miércoles, 28 de septiembre de 2011

CAZADORES DE SOMBRAS














No se si es cuestión de arrojo, oportunidad, valor o simplemente de lanzarse al ruedo y no pensarlo. Todo puede ser, pero la verdad es que inmersos en lo más crudo de una crisis que aprieta, algunos se atreven a estrenar una película que se titula nada menos que “La deuda”. Por asociación de ideas a uno le lleva a pensar inmediatamente en el déficit, la caída de las bolsas, los rescates financieros y demás asuntos de urgente actualidad. Conviene aclarar cuanto antes que los tiros no van por ahí, sino que lo que aquí se ventilan son otras “deudas” pendientes. Es esta una película que trata temas graves y muy serios, y por tanto en este justo momento se van a acabar las ironías, toca ponerse a la altura del drama. Nos encontramos ante un film que narra la nada envidiable odisea de lo que Vila-Matas denominaría la de los exploradores del abismo y que aborda cuestiones tan espinosas como relevantes. A ello hay que añadir que para el espectador, bucear en la cara más siniestra del holocausto y los crímenes nazis, tan solo debe retroceder como quien dice un par de páginas en la historia reciente. Si uno se asoma de soslayo, todavía puede captar, leer, oler, palpar, los aromas putrefactos de tal monstruosidad y su abyecto y nauseabundo sabor.















Estamos ante la nada fácil puesta en escena de una sórdida cruzada, nada menos que la cacería humana de la bestia por parte de sus propias víctimas, que obviamente, no son profesionales del ramo aunque quieran parecerlo. Para soportar sobre su rostro la pesada carga de los efectos de algo así y los accesos de ira y necesidad de venganza de todos los crímenes cometidos se necesita a una actriz poderosa. Una sobre la que el espectador pueda descubrir en cada movimiento, en cada arruga, en cada centímetro de su piel, en su absorta mirada el lado más siniestro de la naturaleza humana cuando se ha vivido el horror en primera persona. Dos actrices pondrán cara a las devastadoras consecuencias de intentar salir con vida de la guarida del mal hecho carne. Jessica Chastain, implacable por fuera pero muy herida por dentro. Y más tarde una impresionante Helen Mirren, introspectiva e inquietante, y que lleva grabado a fuego en su rostro el contacto prolongado con el mal absoluto, elección que no puede ser más acertada.
Las primeras secuencias de “La deuda” son en este aspecto modélicas. La presentación de un libro que rememora la presunta hazaña de tres agentes del Mossad israelí en una incursión en el Berlin oriental hace más de treinta años para cazar a un criminal nazi, pone de manifiesto que algo en el acto no cuadra.
El ambiente está enrarecido y los homenajeados se sienten incómodos al ser presentados como auténticos héroes. A ello hay que añadir que el libro es fruto de una labor de investigación de la propia hija de uno de ellos, que orgullosa del  arrojo moral del trío, no duda en presentarles como auténticos ejemplos de valor, ética y entereza, un orgullo para su país. El aire parece cortarse cuando en plena efervescencia, la autora no tiene otra ocurrencia que pedir a su madre, componente del comando, que lea un párrafo en alto ante todos los asistentes.


Gravísimo error que da paso a una de las escenas más sobrecogedoras que uno ha tenido oportunidad de ver en cine en los últimos tiempos. Para la madre (Helen Mirren), que se toma su tiempo y necesita coger fuerzas para sostener el libro, la lectura supone un trago de muy difícil digestión. La escena me parece ejemplar por cuanto pone de manifiesto hasta que extremos el uso del movimiento nazi se ha convertido en un pegajoso gancho, un cliché que lo mismo sirve para un libro superventas que para hacer gracietas y bromas varias a lo “Malditos bastardos”, absolutamente desaconsejables y ofensivas para cualquiera que sepa y se tome mínimamente en serio lo que realmente significó ese horror.
Todo el mundo no es Chaplin o Lubistch para poder ironizar con ingenio sobre este peliagudo tema. Aquí, el personaje de la escritora (como Tarantino y otros tantos, para los cuales el movimiento nazi se queda en los símbolos y en su parafernalia) está claro que no se ha enterado de nada, y por muy investigadora que sea, queda muy lejos, a enorme distancia de aquellas mujeres judías que contemplaron desde un punto de vista meditado e intelectual el auge y desarrollo del fascismo en Europa. Ese que les tocó de cerca, que padecieron, y que en algunos casos acabó con sus vidas.



















