jueves, 26 de julio de 2012

ASUNTOS DE MUJERES



En este caso no se va a hacer uso de citas clásicas. Ni Afrodita, ni Venus ni Casiopea. No es necesario. Julio Iglesias trató la cuestión y fue muy rotundo. Tal vez de forma menos hermosa que cualquier poeta griego o romántico, pero lo dijo mucho más claro: “Me gustan las mujeres, me gusta el vino”. Lo que no se comparte aquí es la estrofa que sigue “y si tengo que olvidar bebo y olvido”. Se comprende pero es que aquí de lo que se va a tratar  es precisamente de lo contrario. Vamos a recordar, hay cosas que no merecen el olvido. En este caso, el asunto surge por cuanto algunos comentarios sobre las dos musas de Claude Chabrol, su obra y su fetichismo dejaron el asunto a medias y ello obliga a completar el mosaico femenino. Invita a coger el desvío que conduce a una autopista recién asfaltada que conduce al museo del recuerdo cinéfilo. Una especie de ruta 66 a la francesa en la que se hará un repaso rápido a "las otras". Las que aparentemente podrían denominarse no musas de Chabrol. Ya se comentó en las dos entradas anteriores dedicadas al francés que su obsesiva fijación fetichista se centró en Stephane Audran e Isabelle Huppert. Son a día de hoy sus musas oficiales.
Sin embargo, un repaso somero a su filmografía demuestra que la mujer en el cine de este hombre jugaba un papel capital. Y ello le llevó a trabajar con un abanico enorme de mujeres que no deben ni pueden quedar en la cuneta de la indiferencia. Como alguien dijo muy acertadamente en un comentario Chabrol hizo el amor con la cámara no solo a sus dos favoritas. La lista es enorme y variopinta y sirve para darse cuenta hasta que punto puede decirse que Chabrol igualó e incluso superó a su maestro Hitchcock en cuanto a las féminas que tuvo el placer de dirigir, mirar y escudriñar compulsivamente a través del ojo indiscreto del objetivo.
Sin seguir un orden de preferencia, y dado que por alguien hay que comenzar, la primera va a ser Jacqueline Bissett con quien trabajó en “La ceremonia” componiendo a una señora de la alta sociedad que se ve convertida por obra y gracia de otras dos mujeres en objeto de deseo criminal. Sencillamente me niego a describir  a esta mujer. No es cuestión de ponerse en evidencia.

Michèle Morgan, star en sus tiempos que conoció las mieles y las amarguras a ambos lados del atlántico. Tras sus contratos y frustraciones con RKO y Universal, volvió a Europa. gran dama de la escena y el cine europeo participó en otra cinta ambigua y siniestra, sacada, como no,  de las páginas de sucesos, “Landrú” aportando su clase y su charme habitual.


Danielle Darrieux, otro mito del cine Francés y universal. LLegó a trabajar con Wilder, con Mankiewicz, con Ophüls o con Anatole Litvak entre otros. Pero también fue retratada para siempre por el ojo clínico de Chabrol. Aportando clase a raudales en la película citada que narraba las andanzas de Henry Landrú, asesino en serie real que usaba las páginas de contactos de los periódicos parisinos para buscar víctimas. Ambas deben enfrentarse a la fiereza de la bestia humana en el film del mismo título.


La siempre enigmática y elegante Alida Valli, tras su periplo americano regresa a Europa. Chabrol se percata rápidamente de ello y no duda en llamarla. La Valli se puso a sus ordenes en el film “Ophelia”, película en la que es protagonista absoluta y que coorresponde a la primera etapa del autor. Una reinterprertación del mito  del bardo según las constantes del cineasta francés, lo que es lo mismo que decir a contracorriente y con claroscuros.

La presencia erótica por excelencia del cine europeo de los setenta, Silvia Kristel, era la protagonista de “Alicia o la última fuga”. Uno de los escasos intentos en los que la actriz pudo escapar a duras penas de las garras de su imagen iconográfica. Aunque cayó en otras garras también peligrosas, las del director francés y su lente siempre peligrosa e incisiva ante el fenómeno femenino...




