martes, 25 de enero de 2011

LA CONCIENCIA DEL TURISTA


El ideal revolucionario en la sudamerica del siglo XXI, la reflexión sobre el oficio de cineasta y su función social como transmisor del conocimiento de nuestra historia son los ejes sobre los que se centra el último guión de Paul Laverty. Cuando se procede a hacer un comentario sobre un film con fuerte carga sociopolítica como “también la lluvia” de Iciar Bollain, uno tiene la tentación de recordar que, al menos aquí, el mismo versará sobre cine. Y que sin desdeñar su guión, conste que las simpatías o antipatías que despierte el film vendrán marcadas por cuestiones estrictamente cinematográficas. Y es que la aclaración previa resulta obligada por cuanto su directora parece empeñada en una causa, cual es la de explicarnos como ve ella la sociedad y el mundo que le rodea a través de sus películas, lo cual de entrada resulta absolutamente respetable.
No obstante, en su último film da un paso más, no le basta con radiografiar el estado de las cosas que diría Wenders, sino que también nos dice como deben ser. ¿una lección de historia debidamente amenizada via cine? Pues no. Como sus ambiciones no conocen límite también pretende darnos su visión sobre política, moral, religión, desigualdades sociales…Si en otros films se limitaba a mostrar, aquí también pretende aleccionarnos, concienciarnos, mostrarnos la senda que nos convertirá en personas más íntegras y solidarias. El peligro que se corre ya se conoce, y es que también consiga aburrirnos. Y es que a algunos, aun aceptando opiniones, nos gusta pensar por nuestra propia cuenta.
Un equipo de rodaje se adentra en la selva boliviana para rodar una versión particular del desembarco colonial de los españoles en America. Alternando pasado y presente y con los recursos obvios, machacones y de parvulario que le caracterizan, Laverty trata de mostrar que el pueblo sudamericano estuvo, está y estará en continua explotación. De acuerdo. Mientras, a los representantes del primer mundo solo les quedan según el film tres opciones cuando las cosas se ponen feas por culpa de la guerra del agua en la zona: o bien la posibilidad de tomar conciencia, partido y sumarse a la causa solidaria (caso del personaje de Luis Tosar). O bien huir como conejos pequeño burgueses (caso de los personajes de Raul Arevalo y Fray Bartolomé de las Casas). O bien, bañar las penas en el alcohol del desengaño y la ironía (karra Elejalde).
Aun así, son otras las preocupaciones esenciales de este film, que lanza las ideas y los mensajes como auténticos dogmas de fe libertaria: El primero es un elogio sin paliativos de la necesaria revolución proletaria. Bollain no duda en abrazar la causa del pueblo indígena y sus métodos contra, atención “una multinacional capitalista”. Hasta tal punto cree en la causa revolucionaria como salida a determinados conflictos que no duda en aportar la que sin duda constituye la idea más atractiva del film: el fracaso del bienintencionado proyecto cinematográfico viene a decirnos que ese es un paso insuficiente. Hacer películas sociales, según la directora, no basta, es un ejercicio tan noble como en el fondo baldío y hasta hipócrita y es necesario dar un paso más, la auténtica revolución, aunque esta se lleve el cine, su profesión, por delante.
Lo que ocurre es que para narrarnos esto se incurre en un idealismo muy peliculero. O no es muy peliculero el panfleto en el que se muestra la victoria populista en la guerra del agua que obliga a marcharse a los malos capitalistas. O no es muy zafio contemplar como el cabecilla en la guerra del agua es curiosamente quien interpreta al martir quemado vivo en la película sobre Colon, y todo ello para reforzar simbolismos que ya estaban más que claros...


No se si se dan cuenta los responsables del film que en ocasiones llega a resultar más verosimil la película que se graba que la propia realidad, hasta el punto de que, por ejemplo, el indio es quemado vivo (cuestión que tal vez pudo ocurrir), pero cuando cortan la escena y el mismo va a ser detenido, es salvado de una muerte segura por sus compadres libertarios, en-el-último-momento y como-en-las-películas.
Y es que cuando un cineasta se coloca al frente de la manifestación, enarbolando la bandera del film de tesis, la película pierde autonomía propia y se ahoga víctima de su propio mecanismo al servicio de sus múltiples mensajes, los personajes se diluyen convirtiéndose en meros símbolos de una idea y el discurso termina siendo panfletario. Un ejercicio de paternalismo para con unas gentes que viven de forma mísera y a la que la directora maneja a su antojo, moviendo condescendientemente los hilos para colocar sus proclamas. Ello nos lleva a tener que soportar el estomagante y falso abrazo final entre el productor descreído -pero que ha aprendido una gran lección- y el revolucionario a su pesar. El resultado es una presunta película comprometida sin compromiso y una mirada maniquea hacia determinados problemas que no está lejos de la mirada del turista que da de comer a su conciencia. Un poco al estilo “Rebelión en Milagro” pero sin el toque de fábula de aquella. En su favor solo resta un correcto trabajo visual en la puesta en escena, pero incluso este apartado queda estropeado en los pasajes finales donde para salvar a una niña en peligro se utiliza toda la retórica y aparato formal grandilocuente de las grandes superproducciones (barridos de cámara, ralentís, planificación percutante), con persecución automovilística incluida. El balance final termina resultando de muy corto alcance para tan amplias ambiciones. Al final el indio le pregunta a Luis Tosar ¿volveras?. No lo creo, contesta el otro. Pero no importa, la revolución es una causa permanente, y lo que sobran son pueblos oprimidos a los que visitar. la próxima visita turística de raiz humanitaria tal vez sea, quien sabe, a Chile o Birmania, o mejor aun al Sahara.

