domingo, 12 de agosto de 2012

OTRO VERANO OTRAS CANCIONES




De vez en cuando no está de más ventilar. Encender las luces de la sala y poner alguna melodía. Este verano no va a ser menos y quien pase por aquí no se va a librar de la macedonia musical de costumbre. Para los no avisados se recuerda que aquí no se van a escuchar bandas sonoras inolvidables, ni overturas clásicas, ni a divos/as de la canción, ni clásicos del soul ni del jazz. Al contrario, una vez más se va a bucear en los posibles nuevos talentos, caso de que lo sean, y en gente poco conocida que merece el rescate. El repaso servirá para ver si la música está medio muerta o en plena forma. Es ya conocido que por aquí no suelen aparecer los más reputados. Aunque si es cierto que dos pequeñas excepciones va a ver. El programa vendrá integrado por un caso de indignación que hará las veces de preludio y por un grupo de mujeres de ahora mismo, las cuales van a estar arropadas al comienzo y al final por dos caballeros, estos sí más conocidos y que no aparecen por casualidad.
Preludio: La soberana indignación. Mal empezamos. Esta apertura surge por razones que en realidad están casi fuera de lo musical. La culpa la tiene uno por tener televisión, por verla, por hacer zapping, y por toparse con ciertos programas de cuyo nombre mejor no acordarse. El caso es que en uno de ellos se trata el presunto caso de la cantante María Villalón. Tras conocer cierto éxito y triunfar entre el público más joven, según el programa acaban de descubrir un super scoop. Debido a que ya no se venden discos y la crisis aprieta, dicen haberla pillado trabajando en una hamburguesería. Parece ser que a estas alturas, la amoral desvergüenza televisiva dictamina que trabajar ya no dignifica sino que penaliza. Y con todo descaro lo cuentan como si fuese un grave delito. Abochornan especialmente los tintes clasistas, pues no dejan de repetir lo del burguer como si fuese una bajeza moral. Este ejemplo retrata no solo a una televisión putrefacta, sino que ejemplifica los síntomas graves de una sociedad enferma. María Villalón, muy digna, al parecer ha explicado lo que no necesita ni ser razonado: Que se considera una persona afortunada de tener trabajo en un país con más de cinco millones de parados y subiendo. Su honestidad está fuera de toda duda y nos obliga a mirarnos como sociedad a un espejo que arroja sombras tenebrosas. Para colmo al tratarla de juguete roto mienten, pues está grabando ahora mismo su segundo trabajo. Mejor olvidar episodios bochornosos, desear lo mejor a la cantante y quedarse simplemente con la música. Para combatir el sofocante calor dejo uno de sus temas que llama a la lluvia reparadora.






Como escoltas del grupo de chicas que prometen van a figurar dos artistas que es hora de colocar en su justo lugar. Uno abrirá y el otro cerrará el repaso. No importa provocar cierta polémica, pero tras haber escuchado mucho al padre y al hijo me encuentro en condiciones de afirmar sin problemas que Jakob Dylan nada tiene que envidiar musicalmente al señor Zimmerman, salvo su mítica. Tanto con “The Wallflowers” como posteriormente en solitario ha desarrollado una carrera muy notable. La cuestión es si estamos ante un escaneado de Bob Dylan o no. Sus discos se expresan por si mismos. Y aunque no puede negar sus orígenes, posee una personalidad que siempre le será negada precisamente por venir de donde viene. En la sorda batalla del hombre frente a la leyenda, hoy vamos a quedarnos con el hombre. Como muestra uno de sus temas en solitario.




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Si todo el mundo sonríe y se está quieto Lisa Mitchell les saca una bonita foto nada más comenzar el vídeo entre pino y pino. Esta australiana afincada en el Reino Unido practica un estilo embriagador, naif, que invita al coro y al arrullo compartido. De formas muy suaves e indies que acaban conquistando. El tema que dejo, ideal para una acampada la define perfectamente.





¿Quien dijo que la Chanson francesa ha muerto? De resucitarla se encargan una y otra vez una generación de cantantes que la revitalizan. Siempre habrá quien añorará a Juliette Grecco o a Francoise Hardy. El relevo lo toman a su estilo íntimo y personal artistas como Constance Amiot. Aquí nos habla de un tiempo anímico muy particular.









De visita por el campo más asilvestrado, natural, espontáneo y autentico. Gabrielle Aplin es una de las muestras más radicalmente frescas del último panorama guitarra en mano. Uno de los géneros más complejos pero que cuando va unido al talento arroja resultados arrolladores. Lo mejor, que acaba de empezar y tiene toda una carrera por delante.












Ingrid Michaelson se situa en el campo aparentemente más comercial de la última hornada de chicas al volante. Sus temas contagiosos para todos los públicos tienen no obstante esa pequeña magia que les permite crecer y crecer conforme avanzan hasta pegarse al oido. Para tener en cuenta y no abandonar en las primeras notas.





