miércoles, 27 de abril de 2011

DE BERGERAC A MANHATTAN

Hurgar en los engranajes y mecanismos propios de la comedia puede conducir a puertos cuanto menos inesperados. Ya desde los tiempos del teatro bufo y posteriormente del cine mudo, la comedia ha servido siempre como válvula de escape para contar los dramas más tremebundos. De esa forma el espectador puede someterse a una especie de vaciado total, entrando en un tunel de lavado muy particular que nos permite reirnos de nuestras más lamentables miserias durante dos horas. No hay más que recordar las penurias de Chaplin o Keaton y lo muy “divertidas” que resultaban, pues uno pasaba de la carcajada a la lágrima casi en un suspiro. En “una dulce mentira” el psicodrama realmente se las trae. Si lo ponemos en manos de gente como John M. Sthal o King Vidor te montan un melodrama con esta historia de los de pañuelo en mano. A saber: Una señora (Nathalie Baye) vive sumida en una honda depresión tras abandonarla su idolatrado y artista marido por una jovencita con la que se va a casar.  Enganchada al abandono y la dependencia, se pasea por la calle descalza, mal vestida y ha perdido absolutamente toda noción de autoestima. Su hija (Audrey Tatou) que compone un personaje que intenta dar un giro a sus habituales roles azucarados, regenta de forma lunática e histérica una peluquería por donde pululan personajes aun más marcianos. Y vive con una autosuficiencia que se desmorona a las primeras de cambio, presa de la histeria. Como está refugiada en su trabajo full time, carece de vida personal, se autoengaña sobre su real situación, y solo encuentra alivio a sus muchas frustraciones descargando en su madre su rabia contenida.
La tercera pata del banco la forma un antiguo alto ejecutivo poseedor de masters varios y que maneja cinco idiomas. Aunque trabajaba en una empresa la frustración del mundo competitivo le lleva a aislarse del mundo, abandonar toda responsabilidad y dedicarse a trabajos simples y sin compromiso, como realizar chapuzas de electricista o chico para todo en la citada peluquería. Este último si parece tener claros sus sentimientos, y los expresa en sentidas cartas dirigidas a su jefa, la cual está tan atribulada que no se entera. Como en aquella película de Claude Sautet, se podría decir que tanto la muchacha, como su madre y el empleado se encuentran por unas u otras razones en la línea de salida con el corazón en invierno. No dejo de pensar que tratado nihilista hubiesen hecho Kieslowsky o Tarkovsy con este material.


Pero que no cunda el pánico. Esta comedia francesa no bebe de esas aguas, sino de otras muy diferentes. Ante todo “una dulce mentira” retoma en una versión muy libre el mito Cyrano de Bergerac, con un trasiego de cartas falsificadas que van y vienen dictadas por persona interpuesta, lo que da lugar a jugosos equívocos varios. Pero por otra parte, su mayor fuente de inspiración, que apenas se oculta, está al otro lado del oceano, concretamente en Manhattan, ese lugar donde vive un señor bajito y con gafas al que le gusta tocar el clarinete y que puntualmente nos entrega una película por año. Y a partir de ahí, todo empieza a encajar.
Toda la galería de personajes maniáticos, neuróticos y desconcertados que describe Woody Allen en sus films está presente aquí. Por supuesto todos ellos son consumados parlanchines, cargan con innumerables traumas, y lo que no entiendo es porque el guión no les ha buscado un psicoanalista, para redondear el cuadro. Y como en Allen todos van sin freno en busca del amor, elemento que se convierte casi en una especie de búsqueda del santo grial. En este panorama, lo que parecía un dramón se convierte en comedia amable, el sol sale y el entramado amoroso se abre paso. Ya pero ¿funciona? Pues resulta que moderadamente, pero si. No estamos ante una propuesta rupturista o innovadora, pero el ritmo de la película, aun con alguna leve caida de tono, resulta agil y ligero, las interpretaciones no desentonan y encima hay algunos gags realmente buenos a costa de las presuntas diferencias culturales y de clase. Me quedo con ese particularmente acertado por su fina ironía en el que, para evitar el desasosiego de la Tatou, el chico arreglatodo, cuando esta le visita por sorpresa, debe meter a toda prisa sus ingentes cantidades de libros en un trastero, y todo ello para parecer menos culto a sus ojos.