martes, 18 de enero de 2011

LA SOMBRA DEL ACTOR


No siempre se puede, pero una de las ventajas que tiene una película cuyo argumento no seduce o satisface es cambiarlo por otro. Se trata de buscar y aferrarse a otra historia que complazca mucho más, y todo dentro del mismo film. Confieso que fui a ver “el discurso del rey” sin demasiada ilusión, debido a su origen y su argumento. El origen: cine british de qualité, y a fe mía que lo es. Ya se sabe, pulcro acabado formal, oficio y correctas interpretaciones, lo cual no es poco en los tiempos que corren. No se porqué pero en el cine inglés de tradición televisiva se presupone que los jarrones siempre están en su sitio, las cortinas son las que deben ser, y el vestuario y la ambientación son impolutos. A ello se añaden dos gotas de sobriedad, y otras dos, faltaría más, de ironía, la flema británica nunca debe faltar. Todo ello está aquí en su medida exacta. Luego viene la cuestión del argumento, que ya antes de entrar al cine no me atrae: O Como el duque de York y posterior monarca supera sus problemas fonéticos gracias a la amistad con el logopeda que le atiende. Ya vi “el milagro de Anna Sullivan” y “despertares”. Y la verdad, me trae sin cuidado si el aristócrata será capaz o no de pronunciar sin tartamudear un discurso trascendental ante la nación, nada menos que la declaración de la segunda guerra mundial, o si la amistad con el logopeda (el pueblo llano) se fortalece o no, aunque todos sabemos que va a ser que si.
Es entonces cuando uno puede abandonarse a una nueva sesión de bostezo ilustrado, o lanzarse en picado en busca de otras cosas. Resulta que aquí las hay. Por tanto, rebobinemos, olvidemos todo lo anterior y comencemos de nuevo: Erase una vez un ex combatiente de la primera guerra mundial, fantasioso y culto cuya mayor pasión y aspiración es la interpretación, de los grandes al poder ser. Un ávido lector de los clásicos y del mayor de todos, Shakespeare, pero que nunca triunfó en su vocación de actor y por tanto no conoce los favores de thalía. Se sabe de memoria párrafos de Othelo o Hamlet, y ha transmitido su afición a su familia, hasta el punto de que ha interiorizado la autoritas y el alma de los textos, la pesada carga del bastón de mando, las tribulaciones, éxitos y sombríos pensamientos que acompañan las vicisitudes de la condición humana, incluida la realeza, desde Ricardo III hasta el Rey Lear. Este hombre vocacional y de rico intelecto, salvo en el salón de su casa jamás será ni actor ni rey, pero se le presenta una ocasión de triunfar a través de persona interpuesta. A su puerta llama un rey de verdad, pero que, fruto de los tiempos, desconoce y teme los valores que su cargo comporta y sobre todo no sabe interpretar su papel.
Y nuestro hombre pronto se da cuenta de dos cosas: la primera, que en realidad el aristócrata, más que un problema de dicción, carece de los suficientes mimbres éticos y de liderazgo no ya para emular a  Enrique V en la batalla de Agincourt, en el glorioso día de san Crispin, sino para decir cuatro palabras por radio. Su misión será no solo corregir patinazos fonéticos sino que el futuro rey se meta e interiorice en su papel. Pero hay una segunda cuestión y más importante, ya que nuestro protagonista advierte que jamás estará tan cerca de su anhelada ilusión teatral como ante la oportunidad que se le presenta.
Tal vez sea por eso que el film no nos muestra la coronación real, sino la interpretación previa donde el logopeda inflamado y vigoroso recita de forma fabulosa las frases del acto en un marco para él incomparable a los compases de un crescendo fabuloso de Alexandre Desplat. Tal vez por la misma razón la locución final ante la nación supone para el maestro un triunfo ante la mayor platea que jamás pudo imaginar: todo el pueblo inglés. La película se cuida muy mucho de resaltar su papel como auténtico director de orquesta durante el discurso y de que la salida al balcón y el aplauso final del pueblo sea percibido también por el logopeda, al cual se dedica el último plano de la película, como si la ovación fuese para él.


