martes, 29 de marzo de 2011

DE LA COMEDIA COMO FLORERO


En el año 1980 la banda de rock The Ramones publicó un album titulado “the end of the century”. Su canción estrella interrogaba al oyente “do you rememberg rock and roll radio?”. Tanto la portada del disco como su canción estelar invitaban a recordar de forma nostálgica los viejos tiempos del rock de los 50. El look, el estilo y el sonido del disco buscaban también conectar de alguna forma con aquella época dorada, no en vano venía producido por el mítico Phil Spector. Ahora bien, no contaron con que a los fervorosos fans del grupo, aquel revaival no les hizo mucha gracia, pues rebajaba considerablemente el habitual tono de hard rock sucio de la banda. Algo parecido intenta Francois Ozon en su film “Potiche”, ya que le situa de forma nostálgica en 1977. El autor de las más duras “bajo la arena” o “swimming pool” se pone tierno y elabora un vodevil sobre la emancipación de la mujer y la eterna guerra de sexos deliberadamente demodé, fuera de tiempo pero con aparentes cargas de profundidad. Una especie de fresco zumo de naranja pero con pastilla ideológica dentro.
Catherine Deneuve, ama de casa burguesa que habla con los animales, le gusta canturrear, escribe poesías cursis y se da paseos en chandal por el bosque mientras sonrie a las ardillas, debe ponerse al frente de la empresa de paraguas de su machista y despótico marido convaleciente. Como viste muy bien y se supone que está sobrada de charme francés, solventa huelgas, confraterniza con sus obreros, e incluso coloca a sus hijos a su lado. Todo es buen rollo con esta mujer liberal que en el fondo, dada su tendencia a la aventura, no tiene muy claro quien es el padre de sus hijos y a la que le ponen a cien los camioneros que cambian ruedas pinchadas o la cogen en auto-stop.
Su buen rollo la lleva a tomarse todo con mucha calma, lo que le permite incluso no solo soportar estoicamente múltiples infidelidades sino hasta ganarse la confianza de la amante de su marido, que como no, es su secretaria.
Y como todo parece salirle bien sin saberse muy bien como, da un paso más y decide presentarse a las elecciones como diputada, en las que por supuesto arrasa, porque según el film si se pone un poco de encanto y amor a todo lo que se hace en la vida, y un toque femenino, el éxito está asegurado.


Esta especie de revolución ye-ye en clave femenina, parece tener una doble lectura. Es más, parece un mensaje directo a Carla Bruni, la cual también debe soportar a un presidente cada día más patoso. La primera dama francesa como nuestra heroína también canta candorosas cancioncillas dedicadas al amor, es muy chic y en el fondo todos sabemos que tiene un pasado pelín putón. Para Ozon eso no importa y me da que Carla es por la vía del cine invitada a romper moldes y tomar los mandos de su pais. Pues nada, Carla for president.
Como no se si el film va en serio o en broma, la pregunta lógica es el porqué de esa decisión de colocar la acción en 1977. Se me ocurren dos posibles razones. La primera es puramente ornamental, y serviría a “Potiche” para pasearnos por los decorados, los vestidos y la moda de un tiempo pasado pero reconocible, lo que permite vestir a la película de forma colorista y convertirla en un bonito souvenir de vuelta a los setenta y sus pantalones de campana.
La segunda razón es por pura vergüenza ajena. Francia es un pais que actualmente vive asolado por una crisis económica brutal que le ha llevado a conflictos muy serios y hasta 14 huelgas generales. En tales circunstancias montar un artefacto cursi como este en tiempo presente puede parecer una broma macabra. Aquí se habla con bastante desverguenza bufa de despidos y huelgas, reconversiones industriales y comunismo trasnochado, y todo se soluciona en clave “mary Poppins”, lo que puede herir más de una susceptibilidad, vamos, como les sucedió a los seguidores de The Ramones, pero a gran escala.


