viernes, 28 de noviembre de 2014

CIENCIAS INFUSAS


En la novela de Grace Mcleen “Un mundo soñado” una joven de nombre Judith vive inmersa entre dos mundos e influencias que le resultan tan complementarias como antagónicas. Por un lado está su padre predicador, que roza el fundamentalismo religioso. Por otro el conocimiento científico que le proporcionan su escuela y sus lecturas. De ese contraste surge una excelente novela que indaga con tacto en esa dialéctica.
Una de las paradojas más curiosas del pensamiento moderno se encuentra en la extraña evolución del fenómeno religioso asociado a los estados liberales occidentales. Aunque no lo parezca, seguimos en una página de cine, e intentaremos llegar a puerto. Prosigamos.  Podría decirse que el binomio libertad - religión se presenta bajo dos formas: Por un lado las democracias liberales occidentales reconocen dentro de su amplia carta de derechos la libertad religiosa. Pero por otro puede darse el caso de que determinadas religiones nieguen o censuren ciertas libertades según criterios que no son éticos ni políticos, sino estrictamente religiosos.


Tal y como afirma Martha Nussbaum esto crea un dilema moral a los estados liberales (tal y como le sucede a la protagonista de la novela de Mcleen). El estado liberal no puede, según su propio mecanismo interno interferir  en la libertad de expresión religiosa sin invadir derechos ciudadanos. Ahora bien, esa no intervención, esa no injerencia puede servir de campo abonado para que florezcan al amparo de la no interferencia, el fanatismo, el fundamentalismo y la discriminación. Que si bien presentan aspectos políticos y sociales, también los pueden tener religiosos.
Los pensadores han tomado diferentes posturas ante el dilema de compatibilizar la fe con un estado moderno y sus derechos. John Stuart Mill critica ácidamente al calvinismo por mezquino, Bertrand Russell razonó su hostilidad hacia la religión de múltiples formas. Cuestión en la que llega a converger con el pensamiento marxista que tiene siempre una visión negativa de la función social de la religión. Marcuse desconfía de la obediencia religiosa y Kant apuesta decididamente por la elaboración de un pensamiento racional ajeno a una fe impostada. No es cuestión de hacer una lista de pensadores ateos. Que por cierto no son los únicos.  


Dado que se va a abordar la cuestión planteada al comienzo en el marco de cuatro películas, y tres de ellas están protagonizadas por mujeres, convendría ampliar el marco y conocer la postura del pensamiento femenino y ya puestos feminista.
Hay pensadoras como Edith Stein cuya moral está indisolublemente unida al fenómeno religioso y otras como Amelia Valcercel o Victoria Camps que indagan sin problemas en la dicotomía entre razón y fé. Pero, curiosamente, el feminismo humanista no se ocupa demasiado del asunto. Siempre según Nussbaum, el feminismo de última hornada, desde Alison Jaggar a Katharine Mackinnon, pasando por Diana Meyer trata muchas cuestiones pero tiende a ignorar el tema religioso.
Aunque existen excepciones. Simone de Beauvoir sin ir más lejos. O Susan Sontag. Mary Becker es muy beligerante. Afirma que la religión perpetúa y refuerza la subordinación de la mujer. Pero para ella la cuestión planteada se convierte en un no-dilema. Y por una razón de peso. Los reclamos morales emplazados en prácticas religiosas tradicionales son sospechosos por cuanto amenazan derechos y valores universales.
Todo lo anterior hay que situarlo en el contexto de la actual sociedad globalizada, mediática, materialista, masificada, consumista y multicultural. Una sociedad presuntamente abierta y en algunos casos laicista, que ha sobrepasado la contracultura para instalarse en un marco global. No olvidemos que para Ortega, la decadencia de occidente provoca una profunda deshumanización y desarraigo cultural pese a todos los avances tecnológicos. 


