viernes, 11 de octubre de 2013

HECHICERAS BLANCAS

Decía el maestro Berlanga que a él le ensañaron que en los momentos importantes de la vida no se tose ni se abren caramelos. Pero que no obstante, los pliegues y contradicciones de la vida, esa mezcla heterogénea de circunstancias anómalas mal resueltas, pueden hacer acto de presencia en cualquier momento y lugar, desde el más solemne al más ridículo. Y que si los hombres nacen libres, las películas y sus temas debían responder al mismo principio, de modo que toda obra respire libertad e igualdad y goce de la máxima amplitud de derechos. Por tanto, aunque de entrada pueda parecer mal asunto, una película puede comenzar incluso en el momento aparentemente más inoportuno.  



En un nevado invierno de Nuevo México, a finales del siglo XIX, a Maggie (Cate Blanchett) el comienzo de una película la pilla justo en el baño. Mejor dicho, en un cuchitril de madera a quince metros de su granja en mitad de ninguna parte. Lejos del mundanal ruido que diría Thomas Hardy, en el territorio propio del western crepuscular. El trabajo se le acumula. Madre, curandera y granjera a tiempo completo. Apenas le queda tiempo para ser amante furtiva contra natura, casi a espaldas de Dios y de sus hijas, que por supuesto están al tanto de todo. Cuando su hija acude al retrete y le dice que alguien la necesita como curandera, ella le contesta que vaya rezando el salmo 23. Ya saben: “el Señor es mi pastor, nada me falta...”. Pronto, cuando su hija sea raptada, vagará en su busca por el valle de las sombras, ayudada tanto de la vara y el callado, como de pócimas y rituales indios para salvar la vida.
La película se titula “the Missing” (Desapariciones). Si toda aventura cinematográfica se convierte en un juego de expectativas para el espectador, en este caso, si no se siguen los consejos de Berlanga, esta inmersión puede convertirse en una trampa invertida que lleve a la decepción. A día de hoy, en un panorama digital en el que incluso lo sublime se ha monitorizado y las categorías estéticas viven en compartimientos estancos, una película como “the Missing” corre ciertos riesgos, de esos que se terminan pagando con un estrepitoso fracaso comercial.



Los riesgos nacen de dos factores. El primero, de aquella idea clásica que decía que una película, para poder venderse, debía poder reunir su atractivo en una sola frase. Ya saben “en el espacio nadie podrá oír tus gritos”. Ese márketing reduccionista le viene muy mal a la película de Ron Howard. De entrada estamos ante los ropajes del western. Pero hay más. El vibrante choque de culturas, el film religioso con toques místicos, la aventura del viaje iniciático, los irrompibles lazos de sangre, la venganza…y todo ello aderezado de consideraciones existencialistas y de un profundo discurso antropológico a propósito de la alquimia, el misticismo y la idea de que la superchería y los ritos paganos pueden cobrar tanta fuerza como los rezos cristianos y convivir con ellos. Y para colmo se añaden algunas formas que remiten al cine de suspense de fuerte calibre.
El segundo factor de riesgo proviene de la herencia propia de los mitos cinéfilos. Lanzarse a narrar una odisea homérica en la que abuelo y madre se adentran por desérticos terrenos inhóspitos a la búsqueda de una adolescente raptada por los indios puede de entrada predisponer a más de un aficionado. Esos que tirando de purismo no dudarán en recordar que han sido muchos los westerns clásicos en los que el pueblo blanco sufre la laceración de perder a alguno de sus miembros y ha de buscarlos más allá de la frontera con tenacidad inquebrantable. Desde  “Centauros del desierto” a “dos cabalgan juntos”. Que Ron Howard se adentre en ese territorio fue catalogado en su momento de tramposo remake oportunista.  



Cierto es que metido todo en la batidora puede desconcertar al espectador que creyó que iba a pasar el rato con “una del oeste”. Grave error. Estamos ante una  obra arriesgada cargada de un poderoso aliento épico y lírico. Una cinta de enorme fisicidad (el frío, la nieve y el polvo calan hondo en el espectador, se palpan). Una película que no teme trascender un género (en este caso el western) para adentrarse en otros caminos dramáticos e incluso sobrenaturales y esotéricos que dotan al film de una imaginería única e inabarcable. Y en la que el poder supremo de la imagen como generadora de sensaciones e impulsora de la trama hace avanzar la narración por meandros que sorprenden por su aparente desapego a toda norma y concepto genérico.
Fue Jacques Rivette quien afirmó en plena efervescencia de la nouvelle vague que es preciso un talento fuera de lo común y una inspiración especial para trascender la esencia y las claves de un género concreto sin caer en el absurdo. “Desapariciones” es un western en su plano conceptual, pero su desarrollo dramático y sobretodo, una inspiradísima imaginería visual de gran atractivo la acercan a otros modelos, resultando el conjunto una mixtura muy atractiva pero de difícil clasificación. De genuina personalidad difícil de atar a ningún canon.