Entramos en la zona potente. Si hay una heredera directa de los más grandes que lo intenta contra viento y marea invocando la pureza esa es Jesse Sykes. Brutal, áspera y sincera. Su música con sabor a ron puro de muchos grados no admite convencionalismos. Su apuesta no es fácil.Trasladar al oyente a los setenta más genuinos y a los garitos de madrugada , a los lugares en los que se destilaba el soul genuino. Janis Joplin estaría encantada de oírla. Al menos el intento de buscar las raices está ahí. No creo necesario añadir más. Autenticidad y kilates en estado puro y aun por explotar.

 


Otra virtuosa en varios apartados que merece ocupar lugares de honor es Regina Spektor. Compositora nata y singular resulta mucho mejor en vivo, como es el caso. Ahí se la puede ver desarrollar todo su potencial barroco y onírico. Seductor en todo caso.Musica de gran altura. La implosión al abrigo del piano.


Tras tanta fémina llamando a las puertas, dijimos que cerraría el baile otro caballero. Como sucede con todo tipo de etiquetas, en mi opinión dentro del moderno rock americano los títulos se adjudican muy a la ligera. Con todo respeto, nunca he creído que el boss sea realmente el boss. Me quedo con Eddie Vedder sin dudarlo un instante, aunque se que es una cuestión subjetiva. Un tipo tranquilo que no practica la iconografía de algunos mitos del grunge, y que no tiene inconveniente en citar a otro clásico y sacarse de la manga una versión perfecta para cerrar el repaso veraniego. Un tema glorioso e intemporal. Con estas notas se aprovecha para desear lo mejor del verano a todo el mundo. Y como decía muy habilmente el otro poeta guitarra en mano, nos vemos en los bares, o mejor aplicado al caso que nos ocupa, camino de las rutas salvajes.
             

jueves, 2 de agosto de 2012

LA INFANCIA RECUPERADA




Hay escenas y frases que quedan grabadas a fuego en la memoria. Al comienzo de “Érase una vez en America” y tras varios saltos temporales, un anciano Robert de Niro visita de nuevo el barrio de su adolescencia. Inundado de melancolía no puede evitar entrar en el restaurante de Fat Moe, ese en el que pasó los mejores años de su juventud, entre pillerías y amores para siempre. Pocos saben que cuando usaba el baño lo hacía para espiar a la chica de sus sueños mientras en el almacén ensayaba pasos de baile. Ya anciano se sienta en el mismo bar y le sirven una copa. Y sin querer el pasado hace acto de presencia de forma natural. Se cuela por cada imagen, está en cada cuadro, incluso en el suelo que pisan. También se mete rápidamente en la conversación. “Se conoce a los ganadores en la línea de salida. A los ganadores y a los perdedores ¿Quién hubiera apostado por ti?” dice Noodles (Robert de Niro) dirigiéndose con melancólica ironía a Fat Moe. “Yo lo hubiera apostado todo por ti” le contesta el otro. “Y lo hubieras perdido todo” remata con desolada amargura el personaje de Robert de Niro. La soledad del corredor de fondo y la línea de salida. Los carros de fuego y los corredores de “Gallípoli” de Peter Weir. La extraordinaria novela de Javier García Sanchez “El Alpez D`Huez”, en la que un ciclista al límite se enfrenta a si mismo, a la montaña y a sus competidores. O ese otro monumento literario titulado “Las ilusiones perdidas”. Imágenes que se agolpan.

Viene a cuento lo de la línea de salida por cuanto esa frase tiene su miga. Es más, en ocasiones podría decirse que independientemente de las capacidades y cualidades propias no todo el mundo parte al soltar amarras en condiciones de igualdad. Lo mismo se podría decir de algunas películas, aunque  tengan muchos puntos en común. Ni de sus protagonistas. Unos viven la gloria antes, durante y después del estreno, mientras otros malviven con la etiqueta de raritos. Aun cuando repito, algunos podrían darse la mano y correr aventuras surreales de la mano de sus chicas. En esta revisitación de la infancia, tres niños han pasado por la pantalla con desigual fortuna. Tres películas con más similitudes de lo que parece han visitado los cines a diferente velocidad.