  Hay que decir que la cinta parece tener también un punto de locura que acerca el film, salvando las lógicas distancias, a algunas propuestas de Howard Hawks como “su juego favorito” donde el elemento femenino vuelve absolutamente tarumba a los hombres. Aquí, entre la madre rejuvenecida por vía postal y la hija neurótica llevan al pobre infeliz por la calle de la amargura, aunque eso si, que no se queje: todo el mundo no tiene la posibilidad de saborear como él dos platos tan distintos. Toda esta combinación arroja un balance tan resultón como desenfadado y uno disfruta con las particulares neuras de esta pandilla de primos, que por cierto se podrían juntar un día en Comillas con los de Sanchez-Arévalo y formar una romería de imprevisibles resultados. En pleno desconcierto, la madre le acusa a la hija al recibir una carta anónima de amor escrita en realidad por la propia hija para levantarle el ánimo, de que es una carta frígida. No se puede decir lo mismo de la película, la cual, estoy seguro, hubiese tenido un recibimiento muy distinto si viniese firmada por nuestro amigo de Manhattan.  
  


martes, 19 de abril de 2011

DOMINIQUE SANDA: LA MUSA INTEMPORAL


Preguntarse quien es la más grande no es cuestión que tenga facil respuesta. Hay nombres que rápidamente acuden a la mente de todos. Otros tardan más en salir, aun cuando los logros de ciertas actrices las debieran colocar en lugar preferente. La gente aficionada a las listas de los mejores de esto y aquello diría seguramente 30 nombres antes que el suyo. Y no es que esas 25 o 30 no lo merezcan. Ocurre que en determinados casos la memoria nos juega malas pasadas y aunque por supuesto son todas las que están, en ocasiones no están todas las que son. En la memoria cinematográfica, debiera ocupar un lugar muy destacado Dominique Sanda, actriz descomunal, belleza indescriptible, musa de los grandes directores europeos con la cual el tiempo no ha sido especialmente generoso. Pertenece a esa galería de seres indescifrables poseedores de una particular genialidad pero que van paso a paso camino del olvido y que aquí estamos repasando. Rescatar su memoria resulta tan urgente como necesario.
De ella destaca ante todo su precocidad. A los 17 años iniciaba su carrera en 1969, nada menos que con un Robert Bresson basado en Dostoyevsky, “une femme douce”.  Irrumpe como una auténtica fuerza de la naturaleza que explota al año siguiente con Bertolucci en “el Conformista”, adaptando a Alberto Moravia, donde compone un personaje aparentemente frío pero sensualmente arrollador, film en el que comparte explosivo protagonismo con Jean-Louis Tringtiñant y la también volcánica Stefanía Sandrelli, memorable tango incluido, el cual ha pasado a la historia del cine como momento cinéfilo cumbre.



Estamos en 1970, y ese mismo año vuelve a componer otro personaje magnético bajo las ordenes de Vittorio de Sica en “el jardin de los finzi-Contini”, película que obtuvo el oscar al mejor film extranjero.
Si alguien piensa que ahí está la cumbre de su carrera, se equivoca. Su salto a los Usa le lleva a realizar dos films excelentes. “el hombre de Mackintosh” de John Huston en el año 72, junto a Paul Newman, y una versión apreciable de “el lobo estepario” de Herman Hesse  junto a Max von Sydow en el 73.
En esos momentos, la década de los 70, se convierte por derecho propio en musa indiscutible del cine europeo, momento en el que tiene la oportunidad de trabajar con los grandes autores de la década. Repetirá con Bertolucci en “Novecento” y situada ya en la cumbre termina participando con el auténtico maestro del cine de autor italiano, Luchino Visconti en “Confidencias”. Ese mismo año 1976 recibirá el premio de interpretación femenina del festival de Cannes por su trabajo en “la herencia Ferramonti” de Mauro Bolognini.


