En la novela de Grace Mcleen “Un mundo soñado” una joven
de nombre Judith vive inmersa entre dos mundos e influencias que le resultan
tan complementarias como antagónicas. Por un lado está su padre predicador, que
roza el fundamentalismo religioso. Por otro el conocimiento científico que le
proporcionan su escuela y sus lecturas. De ese contraste surge una excelente
novela que indaga con tacto en esa dialéctica.
Una de las paradojas más curiosas del pensamiento moderno
se encuentra en la extraña evolución del fenómeno religioso asociado a los
estados liberales occidentales. Aunque no lo parezca, seguimos en una página de
cine, e intentaremos llegar a puerto. Prosigamos. Podría decirse que el binomio libertad -
religión se presenta bajo dos formas: Por un lado las democracias liberales
occidentales reconocen dentro de su amplia carta de derechos la libertad
religiosa. Pero por otro puede darse el caso de que determinadas religiones
nieguen o censuren ciertas libertades según criterios que no son éticos ni políticos,
sino estrictamente religiosos.
Tal y como afirma Martha Nussbaum esto crea un dilema
moral a los estados liberales (tal y como le sucede a la protagonista de la
novela de Mcleen). El estado liberal no puede, según su propio mecanismo interno
interferir en la libertad de expresión
religiosa sin invadir derechos ciudadanos. Ahora bien, esa no intervención, esa
no injerencia puede servir de campo abonado para que florezcan al amparo de la
no interferencia, el fanatismo, el fundamentalismo y la discriminación. Que si
bien presentan aspectos políticos y sociales, también los pueden tener
religiosos.
Los pensadores han tomado diferentes posturas ante el
dilema de compatibilizar la fe con un estado moderno y sus derechos. John Stuart Mill critica ácidamente al calvinismo por mezquino,
Bertrand Russell razonó su hostilidad hacia la religión de múltiples formas.
Cuestión en la que llega a converger con el pensamiento marxista que tiene
siempre una visión negativa de la función social de la religión. Marcuse
desconfía de la obediencia religiosa y Kant apuesta decididamente por la
elaboración de un pensamiento racional ajeno a una fe impostada. No es cuestión de hacer una lista de
pensadores ateos. Que por cierto no son los únicos.
Dado que se va a abordar la cuestión planteada al comienzo
en el marco de cuatro películas, y tres de ellas están protagonizadas por
mujeres, convendría ampliar el marco y conocer la postura del pensamiento
femenino y ya puestos feminista.
Hay pensadoras como Edith Stein cuya moral está
indisolublemente unida al fenómeno religioso y otras como Amelia Valcercel o Victoria
Camps que indagan sin problemas en la dicotomía entre razón y fé. Pero,
curiosamente, el feminismo humanista no se ocupa demasiado del asunto. Siempre
según Nussbaum, el feminismo de última hornada, desde Alison Jaggar a Katharine
Mackinnon, pasando por Diana Meyer trata muchas cuestiones pero tiende a
ignorar el tema religioso.
Aunque existen excepciones. Simone de Beauvoir sin ir más
lejos. O Susan Sontag. Mary Becker es muy beligerante. Afirma que la religión
perpetúa y refuerza la subordinación de la mujer. Pero para ella la cuestión
planteada se convierte en un no-dilema. Y por una razón de peso. Los reclamos
morales emplazados en prácticas religiosas tradicionales son sospechosos por
cuanto amenazan derechos y valores universales.
Todo lo anterior hay que situarlo en el contexto de la
actual sociedad globalizada, mediática, materialista, masificada, consumista y
multicultural. Una sociedad presuntamente abierta y en algunos casos laicista,
que ha sobrepasado la contracultura para instalarse en un marco global. No olvidemos que para
Ortega, la decadencia de occidente provoca una profunda deshumanización y desarraigo
cultural pese a todos los avances tecnológicos.
