En algunas ocasiones la explicación aparentemente más sencilla no tiene por qué ser la correcta. No siempre funciona la historia de la navaja de Ockham. Veámoslo con un ejemplo sencillo. ¿Necesita el cine aditivos extra? ¿la visión de una película es mas rica si va acompañada de un refresco o palomitas? Barajemos tres posibles respuestas como hipótesis. Primera: la negativa. Sostendría que una buena película se basta por si sola. Además, el ideario clásico del inconformista enemigo del consumismo y convencido de que la sociedad está “cocacolonizada” pensará que es hasta contraproducente con toda forma artística.
Segunda: la positiva. El razonamiento contracultural y purista frente a lo artístico está errado. Los refrescos, chocolatinas, palomitas y frutos secos multiplican el disfrute. Y los enemigos de la sociedad de consumo se equivocan. No colocan las bebidas y los dulces a la entrada de forma sibilina para que gastemos sin descanso lo que no tenemos. Es por nuestro bien, para que disfrutemos el triple en el parque de atracciones en tres dimensiones en que se ha convertido el negocio de las multisalas.
A contribuir decisivamente a nuestro deleite cinéfilo se ha apuntado la tenista María Sharapova. A día de hoy la número dos del mundo. Al parecer no puede con Serena Williams en las pistas, aunque sí en el campo de la publicidad. Sharapova ha diseñado una línea de gominolas con las que pretende endulzar aun más la estancia del espectador en una sala de cine.
Sus exclusivos dulces de diseño se denominan “sugarpova”. Originalidad que no falte. Los hay con forma de pelota de tenis, de labios, de zapatos, de raqueta...Pero Ahí no termina todo, “sugarpova” ofrece diferentes estilos y sabores excitantes. Desde el “sporty” al “chic”. Los hay estilo “smitter” “flirty” o “silly”. No me pregunten la diferencia. Ante el espectador se abre todo un mundo de dulces tentaciones con efectos presuntamente infalibles que le permitirán ver a Iron Man volar más alto y más rápido, a Scarlett Johansson más seductora que nunca e incluso considerar a Justin Timberlike mejor actor.
Tercera hipótesis: la del consuelo ante los sucesivos desengaños. ¿Sufrió mal de altura con “los amantes pasajeros”? ¿Siente usted pavor viendo como arruinan su carrera artística Robert de Niro, Diane Keaton y Susan Sarandon en una misma comedia? ¿No le convence la última adaptación de la novela de Fitzgerald?. No desespere, un sugarpova chic puede ayudar a pasar el trago. ¿Alucina viendo a Halle Berry esquivando tiburones en una cosa llamada “Marea letal”? ¿Le espanta ver la “Combustión” del cine español ardiendo en sus propias cenizas? Ignoro si hay algún sabor que remedie esto último, pero para eso está el arsenal palomitero. Para aliviar sufrimientos. Aunque en realidad y ya puestos, ante determinados casos lo que a uno le apetece es tener a mano un buen bocadillo de chorizo ibérico o jamón serrano y una petaca de algo con muchos grados para sobrellevar las emociones fuertes.
Es el caso de la última película de Mariano Barroso, “Lo mejor de Eva”. Cine de género a la española. En ella Leonor Watling interpreta (con gran solidez) a una estricta juez carente de vida propia que como diría Victoria Camps tiene problemas con el gobierno de sus emociones. A partir de un caso de asesinato, la trama toca la inmigración ilegal, la prostitución clandestina, los amaños empresariales de los tiburones de turno y la angustia de un personaje femenino con un pasado familiar tortuoso.
Leonor Watling abandona su sonrisa marca de la casa para componer un personaje seco y rotundo, retorcido y asaltado por muchos demonios interiores. De esos que no desaparecen haciendo footing, su rutina nocturna. Incluso hay cierto pulso dramático y momentos acertados en los que se destaca el flujo constante y la influencia entre lo personal y el trabajo. Las tensiones íntimas y familiares y la presión laboral conviven con atisbos de veracidad. Y planea un off soterrado que esconde la verdadera naturaleza de la protagonista, de ahí su título.
