Ahora que se arrancan las últimas hojas del calendario, es momento de no olvidar las buenas costumbres y encender las luces de la sala. Si alguien pensaba que este año se libraría de la turra musical de fin de año es que no conoce lo muy previsible que es la sala oscura. Es hora de hacer balance musical y emocional de los últimos tiempos. En este caso el repaso intentará ser un pálido reflejo del camino de cualquier ciudadano x por la senda que como dijo Machado “no se ha de volver a pisar”. Una ruta con diez estaciones de parada usando canciones de los últimos tiempos. Vamos, de última hornada. Si uno sigue el sendero, prometo que en alguna parada y fonda hay hasta villancico, faltaría más.
Once upon a time. O érase una vez, un barrio, una calle, una esquina. Hubo un tiempo en que por estas fechas la gente jugaba a lanzarse corchos de botellas de champán de ventana a ventana mientras se descorchaban y se llenaban las copas. Y los corchos volaban en el espacio iluminado repleto de estrellas. Era cuestión de puntería acertar en el ojo de tu vecino favorito. No eran necesarias competiciones de sonrisas y los abrazos se compartían con naturalidad. El mundo no era perfecto aunque no dejasen de recordarnos que sí. Nos vendieron el paraíso y nosotros lo compramos. Y nos sentamos confortables en el estado de bienestar y en su reverso neoliberal. No todos, pero una gran mayoría era feliz si no salía de su calle. Jeff Lynne acaba de sacar un trabajo que evoca aquella época de canciones maravillosas como “she” de Charles Aznavour. Para glosar aquellos momentos en que creímos que el paraíso estaba en nuestra propia esquina, y que wath a wonderful world, un tema como “moment in paradise” queda perfecto.
Eran aquellos, tiempos no tan lejanos en los que no faltó quien se vino arriba. Y con razón. Tras cantar bajo la lluvia y gritar “salta” con Tequila, llegó el momento de despreocuparse y ser feliz. De disfrutar de la chispa de la vida sin pensar e la sociedad de las oportunidades. Ya lo dijo Hemingway, que el mundo era una fiesta. Y mucho antes Berlanga lo anticipó cuando recibió a los americanos a los compases de “Olé mi madre, olé mi suegra, olé mi tía”. Mucho después llegó el triunfo de la vistosa sociedad de consumo repleta de derechos. “Objetivo Birmania” plasmó el momento con dos frases mágicas: “desidia aaah aaah al borde del mar” y “uf, vaya lío, los amigos de mis amigas son mis amigos”. Entretenidos en estas cosas mundanas llegamos hasta cantantes resultonas como Vega, que hace un año aun disfrutaba de la forma en que se puede ver en el vídeo. En el país multiculor de los escaparates aun quedaba tiempo para reivindicarse. Y decir muy alto que esto no es "yo robot" ni somos maniquies. Como ella no hay dos.
Sin embargo, de forma extraña y sorpresiva, algo raro se comenzó a notar en el ambiente. Algo en principio inexplicable como les sucede a los protagonistas de “la invasión de los ladrones de cuerpos”. En este caso, no se trataba de nada alienígena, sino algo muy real que comenzaba a tomar forma. Y de pronto, uno desaparece y se vuelve invisible en una sociedad que no identifica y que le aparta. ¿Será una pesadilla pasajera?. La banda británica “Embrace” ya invitaba a buscar, a mirarnos a nosotros mismos y a los demás. Este vídeo pudo servir de aviso, pero no se le prestó demasiada atención. O en todo caso uno miraba a la chica, sin fijarse en su pesadilla-realidad. Si como le sucede a la protagonista, nos hemos vuelto transparentes, inexistentes a los ojos del mundo, algo pasa. ¿Será conveniente volver a leer a Kafka?. Son los primeros indicios.
Menos mal que de forma pasajera y desde todas partes surgen mensajes tranquilizadores. No hay que alarmarse dicen. Esto es, dice la versión oficial, como cuando hay un fallo de tensión. Se vuelven a activar los plomos y asunto solucionado. De todos modos y para mayor tranquilidad ahí está la neoyorkina Dayna Kurtz (nada que ver con el coronel Kurtz) que te recuerda muy suavemente que no eres el único que ha notado algo raro. Y que no estás loco. En la misma ciudad hay más como tu. Not the Only fool in the town. Si ella lo dice...
Pero claro, no tarda mucho en extenderse la sensación de evidentes fracturas, grietas y agujeros negros. Algunos signos del sistema fallan. Tras observar detenidamente, se comprueba que el asunto va a más. Ya no solo es la chica del comienzo, es que el mal se extiende y va a peor. Hasta el mismísimo Quique González con resaca ha detectado que nuestra esquina, nuestro barrio, nuestra aldea, en definitiva nuestro mundo no es el que era y que todo gira en un sentido absurdo. Y aunque pudiera echarse la culpa a que “algunos bares nos están envenenando” definitivamente esto parece mucho más serio. El ambiente está enrarecido. Mienten las portadas y tiemblan los estadios. El aviso es claro y lo peor es que cada vez parece más una advertencia. Es una tormenta que anticipa un largo y crudo invierno. Y los nubarrones no indican que vaya a escampar.