Ahora, a un paso de ser engullidos por un sistema
tecnificado, olvidados y menospreciados los viejos credos ¿se podría decir categóricamente que el
árbol de la ciencia ultramoderna se ha convertido en el nuevo catecismo?. Y la religión ¿ha sido sustituida, absorbida totalmente por la solidaridad
civil y la apuesta por las conquistas sociales?. Sin olvidar esas cuestiones, sin embargo, lo que aquí nos
interesa es valorar la posible compatibilidad e incluso convivencia entre el
empirismo de la ciencia y los dogmas de la fe. La posibilidad de vertebrar una
doble imagen en la que la más rabiosa modernidad tecnológica encuentre cierta
armonía con las creencias religiosas más arraigadas.
E incluso cuestionarse si se puede dar un paso más y si de hecho se ha dado. Es decir, contemplar incluso el
devenir del hombre en sociedad al amparo de la razón y la ciencia y al margen
de todo credo religioso. ¿Podría ser ello considerado una afrenta por los credos más arraigados? Ante esta perspectiva la
ortodoxia religiosa ¿reaccionaría de algún modo o lo dejará correr? La gran
cuestión es si los dogmas de la añeja religión y sus múltiples tentáculos se
quedarán cruzados de brazos ante el racionalismo laico, el ateísmo laicista, el
agnosticismo de nuevo cuño, el
materialismo y la progresiva pérdida de valores o su sustitución por otros laicos.
Fundamentalismos aparte, el nuevo hombre del siglo 21,
agnóstico, racional, científico y autoconsciente ¿debe reconsiderar su postura,
purgar sus pecados, hacer penitencia y mostrar arrepentimiento? ¿Hay algún
altar mejor que el dionisíaco Hollywood para diagnosticar la cuestión? ¿urge
indagar en la necesidad de un rearme moral que recobre los valores abandonados?
Veámoslo. Bien podríamos utilizar “El fuego y la palabra” o “La noche de la
iguana” como campo de experimento. Pero veamos que ocurre en el cine reciente.
Cuatro ejemplos servirán. Y para ello nada mejor que el
cine de género, muy capaz de radiografiar la sociedad e introducir mensajes de
contrabando.
Primera prueba de laboratorio. Florence Carheart (Rebecca
Hall) en “la Maldición
de Rookford”. Florence es una escéptica investigadora de fenómenos
paranormales. Su cartesiano agnosticismo y su racional visión de la existencia
le llevan a cuestionar toda presencia extraña. Para ella, cualquier fenómeno
tiene un razonamiento científico. En la primera escena haciendo gala de una
sorna británica propia de un personaje de Conan Doyle desenmascara a unos
farsantes en una sesión de espiritismo. Basándose en el uso de la razón
menosprecia con su fino humor británico todo misticismo de raíz religioso en
favor de la razón científica.
Sin embargo, todas sus férreas convicciones basadas en la
razón y en la ciencia se pondrán a prueba cuando llegue con todo su arsenal de
laboratorio a examinar la posible existencia del fantasma de un niño en un
colegio. En principio una superchería más que piensa desmontar con facilidad.
La realidad es muy distinta y la tesis de la película también. La investigadora
Florence recorrerá un sendero desde la ciencia a la fé en un guión muy astuto y
sibilino en el que se nos narran las peripecias de alguien que ha olvidado
quien fue y lo ha fiado todo a la razón.
La tesis del film es tan diáfana como soterrada en su exposición, pues plano a plano Florence (y el espectador que se deje arrastrar por la historia con ella) descubrirán que todo su arsenal científico y sus dotes deductivas de nada sirve ante fuerzas superiores. Y lo que se plantea como un film agnóstico y sagaz termina siendo casi un auto sacramental por la vía del sermón.
La tesis del film es tan diáfana como soterrada en su exposición, pues plano a plano Florence (y el espectador que se deje arrastrar por la historia con ella) descubrirán que todo su arsenal científico y sus dotes deductivas de nada sirve ante fuerzas superiores. Y lo que se plantea como un film agnóstico y sagaz termina siendo casi un auto sacramental por la vía del sermón.
