de Polanski. Y ahí está el problema. La francesa, que nos cree tontitos, pretende darnos una clase intensiva de sociología. Cree estar descubriéndonos con cada frase un nuevo continente, con réplicas siempre con segundas intenciones en lo que ella cree que es una disección aguda del matrimonio, la paternidad, la pareja, el rol de la mujer y no se cuantas cosas más. Como no se profundiza en absolutamente nada y se reitera una única situación hasta la nausea, lo que queda es un episodio elitista y para enteradillos de las famosas matrimoniadas que emite tv. Todo muy cultureta y muy cool. Pero el resultado no pasa la prueba del algodón. Solo hay que poner en casa los primeros cinco minutos de “¿Quién teme a Virginia Wolf?” para dejar esta fantochada a la altura del betún y ponerla en evidencia.












 No se crean, podría terminar perfectamente aquí, pero desafortunadamente, queda lo peor. Por ejemplo, un tratamiento fílmico del espacio escénico paupérrimo. Filmar en un único apartamento podría haber dado lugar a un ejercicio de estilo interesante. No le voy a pedir a Polanski que alcance las cimas del maestro Hitchcook en “La soga”. Tampoco le voy a exigir el tour de force de Mankiewicz en “la Huella”. Pero él mismo había sabido ser mucho más penetrante y había sabido captar los sentimientos a flor de piel y la tensión de cuatro personajes en un solo decorado en esa maravilla titulada “La muerte y la doncella”, de lo que esto no es sino una mala sombra caduca. Claro que este artefacto se nos presenta como ácida comedia. Supongo que para que nos riamos de nosotros mismos y reflexionemos sobre lo mal que está la raza humana. No necesito este bodrio para eso, que lo único que me confirma es que estoy viendo un fraude protagonizado por grandes estrellas con presunta coartada cultural.
Pero incluso ahí falla. Para redondear el fiasco, atentos al despropósito de los actores, cuyos personajes no son tales, sino que cada uno es un mero arquetipo de una idea preconcebida en la preclara mente de Yasmina Reza. Juzgue el lector. Kate Winslet, es la asesora financiera sin vida privada, y salvo en los primeros minutos, no termina en ningún momento de dar con su personaje, mal diseñado por cierto. Jodie Foster naufraga en un texto imposible cargado de millones de tópicos sobre lo políticamente correcto. Es ama de casa pero, cuidado, está escribiendo una tesis sobre una tribu africana (¡hay que fastidiarse!) y en su casa no se fuma. John C.Reilly, representante del mundo obrero, aparenta ser bonachón y conciliador, en todo momento es presentado de forma nauseabunda como menos inteligente que el resto, y por tanto, pronto saca un primitivismo de pacotilla ¿propio de la clase obrera, Yazmina?. Pero la peor parte se la lleva Crhistoph Waltz y su delirante y cínico abogado, el cual ha de cargar con una trama paralela vía movil sobre corporaciones corruptas y medicamentos caducados absolutamente paupérrima, decadente, y mil veces vista (me refiero a la trama, por supuesto). Y es que pese a su título esta es una película poco salvaje y si muy domesticada.