Son todas estas películas europeas, films de época que muestran la decadencia y el desmoronamiento moral de occidente. En todas ellas rebosa elegancia, porte y una presencia deslumbrante. Su belleza incuestionable, dotada de cierta ambiguedad y su rostro tan cristalino como cargado de misterio, unido a su aire de sueño masculino evanescente viene siempre acompañado de ligeros y latentes toques de capacidad de seducción que poco a poco se van deslizando hacia el erotismo light propio de la época. De ello se aprovechó Liliana Cavani en “mas alla del bien y del mal” o Jacques Demy en “una habitación en la ciudad” ya en el 82. Esa tendencia progresiva muy propia de la década que la mueve hacia el trasfondo más provocador y erótico se convertirá en su tumba. Es sin duda lo que le lleva una y otra vez a encasillarse en un tipo de mujer inalcanzable y deseada que compuso en films como “les ailes de la colombe” junto a Isabelle Huppert o “la indiscretión”. Pese a todo aun realiza films sutiles e interesantes como  “le voyage en douce” un aténtico mano a mano con Geraldine Chaplin dirigido por Michel Deville.


No obstante los años ochenta y principios de los noventa vienen marcados por un cambio de rumbo fruto del cine que se practicaba entonces y se centra en apariciones de prestigio en series de tv. Un tanto asqueada de su encasillamiento se instala en Sudamérica donde realiza algun film meritorio como “el viaje” de Fernando Solanas o “yo la peor de todas” de María Luisa Bemberg, entre otros.
Podría decirse que su talón de Aquiles fue paradójicamente su belleza y erotismo a flor de piel, los cuales como es lógico tenían fecha de caducidad. Aun así, ello no es totalmente cierto. Repasar su filmografía demuestra que no solo era un sensual rostro hermoso, sino que poseía condiciones de actriz de gran altura. Solo así puede explicarse que Louis Malle le dedicara un documental titulado ”close up: Dominique Sanda ou le réve eveillé”. Un estudio minucioso de su enigmática y etérea figura cinematográfica.


Resulta por tanto paradójico e irónico tras haberla visto en demasiados papeles comprometidos, verla y observarla ya en plena madurez interpretar un papel de monja en “los rios de color púrpura”. ¿Demasiado tarde? Tal vez. No obstante no todas pueden presumir de haber trabajado con los directores más artísticos en un momento de plena experimentación tras la muerte del cine clásico. Describirla, intentar analizarla con palabras, dice Malle en su soberbio documental es tarea inútil. Nos limitaremos a hacerle caso.      

jueves, 14 de abril de 2011

PREJUICIOS DRAGONES Y MAZMORRAS


Si uno le dedica cinco minutos de su vida a reflexionar, entre zapping y zapping, en que mundo vive, o más concretamente la cultura que le ha tocado vivir, las conclusiones pueden ser pavorosas. A no ser, eso si, que se aporten cual nutrientes notables dosis de sentido del humor, en cuyo caso se pueden sacar conclusiones muy divertidas. Culturalmente, reconozcámoslo, estamos inmersos, salvo contadas excepciones, en un ininterrumpido periodo de rebajas, un continuo saldo todo a cien o  semana de la moda. Los libros, la música, las exposiciones y el teatro viven a dos tipos de ritmo: El primero, el que marcan el desinterés general y la dictadura del mercado y las grandes superficies, donde un libro dura lo que dura la última moda vaquera. Y luego hay otra cultura que se pretende alternativa, bastante autocomplaciente, y cuyo carácter aislado, esporádico y presuntamente minoritario es cada vez menor. Alguien, algun listo supongo, descubrió hace tiempo que lo alternativo también vende, y por ello se ha fabricado en torno a ello toda una mercadotecnia con códigos muy definidos y no muy distintos a los de la cultura de masas. Por tanto, si se desean leer novedades uno debe optar entre las comerciales sagas “milenium” o “crepusculo” por un lado o el último Houllebecq por otro, este último convencido contracultural, pero en el fondo tan comercial como aquellos.
En el ámbito del cine pasa un poco lo mismo. O bien nos rendimos a las comedias- de-Jenniffer-Aniston, o la última invasión a la tierra palomitas en mano, o bien nos engañamos a nosotros mismos creyendo que existe otro cine y nos vamos a ver la última producción indie salida de los festivales de Sundance o Toronto, o un film exótico de algún pais oriental, que queda muy bien en las tertulias de café.