Segunda prueba al microscopio. Kathleen Winter (Hilary
Shwank) en “la Cosecha ”.
La señorita Winter es una bióloga que se declara también agnóstica y escéptica
ante fenómenos paranormales. Como la anterior, no tarda en descubrir las
razones científicas que explican el culto religioso a un cadáver en Sudamérica.
Su próximo asunto se encuentra en un hermoso pueblo de la América profunda. Esa de
la que tanto desconfía, precisamente por mostrar un fundamentalismo religioso a
la sombra de las misas dominicales, el ponche tradicional y el country más
genuino.
Cuando los lugareños le dicen que el río se ha teñido de
rojo ella aduce que algún componente químico ha alterado el agua. Cuando las
ranas llueven de los árboles, diagnostica que se trata de algún componente de
hidrógeno mezclado con algún fungicida. Winter, realiza todo tipo de pruebas de
muestras a lo CSI. Y por supuesto, piensa que los vecinos se acercan al
fanatismo religioso cuando sostienen que estamos ante un aviso que reproduce
las plagas bíblicas, que por supuesto, para ella, tienen una explicación científica.
Sin embargo la película se inclinará por hacer pasar
(nunca mejor dicho) un auténtico vía crucis a la protagonista hasta que la
auténtica verdad religiosa que había olvidado en favor de la ciencia le sea
revelada. En este caso los análisis microscópicos que de poco sirven, simplemente arrojan resultados de aromas biblícos que refuerzan la idea de que el mal apocalíptico acecha
Tercera prueba empírica. Erin Bruner (Laura linney) en “El
exorcismo de Emily Rose”. Erin es una abogada de prestigio a la que le encargan
la defensa de un sacerdote acusado de negligencia en la práctica de un
exorcismo con resultado de muerte. Un personaje también agnóstico que basará su
defensa en la ciencia médica. De este modo, Emily habría sufrido un episodio de
aguda crisis epiléptica causado por un daño cerebral diagnosticado por
diferentes especialistas. Eso y no otra cosa le causó la muerte. Su sonrisa
descreída y hasta pícara cuando el sacerdote (su cliente) le sugiere la
posibilidad de que el maligno tenga mucho que ver con el asunto lo dice todo.
Por supuesto, el desarrollo del film irá sembrando de
incertidumbres el alma de Erin. Sus firmes convicciones se irán haciendo añicos. Y poco a poco irá convenciéndose de que algo
que sobrepasa a la razón analítica y a la ciencia médica rodean tanto el caso como su
propia vida.
Cuarta Prueba. No todo van a ser mujeres. Ralph Sarchie
(Eric Bana) en “Líbranos del mal”. Sarchie es un curtido policía de Nueva York,
acostumbrado a patearse las calles, a gestionar los asuntos más turbios al más
puro estilo “Training Day”. Con una diferencia: Denzel Washington trafica con
droga y mafias diversas, mientras que Sarchie, además, tiene que vérselas con
fenómenos paranormales y reproducciones del maligno. Curtido en mil rondas y detenciones,
acostumbrado a las malas calles, cuando
un sacerdote le habla del mal y las fuerzas oscuras del maligno, su sentido
común a ras de suelo le lleva a una mueca socarrona. Cuando los acontecimientos
se vayan precipitando, terminará abrazando la fe y practicando un exorcismo en
la propia comisaría.
Resulta pertinente y digno de análisis comprobar como el
moderno cine fantástico, bajo una primera capa de agnosticismo y tecnología
científica, se repliega hacia los dogmas de la religión en su acepción más
ortodoxa. No se trata ya de que convivan en un mismo plano ciencia, razón y fe.
Es que las dos primeras son finalmente borradas de un plumazo a favor de un
discurso sin fisuras. Una tesis en la que todos los protagonistas terminan
siendo una suerte de pecadores, mártires que han de recuperar las esencias de la una fe
olvidada.