Otro mito icónico del cine europeo (y van...) y sobre todo de la nouvelle vague, Jean Seberg fue su actriz en al menos dos films, “La línea de demarcación” y “la ruta de corinto”. Sería impensable e incluso contra natura imaginar que Chabrol no aprovechase las condiciones de fenómeno de toda una generación que se reunían en esta actriz para sacar provecho en alguna de sus obras.


Y fue entonces cuando decidió romper moldes geográficos. Dando un salto enorme cruzando el charco tuvo el placer de trabajar con Ann Margret, que representaba el modelo americano de señorita muy chic. Un sueño que se hizo realidad en “Locuras de un matrimonio burgués" en la que Chabrol utiliza esa imagen para darle la vuelta y como no, mostrar sus sombras y su lado oscuro.

Mucho antes de ser musa de Woody Allen, Mía Farrow se las vería con Chabrol y Belmondo en “Doctor Casanova” junto a Laura Antonelli, otro mito sexual italiano. Al igual que hizo con Ophelia, Chabrol aporta su genuino y muy particular punto de vista al mito del conquistador amoroso por excelencia.

Y ya puestos,  mucho antes de vivir traumatizada por el silencio de los corderos, Jodie Foster también había visitado la campiña y se acomodó chez Chabrol en “Le sang des autres”. Ni que decir tiene que el francés había visto varias veces al taxista neoyorkino por excelencia y su peripecia nocturna. Su galopante cinefilia es proverbialmente conocida. Jodie Foster no lo dudó y se puso bajo su batuta.


 La enigmática, ambígua y siniestra Jaqueline Sassard fue la rival y amante de Stephane Audran en “las ciervas”,  irregular película con un final demoledor con ambas mano a mano y con cuchillo de por medio. Si el adrian Lyne de "Atracción fatal" viese la sutileza del final entre ambas, se avergonzaría de inmediato ante su gritón y grandilocuente desenlace.

La mítica, sensual, seductora y no se cuantas cosas más (pues siempre faltan adjetivos que hagan justicia a esta mujer) Romy Schneider se puso a sus ordenes en “Inocentes con manos sucias”. Y estuvo como solía,sobresaliente. No podía ser de otra forma. Solo por verla a ella moverse en escena ya merece el visionado. Aunque mencionarlo sea una auténtica obviedad


Actriz desconcertante, tímida unas veces y con tendencia al exceso en ocasiones, Emmanuelle Beart compuso un personaje realmente turbador en uno de sus films más tenebrosos y oscuros “El infierno”. Alto voltaje.


Con Jennifer Beals, actriz desaprovechada, marcada por su debut, pero de atractivo siniestro y misterioso, y en todo caso una belleza singular que no ha tenido la suerte que tal vez merecía, trabajó en ese homenaje a su otro maestro Fritz Lang en “Doctor M”,despojándola de sus vicios y tics y convirtiéndola en actriz de carne y hueso. Ella después volvió a sus tics. En todo caso, una elección sorprendente. 

Otra actriz de gran prestigio en su país, Nathalie Baye, con una carrera extensísima tanto en comedia como en drama. Spielberg la fichó para “Atrápame si puedes”, y trabajó con Chabrol en otra corrosiva cinta, excelente y embriagadora “La flor del mal”. Film y actriz a seguir sin reservas. En su presencia se resume ese charme tan característico del país galo. Sin embargo tras su pose hay una actriz de gran calado. 


Y en otro turbio policíaco en un agreste marco rural se daban cita dos actrices muy de su gusto. La exquisitez de la evanescente Sandrine Bonnaire, esposa con sospechas de todo tipo en un aislado entorno repleto de acantilados y misterios…. ¿con quien se encontrará allí?

Nada menos que con la hermanísima de la ex primera dama de Francia y de la canción francesa: Valeria Bruni-Tedeschi, que incorpora a una detective local muy particular. Ambas son las protagonistas de otra cinta de grán interés, "En el corazón de la mentira". Valeria es un personaje clave del último cine europeo, tanto delante como sobretodo detrás de las cámaras. Habrá que volver sobre ella en otro momento con más detenimiento y en exclusiva.

