viernes, 4 de abril de 2014

BAILARINA, SOLDADO, SIRVIENTA, ESPIA


Se ha escrito un crimen. O mejor seamos exactos, que ya van siete. Como viajeros del tiempo nos situamos en el año 1947. Londres aún se está recuperando de los efectos de la Segunda Guerra Mundial. Y aunque Hitchcock se haya marchado a Estados Unidos, eso no quiere decir que a orillas del Támesis el mal intrínseco haya desaparecido. Ni las mujeres hermosas. Ni la tentación del asesinato, que es una cosa muy british. El brumoso paisaje urbano sigue siendo muy atractivo para  misterio, romance y crimen. Esas calles vestidas de adoquines. Esas farolas que iluminan levemente. Su imperturbable niebla ominosa. Y por supuesto esas sombras ambiguas dando vida al asfalto. Siniestras y atractivas a un tiempo. Que unos entiendan que son de raíz expresionista y otros busquen en ellas simbologías freudianas es otra cuestión.
Mucho antes que el asesino de Sharon Tate, Charles Manson, enviase una inquietante misiva casi indescifrable al cantante Marilyn Manson. Y antes aún de que el asesino del Zodiaco hiciese de las suyas en San Francisco con sus criptogramas y sus crímenes, el cine ya reflejó el asunto por la vía literaria. Nada menos que un asesino en serie que antes de cada crimen, afila su pluma y envía un refinado poema a la policía anunciando cómo y de que manera morirá la víctima.


Son ya siete las chicas asesinadas y siete poemas en la mesa del reflexivo inspector de policía interpretado por el flemático Charles Coburn: “No se trata de que nosotros nos estrujemos la cabeza intentando descifrar cada texto, sino de penetrar en la suya, en su mente criminal”.
La película, “El asesino poeta”, está dirigida por Douglas Sirk antes de su explosión como maestro del melodrama. Un bávaro filmando Londres. En ocasiones se olvida que Sirk no sólo sublimó el melodrama. También transitó otros géneros en títulos como “Tempestad en la cumbre” o “Ángeles sin brillo”. Sin embargo, en los años cuarenta, aún no adaptaba a Eric María Remarque o William Faulkner. Y se acercó con acierto al cine de misterio, caso de “Pacto Tenebroso” o este asesino poeta.
El film describe en sus primeros minutos con una agilidad narrativa y eficaz economía de medios el proceder del asesino y la frustración policial. Sin ánimo peyorativo ni comparativo, todo lo que cuenta “Zodiac” en su primera hora lo ventila “El asesino poeta” en diez minutos. El uso de las calles sombrías y los restaurantes sirven de clima para mostrarnos como el refinado criminal se vale de jóvenes cargadas de carmín que tientan a la suerte contestando a anuncios por palabras del periódico y se citan con ese desconocido al que la cámara no muestra.


Después Sirk nos invita a una particular sesión forense. Su analítica versión C.S.I años cuarenta de Scotland Yard. El análisis del poema, escrito siempre con la misma máquina de escribir. La textura del papel, adquirido en la misma tienda, los versos premonitorios…el desconocido poeta resulta ser un romántico desesperado que según un experto, plagia a Baudelaire y su idea de la belleza en la muerte y más allá de la muerte. Baudelaire, aquel que dejó escrito que “la poesía es como una danza graciosa y terrible, cuya apariencia vaporosa esconde la auténtica materia embriagadora embellecida por un halo musical”. De acuerdo.Aunque siempre habrá quien pensará: Con lo fácil que es decir eso de “¿y tu me lo preguntas? Poesía eres tu".  
Las víctimas son siempre chicas jóvenes y atractivas. Y que mejor lugar para escoger a su próxima musa que un night-club donde las girls, atención, se ganan la vida bailando con pesados con una copa de más. A Sandra Carpenter (Lucille Ball) le toca un tonto a las tres que por supuesto le dice que es la más guapa del local. Ella, aburrida de escucharlo todas las noches con diferentes tipos poco recomendables se limita a entornar los ojos.
La señorita Carpenter y su amiga, poco dadas de entrada a dejarse convencer por un verso suelto, aspiran a una vida mejor. Lo que significa un night club mejor. Curiosamente, anda apurada ya que en 1947 también hay bancos y tiene pendiente un vencimiento. Y de ahí a bailar con un borracho por unas libras sólo hay un paso. En ocasiones nada como el cine de género para mostrar la realidad social.