El primer niño, conocido de todos, se llama Hugo Cabret. Y tiene tres padrinos (no confundir con la película de Ford). El primero es Scorsese, tal vez el cineasta moderno más admirado por la cinefilia del último cuarto de siglo. El segundo es Paris, entorno cinéfilo en el que se desarrolla la película, que pretende tener un genuino sabor francés. El tercero es el propio cine. Se ha repetido hasta la saciedad que este film es un acto de declaración de amor al cine por parte de su autor. Y que está repleto de magia, fantasía y emoción. El éxito de “Hugo” ha sido rotundo, pero claro, dan ganas de añadir que con esos padrinos, así cualquiera, la verdad. Hugo es un solitario niño huérfano que vive en una estación, y que para encajar las piezas que le faltan a su rompecabezas anímico contará con la ayuda de una chica,  con el gran Meliés y la magia del cine, ahí es nada. Como en todo cuento ensoñador hay un malvado gendarme que le hace la vida imposible y le amenaza con los servicios sociales y con enviarle a un orfanato. Y una llave que abre ciertos misterios. Y hasta una vendedora de flores. Todo muy bonito, sea dicho sin ironía alguna.


El segundo niño es algo menos conocido, se llama Sam Zakowsky. Es otro crío inadaptado y también huérfano. Acaba de desertar de su campamento de scouts caqui por que tiene un plan elaborado minuciosamente según las normas de todo explorador scout que se precie. Se ha citado en mitad de un descampado con una chica de nombre Suzi a la que ha visto vestida de cuervo en una obra de teatro. Juntos buscan su particular Shangri-la, que para el caso está situado en una playa dónde puedes poner en el tocadiscos a Francoise Hardy y bailar sin que te molesten. La película se titula “Moonrise Kingdom”. Veamos a sus padrinos. El alternativo director Wes Anderson, el festival de Cannes y ya dentro de la cinta, el jefe Scout que interpreta Edward Norton, Frances Macdormand y el sheriff local que parodia Bruce Willis. Como en la anterior también hay super malvado. Malvada en este caso. Premio: sí, es la encargada de servicios sociales que interpreta Tilda Swinton con cara de mala bruja.


El tercer niño ha tenido muchísima menos suerte. Ignorado absolutamente por el público y machacado sin piedad por la crítica, con este no ha existido compasión cinéfila ni camaradería indie. Su nombre es Oskar Schell, protagonista de “extremely loud & incredibly close” (“Tan fuerte, tan cerca”). Como los anteriores (a estas alturas ya no se asustarán) queda huérfano de padre, en este caso tras los atentados del 11 de septiembre a las torres gemelas. Y como los otros dos también se embarca en una misión al más puro estilo Huckleberry Finn en pleno siglo XXI. Solo que esta vez por las calles de Nueva York. Curiosamente también encuentra una llave que supuestamente abrirá la caja de Pandora que guarda cierto secreto. Y también tendrá quien le ayude a su manera en su camino. Nada menos que Max Von Sydow. Aunque sus padrinos oficiales son Sandra Bullock y Tom Hanks, uno de los motivos reales del escarnio público con este film.


Los tres niños (tres refugiados del corazón) se encuentran en una encrucijada moral y de supervivencia que hace pensar de inmediato en Oliver Twist, en Tom Sawyer y como no en Jim Hawkins. En ese puente levadizo que lleva a abandonar definitivamente la infancia para penetrar en las brumosas estancias de la siempre desconcertante adolescencia, paraíso inhabitado, infierno de colores dantescos, madreselva inhóspita. Los tres son capitanes intrépidos que abordan misiones que en principio les superan. Y el espectador se adentra en tres mundos abstractos, tres recreaciones de la infancia con todos sus sinsabores, su magia, sus tinieblas y su lado oscuro.
Podría decirse de modo facilón que estamos ante tres enfoques sobre un mismo tema. El propio de un autor consagrado que rinde pleitesía a su amado oficio con técnicas ultramodernas (“Hugo”). El del cineasta con marcadas connotaciones asociadas al cine independiente y con sabor ocre, pop y vintage (“Moonrise Kingdom”) y la apuesta puramente comercial que se arrulla en los brazos del maltrecho star system buscando conmover (“tan fuerte, tan cerca”).


No suelen ser las cosas tan sencillas. No se comparte aquí esa tesis de que la cinta de Scorsese es una rotunda obra maestra. En absoluto. Es un film apreciable, con una historia tierna y emotiva. Y sobre todo con un aparato escenográfico y una carpintería sobresaliente. Decorados, ambientación, banda sonora, fotografía, interpretaciones. Todo ello de gran nivel. Pero Scorsese a estas alturas del cinematógrafo, no consigue engañar(me) con ese espectacular y virtuoso plano secuencia que abre la película. Innecesario para más señas. Si bien hay referencias de ley y episodios emotivos muy bien resueltos, otros no lo están tanto. Y todo el tramo dedicado a Meliés promete mucho más de lo que finalmente termina ofreciendo. Y esa magia que Scorsese busca desesperadamente brota con fuerza pero de forma intermitente. Tal vez confabularse para conjurar los orígenes del cine a través de la última tecnología (con apelación constante al pasado y al futuro) termine convirtiéndose en un ejercicio de prestidigitación atractivo, pero excesivamente complejo como ecuación. Es el resultado de agitar y mezclar a  Dickens y el 3D digital. Luego, una buena película, sí, pero hasta ahí. El calificativo de obra maestra se concede hoy con demasiada alegría y este no es el caso. Sobre todo si se piensa en otros ejemplos en la ciudad de la luz protagonizados por niños que recibían cuatrocientos golpes sin sobredosis de diseño de producción.