Ahora, a un paso de ser engullidos por un sistema tecnificado, olvidados y menospreciados los viejos credos ¿se podría decir categóricamente que el árbol de la ciencia ultramoderna se ha convertido en el nuevo catecismo?. Y la religión ¿ha sido sustituida, absorbida totalmente por la solidaridad civil y la apuesta por las conquistas sociales?. Sin olvidar esas cuestiones, sin embargo, lo que aquí nos interesa es valorar la posible compatibilidad e incluso convivencia entre el empirismo de la ciencia y los dogmas de la fe. La posibilidad de vertebrar una doble imagen en la que la más rabiosa modernidad tecnológica encuentre cierta armonía con las creencias religiosas más arraigadas.
E incluso cuestionarse si se puede dar un paso más y si de hecho se ha dado. Es decir, contemplar incluso el devenir del hombre en sociedad al amparo de la razón y la ciencia y al margen de todo credo religioso. ¿Podría ser ello considerado una afrenta por los credos más arraigados? Ante esta perspectiva la ortodoxia religiosa ¿reaccionaría de algún modo o lo dejará correr? La gran cuestión es si los dogmas de la añeja religión y sus múltiples tentáculos se quedarán cruzados de brazos ante el racionalismo laico, el ateísmo laicista, el agnosticismo de nuevo cuño,  el materialismo y la progresiva pérdida de valores o su sustitución por otros laicos.
Fundamentalismos aparte, el nuevo hombre del siglo 21, agnóstico, racional, científico y autoconsciente ¿debe reconsiderar su postura, purgar sus pecados, hacer penitencia y mostrar arrepentimiento? ¿Hay algún altar mejor que el dionisíaco Hollywood para diagnosticar la cuestión? ¿urge indagar en la necesidad de un rearme moral que recobre los valores abandonados? Veámoslo. Bien podríamos utilizar “El fuego y la palabra” o “La noche de la iguana” como campo de experimento. Pero veamos que ocurre en el cine reciente.


Cuatro ejemplos servirán. Y para ello nada mejor que el cine de género, muy capaz de radiografiar la sociedad e introducir mensajes de contrabando.
Primera prueba de laboratorio. Florence Carheart (Rebecca Hall) en “la Maldición de Rookford”. Florence es una escéptica investigadora de fenómenos paranormales. Su cartesiano agnosticismo y su racional visión de la existencia le llevan a cuestionar toda presencia extraña. Para ella, cualquier fenómeno tiene un razonamiento científico. En la primera escena haciendo gala de una sorna británica propia de un personaje de Conan Doyle desenmascara a unos farsantes en una sesión de espiritismo. Basándose en el uso de la razón menosprecia con su fino humor británico todo misticismo de raíz religioso en favor de la razón científica.
Sin embargo, todas sus férreas convicciones basadas en la razón y en la ciencia se pondrán a prueba cuando llegue con todo su arsenal de laboratorio a examinar la posible existencia del fantasma de un niño en un colegio. En principio una superchería más que piensa desmontar con facilidad. La realidad es muy distinta y la tesis de la película también. La investigadora Florence recorrerá un sendero desde la ciencia a la fé en un guión muy astuto y sibilino en el que se nos narran las peripecias de alguien que ha olvidado quien fue y lo ha fiado todo a la razón.
La tesis del film es tan diáfana como soterrada en su exposición, pues plano a plano Florence (y el espectador que se deje arrastrar por la historia con ella) descubrirán que todo su arsenal científico y sus dotes deductivas de nada sirve ante fuerzas superiores. Y lo que se plantea como un film agnóstico y sagaz termina siendo casi un auto sacramental por la vía del sermón.


Segunda prueba al microscopio. Kathleen Winter (Hilary Shwank) en “la Cosecha”. La señorita Winter es una bióloga que se declara también agnóstica y escéptica ante fenómenos paranormales. Como la anterior, no tarda en descubrir las razones científicas que explican el culto religioso a un cadáver en Sudamérica. Su próximo asunto se encuentra en un hermoso pueblo de la América profunda. Esa de la que tanto desconfía, precisamente por mostrar un fundamentalismo religioso a la sombra de las misas dominicales, el ponche tradicional y el country más genuino.
Cuando los lugareños le dicen que el río se ha teñido de rojo ella aduce que algún componente químico ha alterado el agua. Cuando las ranas llueven de los árboles, diagnostica que se trata de algún componente de hidrógeno mezclado con algún fungicida. Winter, realiza todo tipo de pruebas de muestras a lo CSI. Y por supuesto, piensa que los vecinos se acercan al fanatismo religioso cuando sostienen que estamos ante un aviso que reproduce las plagas bíblicas, que por supuesto, para ella, tienen una explicación científica.
Sin embargo la película se inclinará por hacer pasar (nunca mejor dicho) un auténtico vía crucis a la protagonista hasta que la auténtica verdad religiosa que había olvidado en favor de la ciencia le sea revelada. En este caso los análisis microscópicos que de poco sirven, simplemente arrojan resultados de aromas biblícos que refuerzan la idea de que el mal apocalíptico acecha