Sólo es preciso un instante para que la vida de un vuelco. Para Lucille, la desaparición de su amiga le llevará a otro tipo de proxenetismo light. Si antes danzaba para costearse la vida, ahora lo hará para la policía. Al espectador también le sirve para constatar (como en su otro acercamiento al noir “Envuelto en la sombra”) su versatilidad. Esta chica tuvo prestancia suficiente como para ser algo más que la cómica televisiva por excelencia durante décadas. Hubo vida más allá de Lucy.
Memorable esa escena en la que el inspector le pide que se levante la falda por encima de la rodilla para ver sus piernas: “le felicito, señorita”. Se necesita a una joven lo suficientemente atractiva para servir de cebo. Y Lucille no se lo piensa mucho. Comenzará a contestar a todos los anuncios por palabras del periódico que piden citas para dar con el asesino poeta. Y para ello mutará en dama misteriosa, aristócrata por una noche, sirvienta y espía.
Se puede debatir si existe en todo ello una reafirmación femenina que convierte a la dama en heroína…o si por el contrario hay una actitud un tanto misógina al colocar a la fémina en situación de serio peligro, de conejillo de indias, de cebo a la fuerza.


Esa dicotomía otorga al film una sensación de cierta turbiedad ambigua que se solventa con la naturalidad ingenua y decidida con la que la nueva detective se somete a todas las pruebas. Algunas entrañables, incluido ese niño con un ramo de flores que acude a la cita a ciegas sustituyendo a su hermano que ha sido alistado. Otras decididamente delirantes y bizarras, como la extraña en un decorado vacío con un alienado Boris Karloff, un encuentro que por su retorcimiento recuerda y mucho al que muestra Polanski en “La Venus de las pieles”.
Sin embargo, Lucille no pierde la compostura ni se ve amenazada por serios problemas psicológicos como Clarice Starling cuando escucha a los corderos. Su vitalidad e ingenio, la alejan del personaje atormentado y la acercan a una detective tan ingénua como analítica y perspicaz que se usa a si misma como trampa para resolver el misterio- crucigrama.
No obstante justo cuando el truco del cebo femenino parece no dar los frutos deseados, aparece un sofisticado playboy, un bon vivant encantador y mujeriego, rico y atractivo. Nada menos que George Sanders. Sofisticado, elegante, ambiguo, seductor…los calificativos se quedan cortos para describir con que soltura se mueve en escena y con que habilidad se divierte jugando al gato y al ratón con Lucille y con el espectador.


La idea de la película es llevarnos a los terrenos de “La sombra de una duda” y sobre todo “Sospecha”. ¿Será el irresistible y encantador George Sanders el refinado y lírico asesino poeta? ¿El exquisito nuevo Cyrano con inclinaciones criminales? Para ello el guión mete una marcha más e incluye la inevitable trama amorosa. Nuestra heroína cae rendida. Y cuánto más apuntan las sospechas en dirección al caballero símbolo del ideal amado, más se empecinará ella en defenderlo con la única arma de que dispone. Su noble corazón no le puede fallar, piensa.
No vamos aquí a desvelar el misterio, que por otra parte apunta a una reflexión analítica muy aguda sobre la autoestima, los complejos, el arte y las relaciones sociales magnífica, aunque es inevitable pensar que la sombra de “Laura” es alargada  Sólo dejar constancia que en su resolución Lucille Ball es sometida de nuevo a la prueba de ser “again” la sufrida cobaya que se utiliza para cazar al criminal. Para que luego se diga que el morboso y fetichista era el marido de Alma Reville.
“El asesino poeta” es una de esas películas en las que el regocijo va acompañado de cierta ligereza. Mezclar suaves aromas noir con comedia sofisticada y toques sociales arroja un film con ciertos altibajos que en ningún caso estropean la función.

El trhiller asoma en ciertos pasajes, cierto. Y la resolución del whodunit (¿Quién lo hizo?) importa tanto o más que la descripción de un ambiente moral subversivo y oscuro propio del noir más característico y descarnado. Una lectura atenta permite vislumbrar que aquí también se tratan entre líneas y a contraluz la frustración y los tormentos del hombre hastiado y rodeado de banalidades, los abismos de la creación como vía de escape y el odio por una sociedad que menosprecia la belleza y el arte.
No obstante, el film, sin renunciar a ese trasfondo, prefiere decantarse por el glamuroso juego detectivesco. Es por ello que esta película no tenga tal vez el sabor de los whiskys fuertes a palo seco. Es más bien un licor suave, sofisticado y con un peculiar sentido del humor, que eso sí, se degusta con agrado. La ligereza de estos misterios de Lucille, detective con medias de seda, ni ángel ni diablo, arrojan una película correcta y aromática. Eso sí, no se busquen los abismos de “Retorno al pasado” ni “Perversidad”. Estamos ante una delicatessen ligeramente escarlata que juega con la gramática de la sospecha.