Terminamos con un sorprendente descubrimiento de última hora, Ludivine Sagnier, protagonista de uno de los films más inquietantes y ambiguos de los últimos años del director: “Una chica cortada en dos”.
Esta sorprendente macedonia no cubre todo el universo del cineasta pero proporciona algunas respuestas. El cine de Claude Chabrol está por tanto poblado de intriga, de misterio, de una progresiva depuración de las formas narrativas buceando en todos los recovecos del alma humana sin descanso. Es conocida su afición a radiografiar las miserias de la clase media y a plasmar en sus obras los más cotidianos y a la vez perturbadores ejemplos que le proporcionan las páginas de sucesos de los diarios. Pero también y sobre todo está plagado para plasmar todo ello de un plantel de mujeres absolutamente diferentes, hipnóticas, seductoras y en muchos casos hermosísimas. De este modo se palía en cierto modo una carencia. No son solo esas dos musas citadas. Son muchas más,  alguna ha quedado en el tintero. Y casi todas de gran categoría. Creo que fue Groucho Marx, quién si no,  el que dijo al entrar en una fiesta repleta de bellezas “sírvase quien pueda”.   

martes, 17 de julio de 2012

INDIGNACIÓN POSITIVA




Hace ya mucho tiempo que se escucha esa canción que dice que conviene tomarse las cosas con calma. En la vida y por tanto también en el cine. Otra cosa es que el personal se lo pueda permitir. Se puede tirar de manual y usar un tópico como excusa. El calor. No sería necesario pero se va a hacer. Y es que desde hace demasiados años, suscribo aquella máxima que dice que la vida (y por lo tanto también el cine) pueden afrontarse de dos formas. La primera sería la responsable, seria, intelectual, analítica, observadora, consecuente... Esto ahora mismo lleva a la consulta de algún psicólogo, a la cola de Cáritas, a la manifestación indignada, a la desobediencia civil, al cabreo y al mal sueño. La segunda opción es la que se puede denominar nihilista-jaranera con un componente vitalista, ingenuo y optimista. Proporciona algún que otro pasajero momento kit-kat. Si adopto la primera opción para hablar de “los nombres del amor” (les nomes des gens) película de Michel Leclerc, puede despertarse pronto la bestia dormida y empezar a repartir adjetivos y citar ausencias y referencias que no solo dejarían a la película en dudoso lugar, sino que serían un tanto injustas. Sobre todo si se aplica la ecuación pretensiones-resultados y se tiene en cuenta su peculiar sentido del humor absurdo.
Ahora bien, si nos agarramos al calor y utilizamos la fórmula nihilista-jaranera la cosa cambia mucho. Es decir, si uno saborea esta cinta no como un carísimo rioja cosecha del 64, sino como un tinto de verano, con abundante gaseosa y un par de hielos.





No obstante, ello no va a evitar el análisis habitual. Y para hacerlo más pomposo nada como comenzar con una cita. Fue Newton según unos pocos, Freud según la mayoría el que dijo que nuestros actos y nuestro carácter a lo largo de la vida vienen marcados por nuestras experiencias durante los siete primeros años de vida. Consciente de ello, Michel Leclerc en los primeros minutos de “los nombres del amor” nos narra con gran fluidez la infancia de sus dos protagonistas: Arthur Martin (Jacques Gamblin), un tristón tipo gris que trabaja analizando las causas de la muerte de animales en vía de extinción, discreto, acomplejado, miedoso, cerrado en si mismo y con una visión miope de la sociedad. El anónimo funcionario que para colmo y debido a todo lo anterior tiene un nulo éxito con las mujeres.
Vamos con ella y abróchense los cinturones: Baya Benmahoud (léase “Bahía”) es el nuevo espíritu libre del siglo XXI. Un torrente de solidaridad fresco, vitalista y sin freno que ha convertido su vida en una causa política con la mayor de las sonrisas. Su objetivo primordial es cambiar el mundo. Y por supuesto tiene un plan. Como activista y liberada mujer de izquierdas considera que Francia es un nido de estúpidos fascistas. Según ella están por todas partes y conviene revertir la situación cuanto antes. Para ello nada mejor que aplicar una fórmula que,según ella, arroja resultados infalibles. El plan es utilizar su cuerpo como arma de destrucción masiva y acostarse con cuantos más enemigos políticos mejor. Atentos, ya que por la causa, solo se acuesta con gente de derechas, y hace con ellos el amor, no la guerra. Y según manifiesta hay que ser muy habilidosa para saber introducir soflamas y consignas libertarias justo antes del orgasmo para que calen hondo en el enemigo. Y en un par de semanas o a lo sumo un mes el cambio de ideología está en marcha. Porta un cuaderno en el que a modo de diario lleva la cuenta de los ineptos que han caído en sus redes y han sido convertidos. Desde un broker de bolsa que ahora cuida rebaños de ovejas en un proyecto solidario, hasta un político ultra nacionalista que ahora está reconstruyendo poblados con una ONG.