Quien ha visto a Francia y su cine y quien la ve. Y no cabe la coartada de que estamos ante una ácida comedia amable e irónica, que tampoco. El atasco en el diseño de personajes es de serie de tv chusca. Lo triste es que viene de donde viene ¿Qué de que pais hablamos? Pues no conviene olvidar que nada menos que del pais que alumbró a Diderot y a Voltaire. El pais que dió obras tan robustas sobre la lucha de clases como “Germinal” de Emile Zola. El pais donde Delacroix pintó “la libertad guiando al pueblo”, donde brilló Baudelaire y existió un señor llamado Jean Paul Sartre, padre del existencialismo.
Podemos seguir, porque si de cine hablamos, es el pais donde Jean Renoir firmó “esta tierra es mia” y Georges Henry Clouzot “el salario del miedo”. En 1977 Francois Triffaut aun vivía, y por ahí circulaban Jacques Rivette, Rhomer y Chabrol, entre otros.
Pues sepan que de nada han servido todos esos esfuerzos.Toda esa tradición, no solo se obvia, sino que queda totalmente arrasada como si jamás hubiese existido, porque este "potiche" no deja de ser un ejercicio postmoderno, que recuerda mucho a lo peor de la comedia italiana de los setenta, a lo cual contribuye en gran medida la composición histriónica y pasada de rosca del patriarca que hace Fabrice Luchini y una banda sonora con lo peor de los tics de los scores de aquella década, canciones incluidas. Aun así eso no es lo peor. Olvidé decir que por esta cinta deambula un tal Gerard Depardieu bajo mínimos y una Catherine Deneuve a la que el botox no le deja margen para interpretar nada mínimamente decente. El resultado es una nadería cuya crítica conviene hacer pronto, cuanto antes, pues es cuestión de horas que pase directamente al olvido.       

martes, 22 de marzo de 2011

LOS DOS VUELOS DEL FENIX


Uno de los cauces que permiten analizar el fenómeno cinematográfico con más nitidez es el remake. El análisis comparativo de una obra original y su versión posterior puede arrojar mucha luz a los ojos de la crítica y de ahí que se inaugure en esta página una nueva sección periódica dedicada al estudio del remake. Los honores van a correr a cargo de Robert Aldrich y John Moore, los cuales llevaron a la pantalla respectivamente en 1965 y 2004 “el vuelo del fénix”. En ambas se narra la misma historia sin apenas variaciones, el accidente a raíz de una tormenta de arena de un avión cargero en el desierto y las desventuras sufridas por el nutrido grupo de tripulantes hasta reconstruir el aparato y salir por sus propios medios de tan hostil situación.
Ante todo cabría preguntarse que llevó a uno y otro director a hacerse cargo del proyecto. En el caso de Aldrich, cuadra perfectamente con el tipo de cine que solía practicar. Muchas veces se ha hablado de la frontalidad de su estilo. El tema de la rivalidad y la camaradería casi siempre masculina encuadrada en entornos hostiles, no le eran ajenos. Hay siempre en su mirada recia un abrupto y minucioso estudio del hombre en circustancias adversas y enfrentado tanto a la naturaleza en su aspecto más crudo como a su propia inteligencia para vencer adversidades. El autor de “la venganza de Ulzana”, “Veracruz” o “la banda de los grissom” incorporó al cine una visión donde la violencia primero soterrada y luego explícita se convirtieron en marca de la casa dando lugar a duelos descarnados, caso de “que fue de Baby Jane”. Por tanto colocar a un grupo de doce hombres en una situación progresivamente extrema le sirve a Aldrich de campo abonado para construir una aventura compacta, en un solo decorado, con personajes psicológicamente diferentes, enfrentados y que deben unir fuerzas pese a sus diferencias en una situación desfavorable.


