lunes, 29 de diciembre de 2014

LAS CINCO DEL 14



Enemigo de la guerra y su reverso la medalla. Asi lo cuenta y asi lo canta Luis Eduardo Aute en su elegía a la belleza. Pues bien tomemos la estrofa. Enemigo de las listas y su reverso las clamorosas injusticias vamos por una vez a saltarnos nuestras propias reglas. Y navegando contra la propia costumbre vamos a intentar elegir las (mis) cinco canciones del año, como si el asunto fuese fàcil. Por supuesto, los temas se amontonan y llegan en avalancha. La tarea pronto se antoja tan seductora como imposible. En mitad de una autentica marejada musical, pronto me doy cuenta de que hay que acotar de alguna manera. Lo primero que se me ocurre es borrar de un plumazo todos los clàsicos. Aun asì el montòn de notas sueltas danzando dispersas es enorme.
Para no caer en un absurdo sinsentido, descartando y encartando temas en un bucle sin fín, he optado finalmente por una solucion sencilla y aparentemente infalible. Colocar por orden los discos que màs he escuchado a lo largo del ultimo año y elegir un tema de cada uno de ellos. Muchos se han quedado fuera en una dura pugna en la que, debo admitirlo, he cambiado varias veces de opinión y de opción.
No voy a ocultar que una vez se entra en semejante delirio, el proceso tiene un extraño atractivo no exento de componentes adictivos. Tampoco voy a ocultar que he terminado haciendo trampas al solitario, de modo que al final han sido seis los temas escogidos y no cinco. El experimento tendrá su gracia sobre todo con vistas al futuro. Y servirà como termómetro y testimonio de lo que uno escuchaba allà por el año 2014. Vamos pues con el top five, que en realidad es un top seis. Y que mucho me temo tiene muy poco de top.


El primer tema ni siquiera es de este año. Pertenece a un disco, “Egyptology” de World Party que daba por perdido y que apareció dónde menos lo esperaba. Razón por la que ha sonado mucho. Además viene muy bien ya que comienza con ambiente propio de las fechas. Karl Wallinger absorbe y mete en su thermomix particular tantas influencias que bien se podría decir que la sombra es alargada. Han pasado años, décadas, y aunque los músicos parezcan congelados, se diría que ciertos hechizos y algunas notas sólo hay que invocarlas. 





El auténtico perfume número cinco. La delicatessen con sabor genuino. A Rebecca Ferguson también la escuché de casualidad. Y, por supuesto, llegó para quedarse. Me gusta especialmente de su disco "Freedom" su sencillez y rotundidad. Y que no se decante por esa faceta que se inclina hacia el divismo a grito pelado. Una chica que se lo toma con calma en los tiempos medios que en su caso siempre son profundos. El tema suena en los míticos estudios air de Londres...glamour y leyenda que no falten...





Las cosas como son. Y si he de ser sincero, no soy precisamente  un amante  de la música de los aclamados Keane. Si los ponemos en la balanza me han dado más disgustos que alegrías. Aunque confieso que siempre me ha resultado curiosa la pinta de su líder,mezcla de sabelotodo de la clase y hooligan del Manchester. No sé que pensará Robbie Keane de su disolución. Cuando me regalaron su cuarto álbum pensé que poco habría que rascar. Craso error. Me parece el mejor de la banda. El más dinámico y sentido. Y me lo parece ya que contiene temas como el que sigue.




Y llegamos al top tres. Nunca mejor dicho, la cosa se pone caliente. Todo el concierto de Beth Hart en Amsterdam acompañada de una banda portentosa está entre lo más escuchado del año. Absolutamente recomendable el dvd para verlos en acción. Había que escoger una canción. Aquí Beth no sólo desgarra su garganta como acostumbra en un despliegue sensual y contagioso. Atención al solo de Joe Bonamassa a la guitarra, que también dice cosas. Aguardiente y sudor. Y sí, creo que lo que se promete en la alocución inicial se cumple con creces.




Pues sí. El chaval y su disco se colocan por méritos propios en lugar de privilegio. Si tuviese que escoger el disco del año no dudaría un instante. Sería el mágico, inspirado y esplendoroso debut de Tom Odell. Mucho he tardado en escoger una canción de un disco en el que todos sus temas me parecen portentosos. Al final, me quedo con una versión a palo seco que demuestra que el talento de este chico no es ni mucho menos flor de un día. Al tiempo.



