Hurgar en los engranajes y mecanismos propios de la comedia puede conducir a puertos cuanto menos inesperados. Ya desde los tiempos del teatro bufo y posteriormente del cine mudo, la comedia ha servido siempre como válvula de escape para contar los dramas más tremebundos. De esa forma el espectador puede someterse a una especie de vaciado total, entrando en un tunel de lavado muy particular que nos permite reirnos de nuestras más lamentables miserias durante dos horas. No hay más que recordar las penurias de Chaplin o Keaton y lo muy “divertidas” que resultaban, pues uno pasaba de la carcajada a la lágrima casi en un suspiro. En “una dulce mentira” el psicodrama realmente se las trae. Si lo ponemos en manos de gente como John M. Sthal o King Vidor te montan un melodrama con esta historia de los de pañuelo en mano. A saber: Una señora (Nathalie Baye) vive sumida en una honda depresión tras abandonarla su idolatrado y artista marido por una jovencita con la que se va a casar. Enganchada al abandono y la dependencia, se pasea por la calle descalza, mal vestida y ha perdido absolutamente toda noción de autoestima. Su hija (Audrey Tatou) que compone un personaje que intenta dar un giro a sus habituales roles azucarados, regenta de forma lunática e histérica una peluquería por donde pululan personajes aun más marcianos. Y vive con una autosuficiencia que se desmorona a las primeras de cambio, presa de la histeria. Como está refugiada en su trabajo full time, carece de vida personal, se autoengaña sobre su real situación, y solo encuentra alivio a sus muchas frustraciones descargando en su madre su rabia contenida.
La tercera pata del banco la forma un antiguo alto ejecutivo poseedor de masters varios y que maneja cinco idiomas. Aunque trabajaba en una empresa la frustración del mundo competitivo le lleva a aislarse del mundo, abandonar toda responsabilidad y dedicarse a trabajos simples y sin compromiso, como realizar chapuzas de electricista o chico para todo en la citada peluquería. Este último si parece tener claros sus sentimientos, y los expresa en sentidas cartas dirigidas a su jefa, la cual está tan atribulada que no se entera. Como en aquella película de Claude Sautet, se podría decir que tanto la muchacha, como su madre y el empleado se encuentran por unas u otras razones en la línea de salida con el corazón en invierno. No dejo de pensar que tratado nihilista hubiesen hecho Kieslowsky o Tarkovsy con este material.
Pero que no cunda el pánico. Esta comedia francesa no bebe de esas aguas, sino de otras muy diferentes. Ante todo “una dulce mentira” retoma en una versión muy libre el mito Cyrano de Bergerac, con un trasiego de cartas falsificadas que van y vienen dictadas por persona interpuesta, lo que da lugar a jugosos equívocos varios. Pero por otra parte, su mayor fuente de inspiración, que apenas se oculta, está al otro lado del oceano, concretamente en Manhattan, ese lugar donde vive un señor bajito y con gafas al que le gusta tocar el clarinete y que puntualmente nos entrega una película por año. Y a partir de ahí, todo empieza a encajar.
Toda la galería de personajes maniáticos, neuróticos y desconcertados que describe Woody Allen en sus films está presente aquí. Por supuesto todos ellos son consumados parlanchines, cargan con innumerables traumas, y lo que no entiendo es porque el guión no les ha buscado un psicoanalista, para redondear el cuadro. Y como en Allen todos van sin freno en busca del amor, elemento que se convierte casi en una especie de búsqueda del santo grial. En este panorama, lo que parecía un dramón se convierte en comedia amable, el sol sale y el entramado amoroso se abre paso. Ya pero ¿funciona? Pues resulta que moderadamente, pero si. No estamos ante una propuesta rupturista o innovadora, pero el ritmo de la película, aun con alguna leve caida de tono, resulta agil y ligero, las interpretaciones no desentonan y encima hay algunos gags realmente buenos a costa de las presuntas diferencias culturales y de clase. Me quedo con ese particularmente acertado por su fina ironía en el que, para evitar el desasosiego de la Tatou , el chico arreglatodo, cuando esta le visita por sorpresa, debe meter a toda prisa sus ingentes cantidades de libros en un trastero, y todo ello para parecer menos culto a sus ojos.
Hay que decir que la cinta parece tener también un punto de locura que acerca el film, salvando las lógicas distancias, a algunas propuestas de Howard Hawks como “su juego favorito” donde el elemento femenino vuelve absolutamente tarumba a los hombres. Aquí, entre la madre rejuvenecida por vía postal y la hija neurótica llevan al pobre infeliz por la calle de la amargura, aunque eso si, que no se queje: todo el mundo no tiene la posibilidad de saborear como él dos platos tan distintos. Toda esta combinación arroja un balance tan resultón como desenfadado y uno disfruta con las particulares neuras de esta pandilla de primos, que por cierto se podrían juntar un día en Comillas con los de Sanchez-Arévalo y formar una romería de imprevisibles resultados. En pleno desconcierto, la madre le acusa a la hija al recibir una carta anónima de amor escrita en realidad por la propia hija para levantarle el ánimo, de que es una carta frígida. No se puede decir lo mismo de la película, la cual, estoy seguro, hubiese tenido un recibimiento muy distinto si viniese firmada por nuestro amigo de Manhattan.
Hay que decir que la cinta parece tener también un punto de locura que acerca el film, salvando las lógicas distancias, a algunas propuestas de Howard Hawks como “su juego favorito” donde el elemento femenino vuelve absolutamente tarumba a los hombres. Aquí, entre la madre rejuvenecida por vía postal y la hija neurótica llevan al pobre infeliz por la calle de la amargura, aunque eso si, que no se queje: todo el mundo no tiene la posibilidad de saborear como él dos platos tan distintos. Toda esta combinación arroja un balance tan resultón como desenfadado y uno disfruta con las particulares neuras de esta pandilla de primos, que por cierto se podrían juntar un día en Comillas con los de Sanchez-Arévalo y formar una romería de imprevisibles resultados. En pleno desconcierto, la madre le acusa a la hija al recibir una carta anónima de amor escrita en realidad por la propia hija para levantarle el ánimo, de que es una carta frígida. No se puede decir lo mismo de la película, la cual, estoy seguro, hubiese tenido un recibimiento muy distinto si viniese firmada por nuestro amigo de Manhattan.