Someterse a un género tan codificado como el western a estas alturas puede quedarse en el mero aparato ornamental y figurativo, lo que no es el caso. En realidad una de las razones de la continua muerte y resurrección del western deriva de ahí: algunos (por fortuna no todos) creyeron que copiando los clichés del género era suficiente. Y no basta con vestir a los actores de vaqueros, beber en el saloon, mostrar una estampida de ganado y montar un duelo final con miradas torvas. Por eso hay tantos amagos de western que palidecen sin remedio.
La película que nos ocupa opera en sentido contrario. Aun conservando la esencia del western crepuscular, Ron Howard no solo filma de forma notable el armazón puramente físico. Además, incorpora todo un complejo entramado dramático y místico en el que todos los personajes poseen una personalidad arrolladora, compleja y muy trabajada.
Desde Tommy Lee Jones, el padre de Maggie, que abandonó a su familia para irse a vivir con los indios y ahora regresa, hasta la fuerte personalidad de cada una de las niñas. Pasando por la propia curandera (impresionante despliegue de Cate Blanchett), la cual como una nueva Artemisa del far west, emprende una odisea exterior e interior, un viaje de autoconocimiento propio y del medio hostil de gran solvencia dramática. Coraje, valor, recelos, fe, enigmas y sentimientos atávicos se dan la mano en una interpretación desbordante en sus ricos matices. Construyendo una relación paternofilial vibrante, rica y modulada por diversas aristas emocionales y místicas que la cámara atrapa con gran poder de seducción.
Si al inicio del film atiende a su padre (que no es bienvenido) como curandera, lo hace por caridad cristiana (o al menos eso dice). Del mismo modo que el padre acepta acompañarla ya que así cumplirá los vaticinios de un chamán indio que le dijo que si ayudaba a su familia sanaría de la mordedura de una serpiente de cascabel. Posteriormente los papeles se invertirán. Y será ella la que deba recibir tratamiento conforme a los ritos indios. Con la biblia en una mano y los hechizos en la otra. Lástima que Howard cargue excesivamente las tintas en la configuración del chaman indio, pecando de algunos excesos en la plasmación del mal absoluto. Único lastre del film.
Pese a ello, la extraña alianza de fuerzas religiosas y atávicas, junto con los lazos familiares convertirá esta extraordinaria película y el viaje en una variante exuberante de la eterna búsqueda del Santo Grial. Lo cual, puestos a fijar símiles, relaciona esta película con viajes iniciáticos de corte místico y físico como “La selva esmeralda” de John Boorman. Aunando western y mitología, paganismo, tradición luterana y comunión con la naturaleza.


Directamente conectada con esta cinta se encuentra otra curiosamente protagonizada por la misma actriz, Cate Blanchett (ahora de Nombre Annie). También viuda, también con dos hijos. En esta ocasión no es curandera sino vidente que a su manera sana cuerpos y almas. Y ahora no vive en una granja del medio oeste, sino en una comunidad sureña en la actualidad. Un hermoso pueblo cargado de arraigadas costumbres y aromas litúrgicos asociados al estilo puramente gótico, que no obstante, como suele suceder, esconde mil y un secretos y traumas escondidos. Sam Raimi es el responsable de “Premonición”.
Los primeros fotogramas nos pasean por unas apacibles lagunas engañosas y por los hermosos sauces del pueblo, cuya naturaleza permite percibir la presencia de algo indescifrable oculto y ominoso, algo que parece desear expandirse y cuya influencia se incorpora como una segunda piel a la humedad reinante en el ambiente. Acompañado todo por una banda sonora de aromas populares, atávicos y apegados a la tierra, con unos excelentes e inspirados violines rasgados cortesía de Christopher Young.
“Premonición” nos muestra un pequeño pueblo carcomido por sus propios traumas y por la hipocresía reinante. El clasismo imperante y las buenas formas llevan a los guardianes del orden y las verdades oficiales a menospreciar a la vidente, que no obstante, contempla el reverso de una sociedad lastrada. Los menos afortunados, victimas de la depresión, de la violencia, de la ignorancia o del hambre, esos  que la sociedad bienpensante expulsa de forma reaccionaria como si fuesen parásitos Annie los acoge, y les tiende una mano haciendo de médico, psicólogo, o simplemente escuchando.  