Por su parte, la peripecia minimalista, surrealista y decididamente subversiva de Wes Anderson, provoca una sensación inversa. Sin tanto aparato escénico, sin tan espectacular escenografía, y con un sentido del humor siempre chocante y frontal, consigue elevar las dosis de imaginación, aventura y fantasía a cotas verdaderamente altas. No obstante, “Moonrise Kingdom” es un film menos caótico y delirante de lo que aparenta. Al contrario, es como el anterior, un ejercicio muy medido y estudiado para provocar esa aparente sensación de desaliño de colores vintage. Se palpa esa voluntad retro muy propia del cinéfilo indie que disfruta con Belle & Sebastian o Natalie Merchant. Aunque su propósito de convertirse en una especie de utopía cinéfila indie cuaja. Y su humor e ironía a contracorriente funciona.
Por tanto, con renglones aparentemente torcidos y al son del caos la poesía aparece y cierto sentido de la magia retro también. La aventura caqui termina por calar construyendo un universo en plena efervescencia y de tonos agradablemente naif. Tonos que no evitan que el espectador intuya el lado más sombrío y oscuro de la adolescencia al hilo de una aventura que tiene mucho de maravillosa ensoñación.


Para terminar, hacía tiempo que no veía como se masacraba sin piedad una película como ha sucedido con “Tan fuerte, tan cerca”. Se le acusa de lacrimógena y ternurista, de ser sentimentalmente pornográfica, una pura bazofia con trampa. He llegado a leer que es la peor película no de este año, sino en muchos años. Sin ser una obra magnífica (que no lo es) no se comparte este ensañamiento. Basta comparar con los estrenos habituales de cada semana, tantos y tantos films insulsos que reciben las tres o cuatro estrellas de turno y que al parecer, son apreciables cintas. Se produce un efecto boomerang. Y del mismo modo que “Hugo” o “Moonrise Kingdom” son consideradas obras de arte supremo, “tan fuerte, tan cerca” es al parecer un bodrio infumable. Se constata que resulta sencillo alabar sin medida al autor consagrado o al cineasta independiente de última generación. Y por lo que se ve, más fácil aún es atacar al aparente film comercial, sobretodo si en él aparecen Sandra Bullock y Tom Hanks. Y mucho más fácil rendirse ante cuentos bienintencionados que ante la cruda realidad. Mejor soñar que reflexionar, o dormir un sueño plácido en vez de pensar en voz alta e interrogarse sobre la más sórdida actualidad.


En la feria de las vanidades del actual cine solo para sentir y disfrutar (palomita en mano) sin extraer conclusión ni pensamiento alguno, la reflexión que provoca heridas no tiene cabida. Es mejor despachar el asunto con un cero patatero. Stephen Daldry, director de “Tan fuerte tan cerca” y autor de las excelentes “Las horas” y “The reader” no escoge precisamente el camino más fácil. Su chaval protagonista no es tan entrañable y adorable como Hugo ni tan extrañamente güay como Sam Zakowsky. Oscar Schell es un crío cargante, parlanchín y un tanto irritante. Muy real, tanto que me recuerda a un vecino. Y su peripecia no es nada infantil (esto no es “verano del 42”, ni tampoco "verano azul") Aquí laten escondidos tonos existencialistas y cercanos al cruel abismo del ser y la nada, que diría Nietzche.


Y claro está, eso mola menos. No hay más que observar la cara del niño. Muchas sugerencias definen el sinsentido de nuestro tiempo. La aventura ya no es ningún bonito cuento, sino que adopta formas crueles y oníricas, como en la vida. Y el antihéroe se enfrenta a peligros que recuerdan a los que uno se encuentra a la salida del cine. Su miedo a la gran ciudad y sus monstruos de verdad son demasiado auténticos, pese a que existan pasajes edulcorados. Todo es menos atractivo pero más reconocible. Aunque no estemos ante la mirada de los Dardenne en “Rossetta” ni la de Halstrom en “Mi vida como un perro”. De hecho es cierto que estamos ante una cinta irregular, pero muy bien filmada e interpretada y con una banda sonora de Alexandre Desplat de envergadura. Lo más curioso de todo: Que Oscar Schell vive experiencias similares a los otros dos, pero incluso más extremas. Si no hubiese sido oficialmente declarado un apestado público, los tres podrían haberse asociado y convertirse en los nuevos mosqueteros.