No duda en calificarse de puta política. Y llegará a publicar un libro titulado así, “Memorias de una puta política” en el que narra sus experiencias. Al ser entrevistada en tv manifiesta que su sistema es más fácil de lo que parece, pues los fascistas de derechas solo poseen dos o tres ideas y algunos ni eso. Solo tiene un punto debil. Cuando se enamore de verdad la tarea ya no resultará tan fácil.
El choque de trenes entre el soso y práctico funcionario y la activista a tiempo completo no tiene desperdicio. Él se escandaliza por todo. A ella (“¿comemos primero y follamos después o al revés? decídete que tengo hambre”) le sobran todos los corsés, razón por la cual la ropa es un estorbo del que se desprende a las primeras de cambio. Cuidado, no es una exhibicionista, es que lleva la libertad política y la no sumisión a ataduras hasta sus últimas consecuencias. No es casualidad que lleve casi siempre ropa que tiende a caerse cuando menos se lo espera dejando asomar sus senos en plena calle o en el supermercado. Como en “la libertad guiando al pueblo”.



Podría pensarse que estamos ante un producto actualizado que reproduce los esquemas propios de Howard Hawks en “La fiera de mi niña” o “Su juego favorito”. En ambas una mujer liberada de rompe y rasga trastoca la rutinaria vida del torpe elemento masculino. Pero aunque algo de ello hay conviene no ir por ahí por cuanto la película puede quedar seriamente tocada. Tampoco estamos ante una díscola heredera del personaje de Barbra Streisand en “Tal como éramos”. Baya (espléndida y contagiosa Sara Forestier) no acumula cabreo sino un buen rollo y optimismo constantes. Indignación positiva. El referente asumido está en la gran manzana y se llama Woody Allen. Todo aquel que haya disfrutado de esas parejas con chica terremoto y señor mayor, muy propias del de Nueva York se sentirá aquí como en el salón de su casa. No hace falta ni citar los títulos. Se ve que este director se lo pasó en grande con Penélope Cruz en su rol de María Elena, o con el de Lucy Punch o Evan Rachel Wood en sus últimos films. Aunque Sara Forestier no sea una tontita acogida por un maduro. Aquí los roles se invierten. Ella es un ingenuo tsunami femenino que arrasa con el pobre funcionario con complejos y con todo lo que se ponga por delante.
Los paralelismos con Allen van más allá. Curiosamente han titulado esta película en España “los nombres del amor” cuando su título real es “les nomes des gens”. Y es que bajo su aparente dislate cómico de gran efectividad pero que en el fondo se agota en su propia formulación, existe toda una aguda observación sobre la identidad, la inmigración y el propio hecho de ser (o no ser) francés. También sobre la religión y el racismo. Jacques Gamblin arrastra un triste pasado judío con familiares víctimas del holocausto. Y su madre, aparente francesa de toda la vida, sufrirá la intolerancia étnica y religiosa cuando pierde su documentación. Mientras, Bahía (o Baya) es una inmigrante de Argelia hija de árabes. Aunque no se considera musulmana. Y lo que parecía un juego divertido adquiere por momentos otras tonalidades al mezclarse en un gustoso y refrescante batido religión, política, sexo, etnia, cultura y la herencia de los antepasados.