Y es curiosa esa relación con la ranchera anterior, por cuanto Annie Wilkes ejerce su magisterio basándose (como aquella) más en el sentido común que en sus dones como vidente. Ello lleva a conectar a ambas protagonistas, las cuales hacen convivir en armonía las arraigadas creencias religiosas con la idea de atávicas fuerzas sobrenaturales que cobran vida integrándose en el marco vital.
Aunque esta película tiene un enigmático eslogan como marketing (“el único testigo del crimen ni siquiera estuvo allí”) este tampoco puede dar respuesta a todas las ramificaciones que aborda el film. Desde una óptica costumbrista, se aborda la violencia de género, la infidelidad, los matrimonios de conveniencia, el incesto, la pederastia y la corrupción judicial. Y todo ello cubierto por un manto general que aborda las diferencias de clase. La tupida red con el entramado de pacientes radiografía una sociedad mutilada emocionalmente a la que solo le falta un crimen para disparar la adrenalina.
Curiosamente, este es un film que aun respetando las formas más clásicas de un género concreto, se permite aportar una mirada personal sobre las comunidades cerradas y sus traumas. Y el diagnóstico es lúcido. Y aunque Sam Raimi no puede evitar un par de sustos visuales efectistas subrayados a golpe de música, “Premonición” destaca por su aplomo y su clasicismo. Por cierta elegancia visual que se traslada incluso al juicio que se celebra. Al gusto por cierta mirada contemplativa.
Su conclusión, como en el film anterior vuelve a conjugar la naturaleza con lo fantástico y esotérico, en un final que intenta abrazar lo poético y cierta amargura lírica que se agradece. Lejos de grandes pirotecnias y efectos visuales, esta película hace de la sobriedad y el cuidado por el matiz su mejor baza. Y como en la anterior se juega con un as ganador: una interpretación portentosa de Cate Blanchett, mujer frágil y de gran fortaleza al mismo tiempo. En constante lucha consigo misma y su entorno.



Una tipología femenina que va evolucionando. En 1953, Robert Mitchum ya tenía que lidiar río arriba con una enfermera de fuerte carácter y firmes convicciones en el corazón de África. En las exóticas producciones de la Fox, recién estrenado el technicolor, Susan Hayward en “La hechicera blanca” se las tenía que ver con el paisaje hostil, los mosquitos, las tribus amenazantes, la malaria, los buscadores de oro, y por supuesto la virilidad de un cazador como Robert Mitchum, recio, aventurero y condenado a enamorarse de la señorita con modales.
Tal y como le sucedía a Charlton Heston cuando rugía la marabunta. Esta película, considerada injustamente como un trabajo artesanal y rutinario, ofrece una muy solvente dirección de Henry Hattaway y una aventura exótica, pero con nervio, que no se priva incluso de realizar comentarios políticos sobre la amenaza belga al Congo. Una mezcla extraña pero rotunda y atractiva que tampoco elude lo emocional, equidistante de la que vivía Ava Gardner en “Mogambo” o Kate Hepburn con Bogart. La diferencia está en que aquí se sube río arriba.
 

Sin embargo, los tres tipos femeninos descritos no responden a un arquetipo ni son meramente formularios. Al contrario. Son tres muestras de la evolución de los géneros, de su propia alquimia, más allá de los canones impuestos. En el paisaje del western, en el sur gótico de la América profunda o en el corazón del Congo hay cabida para aunar lo puramente físico con lo místico. La ciencia con lo esotérico. La razón versus la sangre. Y en los tres casos con atractivos resultados.   



