“Innecesario y aburrido remake de un clásico del cine fantástico”. “Decepcionante revisitación que suple el ingenio de su glorioso predecesor con un festival de efectos especiales”. “film sin alma, aparatoso, estridente y que basa su presunto gancho en unos efectos especiales que se convierten en protagonistas de una sosa y mareante función”. “film gratuito, ostentoso, un carrusel de sustos gore a mayor gloria del público adolescente ávido de escenas fuertes”. “Una muestra más de que la falta de ideas en el Hollywood moderno lleva a intentar inútiles y descabellados proyectos que en nada mejoran el original”. Podría seguir, pero que nadie se equivoque. Son extractos de algunas de las críticas que recibió “La cosa” (the thing, 1982) con motivo de su estreno. El fracaso fue rotundo y sin paliativos. Y no vale aducir que por aquellas fechas la gente llenaba los cines y hacía colas para ver otra versión del extraterrestre (ET) y que eso perjudicó su carrera comercial. No sirve por que el que nos ocupa se estrenó mes y medio antes en España y para cuando el otro llegó pidiendo volver “a mi caaasa” , esta cinta ya había desaparecido de los cines. Lo que si sirve es para por fin aclarar algunas cosas. Aquello que en el año 1982 no cuadraba, ahora cobra sentido en 2011, cuando se estrena un remake disfrazado de precuela del film de Carpenter. A la versión 2011, se le ha recibido también de uñas, ya antes de su estreno. Y después ha recibido calificativos que van desde el desdén hasta la injuria y que no son muy distintos a los que recibió el film de John Carpenter.
La mitología cinéfila tiene estas cosas. Hay quien se ha enfadado muchísimo, como si se estuviese gestando un remake de “Apocalypse Now” protagonizado por Justin Timberlake. O uno de “Taxi driver” protagonizado por Justin Bieber. Tocar un film de culto para generaciones de aficionados se ha convertido en una herejía. Vamos a ser sinceros, incluso yo mismo torcí el gesto un tanto airado cuando me enteré del asunto. Por eso las críticas que he conservado durante décadas, y que jamás entendí, ahora cobran sentido. Respondían a la misma indignación que todo aficionado amante del cine de Howard Hawks y concretamente de “el enigma de otro mundo” versión 1951, debió sentir cuando supo del estreno de una película sobre el mismo tema y que venía realizada por lo que entonces era un joven y prometedor realizador. Tocar el nombre Hawks y el Niby, ahí es nada Cualquier película hubiera desagradado y hasta indignado, de la misma forma que indignó el “psicosis” de Gus Van Sant mucho antes de proyectarse en pantalla alguna.
Es una cuestión visceral que puede llegar a comprenderse en el aficionado, pero que me parece imperdonable en el analista. Sobre todo por que todos los que despreciaron con saña la película de 1982 olvidan algo esencial: “La cosa” de John Carpenter en ningún caso es un remake del film de Niby y Hawks, sino una aproximación libre al texto literario que le sirvió de base, Who goes there? obra de John W Campbell Jr, y sino veamos: “una mano de siete tentáculos se convirtió de pronto en una masa de mutilada carne que rezumaba un licor amarillo verdoso. El ser se lanzó sobre uno de ellos y el hombre descargó el hacha sobre lo que parecía ser, sin serlo, una extraña cabeza. Se oyó un terrible crujido y aquella carne hecha jirones y desgarrada se levantó nuevamente, desafiante, mientras una sombra de destructora amenaza penetró en el cuerpo de todos los hombres, aterrados”. Esos y otros muchos fueron los retos de Carpenter, y los resolvió entregando una obra descomunal que ahora es de nuevo revisitada en 2011 por otro director, en este caso novel, Matthijs Van Heijningen.