¿y las razones de Moore en el año 2004? Pues seguramente que se lo encargó el estudio, después de los buenos resultados de taquilla de un lamentable film titulado “tras la línea enemiga” en el que, curiosamente, un soldado en plena guerra de los balcanes debe saltar de su caza y buscarse la vida en territorio enemigo a ritmo de videoclip. No se me ocurren otras razones. O más bien si: la galopante carencia de guiones propios en la antigua fábrica de sueños, o el intento de repetir los buenos resultados en taquilla del film precedente.Lo cierto es que lo que si se puede constatar ya desde el comienzo es que los intereses de uno y otro son muy distintos. Por ejemplo, el aterrizaje forzoso y posterior accidente para Aldrich carece de mayor importancia, hasta el punto de que el mismo transcurre ¡durante los títulos de crédito!. Sus objetivos como cineasta comienzan después. Sin embargo, Moore cuatro décadas más tarde, dedica todos sus esfuerzos en montar y planificar una tormenta de arena y un aterrizaje forzoso lo más espectacular posible y en dolby surround. A este lo que realmente le preocupa es colmar las expectativas del público cuanto antes incorporando las dosis de espectáculo pirotécnico que toda película pop-corn debe contener. Y lo que viene después es mas bien para él un incordio, anodino, salvo un par de escenas de puro fuego de artificio.


Aldrich por el contrario, una vez ha aterrizado, compone un complejo estudio de personajes más que interesante ante una misión tan aventurera como vibrante. El piloto con sentimiento de culpa que ignoró, no concediéndole demasiada importancia la tormenta de arena, y que incorpora James Stewart, se merienda literalmente a un irónico aunque esforzado Dennis Quaid, en la versión actual. Pero no queda ahí la cosa. Es que Aldrich cuenta en su reparto con un auténtico dream-team de lujo. Nada menos que Peter Finch, George Kennedy, Richard Attenborough, Ernest Borgnine y Hardy Kruger entre otros. Y ahora viene la obviedad: Los secundarios de ahora mismo, incluido Giovanni Ribisi y el televisivo Hugh Laury (si, el afamado doctor House) no tienen ni de lejos ese nivel. La poca confianza que la versión actual tiene en ellos y en la historia se palpa muy rápido, justo en el momento en que deciden introducir en el reparto a una mujer, Miranda Otto, cuya función es a parte de dar a la cinta un “toque femenino” hacer de aguerrida y contestataria mujer hawksiana con insatisfactorios resultados.
Si el desarrollo dramático está mucho más trabajado en el film original, la resolución progresiva del conflicto también tiene mucha más fuerza. En la versión  Aldrich, la inteligencia para salir del trance la pone un reservado y orgulloso pasajero alemán, que no sin objeciones se coloca al mando del grupo, y cuyo origen (el final de la guerra no quedaba lejos) crea numerosos recelos en el resto, incluido el capitan y el piloto, que deben ponerse a su servicio aun cuando descubren que en realidad solo es ingeniero aeronáutico de maquetas de juguete.


En la versión 2004, Giovanni Ribisi, que incorpora al mismo personaje, ya no es un ario que se hace respetar, sino un tipo esquivo y acomplejado, que juega a hacerse el rarito, extravagante teñido de rubio, y sus razones no obedecen a su inteligencia, sino al capricho de mandar y ser obedecido.
En cuanto al sentido de la puesta en escena y la progresión dramática Aldrich sale ganando por goleada. El film original respira sobriedad y clasicismo de ley, de ese que ya no se estila. John Moore, carece de estilo propio. Influenciado por los múltiples videoclips musicales con los que se formó, se convierte en un director muy inquieto que mueve cual adolescente excesivamente y sin mucho sentido la cámara, supongo que por que piensa que así el film será más llevadero. Se equivoca por completo. Al final, los dos aviones consiguen despegar, solo que en el primer caso palpas el esfuerzo humano a contracorriente, mientras que en el segundo hace ya más de media hora que todo  importa un pimiento y el film, acogiéndonos a la metáfora clásica que inspira su título, en ningún caso resurge de sus cenizas.  