Para salir de este desolado páramo hay opciones. La primera y más rentable: Pasar de lo contemporaneo. Leo solo clásicos, veo exclusivamente teatro clásico y visito museos antiguos, escucho solo ópera y música clásica y por supuesto solo consumo cine clásico. Es una alternativa que no falla, pero a mi juicio insuficiente. De hecho   se puede combinar con una segunda opción, buscando entre las ruinas de hoy con espíritu de pionero las excepciones que confirman la regla, que las hay.
Asi, uno tiene la oportunidad de descubrir entre el escombro discos fantásticos como el último de Keren Ann o de la banda de Seattle Fleet foxes. Se puede leer a Philip Roth o A Juan Gabriel Vasquez, se puede admirar al Cirque du soleil, o descubrir gemas cinematográficas como “two lovers”, una de las grandes películas del  pasado ejercicio.
Ahora bien esa busqueda, en mi opinión debe carecer de prejuicios. Si uno los tiene jamás se asomará a ver “encontrarás dragones” el último film de Roland Joffé. A mi juicio una propuesta tan insólita como casi suicida en los tiempos que corren, y que se ha saldado con un resultado comercial muy flojo y la mayor indiferencia crítica que yo recuerdo en años.
Conste que estamos ante un film absolutamente desubicado. No es un comercial producto multisala repleto de acción. Tampoco es una comedia al servicio de la star de turno, ni un film de género que permita soltar adrenalina. No estamos ante “transformers” ni el último Adam Sandler. Pero ojo, que ahora viene lo bueno, ya que tampoco comulga con los patrones del cine independiente al uso, ese que se ovaciona en los festivales de medio mundo. Ni aborda el compromiso social de Ken Loach, ni la mirada ausente de Manoel de Oliveira, ni la deshumanización de Haneke.



 La cosa se pone peor, ya que encima se nos vende como la vida de un religioso en tiempos de la guerra civil española. Y si hoy por hoy la vida de los santos no están de moda, resulta que el religioso no es cualquiera, sino Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, lo que, al menos en España genera la huida inmediata de la mitad de la parroquia.
Solo los prejuicios pueden explicar el hecho de que Roland Joffe se encuentre con la morrocotuda sorpresa de que no puede rodar el film en España y se tenga que ir a Argentina por cuanto en los castings españoles muchos actores y sobre todo técnicos de todo tipo rehusaban participar en el mismo al conocer el tema que trataba. Este ataque de conciencia lo sufren los mismos, supongo, que aplauden la interpretación de Hitler en “el hundimiento” y llenan los cines para ver “el último rey de Escocia” biografía de Idi Amin Dada, oscar incluido, por citar dos ejemplos. En mi opinión ver “encontrarás dragones” es simple cuestión de curiosidad y de no dejarse tentar por las etiquetas que se colocan a cada producto para adentrarse en una propuesta absolutamente a contracorriente, fuera de toda moda y que sin ser un film redondo posee un interés innegable y muy superior a la media.
Ante todo es un film adulto, que piensa por si mismo e invita a pensar. Plantea una dicotomía entre dos caminos paralelos, el de la fe y el de la razón, personificados en dos amigos de la infancia, Escrivá, que se enfundará la sotana, y Manolo, que rechazará los hábitos y empuñará las armas componiendo uno de los personajes más ricos, complejos y contradictorios que se hayan visto en tiempo. Un hombre confuso que abrazará sin saber muy bien como el ideal fascista para infiltrarse  como espía en el bando republicano para traicionarlo, pero ante cuyo entusiasta espíritu libre y solidario queda seducido.
Manolo (Wes Bentley) parece en principio un personaje salido de “las afinidades electivas” de Goethe, donde el individuo, tal y como afirmaba Max Weber, tiene plena capacidad de elección consciente y responsable de sus actos, orientando su vida según su propio criterio y asumiendo responsabilidades morales. Pero a su vez Manolo tiene su talón de Aquiles en ese acusado peso moral que le corroe hasta el fin de sus días. Se diría en este aspecto que es un tipo propio de “la metafísica de las costumbres” de Kant, el cual plantea que “todo hombre racional se siente observado, amenazado y sometido a respeto por un juez interior inherente a su ser”. Pretender huir de él remueve la conciencia, lo que provoca que aparezcan y encuentres dragones interiores que turban y trastocan la existencia, razón por la cual su historia de amor está abocada al fracaso.