Ante "the thing" en su versión de 2011, pueden adoptarse dos posturas. La primera, Olvidarse de él como ha hecho mucha gente. Total, todo lo que puede ofrecer esta historia lo podemos extraer tanto del estupendo clásico de 1951 como de la visión de 1982. La segunda opción es aventurarse y ver que ofrece en realidad esta nueva entrega. Tras mucho pensarlo, pasé de la primera a la segunda opción. Confieso que entré a ver el film de 2011 con la intención de valorarlo por si mismo y olvidarme de lo que ya conocía. Pero ello resulta imposible, el film de Heininjen no te deja. Sobre todo por que se plantea como una precuela que teóricamente narra lo sucedido en la base noruega de forma que pueda conectarse un film con otro en cuanto a los sucesos, y que finaliza justo donde comienza el de Carpenter. En realidad, aunque ello es así, la precuela es en el fondo un remake sin disimulo alguno. Es más, se busca de forma insistente y obsesiva la identificación con el film anterior, olvidándose, eso si, del de 1951, el cual desde aquí recomiendo. Esta operación, que puede parecer suicida, cuenta sin embargo con varios alicientes. El primero, que se reproduce de forma muy fiel y fidedigna todo el aparato escénico y de diseño de producción hasta el más mínimo detalle. Quien recuerde la visita a la estación noruega en el film de Carpenter, se encontrará aquí con una reproducción exacta de todas las estancias y pasillos y con una fotografía francamente conseguida que calca el mismo tono cromático, tanto en exteriores como en interiores. La sensación ambiental de haber vuelto al lugar de los hechos es practicamente exacta, incluida la estancia donde se guarda el bloque de hielo.
El ritmo narrativo, sobre todo en su primera media hora, busca también esos medios tiempos y tiempos muertos del film anterior. Y el diseño de algunos personajes es también deudor del film previo. Se nota que existe un respeto casi reverencial hacia el film de Carpenter. Incluso podría decirse que lejos de buscar autonomía propia, el film de 2011 intenta hacer con el de 1982 lo que el propio ente extraterrestre, capaz de copiar exactamente las células de cualquier ser vivo. Aquí se trataría de asimilar celuloide. Y es cierto que por momentos se consigue cierta atmósfera semejante a la anterior, y que la devoción y el respeto por la obra previa son no solo evidentes, si no extremos, lo que provoca que no se haga trizas ni se machaque el antecedente, tal y como sucedió con “la niebla”.
Es curioso, por cuanto estamos ante una operación de mímesis de similares características a la llevada a cabo hace unos meses con el cine ochentero en “Super
Por lo pronto, el film de 2011 nace con un espectador que posee mucha información sobre el tema. Todo lo contrario que el de 1982, cuyas primeras fascinantes imágenes provocan una insólita extrañeza. Un desasosiego e incertidumbre producto de una situación irracional, inexplicable, de la que solo surgen interrogantes inquietantes, infinitas preguntas sin respuesta que descolocan a los protagonistas y al espectador. Un lugar en el que en principio no pasa nada, se convierte paulatinamente en un foco de sombríos y fatales presagios que estallarán de forma aberrante,atroz y voraz. Y ello es narrado por Carpenter con mano maestra y sobre la base de una premisa que llevará hasta sus últimas consecuencias. El piloto Mcready juega una partida de ajedrez contra un ordenador y al perder arroja su whisky sobre él destrozándolo. Auténtica metáfora de la película. El ser humano inteligente se enfrentará también a lo largo de todo el film a algo que lo supera con creces, intentará vencer con inteligencia, pero de forma determinista y oscura el film se encamina hacia un oscuro pozo sin fondo en una batalla perdida. Hacia la nada más escalofriante. Es la derrota del hombre, individualmente y como grupo. Y al final solo queda la autodestrucción, la aniquilación total.