El sendero hacia la luz (religiosa) por tanto, dibuja perfiles muy nítidos que el
celuloide reproduce para ese espectador agnóstico sentado en su butaca. Aunque lo haga veladamente y con estilo. Por tanto, ya no se trata sólo del
castigo (divino o no) que recibe el Dr, Moreau en su isla por jugar a ser Dios.
En los casos expuestos el agnosticismo es finalmente considerado una suerte de pecado, consecuencia de todos los males de la sociedad moderna, que por supuesto se lleva su ración de crítica acerada. Es por ello que todos los citados habrán de sufrir su fase de arrepentimiento y penitencia. Todos ellos son en cierta medida castigados por su vanidoso ideario racionalista y les tocará sufrir remordimientos varios antes de recobrar la autentica fe perdida. Y no falta el martirio moral e incluso físico antes de someterse de nuevo al dogma verdadero. Lo que no tenemos muy claro es si se sale ganando con el cambio de cromos.
En los casos expuestos el agnosticismo es finalmente considerado una suerte de pecado, consecuencia de todos los males de la sociedad moderna, que por supuesto se lleva su ración de crítica acerada. Es por ello que todos los citados habrán de sufrir su fase de arrepentimiento y penitencia. Todos ellos son en cierta medida castigados por su vanidoso ideario racionalista y les tocará sufrir remordimientos varios antes de recobrar la autentica fe perdida. Y no falta el martirio moral e incluso físico antes de someterse de nuevo al dogma verdadero. Lo que no tenemos muy claro es si se sale ganando con el cambio de cromos.
En esa línea se mueve Rafael Argullol cuando manifiesta
que a medida que hemos avanzado en nuestra sofisticada tecnología de la
simulación, y hemos “creido” en ella con una “fe” inconmovible, más se han ido
invirtiendo los personajes de la parábola platónica, siendo ahora las sombras
de la caverna lo único verdadero. Aunque según su visión, lo que no cambiará
nunca si seguimos ese patrón que ha sustituido la fe del salmo por la fe en la
tecnología es nuestra condición de prisioneros. Formulando la ecuación al revés, según su visión tampoco varía. Sólo lo haría como espejismo, para el creyente que recuperando su fe cree haber resuelto todos sus problemas. Tesis que manejan estos films en los que hay escaso margen para las zonas grises. Estamos aquí lejos de Unamuno y las dudas existenciales de su "San Manuel Bueno Martir". Pues aquí aunque existen dudas y zozobra, están al servicio de un mensaje final muy claro, en las antípodas del libro.
Cabría preguntarse, si a través de este tipo de films
Hollywood nos sermonea. Los responsables de los dos últimos ejemplos puestos
dirían que no, y reforzarían su tesis sobre la base de que se basan en
historias verídicas. No obstante, uno tiene cierta sensación,
independientemente de la calidad de cada film, de que ese mensaje implícito es
algo más que un mensaje.
Cabe dudar también sobre si este cine moderno juega con
una baraja con cartas marcadas utilizando el presunto cine comercial para
criticar precisamente el materialismo laico de la sociedad tecnológica. Si
existe o no cierta voluntad soterrada de adoctrinamiento queda al criterio de
cada espectador. En mi opinión, se puede
ver estos films como un simple pasatiempo inocuo y disfrutar de las excelentes
interpretaciones sin ir más allá. Es una opción legítima. Conste que no hemos de olvidar que nos movemos en todo caso en el territorio de la ficción, en la que en principio ninguna opción debe ser censurada de raíz.
Sin embargo, la cuestión no es, tal vez hasta dónde quiera ir o profundizar cada espectador, sino hacia dónde pretenden llevarnos ellos con una alambicada estructura en la que bajo los ropajes del cine mainstream late una versión adulterada pero sin fisuras del sermón de la montaña. Paradojas del cuarto milenio
Sin embargo, la cuestión no es, tal vez hasta dónde quiera ir o profundizar cada espectador, sino hacia dónde pretenden llevarnos ellos con una alambicada estructura en la que bajo los ropajes del cine mainstream late una versión adulterada pero sin fisuras del sermón de la montaña. Paradojas del cuarto milenio