El juego de paralelos resulta interesante por cuanto la película plantea el cobijo espiritual que siempre encuentra el hombre de fe, que siempre encontrará asidero en sus propios mandamientos, frente a las tormentas interiores de quien carece de brújula espiritual y solo se tiene a si mismo para gobernarse.
Por tanto, quede claro que esto no es una biografía de Escrivá, personaje secundario, ni una película más sobre la guerra civil, sino un denso y hondo relato donde interesa mucho más la dialéctica entre opuestos, tal y como sucedía en “la misión” y “creadores de sombra”. Para ello nada mejor que encuadrar el drama en un conflicto bélico. Se nota que Roland Joffe no solo ha leido a los citados y seguramente a otros muchos, sino también a Karl Mannheim que en su obra “Utopía” expone que “solo en un mundo en rebelión el conflicto intelectual puede ir tan lejos que los antagonistas no solo intenten aniquilar las creencias del oponente sino también los fundamentos intelectuales sobre las que descansan”.
Es en esa dialéctica entre fe, razón, sentimiento y utopía donde se mueve este film que para colmo posee dos batallas en las trincheras excelentemente rodadas, y una progresión dramática encomiable. Y Escrivá es un personaje no exento de matices, tanto en su relación con lo sagrado como en su forma de contemplar y hasta comprender las acciones enemigas. Aun así no es el padre Gabriel en “la Misión”. Aquel moría junto a los suyos, mientras aquí el sacerdote, más pragmático, huye por las montañas ante lo que se avecina.
Aunque muy interesante, no es este un film completamente redondo. Su apuesta por la reconciliación como resolución de todos los conflictos es ciertamente discutible. Aun así sus mayores defectos se encuentran en la articulación de los saltos temporales, que en ocasiones ralentizan la agilidad de la narración, y en el desarrollo de los personajes en tiempo presente, que resulta insuficiente. De cualquier forma estamos ante un film a recuperar por cualquier aficionado al cine y al pensamiento, perfecto para un cine forum, pero claro me parece que esas antiguas costumbres ya no se llevan. 



jueves, 7 de abril de 2011

THOMAS CROWN: AFFAIRES VARIOS
















Hoy vamos a echar un vistazo al cine comercial de 1968 y al de 1999. En esos años se realizaron dos diferentes versiones de “the Thomas Crown affaire”, lo que nos va a servir de escusa para añadir un nuevo capítulo a nuestro particular repaso al remake. El film de 1968 “el caso Thomas Crown” fue un éxito de taquilla en su momento. Éxito explicable por cuanto lo protagonizaban dos estrellas del calibre de Steve McQueen y Faye Dunaway, y estaba dirigido por un director que en ese momento gozaba de prestigio, como Norman Jewison (poseía un oscar reciente por “en el calor de la noche”). Ahora bien, que la gente fuese a verlo en su día, aquí no servirá de pasaporte concluyente, ni nos va a impedir colocarlo en sus justos términos. Un detalle conviene retener: el proyecto era original de Sam Peckimpah, el cual se desentendió del mismo ya iniciado el rodaje. Mal asunto. Desde luego, muy cómodo no debió sentirse con esta historia donde un ejecutivo de carácter irónico y amante del riesgo se dedica al robo de bancos por pura codicia y satisfacción de su ego. La aparente horma de su zapato la encuentra en la representante de la compañía de seguros que investiga el caso, y que mide tanto su inteligencia como su sex apile con el cínico y atractivo atracador. Estamos aparentemente en el terreno del trhiller con toques irónicos de alta comedia.
  

Sucede, no obstante, que en realidad la película debe superar sin éxito dos escollos considerables. El primero, que no oculta en ningún momento que la cinta está concebida como un absoluto vehículo para el lucimiento de sus dos protagonistas. Aqui se produce una práctica sumisión a sus estrellas, absolutos totems del momento, que  se divierten con sus respectivos roles. Ambos practican un juego prohibido y sexy de mutua atracción entre contrarios que está dirigido en el fondo al espectador que se supone debe disfrutar con la larga partida de ajedrez literal que ambos juegan a lo largo de todo el metraje. En este sentido la película la disfrutarán con placer todos aquellos mitómanos amantes de los dos iconos protagonistas, los cuales en este caso trabajan guiñando un ojo al espectador y haciendo de si mismos, sin meterse demasiado en la piel ni interiorizar en toda su complejidad sus personajes.
El segundo problema que afecta al film es su carácter puramente coyuntural. “el caso Thomas Crown” está concebido como un entretenido pasatiempo de temporada. Y en este aspecto cumple su función. Todos los tics de los films de la segunda mitad de los años 60 están aquí presentes. Desde su banda sonora, pasando por los violentos zooms hacia Los personajes, hasta el uso de la para mi odiosa split screen o pantalla partida, con o sin justificación. El resultado es un trhiller pop, un film simplemente correcto que se deja ver como simpático desahogo, pero que no deja especial huella, ni dentro de la historia del sub género de robos de bancos ni como historia de amor previsible.