Ese fatum puramente nihilista impregna los poros de cada fotograma y del protagonista, quien pese a tener inequívocos aromas de western, posee una carga introspectiva y reflexiva de héroe a disgusto muy particular, sabedor, casi desde el comienzo, de que la batalla está perdida. La razón irá dando paso sin tregua y sin pausa a las sombras más oscuras y siniestras en la base nevada de
Y es ahí, entre plano y plano donde asoman los aromas de Lovecraft y las montañas de la locura, donde se da cita el infierno de Dante, donde aparecen tintes que recuerdan a Joseph Conrad y el corazón de las tinieblas,o de Edgar Allan Poe, sin perder de vista ciertos ecos de William Burroughs y del Nietzche más desaforado, el de Ecce Homo. Carpenter confiesa haber tenido muy en cuenta a Delacroix y su cuadro “la barca de Dante" también conocido como "Dante y Virgilio en los infiernos” así como todas sus versiones pictóricas como “la balsa de la medusa” de Gericault. Y es que el director se emplea a fondo a la hora de plasmar su visión del averno, del infierno más dantesco. Como si a la tierra hubiera llegado la versión más aberrante y perversa del mal, justo a un lugar inhóspito donde residen curiosamente doce hombres que conocerán de primera mano el apocalipsis en primera persona. Esta película no descarta tampoco una lectura bíblica. Como si asistieramos a una versión laica y nihilista de "el nombre de la rosa" con la estación antártica haciendo las veces de monasterio en el que flota una suerte de inquisición en la que se sospecha y se condena preventivamente al diferente, al distinto. La guerra fría de desconfianza que se apodera del grupo y hiela aún más las paredes del campamento es una de las bazas que retrata la visión carpenteriana de la naturaleza humana, siempre un paso más allá de Hobbes
Por tanto, no estamos solo ante un extraordinario film fantástico, con ciertos aromas de western clásico combinado con insertos del whodonit de Agatha Christie. Estamos ante una obra de profunda raigambre filosófica donde el determinismo de raíz nihilista vence al ser racional y que incluso permite lecturas diversas al amparo de una muy lúcida visión de la paranoia humana, la cual para colmo está expuesta con un pulso narrativo maestro. Su capacidad de sugerencia es tal que hasta Oliver Stone afirma que vio este film un par de veces antes de acometer “JFK”, cinta que también trata de un héroe enfrentado a un monstruo inabarcable de múltiples cabezas.
Obvia decir que los responsables de la versión de 2011 no alcanzan esas cimas, aunque estoy seguro que son conscientes de ello. No basta con fotocopiar el clima y ciertas soluciones visuales. Su visión, sin ser despreciable ni arrojar una mala película, está más a ras de suelo. Un terror en
De entrada, el ente digitalizado da mucho menos pavor, desde luego. Aun así, la idea de introducir a una paleontóloga mujer como private eye del relato, con el buen hacer de Mary Elizabeth Winstead, parece una solución acertada. Sobre todo para marcar cierta distancias con Kurt Russell en 1982, al que pese a todo aquí se homenajea a través del personaje del piloto. Y puede decirse que se consigue, aunque con menos fuerza que en el oiriginal, suspender la incredulidad del espectador cuando este personaje desaparece y vuelve a aparecer y sembrar las dudas en el equipo. Al igual que se palpa cierto pulso narrativo.
En conjunto podría afirmarse que, pese a que los personajes estén menos trabajados, y la amplitud de miras sea menor, esta nueva versión 2011 es en si mismo un film aceptable y curioso. Ahora bien, no todo el mundo narra como Carpenter, y las muchas deudas asumidas con el anterior film son muy evidentes. Y ni que decir tiene que esto nada tiene que ver con la propuesta de Howard Hawks y Niby, la cual daría por si sola para un artículo, razón de que no se incluya aquí. Habría que ver si esta gente, tan estudiosa del film de los 80, ha visto el de 1951, o ha leido el relato de Campbell. Podríamos llevarnos alguna sorpresa. Concluyendo, que estas operaciones de escaneado reflejan algo que ya se comentó y valoró respecto de “super