Tercera prueba empírica. Erin Bruner (Laura linney) en “El exorcismo de Emily Rose”. Erin es una abogada de prestigio a la que le encargan la defensa de un sacerdote acusado de negligencia en la práctica de un exorcismo con resultado de muerte. Un personaje también agnóstico que basará su defensa en la ciencia médica. De este modo, Emily habría sufrido un episodio de aguda crisis epiléptica causado por un daño cerebral diagnosticado por diferentes especialistas. Eso y no otra cosa le causó la muerte. Su sonrisa descreída y hasta pícara cuando el sacerdote (su cliente) le sugiere la posibilidad de que el maligno tenga mucho que ver con el asunto lo dice todo.
Por supuesto, el desarrollo del film irá sembrando de incertidumbres el alma de Erin. Sus firmes convicciones se irán haciendo añicos. Y poco a poco irá convenciéndose de que algo que sobrepasa a la razón analítica y a la ciencia médica rodean tanto el caso como su propia vida.
Cuarta Prueba. No todo van a ser mujeres. Ralph Sarchie (Eric Bana) en “Líbranos del mal”. Sarchie es un curtido policía de Nueva York, acostumbrado a patearse las calles, a gestionar los asuntos más turbios al más puro estilo “Training Day”. Con una diferencia: Denzel Washington trafica con droga y mafias diversas, mientras que Sarchie, además, tiene que vérselas con fenómenos paranormales y reproducciones del maligno. Curtido en mil rondas y detenciones, acostumbrado  a las malas calles, cuando un sacerdote le habla del mal y las fuerzas oscuras del maligno, su sentido común a ras de suelo le lleva a una mueca socarrona. Cuando los acontecimientos se vayan precipitando, terminará abrazando la fe y practicando un exorcismo en la propia comisaría. 


Resulta pertinente y digno de análisis comprobar como el moderno cine fantástico, bajo una primera capa de agnosticismo y tecnología científica, se repliega hacia los dogmas de la religión en su acepción más ortodoxa. No se trata ya de que convivan en un mismo plano ciencia, razón y fe. Es que las dos primeras son finalmente borradas de un plumazo a favor de un discurso sin fisuras. Una tesis en la que todos los protagonistas terminan siendo una suerte de pecadores, mártires que han de recuperar las esencias de la una fe olvidada.
El sendero hacia la luz (religiosa) por tanto, dibuja perfiles muy nítidos que el celuloide reproduce para ese espectador agnóstico sentado en su butaca. Aunque lo haga veladamente y con estilo. Por tanto, ya no se trata sólo del castigo (divino o no) que recibe el Dr, Moreau en su isla por jugar a ser Dios.
En los casos expuestos el agnosticismo es finalmente considerado una suerte de pecado, consecuencia de todos los males de la sociedad moderna, que por supuesto se lleva su ración de crítica acerada. Es por ello que todos los citados habrán de sufrir su fase de arrepentimiento y penitencia. Todos ellos son en cierta medida castigados por su vanidoso ideario racionalista y les tocará sufrir remordimientos varios antes de recobrar la autentica fe perdida. Y no falta el martirio moral e incluso físico antes de someterse de nuevo al dogma verdadero. Lo que no tenemos muy claro es si se sale ganando con el cambio de cromos. 


En esa línea se mueve Rafael Argullol cuando manifiesta que a medida que hemos avanzado en nuestra sofisticada tecnología de la simulación, y hemos “creido” en ella con una “fe” inconmovible, más se han ido invirtiendo los personajes de la parábola platónica, siendo ahora las sombras de la caverna lo único verdadero. Aunque según su visión, lo que no cambiará nunca si seguimos ese patrón que ha sustituido la fe del salmo por la fe en la tecnología es nuestra condición de prisioneros. Formulando la ecuación al revés, según su visión tampoco varía. Sólo lo haría como espejismo, para el creyente que recuperando su fe cree haber resuelto todos sus problemas. Tesis que manejan estos films en los que hay escaso margen para las zonas grises. Estamos aquí lejos de Unamuno y las dudas existenciales de su "San Manuel Bueno Martir". Pues aquí aunque existen dudas y zozobra, están al servicio de un mensaje final muy claro, en las antípodas del libro.
Cabría preguntarse, si a través de este tipo de films Hollywood nos sermonea. Los responsables de los dos últimos ejemplos puestos dirían que no, y reforzarían su tesis sobre la base de que se basan en historias verídicas. No obstante, uno tiene cierta sensación, independientemente de la calidad de cada film, de que ese mensaje implícito es algo más que un mensaje.