miércoles, 14 de agosto de 2013

CANCIONES EN UNA BOTELLA



La canícula y sus efectos. En verano se encienden las luces y se ventila.Es posible que más de uno, siendo las fechas que son, habrá pensado que este año se libraba del castigo veraniego. De la matraca musical de costumbre. Pues no. Este año canciones y dedicadas como en los añejos seriales radiofónicos. Eso sí, una vez más, se van a conservar las premisas. No sonarán acordes de música clásica ni overturas contemporaneas. Ni ópera, ni crooners de toda la vida. Ni el rey del rock, ni la Callas, ni Cole Porter, ni Ella Fitzgerald, ni Francoise Hardy. Los temas elegidos, salvo un par de excepciones, contendrán incipiente música de ahora mismo. El reto del juego está en encontrar algo dentro del panorama actual que merezca la pena. Veremos con que resultados.
A ello hay que añadir que, sin que sirva de precedente, los temas van a estar específicamente dedicados a los que visitan la sala oscura. Ello plantea dos lógicos problemas. El primero, encontrar temas actuales que estén a la altura de tan insignes visitantes. Lo cual no descarta el patinazo mayúsculo en la elección. Se admiten quejas. El segundo, que ante la imposibilidad de dedicar una canción a cada uno, he decidido agrupar con el riesgo que ello trae consigo. Por afinidades o por otras razones. Ello puede dar lugar a que la canción dedicada no guste absolutamente nada y sí otra. También se admite el cambio de pareja musical. De todos modos, no importa. Sienta todo el mundo que, aunque tenga adjudicada una canción, en realidad, todas los temas están dedicados a todos.Y sin más dilación y como el calor aprieta vamos allá con el experimiento. Esperemos que alguna pase el corte.



Hasta tal extremo llega la apuesta por las bandas jóvenes que vamos a comenzar por una que acaba de quedarse compuesta y sin compañía discográfica, la cual, al parecer ha secuestrado incluso su material. Su nombre the good natured. Si no desean desaparecer (y están en trance de ello) tendrán que seguir practicando su pop bajo otro nombre y en otros ámbitos, tal vez en la red. Todo está en el aire, menos su música que aun permanece. Este tema fresco con estribillo juguetón va dedicado a la sensible Emy,a Alis, Christian (abonado a la última función), Aileen Godoy, la imcomparable e indescifrable Lía, a Shide, a la sugerente María Paula, la infatigable Dorothy (con o sin tacones), y a la elegancia de isabelnotebook y meinemeikki. Sin olvidar a Johnyzuri







Desde Reinosa, Cantabria, o sea la propia tierra de uno y con foto lluviosa, como debe ser. y dedicado a Pabela y su intuición, a la sensible poeta uruguaya Fiorella que hace brotar hermosos poemas sin necesidad de dar patadas a la máquina, a la infatigable y certera Cinerata, a la no menos sugerente y sensible Diana Profilio, a la amante de las letras Antonia Romero, a la siempre atenta Beatriz Salas, a Miguel Ruiz, al recientemente incorporado Antonio H Martin y su gusto por la curiosidad y a Maraminiver y su contagioso sentido del humor a la hora de dar la vuelta al celuloide. Para ellos Rulo y la Contrabanda, o esa forma de entender la música a través de tiempos medios con mensaje incorporado. Un tipo que lo tiene claro: Lo bonito es cuando hablan los chavales, lo feo cuando miente el telediario.







Hay algunos ciudadanos como C Noodles, cuya curiosidad innata para ver cine sin descanso parecería que les lleva por un contínuo viaje por las carreteras perdidas de Lynch, tan queridas por David Amoros, amante y constructor de festivales y amistoso discrepante con argumentos y gran estilo. En este pack no pueden faltar los que consumen películas a velocidad de vértigo y las digieren y degustan con sumo gusto. Es la eterna búsqueda de la toma efervescente, el cine puro. Caso de Daniel Bermeo, Mario Salazar, el meticuloso Emilio Pazos, GCPC, Luis Cifer, Leon,J Feat J, Angel Lys o el asilvestrado Roy Bean (saludos juez). Sin olvidar a David y Cristina y sus pormenorizados análisis sobre cine clásico y al incombustible Scotty en la ciudad de la luz. Gente cuyo ritmo exige pedalear a tope y sin descanso, aunque la sesión sea discontinua (saludos para ti también). Aficionados con paladar exigente y memoria cinéfila de elefante. Siempre indagando en la vanguardia y buscando nuevas apuestas. Para ellos un tema de la singular Lissie, pues la operación rescate se impone en ciertos momentos. El toque indie y selvático.







