Ya sabemos que Fukuyama se encargó de proclamar a los cuatro vientos el fin de la historia. Poco importa que Hegel ya hubiese disertado sobre el tema mucho antes. El asunto hizo mucho ruido, aunque al final las nueces recogidas tampoco fueron tantas. Pero nos va a servir como punto de partida. Siguiendo el mismo planteamiento, cabe cuestionarse si en materia de cine los géneros clásicos también han muerto. Y si es así cuando y de que modo. Mucho se ha discutido sobre la presunta muerte del western. Incluso hay quien sin problemas sabe exactamente cuando se escribió su epitafio. Al parecer lo rubricó Ford la noche en que liquidó a Liberty Valance y sentó unos minutos más tarde las bases del estado de derecho al oeste del Pecos.
Sin Embargo, esta tesis choca o tropieza con algunos inconvenientes. El primero es que obliga a preguntarse que es entonces “El gran combate” firmada por el mismo Ford después. Para solucionar esta cuestión puede acudirse a una explicación mística. Muerte y resurrección del western. Así queda aclarado que pintan por ahí sueltas películas como “El fuera de la ley” “Wild Bill” o “Appaloosa” por citar alguna. La resurrección permite además acoplar el adjetivo crepuscular a la ecuación. Una argucia lingüística para decir que en realidad el western clásico sí que ha muerto, pero que de cuando en cuando reaparece dando espasmos, transformado y con otra cara, crepuscular en todo caso. Aunque eso no sea siempre así ¿un ejemplo? “Silverado”.
Por otra parte, es obligado decir que no hay unanimidad al respecto. Y no hay que olvidar que fue un western “La puerta del cielo” el que según otros certifica no solo el acta de defunción de un estudio (United Artist), sino del género. Aunque siempre queden cabos sueltos. ¿Es “Vivir y morir en los Angeles” un western, lo es “Harry el sucio”? ¿Lo es “Cowboys & aliens”? En realidad el celuloide actual vive inmerso en una continua miscelánea en la que el trhiller convive con el cine de acción y otros derivados tales como el cómic y los videoclips, formando todo parte de una macedonia no muy fácil de definir. Es muy habitual alabar determinadas películas tipo “La seguridad de los objetos” precisamente por su agridulce mezcolanza genérica, aunando drama y ácida crónica social con unas gotas de humor. Desde luego, si alguien como Todd Haynes se atreve con un melodrama de corte clásico como “Lejos del cielo” siempre tropezará con quienes le acusen de cocinar un pastiche postmoderno a lo Douglas Sirk, aunque la película funcione.
Lo que si parece claro es que con la desaparición de los estudios, el free cinema, la nouvelle vague y demás inventos surgió por generación espontánea esa famosa mezcla de géneros (como si antes eso no existiera) y por otro lado surgen dos aparentes géneros nuevos que en realidad son más antiguos que el scope: el cine independiente y el cine aún más independiente, ese que está al margen tanto del aparato comercial como de los festivales indies. Cada día son más los directores que a las primeras de cambio se desmarcan de ambas tendencias. Hoy lo que se lleva es el director al que le encanta proclamar que vive en la republica independiente de su casa mientras espera ganar un premio en Sundance o Montreal. Aquellos que están contra el sistema ( ese que ocupan el mercado y las vacas sagradas que tienen plaza fija en Venecia o Berlin) pero que si pueden colocan su película en la quincena de realizadores de Cannes o en Locarno. Es una estrategia que usa hasta Angelina Jolie, que ha realizado una película sobre el conflicto en la ex Yugoslavia y la pretende vender como indie debido a que no cuenta con estrellas, adopta un estilo documental y está realizada (dice) con un presupuesto ajustado. Habría que saber lo que significa eso para ella.
A simple vista, lo que parece que aguanta inasequible al desaliento es la comedia y el cine fantástico y de terror. No me voy a detener hoy en la degradación (salvo excepciones) cuesta abajo que vive la comedia actual. La más comercial con boda incluida es una auténtica pandemia peor que el ébola. Los clásicos como Woody Allen, visto su último film pueden aplicarse el cuento. Y ya que los viajes no le sientan bien y está visto que canta mucho mejor en la ducha, lo mejor es que vuelva cuanto antes a Manhattan, su bañera particular. Queda la comedia supuestamente independiente, la alternativa, que cada vez se conforma más con abonarse a texturas que simplemente la distingan del modelo comercial a través de una fotografía más verista y ciertos detalles, como un aparente y calculado desaliño en el diseño de producción. Si una parece realizada en un estudio de fotografía y viste de Prada, la otra lo hace en plena calle con esos atuendos tipo homless que portan las estrellas para pasar ¿inadvertidas? cuando van de paisano. Pero en el fondo no hay tanta diferencia como la que aparenta a simple vista entre “La proposición” y “Happy thank you more please”, por citar una cinta puramente mainstream y otra que va por la vida de indie.
El cine fantástico y sobre todo el de terror parecen tener el campo más abonado para la imaginación. Y es cierto que existe gran variedad y una oferta en principio más amplia. Además son dos géneros que permiten trabajar en ocasiones con escaso presupuesto e ideas atractivas, sobre todo en los márgenes del cine independiente, de donde se pueden extraer algunas gemas. Sin embargo, en el cine comercial el terror no es lo que era. Y temporada tras temporada nos entregan el enésimo capítulo del mismo pack archisabido. Llevan años haciéndolo, aunque en las últimas temporadas resulta particularmente descarado y censurable.