Pienso en Edith Stein, la autora de “Ser finito y ser eterno”, discípula de Husserl, estudiosa de Kant, Santo Tomás de Aquino y Santa Teresa de Avila, que se convirtió al cristianismo y cuya profunda dialéctica no le sirvió a la hora de acabar en el campo de concentración de Austwich, donde terminaron sus días.
Pienso en Simone Weil, la que para comprender el fascismo en su pura esencia se plantó en Alemania en 1932 con el objeto de tratar y estudiar los fundamentos del fenómeno nazi, autora de “La gravedad y la gracia”, infatigable luchadora frente a la opresión económica e intelectual. Aquella que tras luchar en la guerra de España, combatió el movimiento fascista mientras pudo de todas las formas posibles, con la palabra y participando activamente en la resistencia, pero que finalmente murió en el Paris ocupado por el germen nazi. En uno de sus escritos de 1938 se recoge: “En Hitler no veo ni a un loco ni a un monstruo, y menos aun a un mediocre. Veo a un ser implacable cuya voluntad e imaginación no puede ser detenida por ninguna consideración humana, un ser animado por una inteligencia lúcida y extremadamente audaz. Aplastará a los países colonizados igual que Roma devastaba sus provincias”.
Pienso en Irene Nemirovski, la autora de “los perros y los lobos” o “Suite Francesa” analítica y escalofriante descripción de la desolación de una Francia ocupada y en plena desbandada tras la ocupación alemana. Mujer deportada, arrestada e internada también en el campo de concentración de Austwich por su origen, donde moriría dicen que de tifus.


Pero sobre todo pienso en la mujer que más clarividencia tuvo, la que captó desde el comienzo la monstruosidad que se estaba gestando y tras ciertas dudas prefirió salvar su vida optando por el siempre doloroso exilio. Por supuesto me refiero a Hannah Arendt, una de las pensadoras judías más preclaras de este siglo, autora de “Los origenes del totalitarismo” y de ese fabuloso libro que la discípula de Karl Jaspers tituló de forma premonitoria “Hombres en tiempos de oscuridad”, un sobrecogedor análisis donde el pensamiento político se da la mano con un estudio lúcido del antisemitismo, el imperialismo, la génesis amoral de la barbarie y su lejanía del humanismo renacentista, y todo tomando como base a diferentes personajes que por una u otra razón vivieron, como ella, tiempos oscuros. Y  cito: “Que nadie se equivoque, las ideas de Hitler van mucho más allá del mero colonialismo tal y como lo hemos conocido, van hacia la aniquilación, tal y como Roma hizo con Cartago. Y no me cansaré de advertir, profetizar si se desea, que allí donde se queman libros no se tardará mucho en quemar a los hombres”.


He preferido escoger ejemplos de mujeres por cuanto en este film, la escritora es curiosamente una mujer que en pleno siglo 21 enarbolando las más pueriles y rancias tesis nacionalistas, presenta un libro de clara raíz propagandística. Pero claro, los tiempos han cambiado mucho, y la literatura y el pensamiento ni les cuento. Por supuesto a peor.
Además, esta cinta no se preocupa por analizar el tercer Reich. Eso lo da por sentado. Prefiere centrarse en como el mal envenena también a las víctimas que buscan justicia hasta extremos casi insoportables. Hasta tal punto es así que en esta película uno tiene ocasión de ver lo impensable, la abominación más abyecta que nunca hubiera imaginado: nada menos que una judía a punto de administrarle una inyección letal a un nazi. Se diría que la labor de aquellas aguerridas y lúcidas intelectuales citadas de nada ha servido, pues esta cinta plantea que la corrosión moral afecta también a los judios vengadores, que se ven inmersos en misiones suicidas por un bien mayor, ahí es nada, salvaguardar el buen nombre de su pueblo, aunque ellos piensen que lo hacen en nombre de la justicia. Cobayas a las que desde instancias superiores se les obliga a actuar cual terminators con lavado de cerebro incluido, al más puro estilo ¿nazi?. Aquí, la peor parte se la lleva la mujer, que tiene que pasar por el trago de abrirse de piernas y ser examinada en sus partes más intimas por el carnicero nazi, que en la postguerra ejerce de amable ginecólogo.















Confrontar y hasta equiparar a víctimas y verdugos mostrando las contradicciones y la diferente repulsión ética que ello genera en los ahora torturadores es uno de los propósitos que persigue “La deuda”. Ello convierte a este film en visceral e incómodo, sobre todo cuando encierra a los tres miembros del comando israelí con su particular bestia en un pequeño apartamento. El mal se extiende, corrompe y afecta a todos ellos sin excepción, al igual que sucedía en aquella interesante película de Brian Singer titulada “Verano de corrupción” en la que un adolescente sacaba su lado más oscuro y siniestro al estar en contacto con un antiguo nazi. Aunque a decir verdad, aquí no todos los miembros del comando poseen la misma fortaleza para realizar sus milimétricas acciones sin que les pasen dolorosa factura.
A todo lo anterior hay que añadir que también se tocan temas como la propaganda falsa y las mentiras prefabricadas por el poder establecido, que parecen querer conectar este film con temáticas que ya tocó Eastwood en “Banderas de nuestros padres” y Spielberg en “Munich”, ambos con mayor inspiración.
De este modo la acción, que se articula dos tiempos, tiene un tercer acto en el que nos viene a decir que la historia con mayúsculas necesita sobrevivir a toda costa sobre la base de ciertas mentiras prefabricadas, y que hay asuntos que es preciso concluir para que la mentira perviva. Como si quitar la mancha del más turbio horror fuese posible. Aun así, los personajes consideran que para alcanzar la paz perpetua kantiana es necesaria la caza implacable y sin fin. Un poco al estilo de la novela de Clara Sánchez “Lo que esconde tu nombre”, que plantea la compulsiva caza de nazis en la costa levantina siguiendo sus rastros hasta los geriátricos y asilos si es necesario.