viernes, 18 de marzo de 2011

ELISABETH SHUE: CASO ABIERTO


Retomamos aquí el experimento iniciado hace algunas semanas en relación a actores y actrices cuyo camino no ha sido precisamente un camino de rosas, y que lejos de labrarse una carrera potente y perdurable, describen una trayectoria profesional que  presenta demasiadas curvas, esas que hacen que progresivamente vayas cayendo en el olvido, aun cuando ese no pareciera ser su destino. La filmografía de Elisabeth Shue es paradigmática al respecto. Y hay que decir que oportunidades no le han faltado. Es cierto que algunos la menospreciaron injustamente en sus inicios por ser el rostro de la cadena de hamburguesas Burger King, y otros, los que más la admiran, prefieren no hacer mención a sus primeros títulos debido a que chirrían demasiado. Ahora bien, no todo el mundo tiene la oportunidad de colarse en auténticos taquillazos en sus comienzos profesionales a mediados de los ochenta. El problema es que todos recordamos esas películas por múltiples razones, pero todas ellas ajenas a su intervención. Es el caso de “karate Kid” o la segunda y tercera parte de “Regreso al Futuro”. A lo largo de los ochenta interpretó demasiadas veces a “la chica de la película” en el más peyorativo sentido del término. El caso más evidente lo encontramos en “cocktel” un auténtico bodrio a mayor gloria de Tom Cruise.



Pero después todo cambió. Tiendo a pensar que debió de cambiar de representante, o que ella misma se dio cuenta de que por ese camino tenía los días contados. El caso es que de buenas a primeras nos la encontramos en “the underneath” de Steven Soderbergh, estimable film noir a recuperar, y que le sirve de lanzamiento para realizar al año siguiente, 1995 “leaving las Vegas” y alcanzar el reconocimiento internacional. De pronto el mundo entero descubre que Elisabeth Shue no solo es una cara guapa sino que sabe actuar, y es capaz de manejarse con soltura en papeles dramáticos. No soy precisamente un fan del film de Mike Figgis, pero hay que reconocer que Shue está notable en su amargo retrato del desarraigo. Es su momento más álgido y por tanto le llueven las propuestas, por lo que se mete en proyectos de interés, caso de “el efecto dominó” o “Palmetto”, pero que curiosamente no dan buenos resultados en taquilla.



La situación se invierte, ahora trabaja con directores de prestigio (Koepp, Schlondorf) y su labor es reconocida, pero desaparece del panorama mediático. Y la  alta vanidad de los actores es conocida. Solo así puede explicarse que se embarque, justo cuando está en su momento profesional más alto en un despropósito comercial destinado exclusivamente a escalar en la taquilla como “El santo”, una flojísima película de acción y gran presupuesto, fiasco sin paliativos, donde tal vez lo único que se salve es ella. 


El varapalo es de órdago, y toca de nuevo reconstruir su imagen fílmica. Y Para ello no basta con meterse en un papel secundario, que no llega a los diez minutos en “desmontando a Harry”, buscando la coartada de ser una chica Allen, ni participar en un horroroso film de terror acompañando a un Robert de Niro en horas bajas, caso de “el escondite”. El caso es que se ha pasado la última década deambulando por films intrascendentes y desperdiciando su talento, caso de “Dreamer” junto a Kurt Russell. Solo hay una excepción, y es su soberbia interpretación en “el hombre sin sombra” de Paul Verhoeven, donde, tal vez en una de sus mejores composiciones recupera un vigor dramático encomiable. Porque por si no ha quedado claro, conste que Eisabeth Shue demuestra en varias películas no solo ser una belleza, sino convertirse en una actriz estupenda, una mujer cuya experiencia y sus muchas películas le han ido otorgado progresivamente una presencia en pantalla donde demuestra ser poseedora de muy variados recursos dramáticos. Por eso es una auténtica pena que repasar su carrera resulte, salvo contadas excepciones, un auténtico camino de espinas, que como no, termina derivando en la tv, en una serie titulada “Gossip Girl”, la cual no voy a comentar ya que jamás la he visto, o participando en un telefilm cuyo título ya hace temblar:”Hamlet 2”.


Ahora regresa de nuevo de la mano del “enfant terrible” del cine fantástico y de terror, Alexandre Aja, en una nueva versión de Piraña, aprovechando el formato 3D. La cuesrtión es que estamos en 2011. Imagino que durante el rodaje habrá tenido tiempo de reflexionar, y se habrá reido irónica y maliciosamente. La razón, ella interpreta a la experimentada sheriff local, y ahora son otras jovencitas guapitas de cara las que enseñan palmito y se prestan a repetir el papel de chica de la peli, ese que tanto practicó ella en sus inicios. Para colmo las de hoy encima terminaran siendo devoradas por las pirañas, auténtica metáfora, ya que seguramente pronto también se las comera otro monstruo más feroz y nada compasivo con la mediocridad, el cine.