Desde que Henry James escribiese su novela “Otra vuelta de tuerca” y se comenzase a adaptar al cine la historia de la institutriz y los niños, la maldita tuerca ha dado demasiadas vueltas sobre si misma. Basta con la excelente adaptación de Jack Clayton con Deborah Kerr. Pero es que aunque hay otras incursiones, el mismo tema disfrazado ha sufrido de una forma u otra un expolio sin precedentes. Son diferentes movimientos sobre una misma partitura desgastada. Para comprobarlo he realizado un curioso experimento. Y es ver una serie de películas que en principio no tienen conexión alguna. Por separado e individualmente algunas resultan hasta aceptables y con puntos de interés. Vistas todas en un corto espacio de tiempo (tres meses) el ensayo resulta abominable por reiterativo y uno descubre la aberración carente de originalidad que nos cuelan temporada tras temporada disfrazada de nueva modernidad.
Las películas objeto de estudio son todas recientes y fueron las siguientes: “Silent Hill” de Christopher Gans, “Expediente 39” de Christian Alvart, “Frágiles” de Jaume Balagueró, “La huérfana” de Jaume Collet-Serra, “La llave del mal” de Iain Softley, “el Orfanato” de Juan Antonio Bayona, “Dark Water” de Walter Salles, “El elegido” de Guillaume Niclaux y como colofón “The ring” de Gore Vervinsky. Como dirían en un trailer de una película de terror, no se le ocurra a nadie practicar semejante experimento. Su grado de confianza en el cine actual puede sufrir un serio revés.
Todas responden a una misma fórmula que se aplica a rajatabla y sin faltar a ninguna de sus premisas. Una atractiva mujer en circunstancias personales ansioso-depresivas producto de algún trauma del pasado será la absoluta protagonista. Existirá un traslado a un hábitat nuevo, desconocido y amenazante. Parejas masculinas inanes cumplen la función de un molesto y marchito florero. En casi todas hay una necesidad imperiosa de paliar su ansiedad a través del ejercicio de la maternidad. Se producirá (casi siempre) una adopción de consecuencias problemáticas. Habrá pérdida (emocional) o desaparición (incluso física) del vínculo materno-filial. O bien desequilibrios graves en la relación entre madre e hija. Pasillos muy largos y oscuros. Lucha a muerte de la madre “contra las fuerzas del mal” por recuperar al retoño perdido o desequilibrado así como la unidad familiar. Sustos varios en dolby stereo y multitud de presencias siniestras. La heroína vivirá su odisea en soledad absoluta, pues nadie la cree, llegándose a poner en duda su salud mental (como sucede en Henry James). Y por supuesto, como gran guiñol final un giro sorpresa que da un vuelco total a todo lo visto con anterioridad. Todo ello con banda sonora altisonante, ruido que no falte.
No se va a negar que algunas de ellas poseen cierta atmósfera malsana, que están cuidadas en cuanto a su factura y diseño, y que permiten intuir ciertas dotes como narradores en sus autores. Incluso contienen ciertos tiempos muertos sugerentes. Pero no puede ser que a todos los niños (a todos) les de por dibujar cosas extrañas o realizar rompecabezas que hay que descifrar. Y resulta muy repetitivo que en muchos casos exista un trasfondo relativo a creencias atávicas, maleficios e integrismo religioso origen de todos los males. La única película sin aparente “problem child” es “La llave del mal” pero que nadie se engañe, la criatura es sustituida aquí por un anciano que en el fondo es como un niño.
Aún así, no todo es morralla. En “Silent Hill” se atisban referencias a Lovecraft y “Dark Water” apunta detalles sobre la sociedad moderna en descomposición. Aunque ello no evita la sensación de estar viendo la misma película multiplicada por seis. Y con encuadres y puesta en escena que se repite sospechosamente. De todas formas, hay un asidero al que agarrarse. Una de las gratas sorpresas que proporciona un ejercicio de esta naturaleza es ver la entrega y despliegue de sus actrices protagonistas. A saber, las estupendas Radha Mitchell, Monica bellucci, Jennifer Connelly, Vera Farmiga, Naomi Watts, Calista Flokhart, Kate Hudson y compañía. Entregadas todas a la causa de la angustia con total frenesí. Un auténtico tour de force, como si compitiesen en una olimpiada de gritos, sustos y coraje femenino. Todas dispuestas a sufrir lo indecible e inimaginable. Sus performances solo tienen un problema y es que sus esquemáticos papeles son perfectamente intercambiables a la película de su vecina de desdichas. Hasta en eso salimos perdiendo. Ya metidos en faena, mucho mejor Barbara Stanwick sufriendo de lo lindo y como es debido en “Voces de muerte” (Anatole Litvak 1948).
Por el camino del sendero trillado y con el escaneado funcionando a pleno rendimiento, Henry James, Poe, Lovecraft, Freud y algún otro son una vez más masacrados de mala manera. Y se ha dado, nunca mejor dicho, otra pusilánime vuelta de tuerca al mismo asunto, solo que cada función es peor que la anterior. Alguien podría detener la fotocopiadora de una vez. Sobre todo debido a una razón esencial. El cine de terror hoy, tal vez no hay que buscarlo en la repetición de una fórmula gastada. la realidad de las matanzas en Siria sobrecogen mucho más que estos presuntos cuentos alegóricos para no dormir. Pero algunos hacen como que no se enteran y siguen haciendo caja. Parece ser que Amy Adams hará la versión americana de “El orfanato”. Será buena ocasión para revisar por ejemplo “Una mujer atrapada”, en la que Olivia de Havilland da un recital en una película de verdad.