Es entonces cuando vuelvo a la pregunta rara esa que me hacía más arriba. Y la respuesta es si. Sí que se pueden seguir los sentimientos que despierta la trama pese a que uno aborrezca todo este mejunje. Y si al principio uno comienza el visionado esperanzado y con ánimo, poco a poco me voy irritando paulatinamente con lo que se me ofrece, hasta llegar al cabreo absoluto ante el despropósito vergonzante y exhibicionista de los últimos diez minutos. La escena que marca el punto de no retorno es esa en la que el tramposo abogado coge el teléfono para hablar con la madre del otro haciéndose pasar por su médico. Justo ahí me doy cuenta de que esto es, definitivamente, una auténtica tomadura de pelo sin solución. La película dura 79 minutos y se hace larga. Ahora lo entiendo. Quizá le sobren 75. O quizás no debió meterse Polanski en semejante abrevadero y al menos yo me habría ahorrado mi tiempo, que no es que sobre.
Todo esto sirve al menos para sacar tres conclusiones. La primera, que hasta un gran director puede firmar un soberano gatillazo y hacer un borrón. No pasa nada. Al fin y al cabo tampoco sería la primera vez. Algo parecido pensará Lou Reed respecto de lo suyo. La segunda, que Yasmina Reza no es Jean Claude Carriere, por poner un caso. Y la tercera y última,  es más honda y compleja. Si este texto es representativo de la más aguda intelectualidad del siglo XXI y propio de un análisis profundo de la cultura que vivimos, agárrense que vienen curvas. Y no es que con intelectuales así demos la razón a la tesis del film y vayamos camino del salvajismo propio  de Golding y “El señor de las moscas”. Es que vamos camino del insulto a la inteligencia del espectador, en mayor grado incluso que cualquier película taquillera que solo busca entretener. Por cierto,se me olvidaba,con propuestas como esta, también vamos camino del sopor.    

viernes, 18 de noviembre de 2011

LA DUDA METODICA
















En ocasiones uno pierde el tiempo haciéndose test sin utilidad de ningún tipo. Alguna dosis de lúdico masoquismo debe haber, ya que en la medida de lo posible uno trata de huir de todo tipo de encuestas ajenas. El caso es que sin venir a cuento me encuentro interrogándome a mi mismo en un hipotético casting sobre cuales serían los dos o tres personajes vivos del panorama cinematográfico actual con los que me tomaría un café y mantendría a ser posible una larga conversación. Intimo y personal como decía la película. Como las reglas las pongo yo, han de ser de ahora mismo, no valen las viejas glorias retiradas y como para dar un poco de picante al asunto dispongo exactamente de tres minutos de reloj para elegir al personaje. No voy a engañar a nadie ni a hacer trampas. Este es el relato auténtico de lo sucedido durante esos tres minutos.
Como hombre tópico, poco original y con la luz corta puesta, he de decir que a toda velocidad la testosterona se dispara y empiezan a aparecer mujeres de todo tipo y condición. Ya puestos, me digo, no nos vamos a privar de nada y me voy a dar el capricho de dejar volar la imaginación a su libre albedrío. Sorprendentemente, la primera en hacer acto de presencia, que nadie me pregunte la razón, es Gong Li. Y me veo poniendo cara de tonto mientras le pregunto avergonzado que pasó con Zhang Yimou, y como fue la experiencia corrupción en Miami. O sea que pierdo el tiempo haciendo de reportero malo. El asunto no da mucho más de si. Cibyll Shepherd: Con ella la charla empezaría mal, mas o menos así. A ver, ¿como es posible que hayas terminado haciendo de lesbiana que persigue a veinteañeras en una serie de tv?.Tras ella toman cuerpo Toni Colette y Katherine Keener. La cita sería, digo yo, para preguntarles si les gusta hacer más de guapas o si se cabrean cuando las ponen de feas. Pero no se dejen embaucar. Si surgen es por el puro placer de tenerlas delante. No me sorprende, aunque seguro me faltaría conversación, al igual que con Sophie Marceau o Emily Blunt, ante las que me quedaría literalmente off. Pero sigamos. Hay que ser rápidos que el reloj corre.




