martes, 15 de marzo de 2011

CON EL ESTADO EN LOS TALONES

Uno de los fundamentos del pensamiento liberal en su sentido clásico anglosajón, se basa en las posibilidades del individuo de escapar al control del estado y evitar todo tipo de intromisión en la esfera de la libertad individual que corresponde a cada persona en cuanto tal. Isaihas Berlin en sus “cuatro ensayos sobre la libertad” lo denomina libertad negativa, frente a la positiva que viene definida por nuestra capacidad de acción individual. Es imposible no pensar en ello viendo “destino oculto”, donde en un momento clave de la película se hace referencia al uso y abuso del libre albedrío y sus consecuencias. En el film de George Nolfi, su ópera prima, una supraorganización interfiere y corrige los desajustes que se producen en la vida de personas para las cuales el propio ente superior ha dibujado un destino prefijado. Nuestro hombre es un aspirante a senador con un futuro político muy prometedor. No obstante, no todo parece estar sometido al ferreo marcaje de ese controlador ente fantástico por cuanto un inoportuno video voltea las encuestas y el político se ve abocado a la derrota, al menos momentáneamente, ya que el ente no dejará de trabajar para recolocarlo en la línea de salida de su prometedor futuro diseñado.
Resulta curioso, por cuanto el propio senador, en su comparecencia pública para anunciar su derrota, confiesa que él mismo y su equipo de campaña electoral también tenían “su plan” para ganar, no solo plagado de frases hechas para enganchar al público, sino también prestando atención a los detalles: El tipo y color de la corbata, el lustre de los zapatos y el modelo de traje, formaban parte del complot democrático del candidato para escalar peldaños. Lo que este ignora es que junto a su estrategia, otros más arriba también trabajaban para ello, y por lo que se ve ambos fallan.
La película parece propia de la guerra fría, donde en films como “el mensajero del miedo” se aludía a estas cuestiones bajo el ropaje del cine fantástico. Ahora ya no sería necesario, pero el caso es que la cinta está repleta de realidades paralelas y aleatorios mundos burocráticos que imponen desde fuera quienes serán nuestros líderes. Y uno se pregunta, por ejemplo, ¿es Barack Obama, el lider del mundo libre, un hombre forjado a si mismo que se convierte por aplastante mayoría democrática en el políticamente correcto primer presidente negro de los usa a la vez que premio nobel de la paz? ¿o es el fruto de un plan astutamente preconcebido desde instancias que desconocemos? ¿O es ambas cosas a la vez?.


Sea de una forma o de otra, el caso es que a Obama parece que le dejaron escoger a su chica. A Matt Damon en este film no. Y la excusa que se pone me parece cuanto menos original. Su encuentro fortuito con una joven marca el inicio de una relación sentimental que la organización ve como un obstáculo para su carrera política. Dice el fontanero del ente que todas las aspiraciones humanas, incluida la de servir al pueblo, buscan en el fondo rellenar vacios existenciales. Por tanto, dado que la relación amorosa que vive es tan absolutamente plena colma toda expectativa vital y ello redundaría en perjuicio de cualquier otra faceta de su vida.
Yo tengo otra teoría mucho más simple y tiene nombre de mujer, nada menos que Emily Blunt, que para quien esto escribe, se convierte por derecho propio en ingrediente básico, por si solo, para ir a ver “destino oculto”. Una actriz en absoluto estado de gracia, capaz de combinar la ironía y el sentido del humor con una de las presencias más deslumbrantes que uno recuerda en la pantalla en tiempo. Una interpretación notable mientras el guión se lo permite. Ante su caudal interpretativo no hay organización secreta que valga, la batalla está perdida, y uno comprende que el pobre Matt Damon sea capaz de coger el mismo autobús en que la vió por última vez tres años seguidos con tal de volver a su lado.
Y digo mientras el guión se lo permite, por cuanto la obstinación del candidato por su chica, convertirá al film en un run for cover en el que ambos son perseguidos con tenacidad por los burocráticos miembros de la secreta organización planificadora. A partir de ahí toca correr y la película se vuelve operativa dentro de los cánones sin mayores problemas. En este plano hay que reconocer que al director se le atraganta un poco el sándwich compuesto de cine fantástico, parábola política, historia de amor y hasta apuntes de cine negro. La puesta en escena es solvente pero funcional, es cierto que se tocan todas las teclas pero no se entra a fondo en ninguna de las propuestas.