Hay paladares muy peculiares. Para un tema que valora el esfuerzo de construir lo esencial, nada mejor que sumergirse y bucear. Espero que lo disfrute la sensibilidad con los pies desnudos de Victoria, Antonia Romero y su gusto por las letras, y que todo ello pueda caber en el saco de pensamientos de María,  lo disfruten Alma Mateos, Elena Rius o Mariano Sanz. Y ricky el vikingo. Sin olvidarme de los maestros Manuel Marquez Chapestro, Jose ramon Santana y Alfredo (escalón tras escalón hasta los 39 y Ozores forever). Todos ellos gourmets de primera a la hora de enfrentarse a la página en blanco y al análisis sin pelos en la lengua. Y es que como cristal00k es necesario aportar una mirada cristalina. O contemplar el mundo desde el prisma sensual y reflexivo de un planeta verde como Amaltea. O el particular y aromático de Villma Bellucci. Sin olvidar a Fer que desde Argentina transmite su pasión por la indagación continua por sentir y compartir. Todos ellos esenciales. Y buceadores natos. Para ello, veamos si la balada italiana ha muerto o no. Lo canta Marco Mengoni







Hay personas con gustos tan eclécticos y particulares que aunque pueda parecer fácil dedicarles una canción, no lo es tanto. No es tan sencillo complacer a personas que sin descanso buscan la utopía y la belleza. Por ejemplo,a infatigables melómanas peliculeras degustadoras del arte en todas sus expresiones como Laura Uve. Otro tanto se podría decir de la corresponsal en Viena Dona Invisible. Siempre a la busqueda de un distrito nuevo y una curiosidad distinta, indagando hacia adentro y hacia afuera. O a quien el filo de su afilada pluma invita a viajar por un singular boulevard, una memoria perdida: Anna Genovés, siempre al límite y desentrañando misterios a flor de piel. Arrojando textos alambicados que aceleran las pulsaciones. Para asimilar y disfrutar sus hallazgos (los de todas ellas) tal vez necesitemos un profundo bypass. De eso sabe y mucho J.C Alonso, certero y barroco analista de muchas caras ocultas, atractivas y seductoras. Este tema va a servir también para la exquisitez literaria de la Dame Blanche y para Ambar y Azpeitia Alep. Selah Sue ha recogido un testigo muy complicado por no decir imposible. Pero lo hace con tal entusiasmo y entrega que su música termina por ser de alto octanaje.








Para encontrar la pulsación y la potencia lírica de letras derramadas en ocasiones se necesita un mapa. Y saber leer la compleja cartografía humana. Esa que viene cargada de lucidez y sarcasmo (saludos al cadalso). Para llegar al maravilloso reino de Paradela basta con abrir una ventana y dejarse seducir por ese espacio mágico y humano. Un entrañable microclima que no es gallego, es universal. Lugar obligado de parada y fonda. Tanto como el tinerfeño repleto de imágenes impagables y un lenguaje recuperado al abrigo de la poesía. Para personas que dan a la vida un color tan especial como Marinel, Sue, María Jesus y su animalario o Virgi a orillas de la tierra volcánica vamos con alguien como la francesa Zaz. Siempre optimista y poniendo una o varias notas de color.





Kristina Train actua, se mueve y seduce casi como una diva. Esa voz y esa cadencia musical resultan perfectos (espero) para la maravillosa SQS y su pasión por las divas, para Epona Cos, de quien tanto he aprendido de tantas químicas y físicas, para la sensible mirada siempre atenta de Maripaz Burgos (extensible a todo Guardo) y su baul de Laika, Francisco López o Mariano García. Y como no, para la pequeña Meg, que no se pierde un libro ni se despista de una buena película. Sin olvidar el magisterio de Paz Torradabella ni al polifacético baul del castillo que guarda Mariela Ortega. Otro tanto podría decir de Ariodante, infatigable lectora, degustadora de tesoros literarios. Y al infinito universo de Ohma. Gracias a todos.







No se puede dejar de mencionar a la gente más cercana. Aquellos que  animaron de una forma o de otra a abrir esta página. Los que comentan tomando un café. Los que no tienen nada que ver con el cine y sin embargo pasan por aquí.  Gracias a Tomas, Luz, Oscar, Ana, Angel, Agustin, Alvaro, Ana, Teresa, Eva, Sergio, Beatriz, Carmen, Marina, Marta, Jorge, Javier, Pilar y algún otro que sin duda se me olvida. También aquellos que de forma anónima han terminado indagando, aunque sea para ver a Mimi Rogers nude again.
Y por supuesto un recuerdo muy especial para dos personas que aunque aparentemente se marcharon nunca se fueron. Sé muy bien que siguen por ahí: Ana y Anro. Para todos ellos, que de forma sigilosa visitan la sala oscura un tema que hace referencia al espacio. Dave Matthews pasado por agua.