Y sin embargo, el tema que se situa en lo más alto de este repaso no está en el disco de Odell. El lugar de honor lo ocupa Sara Bareilles. Artista irregular e impredecible, de vez en cuando es capaz de sacarse de la manga temas como este. No me voy a detener en explicar las razones de que esté aquí y a esta altura, pero así es. Y habiendo dejado reposar esto una semana, no he decido cambiarlo. Por algo será. De los cementerios del odio al abrigo de la esperanza intentando salir a flote cada día. Si ella lo canta me fío. Y al final va a resultar que sí, que hay luz al final del famoso túnel. Sirvan todos ellos para desear salud y viento favorable en la travesía del año que se inicia.

sábado, 20 de diciembre de 2014

LA VERDAD Y OTRAS MENTIRAS


Para el presente caso vamos a acudir al diccionario. The Oxford English Reference Dictionary recoge el término “character assasination” como todo aquel intento malicioso de dañar o destruir la buena reputación de una persona. Se trata de acabar con el personaje, de criminalizarlo desde todos los puntos de vista posibles (legal, moral, familiar, social, ético). Es un “deux ex machina” con una clara premeditación alevosa que opera en dos direcciones: en primer lugar extirpar, exterminar todas la virtudes posibles de la víctima, para en un segundo paso tornar ese asesinato de la reputación en un glosario de las peores lacras que puedan adornar al ser humano hasta la aniquilación moral, el colapso y la anulación como persona.
En diciembre de 2004 Gary Webb, periodista del San José Mercury News, aparecía muerto con dos tiros en la cabeza. Se dictaminó que la causa de la muerte fue suicidio. Aunque al parecer existe una nota dirigida a su ex esposa en la que dice “nunca me arrepentiré de lo que escribí”, las circunstancias no están ni mucho menos claras.


Diez años después, ese Hollywood que no deja de tener preocupantes y ansiosos problemas de conciencia que de vez en cuando intenta conjurar vía celuloide, se ha ocupado del tema. La película que narra el ascenso y caída de Webb, con “character assasination” incluido se titula “Matar al mensajero”. Esta basada en el propio libro de Webb “Dark Alliance: the CIA, the Contras and the crack cocaine explosion” así como en el análisis de Nick Schows cuyo título ya lo dice casi todo “How the Cia`s crack cocaine controversy destroyed journalist Gary Webb”
Estamos ante un film correoso, tenso y de apariencia vibrante que en pleno siglo 21  pretende una arriesgada reformulación de las claves del cine político en su vertiente más realista conjugándolo con el más arraigado film de tesis. La cámara persigue con nerviosismo las andanzas de Gary Webb en tres ámbitos: el profesional, con su lucha constante indagando de contrabando en las cloacas del poder y sufriendo un continuo acoso institucional y mediático; el familiar y personal; y el de la pura investigación periodística a todos los niveles posibles.
Sus pesquisas pronto le conducen a destapar algo de envergadura: nada menos que las conexiones de la CÍA con los cárteles de la droga sudamericana y las operaciones de introducción masiva de crack entre la población negra de Los Angeles y otras ciudades para financiar a la contra nicaragüense en un cóctel en el que no falta el tráfico de armas.


Estamos en lo que la también periodista asesinada Anna Politkóvskaya denominaba la deshonra democrática. La infección de las sociedades presuntamente abiertas que arrastran una auténtica gangrena moral y cito “en la que se somete al poder legislativo, se aplica una justicia selectiva tutelada, se discrimina y persigue cualquier medio de comunicación discrepante tapando verdades e imponiendo la más absoluta arbitrariedad; y en la que a su vez se intenta anular la capacidad crítica ciudadana vendiendo con soflamas libertades y paraísos democráticos”.
El contexto es el de sociedades en las que como se dice en la película los poderes del estado conjugan con demasiada frecuencia las garantías y derechos civiles con los secretos de estado. Como afirma Gary Webb “cuando en una misma frase aparecen seguridad nacional y tráfico de drogas algo no marcha bien”
Palabras que seguramente, no tendría ningún inconveniente en suscribir la también asesinada Veronica Guerin, azote de los turbios manejos de su pais. Gary Webb, muy astuto, afirma en la película que a él no le interesan las teorías, sino las prácticas conspiranoicas, y a ello se dedica full time.


Una historia con un potencial de base arrollador para montar un thriller político de gran altura. Que a su vez sirve para articular un film de tesis a la contra de gran envergadura. Siendo “Matar al mensajero” una cinta de interés, si no consigue plenamente sus objetivos es por varias razones que se resumen en una: el continuo flujo y reflujo de retroalimentación entre la ficción y la realidad, que termina por desequilibrar ligeramente la balanza del crédito. Dicho de otra manera, uno termina por abrazar la idea de que los thrillers políticos de raíz conspiranoica basados como es el caso en hechos reales beben más de las fuentes de los arquetipos propios del género que de la acera de la calle.
Y pese a una ambientación cuidada, realista y veraz, sucede que la construcción dramática de los tipos humanos termina presentando aspectos que se acercan sospechosamente al arquetipo cinematográfico. Comenzando por el protagonista Gary Webb, que pese a una interpretación extraordinaria, vibrante y con nervio de Jeremy Renner, el propio actor ha de levantar por encima de un  personaje tejido sobre la base de ciertos mimbres asociados a arquetipos que al espectador le resultan demasiado familiares.