Se me ocurre que con quien si habría tema y largo sería con Joely Richardson, con la que puedo hablar de ella, de su padre, de su madre, de su abuelo, de su tia Lynn, de su cuñado, pero ¡lástima! me vengo abajo cuando me acuerdo del fatal desenlace de su pobre hermana. Mejor no. Dentro de la avalancha de nombres que llegan a borbotones me doy cuenta que no debo perder ni un minuto con las mas jovencitas tipo Michelle Monahan o Amanda Seyfried a las que seguro no les gusta ni el café ni la tertulia. Y aunque pueda resultar jugoso, no se lo que daría de si la cosa con otras tipo María Bello, Olivia Williams, Amy Adams, Naomi Watts, Rachel Weisz, Asia Argento o Cecile de France. Creo que no tardaría mucho en ponerme en evidencia y me mandarían pronto a paseo y con viento fresco. ¿Franka Potente? ¿Y de que hablamos?¿de lo mucho que corría en una película y de cómo se ha estancado su carrera ahora? Busquemos bien, por favor, que ya he perdido más de minuto y medio.
Joan Allen, Annette Bening, Valeria Bruni-Tedeschi o Hillary Swank no me parecen nada mal, pero resulta que en el colmo de la poca originalidad y como el rayo me llega otra idea facilona de patio de colegio: las hermanas Deschanel. Y ya me veo de forma estúpidamente compulsiva haciendo de limpia parabrisas, mirando a derecha e izquierda continuamente para ver quien es más guapa de las dos. Como la cosa me marea sigo buscando. Carrie Anne Moss, Deborah Kara-Unger o Famke Jensen me imponen, creo que me dan miedo y que me van a propinar una soberana paliza en cualquier momento. Me pasa lo mismo con Nick Nolte o Sean Penn. Hay que ir con cuidado. Es entonces cuando de forma potente aparecen en escena Lena Endre, Melissa Leo y Emmanuelle Seigner, tampoco se por que. O si, no nos engañemos. Lo mismo que Vera Farmiga en su versión “up in the air”, aunque viendo como acaba con Clooney, mejor seguimos. Voy de sorpresa en sorpresa, y esto sepone cada vez más dificil ya que de ahí salto nada menos que a Tilda Swinton, Lena Olin, Laura Morente, Laura Linney, Laura Pausini (ahí va, que no, que esa es cantante, fuera, fuera),Karin Viard, Jenna Elfman y Marie Louise Parker, esta última supongo que para que me cuente como va lo suyo con las hierbas (weeds), por que otra razón no veo. Tengo un subconsciente un tanto raro por cuanto de ahí me desplazo hasta gente como Ellen Barkin, Rosario Dawson, Debra Messing y ¿Joely Fisher? ¿Natasha hendstridge? No digamos sandeces. Puestos a hablar de Debras, igual mejor Debra Winger, digo yo. O Emma Thompson. Y si no Barbara Hershey en su versión “eternamente amigas” (beaches en inglés). Angélica Huston podría hablarme de su padre, los rodajes y ese paseo por el amor y la muerte con Jack. El caso es que muevo mucho la baraja, demasiado, pero no me decido y el segundero continua su marcha...
