En estos casos urge buscar explicaciones, detectar a los responsables y exigir al menos saber que pasa. Todo cuanto conocíamos parece tambalearse y como dijo el clásico “exijo una explicación”. Pero cuando uno pregunta se queda desorientado. Parece ser que todo va bien, que no hay ningún problema y que todo está en su sitio. “En statu quo” como dice el protagonista de “Brick” película de Ryan Johnson. Puestos a preguntar qué demonios ocurre, tampoco hay que fiarse del responsable de área. Podemos mirar un poco más allá e incluso recurrir a la güija. Pero no hay manera. Por ejemplo, si uno pide explicaciones o desea informarse un poco más y pregunta a la compositora brasileña Rita Lee, esta le regalará a mitad de tema un impresionante solo de piano. Pero su respuesta es de sabio budista. La natural sapiencia del castellano viejo. Al parecer “son coisas da vida”.
Si uno queda insatisfecho con la explicación, tiene varias opciones. O cada cual se vuelve a su cuarto y para relajarse se pone música clásica para ahuyentar los males, o si es aficionado a las baladas,puede servir una dulce y hermosa canción de Judy Collins o Carly Simon. O bien, como las razones oficiales no cuelan uno puede acordarse de Luis Eduardo Aute, que ya nos advirtió de que este mundo de caramelo multicolor tenía truco. También se puede leer. Pero lo más probable es que si en ese momento se cuelan por la rendija de la puerta dos o tres recibos más tenebrosos que una película de Tim Burton asome cierta indignación y se opte por otra banda sonora más combativa y contundente. Por ejemplo, enchufarse en vena una ración de la banda “Alabama Shakes” que como su propio nombre indica no son de Soria. Eso sí, acompañado de algo acorde, como un buen ron añejo. Conveniente aumentar el volumen. Y por supuesto, el nivel de adrenalina sube.
No obstante, aunque el mundo se esté desmoronando el tiempo pasa, y puntualmente llegan las fechas navideñas. Con sus luces, sus buenos deseos de fraternidad, salud y prosperidad, y como no sus polvorones. Las fiestas también traen añoranza y nostalgia para unos y cierto cabreo para los que las odian. Pero nunca fallan. Un paréntesis en el que es inevitable volver escuchar los villancicos que enternecieron a generaciones. Y aunque el panorama es el que es, no dejan de surgir tonadas que invitan a que las estrellas brillen. Como el de Fredrika Stahl, que por unos instantes permite flotar y traslada a un mudo de fantasía en el que todo es posible. Cerca de Nunca Jamás.
Se olvidó decir que con el trasiego invernal y navideño habíamos olvidado bajar a la calle. Salir de nuevo a dar un paseo ya no deja lugar a dudas. Los indicios no mentían. Innumerables heridas pueblan el paisaje de la tragedia. Todo está a unos centímetros de convertirse en un auténtico páramo devastado. Como en “The road” o en “Soy leyenda” que ahora ya no son fábulas futuristas. El mundo que describe la película “Hijos de los hombres” está a la vuelta de la esquina. Aquella misma esquina del escaparate juguetón. Al fondo del desolador paraje dantesco surge como una plegaria una voz. Ninguna solución podemos esperar ya de los que aún deciden. Sólo nos tenemos a nosotros mismos y hay que partir de cero. El mensaje es claro y contundente “people help the people”. O lo que es lo mismo, gente que ayuda a la gente. Muy alegórico que la artista se llame precisamente Birdy, ahora que tanto se necesita alzar el vuelo.
El epílogo no puede dejar esto con un nudo en el estómago. De eso nada. No todo está perdido en esta travesía con oleaje si tomamos nota. Quien haya llegado hasta aquí merece recibir buenas noticias. Básicamente que a este sombrío panorama hay que ponerle buena música. Hay que hacerle un quiebro y salir bailando dulcemente. Es hora de conjurar todos los fasntasmas saltando junto al fuego. Con una amplia sonrisa. Mike Scott se encarga de ello. Ha reunido por enésima vez a The Waterboys para homenajear al poeta W.B Yeats, a cuyos versos ha puesto música. El encuentro ha dado excelentes frutos. Y le ha salido un trabajo redondo, vitalista, genuino.
Música y poesía serán pues el broche para agradecer cada visita y cada comentario a la sala oscura. También sirve de cimiento para desear a todos los que por aquí pasan el mejor porvenir, felices fiestas, salud y viento favorable. Como decía la poeta María Elena Walsh, estación claridad, vamos llegando.