 
Según él mismo cuenta, una madrugada de insomnio y por un canal de pago Pierce Brosnan vió la película y parece ser que le entusiasmó. Y ello le llevó a impulsar y producir el proyecto del remake que en 1999 dirigió John Mctiernan. De hecho la decisión no sorprende por cuanto el personaje principal, Thomas Crown, se ajusta como un guante al tipo enigmático, cínico y bon vivant, una especie de gran Gastby canalla que al actor le gusta componer como marca de la (su) casa . Solo le falta tomarse un par de dry martinis para situarse cerca del agente con licencia para matar, cuya alargada sombra aparece en algunos rasgos del personaje en su versión 1999. El resultado: un nuevo o más bien renovado “thomas crown affaire”.


















La historia apenas varía, salvo en dos aspectos. Ahora Crown es un rico magnate en los negocios y exquisito coleccionista que se aburre y en su tiempo libre roba para su propia delectación obras de arte en los museos. Por otro lado el solo insinuado componente sexual de la relación con la agente de seguros en 1968 está aquí mucho más acentuado. Alguno dirá que es el signo de los 90,marcado por la influencia de variados instintos básicos, pero el caso es que el papel que desempeña Rene Russo con gran desenvoltura, ya no solo libra una batalla intelectual y romántica, sino de abierto atractivo físico, sensual y de marcado tinte sexual. El comienzo de trhiller da paso en seguida a una sofisticada trama donde el juego del gato y el ratón y la abierta lucha de sexos se convierten en el motor de “el secreto de thomas Crown”.
Alguno se preguntará que tal se maneja el autor de “depredador”, “la jungla de cristal” o “el guerrero nº 13” con este material. Pues estupendamente, con brío y sin plantearse complicaciones innecesarias. Filma el robo del inicio de forma modélica,  infinitamente mejor que Jewison. Y dota a sus personajes de contenido, sobre todo el de Rene Russo, mujer independiente y sexualmente liberada que llega pisando fuerte y a la que el guión le aplica una ración de machismo puro y duro que la deja tocada en todos los aspectos. Es encomiable como se va confundiendo en su personaje lo profesional, la atracción sexual y la definitiva derrota amorosa.

 Aun así, uno no puede dejar de pensar que hubiese hecho Mctiernan con Steve McQueen y faye Danaway. La conclusión es que mal que nos pese el star system no es lo que era, y que aunque existe más convencimiento en la puesta en escena, en la interpretación y en general en todo el proyecto en su versión 1999, la sola visión de las estrellas del pasado provoca una añoranza y una solvencia irrecuperables. Resulta ciertamente paradójico que aquellos actores a medio gas y con el piloto automático puesto, sean capaces de dar tanto o más de si que los de hoy actuando a pleno rendimiento y con los motores a toda máquina. En este apartado la versión 1968 sale ganando sin discusión.

En el apartado de dirección y guión, la propuesta de Mctiernan mantiene un pulso narrativo muy dinámico en la acción, con una puesta en escena envolvente y atractiva, mientras que Jewison resulta mucho más anodino e impersonal en su trabajo. Lo suyo es puro funcionariado frente a una secuela que se cree lo que está contando, y practica la alta comedia con resultados más que aceptables. Sin embargo, ambas terminan por resultar dos productos de su tiempo, aunque el nivel del cine en uno y otro momento es distinto. Ahora dos actores que no son estrellas como las de antaño no son ya capaces de movilizar al público y arrastrarlo a un film comercial. Tal vez por eso y un tanto injustamente, “el secreto de Thomas Crown” no fue precisamente un superéxito en 1999 pese a ser un film multisala, aunque este rodada con un toque de personalidad.