Cuando se van a cumplir dos minutos me doy cuenta que la cita puede servir para poner a gente en su sitio y despacharme a gusto. ¿Pero se puede saber que haces anunciando cosméticos? Esto vale para Jane Fonda, Isabella Rosellini (que pensarían sus padres), Andie Macdowell, Halle Berry y hasta para Penélope. O sea que le dices que si a Pantene (por que tu lo vales) y no a Lars von Trier. Que me lo explique. Anne Heche, donde anda usted metida que no la veo el pelo. Sandrita Bullock, ¿dejarás de poner algún día cara de payasete?. Señora o señorita Lopez, Jennifer ¿no le avergüenza un poco que de usted solo se hable de su culo? ¿En cuanto lo había asegurado, dice?. Angelina y Richard Gere, me aburren soberanamente vuestros marketings publicitarios de ayuda humanitaria. Señores Robert De Niro  Al Pacino y Gerard Depardieu ¿pueden hacer el favor de dejar de insultarse a si mismos?. Nicolas Cage, ¿por que no te operas? Ah que ya lo has hecho, vaya. Catherine Deneuve, te has pasado siete pueblos con el botox. Señores Roland Emmerich y Michael Bay. Stop, Stop, Stop. Yo con estos no me tomo un café. Me acabo de dar cuenta. La cuestión no es soltar fáciles rapapolvos, eso no me reporta nada en el fondo.
No lo entiendo, cualquiera en su sano juicio ya se hubiese acordado de inmediato de la Bellucci por ejemplo, o de Julianne Moore o Sharon Stone, o bien de Nicole, Cotillard, Sarandon, Scarlett, Blanchet, Binoche, Cameron, Zeta-Jones y compañía. Y por supuesto hubiera reparado en santa Meryl Streep, Helen Mirren, Julie Cristhie, Judy Dench o Stefanía Sandrelli. Pero no ha sido el caso hasta ahora, las cosas como son, aunque aun dispongo de tiempo. Si admito y no se si entonar un enorme mea culpa por haber pensado un instante y por otras obvias razones en Maria Grazia Cuccinotta y Lucy Lawless, lo cual considero imperdonable existiendo Kate Winslet, por favor. O la Pfeiffer, Robin Wright, Carole Bouquet o Isabelle Huppert por poner un caso. Centrémonos. No se me aparecen de momento españolas, supongo que por que con Leonor Watling ya tuve un encuentro casual y real en una librería, lo mismo que con Naijwa Nimri en plena cafetería de un curso de verano. Tampoco de entrada aparecen caballeros. Y ahí es cuando me voy dando cuenta de lo corto de miras que estoy siendo. Se trataba de un café con un personaje vivo del cine actual. Y por fin reparo (me queda menos de un minuto) en que lo de las mujeres atractivas está bien, pero es muy, pero que muy facilón. Y luego son todos y todas unos ególatras caprichosos. A lo que hay que añadir que yo no soy nada mitómano. Ya lo tengo. Por eso no dejo de hacer circunloquios y todos los intentos fracasan sin remedio.
Cambio de planes. Para un reposado café sobre cine y otras hierbas igual se saca mucho más jugo en una larga conversación con Oliver Stone (que me explique lo de JFK otra vez) o Polanski, con Sussanne Bier( que me explique que le han parecido los comentarios que le dedica Lars Von Trier) o John Boorman (que me explique lo que quiera). De Kenneth Branagh podría extraer petroleo. Y ya puestos  de John Williams, Alexandre Desplat o Thomas Newman, o el matrimonio Frank Marshall y Kathleen Kennedy. O conocer todos los pormenores del guionista de la mano de Lawrence Kasdan o Robert Benton. No les cuento nada si me pongo con Bertrand Tavernier u Olivier Assayas. Ahí si que hay materia.
El auténtico jugo está detrás de la cámara. Janusz Kaminski o John toll darían un juego tremendo. Y Michael Mann. Pero no voy a pensar en Woody ni por un momento no sea que sea un tío soso o tenga mal día y me lleve el chasco. Preferiría un cara a cara Diane Keaton Mia Farrow y contemplar expectante que sucede. El tiempo se agota. Robert Redford me podría explicar todo el asunto Sundance y es un señor que piensa mucho y bien. ¿Kusturica tal vez? ¿James Foley? ¿Lynch? ¿Cronemberg? ¿Paul Thomas Anderson? ¿Kim Ki duk? ¿Clint? Tic, tac, tic, tac. ¿John Milius? ¿Wenders? Me tomo un vaso de agua. Si he de elegir un español, no tengo duda, Elías Querejeta, y si me ponen contra la espada y la pared y he de elegir solo uno, con el que tendría una extensa conversación total sobre la vida, el cine, la política, el arte, la música y cuanto surgiera, por fin lo empiezo a tener claro. Si fuese norteamericano, Cameron Crowe, venga con Frances Mcdormand o sin ella. Si fuese sudamericano Adolfo Aristarain, aunque solo hablase él, que sería lo más probable. De oriente con Chen Kaige, y de las antípodas con Peter Weir o Vincent Ward. El tiempo se ha agotado y aquí estoy, sigo instalado en la duda metódica y sin haber tomado una decisión en firme. Aunque parezca mentira acabo de perder al solitario y me quedo sin café, soy un inútil. Estoy fuera de tiempo. Por último, iba a decir, si fuese europeo, creo que saborearía la compañía, el buen rollo y los conocimientos de uno que es casi como de casa, Nanni Moretti. Esa hubiese sido la elección. Y pasaría mucho de la sudafricana Charlize Theron, aunque me cueste un poco escribirlo.

