El malestar que todo ello genera se extiende incluso al espectador, que no tiene asidero al que agarrarse en este sórdido viaje en el que las víctimas nunca dejan de serlo por más que adopten la postura del verdugo. Las relaciones personales también se ven contaminadas y profundamente deterioradas. Son las consecuencias de tomarse el tema del fascismo en serio. Uno en este caso no puede permitirse el lujo de disfrutar de una película más de espías nazis ni de malditos bastardos entre cómplices carcajadas. Sus responsables se encargan de tomarnos por una vez por adultos. Luego aquí, aunque el film sea irregular y ciertamente sombrío, la sinceridad de la propuesta provoca que la sonrisa se congele. Termino con Hannah Arendt que por supuesto se expresa mucho mejor “la peor herencia que hemos recibido de esta descomunal barbarie es esta torpe y continua esquizofrenia en la que llevamos décadas sumidos, una amputación constante en la que parece que nos han arrancado el alma del cuerpo…”



martes, 20 de septiembre de 2011

LAS NUEVAS MOSQUETERAS























Nadie obliga, pero en este caso me he impuesto una especie de deberes como espectador. Debido a la nula repercusión crítica y de todo tipo que ha recibido el film “Monte Carlo”, me propuse verlo y comentarlo. ¿Y por que no? me dije. Ya son ganas si, lo se. Esta es en apariencia una de esas películas ante las cuales el más elemental sentido común aconseja huir o abstenerse. Ya, pero resulta que esta última afirmación empecé a cuestionarla unos días antes de su visión ¿Quién es el que ha dicho que este celuloide es peor que cualquier otro? ¿dónde pone tal cosa? ¿quién lo certifica? ¿es que acaso está la cartelera plagada de obras maestras? ¿es que no he vivido más de una decepción disfrazada de falso prestigio a lo largo de los últimos tiempos? ¿Qué puedo perder, dos horas más de mi tiempo? ¿no me ha sucedido tantas otras veces? Pues lo asumo y punto. Entonces, no exento de cierto espíritu suicida me aventuro en busca de la gema cinematográfica perdida de la temporada, el sleeper del año. Vale, que su protagonista es una chiquilla de las series de Disney Channel, lo sé, lo sé, me van a terminar pitando los oídos. Que la banda sonora va a tener cancioncillas teenagers, puede, casi seguro. Pero las entradas ya están compradas. De modo que caminando para dentro.














Nada más entrar muy mala noticia. El techo de la sala se está desprendiendo y ha perdido parte de su estructura, y todo está extremadamente sucio producto supongo de los estragos de la sesión anterior. Hay latas esparcidas, palomitas tiradas en cantidades industriales, sobres de caramelo, en fin, un auténtico panorama. Para colmo el asiento de la butaca se mueve. ¿Significa todo esto que en la sesión previa se ha producido una revolución o batalla campal en la sala ante el presunto esperpento o al contrario, un derroche absoluto de felicidad contagiosa? Como en ese momento no hay respuesta y tras considerar la situación no queda sino hacerse fuerte y olvidar todos esos imponderables. Menos mal que las luces se apagan. Eso si, la ración de trailers me ponen de buen humor, ya que de un plumazo ya se que dos o tres películas no debo ir a ver bajo ningún concepto. Y por fin llegamos a ”Monte Carlo”, the movie.















La película comienza con una descripción gráfica de la arenosa Texas, de donde son las protagonistas, ese árido lugar por donde no querían pasar ni en broma Thelma & Louise. El sentido del humor es light, pero no molesta, y de golpe y porrazo nos encontramos con un bon voyage que promete de todo. Tres mosqueteras  (es un decir, no faltemos al respeto a Dumas) se van a Paris de vacaciones. La protagonista trabaja a la vez que estudia y el viaje conseguido a base de propinas es el premio a su graduación. Se lleva a su amiga camarera, una chica tan jovial y dicharachera como cortita de luces. Y en el último momento el padre decide que se les una la hermanastra, una chica malhumorada, huraña y triste, todo ello producto de un drama familiar que no ha superado. O para resumir, la tierna de buen corazón, la potente que dice las gracias, y la meditabunda intelectual que para colmo es hermanastra, con todo lo que de ellas sabemos por los cuentos.
Esto de los americanos en Paris daría para una enciclopedia de varios tomos. En este caso oh! sorpresa, el aterrizaje parisino tiene muy poco charme y las cosas resultan más bien prosaicas en la ciudad de la luz. Esto no es “Samantha”. Al contrario que Woody Allen, que hace viajar a sus burgueses a Paris y les instala muy cómodamente con todo tipo de alicientes cultos y restaurantes chic, aquí pasa al revés. Estas chicas no tienen a Carla Bruni de cicerone sino a una guía que parece un sargento robocop. El paquete turístico es cochambroso y las tres infelices van sudando a la carrera por Paris en una primera media hora deliciosa. Nada es como habían soñado. Su hotel es de cuarta categoría y cutre, pierden el autobús continuamente y los infernales horarios del viaje, el calor y las escaleras interminables las matan.
Tanto es así, que la película nos regala una escena francamente divertida en la que las tres van casi corriendo por el Louvre a golpe de silbato de la guía de la excursión y tal es su atolondramiento que se paran un momento a reñir entre ellas y a quejarse del calzado que les aprieta justo cuando pasan, pero de espaldas, junto al cuadro de Delacroix “la libertad guiando al pueblo” de lo cual ni se enteran.