Uno de los fenómenos musicales más atractivos y exquisitos del panorama actual es Ellie Goulding. Si su afición por la electrónica no lo estropea estamos ante la heredera directa de Kate Bush. Sin duda, el mejor disco del pasado año que uno ha escuchado es el suyo. Nada mejor que su música para agradecer a dos elegantes damas: la apasionada, curiosa y vitalista Hildy Johnson y la fina ironía y lucidez de La hija del acomodador (con especiales saludos para el padre) siempre estimulante. Y para poner en su lugar a dos exploradores natos de lo musical: Tenembaum y su incansable recorrido por la música y quien no se pierde un concierto y nos lo cuenta: million milles of music.








Es un lujo irse de safari y terminar a orillas del Sena, contemplando hermosos dibujos. Para hablar de Abril, Josep y David me voy a colocar el famoso sombrero anti lluvia ácida y mamporros varios. A gente tan amable que te presta su apartamento no conviene contrariarla con debates estériles sobre los refrescos de cola. Y para que no salten chispas diré: No voy a meterme con Paul Newman, ni pienso atacar a Tintin. Haya paz.
Hoy voy a ser tan cortés que aunque no pienso poner ni a ninguna diva del jazz, ni a Frankie Sinatra, ni a los chicos de la playa, esos que tanto gustan a Josep, vamos a dar la nota. Y a David, decirle que puede estar tranquilo: no pienso poner a ese curioso grupo que no se corta el pelo, de cuyo nombre no quiere acordarse y que le provoca alergias varias. Es más, ni le vamos a citar. Eso si, he realizado mi particular safari nocturno para ver que ponía. A punto ha estado de sonar Olivia, pero finalmente, y sin que me lo chive ningún loro, me he decantado por Natalie Merchant. Por cierto, el tipo del que habla la canción no es ninguno de vosotros, seguramente soy yo.    







Hay pasadizos estupendos cargados de literatura y buenos cócteles que conducen a palabras nada efímeras, a micro relatos perdurables y memorables. Es el señuelo de las palabras bien enlazadas. Cobijos para losers erráticos y poéticos y gente cuyo linaje es conveniente no perder de vista. Es el recreo en la palabra hecha carne. Convertida en delicatessen. Con los pies desnudos y la frase justa. Mi inevitable recuerdo a los admirables y admirados Juan Herrezuelo, Jose Luis Martínez Clares, Esilleviana, Isabel Martínez Barquero, Belkys Pulido y Victoria Branca. Como suscribiría el amigo y maestro Francisco Machuca cada hoja, cada párrafo de su lectura, es tiempo ganado. Para ellos y para todos los que haya podido olvidar por el camino (a los que pido disculpas de antemano) vamos con un tema del suave y sin embargo aromático Jason Mraz. Apegado a la naturaleza y en comunión con el ser humano. Un trovador del siglo veiniuno para los nuevos trovadores










Hay poltergeist en la sala oscura que necesitan una urgente explicación. Curiosamente, desde hace ya tiempo, la misma persona con un botellín de agua se sienta a mi lado. Ahí están siempre. Ella y su agua mineral. Nunca falla. Se traga incluso las de terror. Es la que me advierte a la entrada ¿esa? ¿seguro? Los fenómenos extraños son así. Aunque en realidad, hay que admitirlo, soy yo quien se sienta a su lado. Quien no concibe la aventura del cine sin ella. En el viaje a la sala oscura siempre hay billete para dos. Gracias Olga, mi columnista favorita. Cuestiones más intensas y frases más inspiradas e íntimas te las diré en persona. Y ahora viene lo peliagudo. Creo que le gusta esta canción, o el que compuso esta canción. Como me equivoque...