Ello está a punto de dejar a la película un tanto tocada por cuanto no tiene referentes genéricos claros. A los amantes de las emociones fuertes y los montajes frenéticos les sabrá a poco por su sobriedad. Este director no se gasta las ínfulas artísticas ni el frenesí visual de Cristopher Nolan, con lo cual puede perder al público más joven. Y tampoco estamos ante un film de tesis tipo “network” ni ante las elaboradas visiones de la alteridad que propone “minority report”,a lo que hay que añadir que la historia de amor es deliberadamente naif, lo que puede ahuyentar al público más adulto, lo cual me consta.
Nos quedamos por tanto en un término medio indefinido pero nada despreciable. Una cinta que se muestra un tanto temerosa de profundizar en sus propuestas pero que no se limita solo a enunciarlas. El final, que ha sido criticado de blando, no me lo parece, por cuanto la determinación del candidato y su amada, y su carrera contra todo y contra todos es percibida desde arriba como auténtica, y poblada por fin de algo que cuando estaba programado le faltó: según el film auténtico corazón, y eso pese a la plana interpretación de Matt Damon. Es entonces cuando la teoría liberal sale por fin a flote y una vez más se constata que el control absoluto desde cualquier instancia es imposible. Ahora lo conocemos también por la vida real. Primero una inesperada crisis económica sin precedentes, después la imprevisible caida de dictadores en oriente medio, ahora el descomunal tsunami en Japon. Mañana, no sabemos…     

martes, 8 de marzo de 2011

SIN FLORES PARA LA LEYENDA


No se por donde comenzar la crítica de “valor de ley”, aunque lo cierto es que se puede abordar de mil maneras. Uno tiene la tentación de intentar encuadrarla como una evolución dentro de la historia del western, pero me quedaría corto. También puede servir de base para un estudio sobre las adaptaciones de la novela al cine, pero no puedo acometer esa tarea ya que no he leido el manuscrito de Charles Portis en que se basa. Concretando más, se podría hacer un análisis comparativo con el film precedente de Henry Hattaway protagonizado por el Duke John Wayne, pero esto no me parece en absoluto un remake, sino mucho más. Y por último, se puede valorar el film situándolo dentro de la filmografía de los hermanos Coen. Aun así, siempre existe una última pero difícil posibilidad, y es olvidar todo lo anterior y enjuiciar el film por si mismo. Esta última opción sería tal vez la más plausible, pero da la casualidad de que “valor de ley” es un western, basado en una novela de Charles Portis, remake de un film anterior, y por si todo esto fuera poco, dirigido por los hermanos Coen.
Estos últimos siempre se han caracterizado por tener una visión cinematográfica y un swing especial, distinto y muy particular. Si aplicáramos al tenis su forma de ver el cine y sus géneros, sus golpes preferidos no serían los frontales, ni el smatch, ni siquiera la bolea. Su golpe preferido, película a película es el liftado, que curiosamente es el más oblicuo y el más difícil de definir. Su última cinta no es una excepción. En ella se mezcla la fantasmagoría, la relectura de los clásicos, su peculiar sentido del absurdo, con la lírica y un profundo estudio de la mitología de los géneros clásicos, en este caso del oeste y sus arquetipos.
El film comienza como un relato de aventuras al estilo de los publicados en revistas y periódicos a finales del siglo XIX, pero sobre una imagen fija. Aunque se podría haber narrado y visto en pantalla el asesinato del padre, se opta por la más novelesca y evocadora tradición oral. Es la propia protagonista quien nos narra unos hechos que no ha visto, y los narra con valor, aunque de forma fría y sin pasión. Parece que estemos en un estadio del far west posterior a la mítica en que se forjó, de ahí que a la niña no le asusten ni le intimiden de entrada los personajes prototípicos del western clásico. Antes al contrario, le decepcionan.
Cuando Matt Damon dice muy sobrado “soy un ranger de texas” la protagonista no solo no se inmuta, sino que le replica ridiculizandole por haber fracasado varias veces en la captura del asesino de su padre. Y cuando contrata a un alguacil, no duda en hacerse con los servicios del más violento, aunque pronto se dará cuenta de que su tiempo también esta a punto de caducar. La escena del juicio a Roster Cosburg (inmenso Jeff Bridges) no solo sirve para desmitificar a un personaje de métodos dudosos, sino para cerciorarse de que el sheriff de antaño se vale de todo tipo de artimañas que le pueden servir como pícaro y perro viejo de la pradera, pero dificilmente como héroe inmaculado.
Luego los Coen, sin dejar de ser ellos mismos, se lanzan a una aventura absolutamente quijotesca en el trazo de personajes. Buscan a un asesino sin saber su paradero, y la compaña la forman la justiciera con valor de ley, acompañada en la misión por un oficial y un caballero. El oficial es el honesto y despistado ranger obviamente, y la caballerosidad del zorro alguacil saldrá a flote  poco a poco a lo largo del itinerario y culminará en una escena final en la que salva la vida de la niña realmente memorable, con las estrellas como fondo.