Otro tanto les ocurre en el Sacre Coeur, en el que ni se fijan ni conocen y se sientan de espaldas a descansar y hacerse reproches mutuos. Y uno la verdad no se esperaba ese toque de malvada ironía sobre la endémica y enciclopédica ignorancia de los estudiantes usa en una comedia como esta.
Lamentablemente, pasada esa media hora, entramos en un juego de equívocos, un vodevil en el que la chica de buen corazón es confundida con una super pija de la jet set europea, esa que posee mogollón de apellidos. Y ello permite a las tres sufridoras pasarse un fin de semana en Monte Carlo viviendo cual cenicientas y a cuerpo de rey, eso si, con las horas contadas, por que el juego de las apariencias tiene fecha de caducidad.
Y ahí es cuando la película se vuelve excesivamente funcional y un tanto deudora del canal de tv de donde proviene su protagonista. Y aunque se incluyan apartados dramático-sentimentales muy cantados, sobre todo en la resolución del trauma que causa el pesar contínuo de la hermanastra, todo es muy naíf y colorista, aunque eso si muy relajante. Es curiosa la evolución de este género en los últimos tiempos, ya que aquí pese a que las tres chicas prueban la vida fácil de la jet set europea, al final se decantan por otros tipos de vida más cultureta y alternativos. Vamos que, tal y como predijo Sabina, las chicas ya no quieren ser princesas, ahora se lleva más ser de una ong. Sobre las prestaciones del elenco ¿qué digo? Selena Gomez, en fin, pues eso. Katie Kassidy esta más resuelta y para mi la (relativa) sorpresa la da Leighton Mestner que aporta algún matiz interesante a su personaje atormentado. Vaya, se me olvidaba, también salen un par de tíos buenos y cachas que pretenden a las chicas, faltaría más. Hay que ser paritario…















De todos modos, hay tentaciones en las que los directores no debieran caer. Pero claro, a menudo pican y no pueden resistir la posibilidad de citar un clásico. A mitad de “Monte Carlo” la protagonista está en su habitación de hotel de cinco estrellas viendo la tv. En la misma están pasando “Atrapa a un ladrón” y el director no puede ceder a la irresistible tentación de ponernos unas imágenes de Cary Grant y Grace Kelly. Ello tiene un doble efecto rebote. Por una parte, la cinta se resiente ante la visión de los dos mitos y deja al descubierto sus vergüenzas. Evocar el fantasma de Grace o de Audrey en sus andanzas parisinas es un arma muy peligrosa que podría haberse evitado. Pero no juzguemos tan rápido, pues resulta por otra parte que esos fotogramas vuelven a ser otra carga de profundidad contra la actual pero vieja Europa. Nos vienen a decir que la costa azul, su estilo, sus dry martinis y sus bon vivants ya no son ni mucho menos lo que eran. El cine tampoco, añadiría yo.
En este preparado de gelatina de frambuesa todo al final resulta deliberadamente como de cuento, cuando es cierto que la cosa había empezado como muy realista, aunque bien pensado, Cenicienta también las pasaba muy mal al principio. Justo al contrario de lo que le sucede a Woody Allen en su film parisino, que parte de un Paris idealizado, para terminar en una realidad más gris. No obstante, la comedia juega unas cartas conocidas pero siempre dentro de una asumida modestia, lo que en los tiempos que corren es muy de agradecer. Nada es especialmente destacable, pero se mantiene un ritmo narrativo más que aceptable para un film de estas características. Por cierto, los he visto este mismo año mucho peores, y algunos presumían de premios y todo.     