viernes, 1 de abril de 2011

LENA OLIN: FURIA VIKINGA


 No todo el mundo es capaz de brillar a gran altura durante más de cinco décadas. Es una de las más rápidas consecuencias que se extraen tras la desaparición de Liz Taylor. Se supone que por eso es considerada una estrella. Que poseía un magnetismo especial y que era una extraordinaria actriz huelga decirlo. El verdadero mérito está en saber mantenerse en ese firmamento contra viento y marea, adaptándose y reinventándose una y otra vez. No es el caso de Lena Olin, excelente actriz que ocupa un nuevo capítulo de la serie sobre gente de talento cuya estrella sin embargo no ha corrido la suerte que se merecía.
Para empezar, no todo el mundo puede presentar un curriculum del calibre del suyo. Se inicia a lo grande, en la compañía de teatro clásico nacional sueco con adaptaciones de Shakespeare e Ibsen. Y tampoco son muchos los que pueden presumir de ponerse por primera vez delante de una cámara a las ordenes del maestro Ingmar Bergman y participar en Films del calibre de “cara a cara” o la majestuosa “Fanny y Alexander”. Otro tanto cabe decir de su salto al cine americano, que se produce con una notable adaptación de Milan Kundera en “la insoportable levedad del ser”. Respecto de este film, hay que anotar que en su momento ella fue considerada la autentica revelación de la cinta de Philiph Kauffman, y eso que compartía cartel nada menos que con Daniel Day Lewis y Juliette Binoche. 


Este dato marca la medida de cual ha sido el muy distinto recorrido de unos y otros. En los ochenta triunfó de forma arrolladora con su soberbia interpretación en “enemigos:una historia de amor”, película de Paul Mazursky por la que fue candidata al oscar en un papel tierno y desgarrador al mismo tiempo que simplemente bordó.
Con este bagaje algo debió de suceder para que las cosas se torcieran. Y efectivamente sucedió que participó en dos Films controvertidos y de nulo éxito. El primero “habana”. Película de Sidney Pollack y junto a Robert Redford parecía tener todos los ingredientes de proyecto de empaque que debía suponer sobre el papel su consagración definitiva. Su composición de mujer comprometida con la revolución castrista es extraordinariamente magnífica, superlativa, pero la orientación política de la cinta no gustó y el film no lo vio casi nadie en su momento. Y después vino el batacazo definitivo al embarcarse en un producto comercial al servicio de un imposible Richard Gere haciendo las veces de enfermo bipolar. “Mr. Jones” no solo es una mala película, sino que supuso un merecido y rotundo fracaso de taquilla, que repercutió en su carrera de forma casi definitiva.  



 A partir de ahí comienza un largo y tortuoso periplo por películas intrascendentes y menores. Hay alguna excepción como “la noche cae sobre manhattan” de Sidney Lumet, cinta muy recomendable donde recupera su sensualidad y brio naturales. Pero aun así sus apariciones comienzan a ser cada vez más esporádicas. Y su devenir resulta cada vez más errático. Lo mismo aparece en un Polanski fallido “la novena puerta” como en un irregular pero apreciable film de terror como “Darkness” de Jaume Balagueró.
Al final, y como ya sucedió en los capítulos anteriores de esta serie dedicada a la crónica del olvido, termina encontrando acomodo en la tv, concretamente incorporandose a la serie “alias”.
 Su marido, el cineasta Lasse Hallstron, la coloca en algunos de sus films, el último “Casanova”, pero aun sí, esos papeles la situan a años luz del talento demostrado con anterioridad. Lo curioso es que conserva aun cierto prestigio, aunque repasar su carrera supone ir resbalando poco a poco por una pendiente que no cuadra con sus enormes cualidades como actriz. Su versatilidad y magnetismo, su excepcional capacidad para los papeles dramáticos y para saber pasar de la comedia al drama en un mismo plano proviene no solo de su sólida preparación, sino de una capacidad expresiva y una utilización del rostro como transmisor de emociones difícil de encontrar. Estamos ante una de esas pocas actrices de raza y potente caracter capaces de conmover con la mirada y cuyo llanto se percibe auténticamente revelador. Lo triste es que la caida continua. Su último papel es un film al servicio de Robert Pattinson, uno de los chicos de la saga “crepúsculo”. Sin comentarios