Todo con un ritmo y una ligereza que se agradecen. Esa mixtura, ese cóctel, le llevan a considerar multitud de temas que como en Allen pueblan la película de diferentes lecturas, unas más atractivas y conseguidas que otras. Ella desea poblar el mundo de bastardos para luchar contra los nacionalismos ultra e incluso siente cierto malestar por “no parecer árabe” pese a serlo.
Razonamientos de humor absurdo y vitriólico de este tipo nos llevan al principio del texto. Si se realiza un análisis riguroso y severo aparecen fallas. Pero bien se podría pensar que el director realiza una soterrada crítica a la progresiva simplificación del pensamiento precisamente en el país que generó la ilustración y que más ha reflexionado sobre estas cuestiones. Y se podrían citar muchos autores que Baya jamás ha leído ni leerá. Pero esa es la cuestión. El director juega a la guerra de sexos mezclada con política ficción irreverente y cáustica, pero tiene muy claro que aquí no se pretende formular tesis ni adoctrinar.
Se abordan muchas cuestiones de soslayo, todas  para animar el debate y mostrar contradicciones humanas, temas que seguro ganarán en un segundo visionado. Por ejemplo, todo lo relacionado con los personajes de los padres de ambos, de gran interés y fina ironía. Pero en la primera visión el tsunami Forestier arrasa. Chisposa, deshinbida y deslumbrante. Uno no puede evitar la carcajada espontánea ante escenas como esa en la que nuestra activista se desespera cuando acude decidida a votar a Segolene Royal y por error vota a Sarkozy. Y encima cree que ha sido su voto el que le ha dado la victoria. Impagable.



Por supuesto no estamos ante una grandísima película. El ritmo no es el de “luna nueva” y la química entre los actores no es la de aquellos, claro está. Y el guión tiene sus lagunas. El intento de screwball no está plenamente conseguido. Pero si que es una propuesta que dentro de su franca modestia revitaliza los anquilosados engranajes de la comedia. Y permite reflexionar. Incluso respecto de cuestiones de la vida real. Después de ver esta película y su radical tratamiento sexual para cambiar ideologías, mi canción del verano ya no puede ser la que ha compuesto un cantautor dedicada a Andrea Fabra. Es más, el tiempo del verbo no me parece el más adecuado. Nuestra activista francesa particular tiene para la diputada una receta mucho mejor. Ya saben, lo cuenta en sus memorias. La mejor penitencia para ella sería que, tras pasar por su lecho varias veces  y conocer y sucumbir al amor de verdad, decidiese arrepentida abandonar su cargo y colaborar sine díe como voluntaria y sin cobrar repartiendo diariamente ropa y comida en la cocina económica en jornada intensiva. O fregando suelos en un albergue solidario para inmigrantes. Por amor a los demás. Son sólo algunos ejemplos.

viernes, 6 de julio de 2012

ISABELLE HUPPERT: LA MIRADA PELIRROJA



Seducción fatal. Mirada gélida. Fetichismo. Al hablar de Stephane Audran y Claude Chabrol se comentó que el director francés tuvo otra musa, Isabelle Huppert. Ambos admiten esa condición. Se abordarán aquí tres cuestiones. El referido a la propia actriz. A su específica colaboración con Chabrol, y para terminar nos centraremos, por su interés, en su último trabajo juntos “Borrachera de Poder” (l’ivresse du pouvoir). Ante todo señalar que Chabrol apostó fuerte. Se permitió el lujo de hacer coincidir en un mismo film a ambos anhelos femeninos, lo que imagino que debe suponer la máxima expresión del morbo para un cineasta de sus características. Es como si Hitchcock hubiese tenido en un mismo reparto a Kim Novak y Grace Kelly. El riesgo de cortocircuito o infarto se multiplica. Chabrol se atreve y en “Violette Nozière” que en España se tituló “Prostituta de día, señorita de noche”, mete en la coctelera a sus dos musas. Stephane Audran es nada menos que la madre de la protagonista, Isabelle Huppert. Aunque la tremebunda historia está sacada de las páginas de sucesos, lo curioso del caso es que en un nuevo ejercicio metalingüístico que no parece casual, la nueva musa envenena sin escrúpulos a la antigua, como si el director, haciendo las veces de demiurgo que maneja los hilos, decidiese en pantalla que el momento del cambio ha llegado. 