Todos ellos se tratan respetuosamente de usted, y resulta particularmente llamativa la fijación de esta adolescente con amenazar a todo bicho viviente tanto con la ley como con sus abogados. En varias ocasiones apela a la necesidad de un juicio justo y un merecido castigo. Aunque no hay que fiarse, su personaje es el de una auténtica prestidigitadora que sabe manejar sus cartas con inteligencia, como demuestra en la escena de la trata de mulas, cuyo diálogo recuerda a las partidas de poker dialécticas que practicaba otro prestidigitador nato, el protagonista de “muerte entre las flores”.
En el plano de la puesta en escena, los Coen abandonan su viejo manierismo usado en títulos como “Arizona baby”. Ahora ya no mueven tanto la cámara, aunque dentro de su peculiar carpintería narrativa siguen practicando los cambios de tono y arritmias narrativas propias de su cine. Incluso se permiten tiempos muertos en la misión, como el duelo de puntería, que a la postre sirven para  enriquecer la propuesta. Algunos les critican ahora, bajo la excusa de que han perdido frescura y se han vuelto más clásicos. Creo que sus pautas son las de siempre, y curiosamente este film es acusado de tibio por aquellos que piden más contundencia al western y denostan los páramos irónicos que se transitan aquí, esos que aportan auténtica singularidad al film.
El epílogo que sirve de final, no obstante, intenta alcanzar una enjundia noble pero peligrosa, por cuanto puede resultar chocante que cuando nos hemos pasado dos horas haciendo malabarismos con los códigos del western, se termine aludiendo al final clásico de una de sus obras seminales como “el hombre que mató a liberty balance”.
Para el recuerdo queda la cabalgada final de Jeff Bridges frente a los forajidos al galope. Decía don Quijote mientras se dirigía hacia los molinos “non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete”. Se diría, si nos ponemos a hacer analogías, que estamos ante un antepasado valeroso de Lebowsky, ese al que elogiaba irónicamente Sam Elliott como héroe incomprendido. Y es que el sombrio final del alguacil rememorando batallitas en un circo no es ninguna broma. Eso tampoco nos lo enseñan los Coen, pero es que los que hemos disfrutado de la película y sobre todo del personaje, tampoco lo queremos ver.  