Con ese espíritu de sana camaradería marca del italiano voy a ver su última película “Habemus Papam” que es en el fondo de lo que va a tratar esto. Si, ya se que la introducción ha quedado muy larga. En esta cinta Moretti tiene que lidiar una vez más con una cuestión que le trae de cabeza desde hace tiempo y que se ha convertido en un auténtico engorro. Me explico. Moretti es a día de hoy de cara al aficionado y en parte por culpa suya y de muchos de sus films un auténtico personaje. No es Antoine Doinel ni Woody pero el espectador tiene una imagen muy fijada en la retina respecto de este intelectual de izquierdas, pelín neurótico, reflexivo y poseedor de una ironía y un sentido del humor muy particulares. Le hemos visto viajar en vespa, ir al médico, ironizar sobre la política y la sociedad contemporáneas, hablar consigo mismo. En fin, por verle, le hemos visto hasta perder un hijo en pantalla y lo hemos sufrido con él. Todo ello convierte cada nuevo estreno del italiano en un encuentro con el personaje Moretti, que por otro lado, no sabemos cuanto posee de autobiográfico. Y eso se ha ido convirtiendo hasta en una exigencia del aficionado que espera reencontrarse con el artista y sus neuras.
















Semejante situación coloca al director en una tesitura que le lleva o bien a contar sus historias autónomas que no siempre y necesariamente tienen que ver con el personaje que él mismo ha creado, o bien a dar contento a la parroquia proporcionando otra ración de si mismo. En “Habemus Papam” se queda en un término medio intentando cuadrar una ecuación imposible. Decide contar la historia que le interesa, pero incorpora de forma secundaria y tangencial a su personaje. Y ahí está la dificultad. Encajar su personaje-tipo en cada discurso y cada trama no siempre es fácil, y en este caso el espectador me parece que quiere y pide más Moretti y menos Papa, aunque esté interpretado de forma sublime por Michel Piccoli.
De hecho, todas las opiniones de amigos y crónicas que he tenido oportunidad de leer afirman que lo mejor del film está en su primera media hora, cuando el personaje Moretti, camuflado esta vez de psicoanalista ateo, intenta desbloquear la mente vaticana del papa recien elegido que ha sufrido una crisis de ansiedad en el momento de dar el saludo papal ante la multitud en Roma. Y es cierto que esa primera media hora está deliciosamente narrada. Para los que esperaban que el agnóstico italiano fuese a disparar con munición de alto calibre y a cañonazos, se equivocan. Moretti, utiliza en esta ocasión aparente bala de fogueo, pero que hiere mortalmente. Convierte el Vaticano en un instituto adolescente que más que elegir al nuevo pontífice parece que está eligiendo al delegado de curso. Huye de las intrigas de palacio e infantiliza a toda la curia. Muchos son los prelados que lejos de ambicionar el poder huyen del pontificado como de la peste. Curioso. La aparición de Moretti es sencillamente espectacular, con ese caos calmo tan peculiar suyo, con ese aire distraído pero a la vez observador. Sus primeras indagaciones en suelo sagrado son irónicas y muy surreales, y su lengua permanece, como no, tan afilada como de costumbre.
