Ello no significa que Chabrol no volviese a trabajar nunca más con Audran, pero a partir de entonces sus apariciones serán muy esporádicas. Había un nuevo fetiche femenino en el que indagar con posibilidades infinitas.
Por cierto, eso no significa tampoco que Isabelle Huppert, de carrera muy prolífica, se consagrase en cuerpo y alma a Claude Chabrol. Como todo el mundo sabe, esta actriz todo terreno ha trabajado con infinidad de directores y a lo largo de las tres últimas décadas ha probado de todo. Nos centraremos en su relación con el cineasta francés y la exploración del mundo femenino que realiza con ella.



Curiosamente ello nos lleva a tres modelos  femeninos. El primero es la criminal de extracción muy baja y humilde. Mujeres pobres de escasa educación que no dudan en usar el crimen. El hecho de utilizar casos extraídos de la prensa le aporta verosimilitud. E Isabelle Huppert le sirve como anillo al dedo. En “Violette Noziére” para mantener a un amante, roba y envenena a sus progenitores y es enjuiciada por ello. En la vista alegará abusos paternos que por cierto no quedan claros. En “Asunto de mujeres” y en “la Ceremonia” Chabrol abandona su tradicional diagnóstico crítico de las clases medias burguesas para dar su visión de la lucha de clases. El proletariado queda personificado en Isabelle Huppert y Sandrinne Bonnaire. Una chica de la limpieza y una cartera de pueblo, ambas resentidas y semianalfabetas proyectan asesinar a una familia de clase alta. O bien criminales que practican abortos ilegales en el caso de “Une affaire de femmes”. Todas estas mujeres autodestructivas viven en continua claustrofobia emocional y psicológica. La consecuencia de todo ello no podía ser otra que la adaptación de “Madame Bovary” donde pese a la excelente interpretación de la Huppert, se nota el enorme respeto que Chabrol siente por la obra de Flauvert ofreciendo una película muy correcta y académica, pero tal vez sin el desgarro necesario.     
Tras esta etapa de mujer proletaria y criminal, el tandem Chabrol-Huppert va a la búsqueda de un nivel de mayor sofisticación femenina. Tanto en “No va más” (Rien ne va plus) como en “Gracias por el chocolate” (merci pour le chocolate), convive el amago de thriller con la ironía, el drama soterrado con el sentido del humor y la ambición con cierto estilo.



El sorprendente paso definitivo hacia lo que Chabrol entiende por la mujer del siglo XXI se encuentra en “Borrachera de Poder” en la que Isabelle Huppert da una soberana lección en la composición de una superjueza de fuerte personalidad,  esquivo atractivo y particular encanto para enfrentarse a la bazofia financiera de alto standing que nos ha tocado en suerte. Su nombre es toda una declaración de principios: Jeanne Charmant Killman. La combinación de los dos apellidos la convierten en un auténtico misil. Un escorpión con guantes de seda. Una mantis religiosa de la nueva era, ataviada a lo matrix con largo abrigo de cuero negro, pero con llamativos guantes y bolso rojos. Con una socarrona sonrisa en los labios y a punto de encender un cigarrillo llama a la puerta de una lujosa gran mansión apenas ha amanecido. Cuando sale una señora en bata pidiendo explicaciones por lo intempestivo no tiene dudas: “Señora, abra paso. Son las nueve de la mañana y esto es un registro”. 

 El insólito retrato femenino resulta especialmente reconfortante para el espectador. Este tendrá ocasión de ver desfilar y desinflarse ante la suspicacia de la juez a importantes financieros y empresarios de mucho caché. Vamos, esos reptiles que guardan sus dineros en las islas Caimán. Algún político chapucero con las manos manchadas y los bolsillos llenos tampoco se escapa. En la mirilla del retrovisor y como referencia, Chabrol sigue acudiendo a las páginas de sucesos. Pero como ahora los escándalos son financieros se fijó en el caso Elf.
Los chacales al principio creen tener controlada la situación y se extrañan muy ofendidos al ser detenidos. Ella se lo explica de forma expeditiva “Mire, le voy a enviar a la cárcel. Ahora mismo. Ha malversado fondos públicos y privados, ha falseado asientos contables, ha cobrado comisiones ilegales, ha beneficiado a amigos en los contratos de forma fraudulenta, le ha puesto un piso de más de 500 metros cuadrados a su amante en Manhattan, y fíjese, creo que me dejo algunas cosas”. 