La vida es ambigua. Sin embargo para terminar vamos a ser explícitos. Este arrebato de cortesía para quienes pasan por aquí no deja de ser una excepción. Necesario agradecimiento a quienes hacen esta página posible. Para todos mi consideración y mi agradecimiento. Antes de decir temporalmente au revoir les enfants y dejar que el viento nos lleve dónde le apetezca, dejar claro que no es necesario agradecimiento alguno. Quien agradece soy yo. Mientras tanto, se desea un feliz verano a todo el mundo.

jueves, 1 de agosto de 2013

LA LINEA DEL HORIZONTE


Piensa en verde, dice un anuncio de cerveza. Veamos. El muchacho con los cabellos verdes de Losey hace mucho que no la reviso. Y no la reponen nunca. “Lo verde empieza en los pirineos” era de dos rombos, esos que al parecer van a restaurar por nuestro bien. Las verdes praderas de Garci quedan lejos. Y, aunque los pijamas de colores no producen alergia, no he visto “Linterna verde”.
Mejor buscar en otros páramos. Probemos con esto: “Del sol quedaba un último, frágil segmento anaranjado. Lo vimos desaparecer detrás del perfecto borde del mar, envuelto en un halo que aun duraría algunos minutos. Y entonces surgió como un fulgor, una chispa instantánea en un punto como de fusión alquímica, de solución heracliteana de elementos. Una chispa intensamente verde”. Así describe la experiencia vivida en la isla de Mallorca Julio Cortazar en su relato titulado “El rayo verde”. Si la narración “De la tierra a la luna” se había hecho realidad, otra también cobraba forma.
Julio Verne escribió la novela “El rayo verde” en un serial de periódico. Tal vez una de sus obras más esquivas y menos conocidas. No para Cortazar, que quedó extasiado con la novela y con la contemplación del fenómeno natural que se produce muy extrañamente cuando los últimos rayos de sol se confunden con los destellos de agua marina en el horizonte. En su relato, Cortazar llega a sentir que es interpelado por el propio Julio Verne quien le murmura al oído “¿lo viste al fin gran tonto?”.

Ser testigo invisible de ese milagro natural nos convierte en cómplices de una metamorfosis cósmica. La cuestión radica en otorgar o no algún tipo de significado ulterior, mágico, místico o atávico a un fenómeno que sobrepasa lo físico y se adentra en lo lírico por su belleza.
Somos maestros de cuanto desconocemos afirma el poeta Carlos Marzal. Y quien plasmó destellos sobre la arquitectura del aire y los reinos de la casualidad nos permite volver a realizar las eternas preguntas sobre el mito del rayo verde al abrigo de la instantaneidad del ser. Dice la leyenda que quienes contemplan juntos ese último mágico rayo verde disfrutarán de amor eterno en su seno, como si fuese una leyenda griega o un aforismo inmutable.
No vamos a preguntar a un geofísico sobre la cuestión. Esto es una página de cine. Veamos que opina Eric Rohmer. Sí, ese director francés sobre el que algunos preguntan con temor no exento de advertencia: “Oye ¿Tu no serás de esos pesados gafapastas aficionados al cine que disfrutan con las películas contemplativas francesas tipo Eric Rohmer?”.

Teóricamente (llevo gafas de pasta) tras los cuentos morales, “El rayo verde” sería la quinta entrega de su serie sobre comedias y proverbios. Aunque no obstante, esta película posee una libertad que la aleja de cualquier etiqueta. En ella se combina una particular visión del viaje homérico de “la Odisea” con un análisis detallado y sútil  del hecho femenino. Y todo ello con los ropajes y colores de una cámara que busca en todo momento la expresión naturalista y la pincelada impresionista.
El comienzo urbano narra las vicisitudes de la joven Delphine (Marie Riviere) que recibe en la segunda secuencia lo que Marguerite Duras denominaba la bofetada existencial. Que por cierto, nada tiene que ver con la que recibe Gilda de manos de Glenn Ford. El bofetón llega cuando el difícil equilibrio de nuestras vidas sale a relucir por un mero detalle. Por ejemplo, que la amiga con quien se iba de vacaciones no pueda ir y deje a nuestra protagonista sin rumbo y a la deriva.
Y no es que le falten planes. Puede irse con unos familiares a Irlanda, con unos conocidos a Cherburgo, o quedarse en la capital disfrutando de las terrazas. Pero una vez el plan original se ha venido abajo, Rhomer nos presenta a una mujer que, en los primeros instantes, deambula sin saber muy bien que dirección vital tomar. Desubicada y sin motivación, la soledad le obligará a un reencuentro consigo misma y a replantearse su existencia. Las conclusiones que saca le permitirán tirar hacia adelante.

