lunes, 27 de diciembre de 2010

VERDADES A LA MODA


¿Se adaptan y se pliegan los cineastas al estilo visual que pueda estar de moda, sin pararse a pensar si conviene a la historia, género o época en la que acontece la acción que narran? Cualquier película nos puede servir de modelo para reflexionar sobre la cuestión. Ello permite descubrir y poner en evidencia que aspectos son esenciales dentro de un estilo narrativo y cuales responden a la coyuntura de un momento determinado. Si un cineasta tiene la fortuna de que su carrera sea lo suficientemente dilatada, el ejercicio puede convertirse en curioso experimento.
Viene ello al caso del estreno de la última película de Doug liman “Caza a la espía”, film que no anda escaso de interés argumental. Nos ofrece en el mismo pack trama y subtrama. La trama de espionaje, ciertamente tradicional en su exposición, se centra en el intirincado proceso de acoso y derribo por parte del sistema de poder, de dos elementos adscritos al mismo, que de ser ejemplares, pasan a ser “molestos”. Ambos se convierten por sobredosis de información y la exposición pública de esta en dos letales virus, para los cuales el sistema dispone de suficientes elementos para cercenar, cortar y extirpar.
La subtrama viene marcada por un exceso de mala conciencia que parece atenazar al cine político norteamericano de un tiempo a esta parte, y que pretende que nos cercioremos de que, efectivamente, no todos ellos eran iguales, ni hubo unanimidad. Que hubo voces discrepantes respecto de su política exterior post 11-S y que muchos no hubieran invadido Irak, sobre todo bajo la excusa pueril de las armas de destrucción masiva. Anotado queda que en los USA, como en todas partes, existe gente con conciencia que al parecer paga muy caro el no tragar con las verdades oficiales.


Ahora bien, que conste también que todo ello lleva a la película a una filiación muy concreta y de larga tradición: la del ciudadano anónimo enfrentado a su pesar a la gigantesca maquinaria de la corporación, mafia o estado de turno. Al hombre, poseedor de una verdad primigenia, esencial, presa de una teoría conspiranoica para evitar que salgan a la luz esas cuestiones que comprometen y amenazan el orden que debe ser preservado. Para ello (el cine y la vida nos han enseñado como se hace) se desacredita, se hurga en lo personal y se asfixia económicamente, y si es necesario se convierte al valedor, nuestro héroe, en falso culpable.
Momento en el que volvemos al inicio, porque conocido el campo de operaciones del drama, solo falta resolverlo visualmente. Solo restan, casi nada, las cuestiones formales, el puro cine. ¿Y que hacer?. Se puede escoger el modelo suave en las formas pero duro, frío e inquisitorial en el fondo de Otto Preminger (“tempestad sobre Washington”). O bien el expositivo del cineasta político por excelencia, Costa Gavras (“Missing”). Existen más, desde el comercial años 70 (“los tres días del condor”) años 90 (“la tapadera”), ambas de Sydney Pollack, o el hipervitamínico y juguetón de Tony Scott (“enemígo público”). Desde el más preciso y estilizado (“con la muerte en los talones”) hasta el monumental y apasionado collage audiovisual (“JFK”).
En el caso que nos ocupa, las decisiones de puesta en escena, poco o nada tienen que ver con los ejemplos anteriores y si mucho con los dos films de la trilogía Bourne que precisamente Liman no dirigió. Y me refiero al veloz timming de cada plano, a la fotografía cámara en mano y de escaso cromatismo, y a los continuos reencuadres en el montaje, fórmula exportada del cine de política ficción de última generación, que nace con “el dilema” de Michael Mann, y continua con “Syriana” o “el jardinero fiel” por citar algunos ejemplos. De ahí, hasta llegar a Bourne solo hay un paso. La cuestión es que a cada nueva entrega de la serie se hace uso y abuso de un estilo que si bien nace noble, poco a poco se va pervirtiendo hasta convertirse en una fórmula.


Conclusión: Doug Liman no debió hacer caso. No debió leer las muchas críticas que dijeron que la peor película Bourne es la primera, o sea la suya, y que las otras dos, las de Paul Greengrass, son mucho mejores, precisamente por tener mayor “nervio visual”. Si la que abre la trilogía posee un tempo clásico, salpicado de algún fogonazo, las otras dos, mucho más aplaudidas, son tan vertiginosas que mas que verse se intuyen, dado que están construidas a base de continua cámara en movimiento y planos brevísimos a velocidad de crucero, o para ser más exactos de videojuego.
Liman, sin contemplar qué se ajusta mejor a su historia, se adapta a esas formas en “caza a la espía”. Ni que decir tiene que esto resta potencial dramático a una trama con muchas posibilidades, quedando el film de denuncia un tanto diluido en sus formas. Suele suceder cuando se abandona toda posibilidad de seguir un estilo propio que potencie el mensaje, cuando se olvida toda autoría y el director se entrega placidamente a la moda nerviosa de narración cámara al hombro propia del film político basado en hechos reales. Por tanto, su modelo a seguir, a parte de los citados, carece de personalidad propia y es un calco del que triunfó en casos idénticos. Es decir, el de “United 93” y “Green Zone”, curiosamente dirigidas por, exacto, Paul Greengras.



1 comentario:

  1. La he visto hace muy poco: me pareció un producto destinado a la televisión. Lo único remarcable es la inveterada libertad de crítica que demuestran los estadounidenses y el oficio con que muestran sus pifias tanto para con el resto del mundo como para ellos mismos. Pero eso ya es consuetudinario y carece de valor apreciable en una cinta de aquellos lares.

    Por cierto: odio la steady-cam: la última de Bourne casi me produce mareo; esas ganas de simular un documental cuando hay una planificación de rodaje me resultan incomprensibles por lo falsas.

    Un abrazo.

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