martes, 1 de marzo de 2011

EN BUSCA DE KELLY MCGILLIS


Con frecuencia se recuerda a los grandes del cine detrás de la pantalla, pero sobre todo delante. La mitomanía y la cinefilia se nutre en gran parte de multitud de iconos cinematográficos, no cuento nada nuevo. Sin embargo, no muy a menudo se indaga en el fracaso artístico. Se inaugura por tanto aquí una sección periódica dedicada a toda esa gente que hoy vive en el olvido. Gente que conoció una fama efímera y cuya estrella dejó de brillar, o bien que por unas u otras razones, tal vez mereciéndolo no llegaron nunca ni a probar las mieles del éxito, ni a tener consideración crítica. El objetivo es, por un lado recuperar su memoria, y por otro tratar de comprender las razones de su progresivo descenso creativo hacia el olvido, hasta llegar a su  práctica ausencia en las pantallas en la actualidad. Si la opera prima de Steve Zaillian iba “en busca de Bobby Fischer” desaparecido del mapa, aquí realizaremos nuestro particular searching for…
Kelly Mcgillis tuvo a mediados de los ochenta un despegue fulgurante. Participó en la notable “único testigo” de Peter Weir y al año siguiente 1986, en el adrenalínico taquillazo de la temporada “top Gun” de Tony Scott. En ambas desarrollaba muy bien el mismo papel de reprimida sexual que frente al contacto varonil tiene que lidiar una sorda batalla entre sus férreas ideas y sus propios impulsos naturales, ante los que finalmente explota. Actriz de recursos muy físicos y mirada muy limpia, su imponente presencia y su prestancia no dejaron indiferentes a nadie.



 La década de los 80 le fue bien. Posteriormente se decantó por un ultra romántico y naif film de autor, “made in Heaven” de Alan Rudolph, fracaso de taquilla, pero volvió a cosechar el éxito con “acusados” de Jonathan Kaplan, film que le valió un oscar a Joidie Foster. Es a partir de un film de intriga y espionaje, con toques también románticos, “la casa de Carroll Street” a finales de los ochenta cuando progresivamente desaparece del panorama. A Ello hay que añadir que, curiosamente todos sus partenaires en esos films siguen hoy en activo: Tom Cruise, Harrison Ford, Val Kilmer, Jodie Foster o Jeff Daniels siguen trabajando a película por año.


Las razones de su progresivo declive se pueden centrar en dos cuestiones. Una profesional, y otras personales. La profesional alude al hecho de que salvo en su arranque, siempre se la consideró una actriz muy apegada a su físico, fría y no precisamente dotada de variados recursos dramáticos, con serios problemas con la comedia, por ejemplo. Gustaba su aspecto, su bello rostro, pero tal vez careciese de la suficiente fuerza dramática, sobre todo porque se aficionó a embarcarse en cintas ambientadas en el pasado, y tal vez los diseños de producción de tarjeta postal no le permitieron desarrollar su potencial físico y sensual. También se han llegado a argumentar soberanas estupideces: se decía, yo lo he leido, que  puesto que era muy alta (mide alrededor de 1,80) ello hacía especialmente complicado encontrar galanes a su altura, y por lo tanto papeles jugosos.
Pero hay quien aduce razones personales. De entrada, el asalto a su casa y la múltiple violación de que fue objeto marcaron al parecer su vida de forma severa. Todo ello le lleva a un proceso difícil, alcohol y desintoxicación incluidos, del que al parecer sale finalmente airosa cuando sorprendentemente se declara abiertamente lesbiana. En ese tránsito, como veran, a parte de cuestiones que nada tienen que ver con el cine, realiza alguna película curiosa como “el cazador de gatos” de Abel Ferrara, pero sus intervenciones son cada vez más en papeles secundarios y esporádicos caso de “a primera vista” de Irwin Winkler. El aura y magnetismo que desprendía aunque no habían desaparecido si que nunca volvieron a brillar a la altura de antaño. Incluso llegó a  implicarse en productos claramente alimenticios, caso del biopic familiar sobre la vida del jugador de béisbol Babe Rhut “el ídolo”, junto a John Goodman.



No obstante, puesto que su carrera nunca llegó a morir del todo, inesperadamente reaparece. Curiosamente en su madurez, espléndida por cierto, encuentra muy de tarde en tarde acomodo en papeles en principio inesperados y nuevamente hot interpretando en Broadway a la sra. Robinson de “el graduado” o haciendo papeles de lesbiana en el trhiler erótico “el círculo intimo” o la serie “the L word”. Pero no hay que engañarse. El acomodo de la tv marca como para tantos otros su definitivo declive. Son además apariciones puntuales, lejos, muy lejos de la gran actriz que prometía y cuyo recuerdo, si perdura, quedó a mitad de camino de todas partes.