Cabe dudar también sobre si este cine moderno juega con una baraja con cartas marcadas utilizando el presunto cine comercial para criticar precisamente el materialismo laico de la sociedad tecnológica. Si existe o no cierta voluntad soterrada de adoctrinamiento queda al criterio de cada espectador. En mi opinión,  se puede ver estos films como un simple pasatiempo inocuo y disfrutar de las excelentes interpretaciones sin ir más allá. Es una opción legítima. Conste que no hemos de olvidar que nos movemos en todo caso en el territorio de la ficción, en la que en principio ninguna opción debe ser censurada de raíz.
Sin embargo, la cuestión no es, tal vez hasta dónde quiera ir o profundizar cada espectador, sino hacia dónde pretenden llevarnos ellos con una alambicada estructura en la que bajo los ropajes del cine mainstream late una versión adulterada pero sin fisuras del sermón de la montaña. Paradojas del cuarto milenio        



sábado, 15 de noviembre de 2014

ESTELAR O NO ESTELAR





Siete son las notas musicales y siete los colores del arco iris. Y la combinación, como todo el mundo sabe, puede dar lugar a infinitas posibilidades. La cuestión se puede ir complicando por cuanto las notas pueden ser consonantes o disonantes y existen diferentes tonos (crescendo, vibrato, pianísimo, etc) y a su vez escalas. Con la paleta de colores sucede otro tanto. Por eso no es lo mismo un cuadro neoclásico que uno prerafaelista o uno impresionista.
A la hora de narrar una historia vía celuloide el responsable también combina temas,obsesiones, notas y colores que cristalizan en fotogramas. No vamos a insistir en lo evidente. Vayamos con un ejemplo, el último Nolan “Interestellar”. Toda opción es de entrada lícita. Y uno puede proponerse adentrarse y profundizar en las relaciones paterno filiales, los vínculos afectivos, la recuperación de la fe en las posibilidades del ser humano, el afán de superación, el instinto de supervivencia, la degradación de nuestro modo de vida, el paso del tiempo, el olvido, la memoria y los lazos inquebrantables que nos unen. Y se puede hacer de muchas formas.
Y quien pilota la nave para contarlo puede extenderse cuanto quiera en la narración de los desastres y la degradación natural,el páramo vital, la resurrección del superhéroe y los abismos que separan y unen a los seres queridos. Y puede reservarnos asiento en primera fila para emprender odiseas siderales, atravesar agujeros de gusano y viajar en el tiempo hasta el descubrimiento de la cuarta o quinta pared. Y se puede hacer con calma o a distintas velocidades, en un bucle sin fin. Bueno, mejor dicho sin fin en la historia, ya que el celuloide dura 168 minutos.
En cierta ocasión alguien me dijo que aunque no lo parezca, ya que es un género de por sí enigmático, es muy fácil reconocer un gran libro o film de ciencia ficción. Partiendo de la base de que esté bien escrito o bien filmado, tan sólo hay que cuestionarse si ese libro o ese film resuelven y despejan dudas o por el contrario plantean interrogantes y nuevas incógnitas. La clave de bóveda estaría en que la obra que aspire a conjugar la ciencia con la ficción alcanzaría mayores niveles de calidad e interés cuantos más interrogantes surgiesen de la obra generados por el propio texto. Y la razón es muy sencilla. Es más lo que nos queda por saber que lo que conocemos.
No sé si se puede tomar esa tesis al pie de la letra ni si es esa la esencia de la ciencia ficción. Tal vez sea excesivo. Pero viendo  “Interestelar” el primer interrogante surgió a los cinco minutos de visionado “pero ¿de verdad es imperiosamente necesario cargarse de buenas a primeras todos esos maizales?". Los hermanos Nolan creen que al parecer su pluscuamperfecta película incluye otras muchas incógnitas. Muchísimas. Y no seré yo quien les lleve la contraria.
Sin embargo, y hablo en primera persona (cada cual vivirá su propia experiencia) el segundo interrogante que surge es el de la actual hipertrofia fílmica frente a la economía expresiva. ¿Es necesario todo este ampuloso paquete espacio temporal de gran aparato para llegar al nido del alma humana? ¿para volver a redescubrir los sentimientos?. Posible es, la película está en los cines, necesario, necesario...no exactamente. Otra pregunta, y van tres, ¿se puede hacer igual o mucho mejor, con un presupuesto ínfimo, en un cuarto de hora y contando más o menos lo mismo? La respuesta es SI. Con mayúsculas. 