Estamos una vez más, ante el típico periodista tan entregado a la causa como desastrado, descuidado y mal hablado. Por supuesto indispuesto con sus superiores, a los que se gana por su simpatía y por su arrojo. Y como no podía ser de otra manera, con una vida familiar caótica y desordenada. Resumiendo, un poco en la línea de otros trazados dramáticos conocidos, siguiendo una tradición que recuerda bastante al James Woods de “Salvador”. Si el auténtico Gary Webb era así o no lo ignoro. Si lo era, tal vez quepa preguntarse entonces si ese prototipo fílmico tan codificado está basado en personas como él y similares y el cine ha fagocitado esos esquemas.
Sucede otro tanto con toda la tipología humana que desfila por el film. Desde los torvos y enigmáticos agentes de las CIA, pasando por sus compañeros periodistas, sus jefes, la policía, los jueces, narcos y capos de la droga. Todos tienen ese aire, pese al esfuerzo verista, muy semejantes al arquetipo fílmico codificado por el género, lo que afecta a la sustancia del film. Máxime cuando estamos ante la narración de una historia real y no una ficción al uso.
Sin embargo, y pese a ese leve lastre, la película se viene arriba cuando penetra en el sustrato que la cimienta. Las estrategias narrativas son de buena ley en favor de una tesis contundente y un discurso demoledor. Cuando “Matar al mensajero” se centra en el progresivo acorralamiento ciudadano y la anulación del individuo molesto en una presunta sociedad abierta gana muchos enteros. Esta cinta es una muestra de cómo los aparatos de propaganda democráticos son aun más sibilinos y afilados que los de los regímenes totalitarios. Están tan engrasados que la irrupción de un elemento disonante como un periodista local, no afecta en absoluto al sistema, que lo absorbe, lo tritura, lo digiere y lo elimina.


Cualquier apelación a la ética deontológica, a la noción de lo justo y lo bueno tal y como la entendía Aristóteles son arrasados en función de razones perversas propias de una maquinaria imparable una vez que se activa. Y el individuo, como el caminante y su sombra poco o nada pueden hacer ante un demiurgo de semejante naturaleza. Y ahí el film de Michael Cuesta es tan cristalino como efectivo. Y el corredor sin retorno, emprenderá una lucha que pronto de adivina desigual. Un run for cover hacia la aniquilación que hace que la cinta suba muchos enteros y gane en intensidad sobre la base de una narrativa desigual en sus formas pero implacable en el discurso. Y que conduce a episodios tan trágicos como irónicos.
En una pirueta  que muestra la falacia del sistema, Gary Webb, eliminado como amenaza y víctima de ese crimen alevoso contra su reputación, se encuentra con que el propio sistema que le destruye le depara una última sorpresa irónica digna del más puro maquiavelismo que trata de guardar las formas. Nada menos que verse en el trance de tener que recoger un premio periodístico por sus investigaciones. Una escena desoladora, fantasmal, agónica, en la que actor y director ponen toda su garra para mostrar tanto el desamparo y la soledad de este corredor de fondo como la crueldad de un aparato que pisotea y remata a su víctima aparentando reconocer sus méritos en la presunta tierra de promisión, el refugio de la libertad.


Es el momento en el que uno se puede preguntar (si le apetece) si ese propio sistema implacable con toda disidencia necesita limpiar su mala conciencia dedicando una película al sujeto arrasado, o si por el contrario estamos ante una propuesta honesta y valiente. Verónica Guerin también fue adaptada al cine con menos fortuna. En este caso, parece que incluso el actor Jeremy Renner participó en la producción dado su interés en el tema y en un personaje en el que se vuelca a fondo en su interpretación. Mejor que sea así.
En una película de interpretaciones muy ajustadas, no podemos terminar esto sin hacer una breve referencia a la estelar aparición de una de nuestras estrellas internacionales. Una de esas que, al parecer, colocan al cine español en la “champions league” de las cinematografías mundiales dando el salto a Hollywood y colmando de gloria nuestro cine. Pues bien, la intervención de unos diez minutos de Paz Vega, con uñas, vestido y labios rojo pasión (no, no es mamá Claus, ni caperucita) incorporando el papel de misteriosa y seductora mujer fatal esposa de un capo de la droga colombiano resume a la perfección los defectos que hacen que esta estimable, rotunda y valiente película no alcance la cuota de excelencia que se le podría otorgar.


Lástima que un discurso vibrante, contundente y sin fisuras se vea lastrado por la aparición esporádica de tópicos mal asumidos. Aun así, la  diáfana exposición del drama de la libertad humana y las encrucijadas de la conciencia se alzan con potencia por encima de cualquier otra consideración. Tal vez para hacer justicia poética a todos aquellos que indagan e incluso naufragan en la búsqueda de verdades ocultas. Este tipo de héroe jamás salvará a Gotham de sus numerosos Jokers. Pero a estos tipos irreductibles, con alma de francotiradores y convicciones indomables merece la pena acompañarles en su odisea. Aunque esté condenada al fracaso.