Es entonces cuando habrá que hacer acopio de fuerzas para iniciar un peregrinaje sin aparente rumbo fijo, un viaje que, no obstante, no es hacia ninguna parte. El encuentro con en el amor verdadero contemplado como utopía realizable será el eje emocional que guiará a la protagonista.
El itinerario le llevará de norte a sur, a conocer a personajes de todo tipo y condición y a acumular vivencias. Narrado todo con esa capacidad de observación del entorno y de los tipos humanos tan propia del director. En apariencia todos más felices que ella, que dibuja un tipismo en el que a primera vista, Delphine es la diferente, la  rara, simplemente por no saber (ni querer) disfrutar del verano de modo convencional.
Un ingenuo interrogante que se revelará de gran personalidad. Inflexible y rotunda en su forma de ver la vida, no se rendirá a los tópicos convencionalismos, ni de clase, ni sociales, pues sabe muy bien lo que desea. Sus actos, una vez se hace a la idea del revolcón existencial, confirman un tesón y una firmeza impropios en el cine de Rhomer, que suele moverse mucho más en el terreno de la indefinición y la duda.

Además, se palpa una complicidad que arroja resultados sorprendentes, lográndose una casi perfecta simbiosis entre el rol de la actriz y la protagonista que la encarna. Sobre la base de un método de trabajo que incluye improvisación en los diálogos y tomas a la primera, brotan de forma natural momentos de gran fuerza en la descripción de ese itinerario femenino en el que la risa y las lágrimas, el desencanto y el gozo se conjugan de forma admirable. Practicando ese tono cercano al documental que sabe atrapar esas miradas furtivas, esas risas contagiosas, esas ilusiones anheladas con pasión. Ensueño y realidad, lamento doloroso y entusuiasta lirismo poético terminan por aliarse en un todo mágico en su exposición.
Conste que no estamos en territorio conocido. Por ejemplo, la peculiar odisea de Delphine, poco tiene que ver con el viaje hipnótico y abierto hacia el abismo de Debra Winger en “El cielo protector”. Como tampoco es equiparable al que vive Meg Ryan en “French Kiss”. Ni con el de Kate Hepburn por Italia de la mano de Rossano Brazzi en “Locuras de Verano”. Y sin embargo, la personalidad propia de Rohmer otorga a "El rayo verde" film una textura única que lo hace parecer como un imposible y extraño mix de las tres. 


Resulta admirable la película. Como lo es Delphine, en cuanto se convierte en una observadora nata que contempla el mundo que le rodea como un hermoso e indescifrable interrogante. Un personaje que está en continuo e íntimo diálogo interior y a la vez, atenta al mundo exterior. Que un personaje así persiga la visión del destello del rayo verde es algo más que una paradoja. Es la lógica consecuencia de su admiración por las maravillas del mundo y de su forma de encuadrarse en él. De encontrar el necesario equilibrio.
Entendido todo él como una incógnita y a su vez como tabla de salvación para sobrevivir y encontrar la felicidad y la armonía en una sociedad alienada, que no obstante encierra un mundo en el que aun cabe el prodigio de la maravilla. En este sentido la película, sin eludir espina alguna, termina por afrecer un legado positivo y optimista. Un relato de gran hondura que también   se disfruta con la epidermis. Una auténtica sinfonía para los sentidos.





Y en condiciones cuasi amateurs. Pese a rodar con una cámara de 16 mm y un equipo semiprofesional y muy reducido, Rhomer filma una cinta luminosa, captando la magia de la campiña, diseñando personajes atractivos y logrando el más difícil todavía: concretar esa escena hipnótica y vibrante en la que Delphine y su acompañante se sientan a contemplar la posibilidad de vislumbrar lo que maravilló a Cortazar. La serenidad del momento, las miradas hacia el horizonte, el tempo de la escena al ritmo de la naturaleza, configuran una set-piece única y maravillosa. Emotiva y lírica.
Es la pura esencia del mundo en movimiento captado por una cámara. Es la emoción del ser que lo contempla que se traslada al espectador. Es un momento irrepetible, como cada partícula de celuloide que por fin toma tonalidades verdes. Lo llaman la magia del séptimo arte. Y para ello sobran travellings. Solo hay que colocar la cámara apuntando hacia la línea del horizonte y esperar. La naturaleza, ese paraíso inabarcable, se encarga del resto.