martes, 13 de septiembre de 2011

CIRUGIA FILMICA














En los tiempos de la guerra fría surgió el denominado movimiento de paises no alineados. Ante la hegemonía de las dos superpotencias se trataba de buscar una posición de neutralidad que a su vez hacía una tímida declaración de intenciones en contra del imperialismo en cualquiera de sus dos formas imperantes. La lista de paises incluía miembros de todos los continentes, unos más influyentes y conocidos que otros. Por ejemplo, dentro del grupo se encontraban paises como Bali o Papua Nueva Guinea, cuyo peso específico aun dentro de los no alineados era meramente testimonial. En similar tesitura me siento yo ante el cine de Pedro Almodóvar, un señor con el que al parecer hay que posicionarse. Parece que con su cine no hay términos medios, o se es pro Almodóvar con pasión o se le ignora, odia y menosprecia con saña. Hay fieles devotos de su obra que lo consideran un autor total y a su vez hay quien jamás pisará una sala donde proyecten algo suyo. Conozco ejemplos de ambos casos. Y me da la sensación de que dentro del panorama cinematográfico actual donde todo es muy light, esta guerra de filias y fobias sin matices, y esa controversia constante le deben satisfacer al manchego. Vamos, que para mí que le va la marcha. El caso es que cada estreno, bien sea por una razón o por otra viene acompañado de alguna que otra polémica, en algunos casos  prefabricada y totalmente artificial.
Ya, pero ¿y los no alineados, que? Pues de entrada como estamos un tanto alejados de la irrefrenable adhesión y del odio visceral, pues como que respiramos más tranquilos ajenos a toda controversia. Lo cual no quiere decir que uno no pueda verse alcanzado por la tentación de ser un tanto prudente para no herir sensibilidades, no sea que alguna de las dos facciones se moleste. Aun así, se procurará que no sea este el caso.















Habiendo dejado transcurrir más de una semana desde el momento en que vi “la piel que habito” y curiosamente también “Volver” en tv, ya adelanto sin fisuras que el último film del manchego constituye a mi juicio uno de los esenciales de su filmografía, una pieza clave en su trayectoria, una auténtica radiografía involuntaria de si mismo. Por mucho que se diga que Almodóvar es un autor personal, creo que es aquí donde revela por fin de forma diáfana y cristalina tanto su papel como cineasta como la forma en que está construido ese tan traido y llevado mundo o universo propio.
Para decirlo más claro, creo que esta es una obra profundamente autobiográfica. Y no hace falta adivinar a que personaje se asemeja nuestro manchego universal. Al igual que ese doctor experto en transgénesis que reconstruye la piel de sus criaturas hasta transformarlo todo en algo nuevo, Almodóvar utiliza mil trozos de celuloide distinto para confeccionar, armar y dotar de vida sus complejos y atrabiliarios proyectos. El resultado final, ya lo conocemos, es siempre un híbrido, un ente complejo y difícil de definir. Para su última operación de transgénesis fílmica utiliza trozos de diferentes pieles y texturas: Douglas Sirk y sus desaforados melodramas, Ingmar Bergman y su estudio sobre la identidad, Liliana Cavani y la provocación sexual, Marco Ferreri y los demonios de la carne, Joseph Losey y su admirada “el coleccionista”, Georges Franju y esos “ojos sin rostro”, David Cronemberg y la mutación (de nuevo de la carne) Fritz Lang y sus “deseos humanos”,sin olvidar la “repulsión” de Polanski. Todo ello cuidadosa y meticulosamente ensamblado, una operación quirúrgica que bebe de muchísimas fuentes y en la que se trabaja con espíritu de relojero, colocando (como en la película) cada pequeño trozo de piel fílmica en su exacto lugar tratando de dar con la fórmula perfecta que de cómo resultado el tan celebrado e inimitable mundo Almodóvar. Por tanto, su reputado estilo no surge por generación espontánea, aquí hay muchísimo cálculo y más bien poca experimentación. Cuestión aparte es como resulta para el espectador la digestión de semejante gazpacho con sobredosis de ingredientes y si todas las piezas del complicado puzzle encajan perfectamente en su sitio o no.