Quien desee pasar 168 minutos embarcado en una aventura iniciática de viajes siderales viviendo la odisea de un resucitado superhéroe que cruzará abismos de pasión en forma de galaxias remotas para recuperar el amor de sus seres queridos, adelante. Es una opción legítima. Y no es una mala película, en absoluto.
Ahora bien, quien prefiera una versión de 15 minutos más potente, escarbando en los mismos temas pero mucho mejor trabajados aquí se la dejo. No aparecen Jessica ni Anne ni Matthew, de acuerdo. Pero la contundencia del discurso y su poética es de buena ley. Su nivel de sugerencia también. Y visualmente es más sutil, elegante y efectivo. Cortesía de Igor Legarreta y Emilio Pérez. Aunque uno de los guionistas seguro que tiene mucho que ver. Algún día resolveremos el enigma de los gorros verdes.

Por supuesto, también para mi existían dos opciones. La primera era hacer una extensa crítica en forma de disección analítica sobre el film de Nolan. La segunda era escribir esto, dejar el vídeo y que cada cual saque sus conclusiones.La mía se resume en que la ambición artística, como los buenos perfumes, también se puede guardar en cofres pequeños.  

viernes, 14 de noviembre de 2014

OTROS FILOS, OTRAS NAVAJAS





De los demonios de la guerra a los abismos del amor. Del devorador íntimo que corroe las entrañas a la inflamación del corazón. Historia e intrahistoria en un mismo segundo. Dignidad, compromiso e infamia. El gozo y la frustración. La memoria y la conciencia. Un viaje dramático y caóticamente gozoso amenazado por la impronta de las sombras. La invasión de tremendas incógnitas. Dos personas inmersas en un viaje laberíntico e innovador.
Vamos primero con la dama. Exploradora en infiernos brumosos. Todo parte de una anécdota.  Resulta ser que Joan Fontaine tiene una amiga. Y esta amiga dice tener un novio soldado. Pero aun no hay compromiso y el tiempo apremia. Estamos en 1942, en plena guerra mundial y el joven está a punto de partir hacia el frente. El caso es que cuando el soldado llega no viene solo, sino que le acompaña un amigo. Y la señorita pretende que Prudence (Joan Fontaine) vaya con ella a la cita y distraiga al otro, dejando el camino libre para que ella pueda estar a solas con el soldado y así arrancarle la petición de mano.    
El caso es que Prudence, o sea Joan Fontaine, casi siempre dispuesta a hacer el bien (menos en algunos episodios de su vida real y en “Nacida para el mal”) acepta sumergirse en lo enigmático. Se encienden las alarmas. Curioso que en la película que nos ocupa “Sé fiel a ti mismo” se llame precisamente Prudence. Pero aún así, conociendo el trato y manejo de Hollywood con sus estrellas, conviene ojear el expediente de la Fontaine y ver su historial. Si nos atenemos al guión de “Mujeres” de George Cukor, al comienzo de la película, se asignaba de forma discutible un animal al carácter de cada dama. Norma Shearer era el cervatillo, Joan Crowford un leopardo, Paulette Godard un zorro, Rosalind Russell una gata….y ¿con que animal se equiparaba a Joan Fontaine?….un desvalido cordero. Lo menos indicado para una cita a ciegas con un desconocido.