Y uno no puede evitar acordarse de “El discurso del rey”, donde se plantea un tema muy similar. Surge entonces la pregunta. ¿Por qué aquella fue un rotundo éxito de crítica y público y esta ha pasado desapercibida? Muy sencillo, la cinta británica es un film muy conservador en su mensaje que vuelve a narrarnos el sempiterno temita del triunfo de la voluntad pese a las dificultades, sean estas del tipo que sean. “Habemus papam” cuenta de forma mucho más abierta y amarga una historia donde el hombre se cuestiona a si mismo en cuanto ser racional. Y se interroga a solas sobre el sentido último de la trascendencia y lo sagrado. La película pronto abandona a Moretti y sus graciosas disquisiciones, para entrar en lo que verdaderamente importa, esto es, lo que Kant tantas veces se preguntó: La necesidad o no de tener un fundamento divino para nuestros actos y nuestra existencia. Kant sustituye los mandamientos divinos y la jerarquía religiosa por una indagación racional del hombre sobre su existencia y sus patrones éticos. Y a esa meditación racional y mística dedica Michel Piccoli la segunda parte de la película, La cual resulta menos divertida, cierto, pero mucho más profunda. El director parece haber leído a Unamuno y su San Manuel Bueno Martir.

















Moretti, además, se permite el sueño de todo agnóstico de izquierdas. Saca al Papa a la calle, lo viste de paisano y le hace tropezar con el común de lo diario. Lo mete en el metro y hasta se permite conversar con viandantes anónimos e ir al teatro. Pero ojo, todo ello no se hace como hábil ridiculización o burla fácil, si no que forma parte de un proceso de indagación, de introspección puramente racional, ética y filosófica, donde el sumo pontífice se olvida paulatinamente de la jerárquica y rígida norma eclesiástica y racionaliza y reflexiona sobre todo cuanto ve y el papel que se le pide representar. Por supuesto llega a sus propias conclusiones, que por cierto, nada tienen que ver con la apoteosis última de “El discurso del rey”, sino que nos lleva a un final que sobremanera para todo fiel creyente católico supone un mazazo sin paliativos. El director, en un gesto de honestidad, sabe colocarse en la postura del creyente auténtico que pierde a su guía espiritual en la tierra, y lo que ello supone de quedar a la intemperie. Y lo hace con un majestuoso y escalofriante plano de desolación de una plaza de San Pedro abarrotada que no deja indiferente.

Y aunque Moretti parezca adoptar en otros aspectos una posición light propia de algunos intelectuales y pseudo filósofos,  de esos que dan recetas de todo a cien para que “entendamos” en dos lecciones cuestiones sobre ética y filosofía, su discurso en realidad es más profundo. Está por tanto muy lejos de libros como “el filósofo en zapatillas” de Nicholas Fearn, y mucho más cerca de “Hablemos de Dios”  ensayo epistolar a cuatro manos en el que Amelia Valcarcel y Victoria Camps, dos agnósticas, se interrogan sobre la ética del laicismo, el peso de la religión y su pervivencia actual y la conciencia crítica de la reflexión laica, en un libro a tumba abierta donde lo mismo se cita a Habermass que a San Agustin, a Shoppenhauer y San Pablo indagando desde la reflexión en el fenómeno religioso y confrontándolo a la moral individual y la ética laica.













Lástima que Moretti no termine de profundizar en el fenómeno religioso al estilo de cintas como “de dioses y hombres” y prefiera cargar mucho más las tintas en el peso que el poder comporta en determinadas instituciones. Y luego ahonda en cuestiones muy suyas, como tratar de meter aunque sea con calzador el espíritu deportivo dentro de un sistema anquilosado, y disparar también contra los psicoanalistas y su barata presunción. No todos los chistes funcionan y hay altibajos, pero Piccoli, en el fondo rememora una constante en Moretti: La reflexión constante y el cuestionamiento como norma, algo que ya se daba cita en otros films suyos, uno de los cuales se titula miren por donde “la misa ha terminado”. Pues eso.