Todo se mantiene en un aceptable punto medio. Justo hasta el momento en que la trama decide lanzarse al vacío a calzón quitado. El testigo clave del caso es un gigoló con inconfundibles aires de macarra de tercera. Y no tarda en llegar la temible escena que marca el punto de no retorno. Esa en la que el guión dice que la juez intachable, retorciendo en exceso la incredulidad del espectador invita a cenar a su casa al spanish gigoló, se queda colgada de él y le pregunta: Oye por cierto ¿Por qué te llamas Rocco? Pausa valorativa. El asunto tiene miga de cara al aficionado al cine. Y el Duque, perdón, Miguel Angel Silvestre contesta: me lo puso mi madre. Es por una película, “Rocco y sus hermanos”. De ahí hasta el final ya puede uno tener a mano todo un arsenal de sugarpovas, refrescos, palomitas o incluso una paella y agarrarse bien fuerte. Lo va a necesitar. Y lo que es peor, no le servirá de nada. Dice Mariano Barroso que el final de su largo se le ocurrió el último día de rodaje y a última hora. Se nota.
Y lo que comienza siendo el acerado retrato femenino de una mujer con un interesante mundo oculto que se intuye pero no sale a flote, viviendo en la tensa cuerda floja que separan las obligaciones impuestas y su íntimo deseo de liberación a todos los niveles, incluido el sexual, se queda a medio camino fruto de giros de guión imposibles y convenciones a la carta filmadas con rutina. Una lástima, ya que “Lo mejor de Eva” apunta entre plano y plano por dónde debiera caminar el cine español que desee practicar los géneros con cierta humildad, oficio y solvencia. Es el momento de abrir una bolsa de patatas fritas y apurar una Pepsi para amortiguar la relativa decepción. Conciliar el thriller con el cine negro y los aromas del melodrama lírico solo está a la altura de los más grandes…
King Vidor, por ejemplo. Sus películas se pueden tomar a palo seco. Sin aditivos ni edulcorantes. Y no hace falta recurrir a obras míticas como “y el mundo marcha” “El manantial” “El gran desfile” o “Duelo al sol”.
Vamos con otra mujer que como Leonor Watling y su Eva, pero a años luz, se ve abocada a vivir pasiones desaforadas, amores sin freno y sufrimiento sin límites. Su nombre Ruby Gentry. El título de la película “Pasión bajo la niebla” dirigida por King Vidor en 1952. Ruby (soberbia Jennifer Jones) es una fuerza de la naturaleza de tremenda carnalidad, deseada por muchos hombres, excepto por Charlton Heston, que aunque admite una evidente atracción animal y coquetea con ella, tiene otros planes. King Vidor muestra con maestría en Ruby la mezcla de un innegable atractivo sexual asociado a un comportamiento típicamente masculino, rudo y sin pulir. Lo que chocará frontalmente con una sociedad ahogada por una moral viciada y retrógrada
El estigma de Ruby, responde a aquel tópico machista que establece que esta chica valiente, sexy, celosa, lenguaraz y que maneja el rifle como nadie, es de las que en una sociedad puritana sirven para divertirse, pero nadie se casará con ella. Trabajadora en un barco pesquero, exuberante y divertida, pero inculta y dominada por sus propias pasiones, es el reverso de la introvertida y reprimida Eva que aunque lo desea, no sabe como soltarse la melena. Ambas comparten serios problemas para gobernar su torrente emocional. A Ruby Razones no le faltan. Los constantes comentarios de admiración que recibe debido a su belleza y su temperamental caracter esconden en el fondo un profundo menosprecio que nace de un estudio muy calculado por King Vidor de la posición del ser humano individual confrontado a la sociedad como totem. Tema clave en muchas de sus películas.
Dejó dicho Avishai Margalit que una sociedad decente es aquella que no humilla a ninguno de sus miembros. Y si lo hace por razón de raza, origen o cultura, pierde automáticamente la vergüenza y su identidad como tal. Ruby Gentry, tras los continuos halagos machistas disfrazados de cortesía malentendida propia de barra de bar (“solo eres anatomía” o “vales casi como un millón de dólares”) es considerada un ser inferior, comparada a un animal indómito “eres como una gata salvaje” le dicen. Especialmente doloroso resulta comprobar como ante su presencia se elogian la elegancia y los buenos modales de otra chica de buena posición, considerada, esta sí, una auténtica señorita. Y esa herida sangra y no se cierra en todo el metraje.