Sus pasos por el celuloide, salvo excepciones, son para echarse a temblar. Predispuesta a enamorarse perdidamente a golpe de primer vistazo del primer galán que se le pone delante. Ahí están los casos “Sospecha” “Rebeca” “Alma rebelde” o “Carta de una desconocida”. Y en ocasiones cayendo rendida ante tipos caraduras y misteriosos de los que nada sabe. Luego llegan los sufrimientos, los accesos de melancolía y las bajadas de tensión.
Sin embargo, pese a la imagen que los estudios intentasen proyectar de la actriz, nada hay que temer con Prudence, señorita resuelta de clase alta que contra el parecer de casi toda su familia, se alista en el ejército como voluntaria y soldado raso. El comienzo de la película es estremecedor, pues pronto descubrimos que se libran dos batallas. Una en el frente y a cañonazos. Otra en el salón de casa y por principios. La familia de Prudence, londinenses de alta sociedad aún creen que cerrando las cortinas y apagando la radio que narra los bombardeos se conjuran y  espantan todos los peligros. Su política es no hablar de política. Están convencidos de que en su particular burbuja de sedas y tapices pueden seguir con sus cócteles brindando a la salud de su opulencia.


Todo iría de perlas para ellos si no fuese por Prudence, ese caprichoso espíritu libre. En un formidable alegato ético, Prudence deja de lado la prudencia y les acusa de vivir anclados en el pasado y estancados en sus privilegios, de espaldas a la realidad. Y les advierte que los soldados que combaten en el frente tal vez estén comenzando a tomar conciencia de que no lo hacen para sustentar los privilegios de clase de los que viven tomando brandy tras las cortinas. Su compromiso con la libertad le lleva a ponerse el uniforme ante el avance de las tropas nazis. Y en los barracones se hace amiga de una chica que nos conduce a la cita a ciegas. Al repentino encuentro con la sorpresa.
Vamos pues con el caballero misterioso. Invadido por una larva introspectiva producto de una nausea. De entrada, parece no dar la cara ocultándose bajo su sombrero y la oscuridad de la noche. Cuando por fin enciende un cigarrillo vemos a un Tyrone Power enigmático, carcomido por infiernos interiores. Un hombre que pareciera salido de la pluma de Erich María Remarque o Scott Fitzgerald y que nunca haría migas con John Milius o Kathryn Bigelow, ya que para él la violencia no genera adicción ni dispara la adrenalina. En su ética no cabe el elogio de la barbarie ni siquiera de forma estética.






Al contrario. Moralmente tocado ante lo que ha visto en el frente, hastiado de los uniformes y de los horrores de la guerra, va incluso más allá de la frustración moral resignada de John Gavin en “tiempo de amar tiempo de morir”. Clive (Tyrone Power) es el ser transfigurado en sus entrañas tras una experiencia traumática.  No sólo es que sin conocer a Mafalda haya dicho hasta aquí, paren el mundo que yo me bajo. Estamos ante el atormentado héroe de guerra que ha dicho adiós a las armas. La vileza de lo vivido ha tocado sus fibras más íntimas y tiene muy claro que de la guerra y el combate no puede salir nada bueno salvo dolor, miseria,  pérdidas y humillación moral.
Curiosamente, el personaje recuerda y mucho al que el mismo Tyrone Power interpreta en “El filo de la navaja”. Ambos buscan sin descanso una paz interior que la guerra les ha arrebatado. Ambos padecen de heridas morales que tratan de restituir incluso poniendo tierra de por medio. Y sobre todo ambos exhiben un posibilismo utópico de raíz profundamente humanista.  Los dos son transgresores y rupturistas. Creen que existe otro mundo posible, una posibilidad de escape hacia horizontes limpios.