Se nos ha vendido esta película como una absoluta ruptura dentro de las constantes que conforman su argumentario. Una especie de giro total en el rumbo y temas que pueblan su cine para configurar un film de terror absoluto. Lo decía él mismo. Pues para nada, esto es para regocijo de unos y reproche de otros un nuevo capítulo reconcentrado de sus constantes más identificativas, solo que para mayor goce contemplativo de sus fans aquí se muestran al desnudo y en su más pura esencia. Ahora bien, sucede que pese a la milimétrica operación de laboratorio, Almodóvar, como le pasa a Banderas en el film, se ensimisma y obsesiona con su criatura, esa que él cree perfecta pero que lamentablemente no lo es tanto, hasta extremos impensables. Conste que aquí ya no hay petardeo, este es un film de gran fisicidad plástica, una obra pensada y muy diseñada en la que se ha cuidado con mimo la puesta en escena y la utilización de la banda sonora más aun de lo habitual, con un Alberto Iglesias muy inspirado. Pero pese a esos suaves travellings estilizados por una casa de diseño con monitores de tv en la que cuelgan cuadros clásicos, y un pormenorizado tratamiento fílmico del trabajo en el laboratorio, no todo es lo que parece, o si.
Si se tira un poco de esa piel fílmica diseñada vía transgénesis por el manchego, sus obsesiones y su mundo de siempre no tardan en aparecer. Sus tramas enrevesadas, retorcidas hasta el paroxismo, su gusto por lo bizarro y extremo, su afición por la transgresión, su gusto por retratar aberraciones sexuales a la par que morales como si no lo fuesen, su particular sentido del humor y la venganza, su extravagancia (ese tigrinho…). Todo ello se da la mano en un itinerario ambiguo y moralmente subyugante marca de la casa, una entrada para un viaje que ¡lástima! empieza a ser demasiado reconocible, tanto que algunos pasajes se adivinan. Ejemplo: Este director es tan consciente de lo decididamente extremo de sus propuestas que no hay película en la que no nos regale a mitad de metraje una especie de descanso a modo de relax o visite nuestro bar en su particular ascensor para el cadalso. Debe ser, digo yo, para que el espectador tome aire y respire ante tanto frenesí, pero el caso es que nunca falta a la cita esa canción en vivo alusiva al tema tratado (en este caso interpretado por Concha Buika). Ahora que lo pienso, no me extrañaría la existencia de un cd  con canciones de los films de Almodóvar.















“La piel que habito” se convierte a parte de una nueva parada y fonda en el retrato de sus particulares neurosis coloristas, muy apreciadas en determinadas cancillerías (léase festivales) en toda una declaración de principios, una auténtica confesión en la que el propio cineasta está a punto de autoinmolarse al revelarnos a través de la transgénesis como procede para dar vida a sus criaturas fílmicas híbridas e inclasificables. Olvídense de la frescura de films curiosos como “Que he hecho yo para merecer esto”. En esos momentos aun no era tan ambicioso, solo buscaba divertirse. Ahora, como en todo su último cine se dan cita lo mejor, lo sugerente, lo inspirado, lo discutible, lo muy malo y lo peor. A momentos e ideas de auténtica inspiración les siguen otros de auténtico sonrojo. Mientras Elena Anaya se encarga de componer un complejo y rico personaje, el director no puede evitar cargar con el fardo de todos los tópicos posibles a Marisa Paredes, ama de llaves torturada, con otra historia tremebunda detrás que nos tiene que explicar su delirante drama como en las peores fotonovelas para que nos enteremos. Y al buscado hieratismo de Banderas, yo lo llamo de forma más sencilla, inexpresividad. La estructura dramática es tan aparentemente compleja que al cirujano-director al coser su particular frankenstein le quedan algunos cabos sueltos. Por ejemplo, el interesante y nada mal perfilado personaje de la hija, ha de convivir con su última extravaganza u ocurrencia “graciosa”, ese vergonzante “tigrinho” brasileiro sobre el que mejor sería correr un manto de silencio. Por cierto, lo peor del sujeto no es el disfraz, sino la simplona y bochornosa cutrez que despliega, impropia de cualquier autor que se precie, con mayúsculas o con minúsculas.















Aun así, entre todo el irregular conjunto se destilan entre plano y plano momentos de verdadera autenticidad, ambiguas sensaciones atractivas y actores como Barbara Lennie que saben poner el contrapunto a un proyecto fallido debido a que la operación quirúrgica, la maquinaria del artefacto se revela en toda su plenitud, afectando no solo al personaje cobaya, sino lo que es más grave al propio celuloide. Lo dicho, una auténtica transgénesis fílmica. La cual también atañe de modo indudable y definitorio a Raimunda, el personaje protagonista de “Volver”, película que tuve ocasión de ver esa misma semana. Penélope Cruz no compone e interpreta, como puede parecer a primera vista, un personaje costumbrista de modo naturalista, sino que es otra construcción de laboratorio en la que la mamma maggioratta de los 50 se funde con la tradicional mujer española de rompe y rasga, algo así como una fusión transgenética entre Sophía Loren y la Emma Penella de “El verdugo”.
Ahora bien, ¿significa todo lo anterior que estos films carezcan de personalidad? En absoluto, más bien podría decirse lo contrario, que poseen una acusada y excesiva personalidad. Y si algo puede afirmarse es que los giros de guión al límite de lo verosímil y la abundante carga psicológica, psicotrónica, obsesiva y sexual supone en muchas ocasiones un equipaje muy voluminoso y enrevesado al cual no siempre se logra dotar de la forma fílmica más adecuada. Estamos pues ante una aparentemente nueva pero ya conocida rareza (ahora de tintes clásicos) que bucea de forma abrupta en la obsesión y que en ocasiones toca fibras muy sensibles y de alto voltaje. Decididamente irregular, atractiva a ratos, muy decepcionante otros; en todo caso al autor, su acusado empacho de autoría le hace perderse por los vericuetos del exceso made in la mancha. Tal vez en el próximo experimento transgenérico y transgenético de laboratorio haya más suerte y se mejore el resultado, o el cirujano tenga las manos menos temblorosas a la hora de mezclar ingredientes y sabores.

martes, 6 de septiembre de 2011

LUCES, CAMARA, ACCION, ¿ALMA?