Chabrol siempre atento, es especialmente cruel con toda esa vomitiva casta de financieros que mueven cuentas, estafan al Estado y se manejan como pez en el agua en el mundo de los paraísos fiscales y el desvío de capitales. Incluso llega a ser hasta caricaturesco en algunos momentos, mostrando su patética e insolente chulería.
Sin embargo, estos tiburones de las finanzas no contaron con la particular voracidad depredadora de Charmant Killman, que actúa como un terminator de labios rojos, como un Van Helsing a la caza y captura de la guarida de los vampiros. Para neutralizarla intentan cuatro cosas. La primera es liquidarla dejando su coche sin frenos. Mala suerte, sobrevive. La segunda consiste en ascenderla, asignarle guardaespaldas y un nuevo edificio con un enorme y lujoso despacho, lejos de las estrecheces de la pequeña oficina funcional en la que trabajaba. Tampoco sirve. Al contrario, como le gusta el “charme” se crece. Y tener a dos tíos cachas a su servicio 24 horas es hasta un placer. La tercera es asignarle una colaboradora. Los depredadores con contactos la menosprecian y piensan que a las mujeres les encanta mucho más la rivalidad femenina que la caza del elefante blanco. Vuelven a equivocarse. La estupenda Marilyn Cantó está deseando también sacar a los peces gordos donde no puedan respirar “Creo que nos han puesto a trabajar juntas para que nos hagamos la vida imposible. Pero hierran el tiro. Entre las dos les agarraremos bien por los huevos”. Por tanto, tal y como sucedía en “la ceremonia” y “asunto de mujeres” dos féminas trabajarán codo con codo como amigas y sin descanso. Como si fuesen Woodward y Bernstein en “Todos los hombres del presidente”. Solo que ya no son dos criminales proletarias reprimidas y sin recursos. Ahora ostentan el poder y lo ejercen pisando fuerte. 

El único problema es que tanto poder pueda llevar a la embriaguez. A esa “ivresse” del título. Inconscientemente o fruto de su carácter gélido, Charmant Killman es juez a la caza full time. El aparato familiar y su pareja están en off para ella. Si en su día Marco Ferreri dijo “Adiós al macho” aquí no andamos lejos. El marido no pinta absolutamente nada y es un mero objeto decorativo para esta mujer todoterreno. Y claro, su vida privada se resiente. Esta faceta personal le interesa a Chabrol tanto o más que los escándalos financieros que destapa. Configurar a la juez como una nueva Juana de Arco, como una mantis con sonrisa pero de corazón helado tiene sus efectos. Y ahí es dónde Isabelle Huppert demuestra su valía como actriz gélida, capaz de abandonar su cama y su casa a las cuatro de la mañana para ir ¿a dónde? “A mi despacho, por supuesto”. Se dijo que los tiburones intentaron cuatro cosas con ella y solo se han mencionado tres. La cuarta es ofrecerla unas vacaciones pagadas y un aumento de sueldo a la vuelta. Se lo comunica su jefe. Pero para eso también tiene respuesta “No gracias. Con el dinero del aumento y el que te hayan ofrecido a ti cómprate un par de cojones”.

Este último trabajo entre el francés y su musa arroja una película interesante,  aunque desigual e irregular, con indudable atractivo pero con algunas caídas de tono. Mucho mejor en la descripción del complejo plano íntimo y personal que en la más tópica visión de la carroña imperante. Sobra decir que un argumento que cuente verdades no implica necesariamente buen cine. Aquí el lenguaje cinematográfico suma aciertos y errores. Pero a su favor cuenta el tradicional escepticismo del director, que le impide finalizar con un triunfo por goleada de su heroína. Prefiere un final abierto. Los chacales siempre están al acecho, y no es tarea fácil acabar con ellos. Muchos terminan saliendo a flote. Para el espectador queda una reflexión ineludible: Lástima que esto sea una película y no un documental.