Si recordamos, la situación que vive Tyrone Power al comienzo del film de Edmund Goulding es muy similar a la que vive Joan Fontaine al inicio de “Sé fiel a ti mismo”. De cierta condescendencia, humillación y menosprecio por parte de la sociedad.  El clasismo bienpensante abomina de una opción libre y distinta que se rechaza por no ser propia de la clase que cree imponer las normas de conducta. Las puñaladas constantes con lengua viperina del acomodado y lenguaraz Clifton Webb acusando a Power de vago, indecente y caradura por no seguir su patrón de clase son idénticas a las que le dedica la venenosa Gladys Cooper a Joan Fontaine en “Sé fiel a ti mismo”.
No obstante, la dramaturgia de uno y otro film opera en distinta dirección. “Al filo de la navaja” propone un viaje de conocimiento interior y exterior (no confundir con la experiencia tibetana de Julia Roberts en “Come, reza, ama”  ni tampoco con la búsqueda del horizonte virgen y natural de raíz entre psicodélica y new age de “Hacia rutas salvajes” de Sean Penn) al margen de los condicionantes sociales y sobre todo de clase.
“Sé fiel a ti mismo” ofrece un discurso que en principio podría parecer más plano pero que en el fondo es tan ambiguo y complejo como el anterior. La colisión entre la comprometida voluntaria que lucha por las libertades y el personaje que huye de la bestia de la guerra da mucho juego. No es una simple atracción entre opuestos. Podría haberse planteado de forma panfletaria abogando por el film de tesis a favor del compromiso idealista de la soldado voluntaria. Sin embargo, aunque así parece, el film discurre narrativamente por una serie de corrientes alternas que permiten al espectador reflexionar sobre ambas opciones y sus motivaciones.






Prudence (Joan Fontaine) entiende la guerra como un mal necesario para conservar todas las conquistas ciudadanas, el respeto a los derechos civiles, las libertades, la cultura y las artes. Y como un freno al totalitarismo. Es un argumento discutible que por cierto, ha utilizado de forma lastimosamente demagógica más de un presidente antes de bombardear algún que otro país. Pero claro, aquí no hay trampa ni falsa demagogia. Joan Fontaine lo expresa de forma sincera y además, lo usa como mecanismo de defensa, ya que los bombardeos sobre Londres son inminentes.
Clive Briggs (Tyrone Power) considera la guerra un mal en si mismo. El cáncer irreversible que corroe las entrañas humanas en su máxima expresión. Y aunque ha sido condecorado varias veces por acciones heroicas salvando a compañeros de trincheras, eso para él supone la glorificación de todo cuanto detesta en la lucha entre seres humanos. Aunque es precisamente su humanismo el que le impide no ayudar a un herido en combate
Su historia de amor por tanto alcanza dos niveles de los cuales la película se nutre con una elegancia romántica que permite también el ejercicio de una jugosa dialéctica y la reflexión. Así pues, el aspecto puramente romántico pleno de melancolía regala escenas deliciosas y pasajes intensos cargados de sensualidad. Por otro lado el film ofrece un segundo plano de lectura basado en esa vivencia truncada.Una visión en la que cada opción ética determina lo personal. Y en la que para avanzar como pareja hay que vencer diferentes obstáculos, barreras que trascienden lo amoroso para adentrarse en lo moral.
Los vasos comunicantes son inevitables y lamentablemente, el romance se ve una y otra vez interrumpido por el conflicto bélico y las distintas posturas éticas. Incluso cuando escapan a un balneario de la costa huyendo del clima bélico, el panorama es desolador. Una imagen de los dos amantes en el exterior del hotel contemplando una preciosa vista es estropeada por las vallas de alambre de espino y las sirenas de alarma. Pero hay más. Eso les lleva a un interrogante continuo sobre otras vallas invisibles fundadas en diferentes opciones morales y vitales sobre el ser que están por resolver. Y ahí están las grandes bazas que juega muy sabiamente el film, ya que la pelota queda siempre en el tejado del espectador, que sacará sus propias conclusiones.

En la actualidad, los eufemismos son muy variados. Hoy se habla mucho de los ejércitos como fuerzas de paz y de ayuda humanitaria, interviniendo en conflictos varios. Sin embargo, aún hay una delgada línea roja, que separa a Prudence (Joan Fontaine) de Meg Ryan en “En honor a la verdad”. Como también la hay entre Clive (Tyrone Power) y Charlie Sheen en “Platoon”.
También se habla mucho de las películas de propaganda. Que las hubo y las hay. Y en casos como el que nos ocupa, se puede caer en esa tentación. No obstante, la compleja ambigüedad de la propuesta de la cinta de Anatole Litvak le hace alejarse a distancia de otros ejemplos mucho más evidentes. Aquí la línea separadora con los films amigos de la apología de brocha gorda es más gruesa que delgada. Vamos, que esto no es en el amor y en la guerra, ni la recluta benjamín, ni amar en tiempos revueltos. De eso nada. Todo depende de lo afilada que esté cada navaja, léase guión. Y cuando el guión está bien afilado, el apurado queda sino perfecto, de notable alto.