Tengo la manía de guardar algunas revistas. Ya que este verano se han propuesto que volvamos a los 80, tomémosles la palabra. En el mes de noviembre de 1982, con motivo de la presentación en España de “ET” El Pais Semanal publicó una entrevista de cuatro páginas a Steven Spielberg donde este declaraba: “Empecé a hacer cine a los doce años. Mi padre se compró un equipo de cine familiar y hacía películas de nuestras vacaciones cuando salíamos de camping. Pero la verdad es que era muy malo, movía demasiado la cámara y apenas se veía nada, de modo que pronto me convertí en el cámara oficial de la familia. Hacía filmaciones e inventaba historias con mis hermanas, y a veces les ponía salsa de tomate o les maquillaba simulando que les atacaba una bestia o algo parecido. Así es como empecé, como un hobbie. Pero sobre todo, lo que me decidió fue que yo tenía un tren eléctrico fantástico, en realidad era el único juguete de valor que tenía...Y me encantaba hacer chocar las locomotoras de mil maneras distintas. Pero claro, a fuerza de hacer chocar los trenes las piezas se estropeaban y un día mi padre muy enfadado me dijo que no me compraría más piezas ni me lo arreglaría más. Entonces pensé como podría perpetuar mi tren eléctrico y se me ocurrió filmar un espectacular choque de trenes con la cámara familiar de ocho milímetros”.















Volvamos a 2011. Ya antes de ver “Super 8”,  cuando contemplaba el cartel por la calle surgía sin cesar una pregunta. Por cierto, el cartel ha sido cambiado, nada tiene que ver con el que se usó en la promoción previa. “Super 8”, como todo el mundo sabe ha sido confeccionada y sobre todo vendida ya desde su cartel como un genuino regreso al más puro estilo Amblin, o sea al más puro Spielberg, o al menos eso nos cuentan. ¿Pero es eso verdad? Y en todo caso ¿Debemos hacer caso y seguir la corriente? No lo se, pero el caso es que una y otra vez, tal y como decía volvía de manera insistente la pregunta recurrente. Antes ni me la planteaba, es más me importaba muy poco, pero claro, esta película de gran aparato publicitario obliga a ello. ¿Qué cual es la pregunta? Pues muy sencilla ¿Por qué razón fracasó Amblin? Y no se admiten atenuantes, ya que Amblin desapareció del mapa de forma que se fue diluyendo hasta no dejar rastro. Es más, recuerdo muy bien que llegó un momento en el que la aparición al comienzo de una película del símbolo de la bicicleta con el extraterrestre en la cesta se convirtió en sinónimo de muy mal rollo. Hay quien piensa que ese símbolo y sus secuelas e imitaciones son en parte responsables del bajo nivel e infantilización del cine de los 80, cuestión que no nos ha abandonado todavía.
Hasta tal punto fue así que cuando Spielberg cofundó Dreamworks, descartó rápidamente ese anagrama para el estudio, huyendo de él como de la malaria. En mi opinión las razones del fracaso y desaparición de Amblin fueron dos y afectan directamente a esta pretendida resurrección de ese espíritu que es “Super 8”.

La primera razón es que el cine Amblin pretendía seguir los pasos que marcó Spielberg con ET, “Encuentros en la tercera fase” y hasta si me apuran “En busca del arca perdida”. Era un intento de perpetuar la magia y el sentido de la maravilla que habían desplegado el tandem Lucas y Spielberg. Sin embargo, si ya las películas realizadas por estos partían de una reformulación de esquemas clásicos pasados por el filtro de una nueva forma de narrar, ello no ocurrió con los films que siguieron, los cuales en mi opinión nunca alcanzaron ni de lejos el nivel del modelo del que partían. Eran films simpáticos, cierto, pero resultaban a cada nueva entrega más formularios y miméticos, intentando desesperadamente sin conseguirlo buscar la huella y la magia del maestro, ese sentido de la maravilla que tanto se preconizaba. “Cuando me refiero a Encuentros y ET me gusta comprobar como el espectador a la salida del cine mira inconscientemente a las estrellas, es algo instintivo” decía en la misma entrevista.
Pero en mi opinión hay otra razón de mucho mayor peso y que en ocasiones se olvida, yo creo que a propósito. Los films Amblin, siempre fueron en realidad descartes de Spielberg, eran los films que le hubiera gustado hacer en 1980  o 1982, pero una vez realizados los suyos, esos temas dejaron de interesarle,pasaron a segundo plano y se fabricó esa marca como mero reclamo comercial, pero para que esas ideas las llevasen a la pantalla otros. Y así mientras muchos directores se mataban por hacer un film Amblin y pertenecer a la factoría Spielberg, él mismo ya estaba a otras cosas, maduraba y comenzaba a tener inquietudes muy distintas, y que nada tenían que ver con extraterrestres, lucecitas azules y encuentros con la tercera o cuarta fase.
En la misma entrevista se despacha con esta perla que reproduzco “Cuando hago películas no pienso como cineasta, sino como espectador en la butaca. Yo soy un director de la costa oeste. Si uno entra en una reunión para una película en la que están sentados Scorsese, Coppola o Woody Allen los verían discutiendo sobre su experiencia en la vida, los dramas familiares y conyugales, la angustia nocturna y sus duras experiencias en la gran ciudad. Y eso es muy válido. Pero nosotros trabajamos de forma distinta. George Lucas y yo estaríamos alrededor de la misma mesa diciendo: “al público le encantaría ver una secuencia completa donde una gigantesca roca sale de una cueva siniestra y persigue a Indiana Jones”.
