Ruby Gentry no tiene siquiera la oportunidad de posicionarse socialmente. Cuando decide dar una fiesta formal en su casa no acude nadie salvo el doctor. Por tanto, pese a su fuerte personalidad y su derroche de carnalidad, su orgullo sale herido una vez tras otra al ser pisoteada por una sociedad cainita que actúa como una auténtica jauría humana. No tiene ni la oportunidad de convertirse en femme fatal al uso, ya que en todo momento es una víctima, al más puro estilo Gloria Grahame. En su vía crucis moral no puede olvidarse el papel de su hermano, que la castiga moralmente con un fundamentalismo religioso que la compara a las peores plagas bíblicas. Es el estigma de la mujer como pecadora, portadora del pecado original, culpable incluso de su belleza. En palabras de su hermano, una innata fuente de conflictos que la llevarán directamente a arder en el infierno.
En realidad Ruby solo encontrará verdadero apoyo en la invalida sra, Gentry y su esposo, que tratarán de educarla y refinarla sin éxito. Ellos son la manifestación de la compasión en estado puro, entendida como aquel pesar por los daños infligidos a quien no lo merece. Una vez desparezcan de escena estos personajes, emergerá en toda su virulencia la ira del animal herido.
En “pasión bajo la niebla” se desatarán volcánicas tormentas emocionales de alto voltaje. Aunque aquí las cumbres borrascosas cobran la forma de un pantano repleto de ciénagas a las que el fotógrafo Russel Harlan les otorga un poder dramático de gran intensidad. King Vidor rueda de forma muy física ese escenario y sus pasiones de manera que la ansiedad, los celos y las turbulencias broten en su máximo esplendor a varias bandas.
La relación entre Jennifer Jones y Charlton Heston se basa en la pura atracción física de carácter fatalista. Ese detalle de comunicarse con silbidos y buscarse como dos animales en celo configura a los personajes. Decía Spinoza que quien no puede gobernar sus deseos ni contenerlos, al estar dominado por sus apetitos, jamás podrá gozar de paz de ánimo. Tras ser informada por Packman (Charlton Heston) de que contraerá matrimonio con una virginal rubia elegante, rica y de buenas maneras, se producirá una formidable pelea primero física y luego moral entre ellos que no tendrá fin. Ahí el deseo se mezcla con el odio y la sed de venganza con el resentimiento. Y de modo tan natural como irracional la imparable reacción en cadena se hará extensible a toda la sociedad que antes la humilló con consecuencias imprevisibles.
Dentro de su “retórica”, uno de los primeros escritos de Aristóteles está dedicado a la ira. Y la definió como un apetito insaciable de venganza por causa de un desprecio que se considera intolerable. Definición que se ajusta como un guante a Ruby Gentry, que para calmar esa sed no duda en casarse con el hacendado del lugar (estupendo Karl Malden) consiguiendo sólo el menosprecio de la comunidad, para la que nunca tuvo un tratamiento ciudadano.
No obstante, por su propia naturaleza, cualquier intento de sacar provecho de la ira se convierte en una pura contradicción. De ahí que paradójicamente, lo que viene después se asemeje al vaticinio de su hermano. Ruby, ahora señora Gentry, rica y con dinero, desatará el apocalipsis y todas aquellas plagas anunciadas contra toda la comunidad, incluido el diluvio físico sobre las tierras que se pretendían ganar al pantano.
Todo ello eleva la película a niveles máximos. Ya no estamos sólo ante el relato truncado del ardor amoroso, el fuego fatuo y el éxtasis. King Vidor retrata a toda una sociedad, a través de un clima en el que la pasión, los celos y el orgullo son solo el trasfondo de un tapiz más amplio y ambicioso. Un fresco de resonancias morales e incluso bíblicas, con aromas elegíacos de tragedia clásica, perfilando con gran nitididez los intereses en conflicto y la posición del individuo acorralado, aislado y acosado por diferentes fuerzas: sociales, de clase, religiosas y morales. Y todo bajo unos ferreos principios establecidos por una sociedad bienpensante y clasista que intenta aniquilar todo brote de naturalidad espontánea que no se ajuste a los cánones previstos.
La textura visual y dramática que ofrece King Vidor para dar vida a todo este complejo compendio es extraordinaria. La exaltación amorosa, la salvaje naturaleza del pantano como escenario con fuerza dramática propia, los fuertes caracteres de cada personaje y la narración sobresaliente hasta alcanzar el delirio paroxístico, casi operístico, configuran una cinta mayúscula, otra más en su obra. La cual, por supuesto, se disfruta en todo su esplendor sin necesidad de acompañamiento de bisutería en forma de glucosa y otros derivados. Tal vez debido a que todos los ingredientes necesarios están en el propio film.