Pero, que conste, ese era su pensamiento en 1982, el cual no obstante evolucionó y de que manera. Es cuando se empezó a ver que Spielberg no solo era un buen creador de formas, sino también un director profundo, poliédrico, experimental, avanzado y de gran envergadura, al que ni mucho menos se puede identificar o etiquetar “solo” por esos films de sus comienzos tal y como se hace a menudo. De esta forma, mientras otros hacían “El secreto de la pirámide” o “Gremlins 2” él estaba ya metido de lleno en proyectos muy diferentes, y que por supuesto también son Spielberg, incluso más que los del principio. Es el caso de “El imperio del sol” “la lista de Schindler”, “Munich” o “Minority Report”. Se puede argumentar que en todos ellos se aborda, al igual que en ET uno de sus temas clave, la orfandad, que alcanza incluso a “Salvar al Soldado Ryan” o “Inteligencia Artificial”. Pero todo ello desde una perspectiva mucho más adulta, reflexiva y hasta oscura. Véase sino esa magnífica e ignorada película suya “Catch me if you can” (Atrápame si puedes) de la que muy pocos se acuerdan. Solo cuando las necesidades económicas se lo han impuesto ha vuelto a refugiarse en su antigua fórmula para regocijo de muchos (Parque Jurásico). Es curiosa la anécdota durante la promoción de “la guerra de los mundos”. Un periodista le pregunta si la película de Haskin es para él un clásico referente, a lo que contesta tajante que es un film que le divirtió en su momento pero que rotundamente no, que su referente absoluto es “Lawrence de Arabia”.
Conclusión. “Super 8” emprende la operación nostalgia basándose en una mínima parte del universo Spielberg, el cual no tiene inconveniente en entrar en el juego y producir. El señor Abrams, que ya versionó Misión imposible y Star trek demuestra en 2011 algo pavoroso: Tiene muy pocas cosas originales que contar. Este es de esos cineastas a los que de forma adolescente les gusta materializar el deseo de hacer el cine que veían cuando eran niños. E incluso, en su megalomanía cinéfila no duda en intentar superar al que considera su maestro. Resulta muy curioso y hasta difícil discernir si esto es un homenaje o un descarado mix fotocopiado de los films Amblin. Ellos dicen que homenaje, pero claro, que van a decir.















En su contra hay que argumentar que esta mezcla de “Exploradores” “Cuenta Conmigo” y “Juegos ge guerra” ya nos la contaron varias veces con mejor o peor fortuna, y que ideas propias, ninguna. A parte de que aquí en ningún momento se alcanza la presunta magia que se persigue y que era marca de la casa, algo que por desgracia ya les ocurría a la mayoría de films Amblin. En su favor está la indudable pasión con la que Abrams se entrega a la filmación de lo que sin duda para él constituye un sueño hecho realidad. Y ello se nota positivamente en el resultado,  básicamente en la dirección de actores. Aunque para él, poco importa que muchos pasajes sean absolutamente arquetípicos, y que el cuerpo dramático sea endeble mientras pueda rodar chicos en bicicleta que con sus linternas ayudan a extraterrestres a volver a casa. Todo milimétricamente calculado.
En realidad, un ejercicio de cine sobre cine al que no le falta nada que el espectador avisado no conozca y espere. Por supuesto, está el principal ingrediente de su alma mater ET: El refugio en lo fantástico y sobrenatural, en otra vida ensoñadora ante un presente decididamente prosaico y gris. Al final, con una media sonrisa podemos decir, vale, de acuerdo, te admitimos como chico Amblin, o como se decía en los ochenta miembro oficial “de la factoría Spielberg”. Aunque la sensación de “deja vu” se come el film de principio a fin, aunque de eso se trata ¿no?, de hacer un homenaje nostálgico con un ojo guiñado al espectador. Como si no existiera el DVD. Solo añadir dos cosas. La primera es que uno puede imaginar en que estado comatoso se encuentra el cine de hoy para que se reciba esta fábula simpática con honores. La segunda, que por lo que a mi respecta, cuando este señor (me refiero a Abrams) tenga algo propio y original que contar, pues eso, que avise.