Para nuestro hombre, como para los responsables del film, poseer el título de poco sirve, es mero aparato ornamental y el triunfo se producirá no solo si se evita el tartamudeo, sino si se llena de plena significación y contenido al cargo, razón por la cual el discurso se recita con algún leve fallo en la voz pero pleno de orgullo y absoluta convicción en el mensaje. Es solo en ese momento cuando por primera vez el profesor se dirigirá al monarca como majestad, pues según la idea del film antes no la poseía.
Cuestión a parte es que el espectador comparta esas tesis o no, o que se sea republicano, o anarquista, ya que aunque en la película se muestren flaquezas varias de la realeza, que nadie se engañe, estamos ante una película en la que la institución monárquica sale muy favorecida. El espectador también saldría mejor parado si el film fuese menos acartonado, si hubiese menos dosis de qualité, si la narrativa no fuese tan antigua (que no clásica, no nos confundamos) en las formas. Y es que en ocasiones parece que estemos dando otro paseo a Miss Daisy. Dicen que esta es una de las películas del año, y lo dicen sin tartamudear. Yo ante declaraciones de ese tipo, ya ven, me quedo sin palabras…   

martes, 11 de enero de 2011

MAS BALAS PARA LA BESTIA


Comencemos el año 2011 con una película española. Y lo expreso en estos términos, por cuanto ignoro absolutamente el significado de ese ente abstracto denominado cine español. Sinceramente, no se que es, de que se compone o cuando lo estoy viendo. Realmente, en más de una ocasión me he preguntado si existe, pese a las profusas alusiones que recibe. ¿Es “Balada triste de trompeta” cine español? Como la dirige el presidente de la academia de cine, y el argumento repasa aspectos de nuestra reciente historia podría decirse rápidamente que si, aunque sinceramente, la cuestión no está clara.
Si prestamos atención a las propias declaraciones del director, estamos ante su film más personal, eso si, repleto de asumidas influencias de hondo calado: Las pinturas negras de Goya, Quevedo, Federico Fellini, Kusturica, Marco Ferreri, El Guernica de Picasso, el esperpento de Valle-Inclan, la bella y la bestia, el fantasma de la ópera, Luis Buñuel…
Y es que en esta ocasión, De la Iglesia no solo busca entretener, sino que a la vez parece dispuesto a entregarse y dar lo mejor de si mismo lanzando mensajes varios en torno a nuestro particular infierno colectivo, invocando la guerra civil y sus secuelas, y todo un muestrario de  las monstruosidades que la contienda y posterior represión dejaron a su paso, convirtiendo a este pais y sus habitantes en grotescas máscaras, en caricaturas desquiciadas. Un pais, se nos dice, al que le roban su infancia y que incapaz de madurar cae preso de una feroz histeria tragicómica.
No obstante, la idea, muy válida sobre el papel, tropieza en su plasmación fílmica con dos escollos importantes, de fondo y de forma.

En cuanto al fondo, sabíamos que el cineasta vasco no se caracteriza precisamente por su sutileza, pero aquí la brocha engorda por momentos. Por si queda algún despistado, la trama central gira en torno a las sempiternas dos españas (encarnadas en dos payasos) enfrentadas, como no, por el amor a España. Uno, ya supondrán cual, la maltrata, viola y golpea sin compasión, aunque afirma presa de los celos y la posesión que “es su dueño y su amor es el verdadero”. El otro, es una víctima de la guerra torpe y sentimental (como afirmaba ser Lorca) y le demuestra su amor primero de forma tierna hasta que su azarosa existencia y el recuerdo del pasado del padre represaliado le llevan a pedir venganza. En cuanto a España, encarnada por una trapecista, resulta ser una aparente marioneta que quiere y necesita a ambos a la vez que los odia, y posee sombrios tintes masoquistas inconsciente del peligro que provoca cada vez que se inclina por uno de ellos. Y es que ya lo dijo Machado ”una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Pero los verdaderos problemas de esta película no son solo de fondo. El cine es ficción y este director es un enamorado de las formas abigarradas, excesivas y sin freno. Dos curiosidades al respecto: La persona que me acompañaba dijo al salir de la sala de forma tan natural como pertinente “no veía tantos disparos desde Amor a quemarropa”. A lo que hay que añadir que la película entusiasma al mismísimo Tarantino, guionista de la anterior.
Y es que De la Iglesia, aun reconociendo ciertos fogonazos de fuerza visual, se regodea haciendo bizarros ejercicios malabares dignos de mejor causa y continuos alardes de desmesura. Cineasta que siempre dispara por elevación, convierte su obra en una auténtica montaña rusa plagada de influencias, si, pero no precisamente las que él cita. A mi me salen otras, y surgen preguntas como por ejemplo ¿Cuantas veces ha visto nuestro hombre El caballero Oscuro? ¿hasta que punto y cuantas veces se habrá sentido fascinado por el Jocker de Batman, no solo en las versiones de Tim Burton, sino lo que es peor, en las de Joel Schumacher? ¿el desconcierto de la batalla del prólogo, no se parece demasiado a los sucedaneos surgidos tras Salvar al soldado Ryan, como por ejemplo Windtalkers, de Jhon Woo? ¿No se parece el enfrentamiento y la planificación a muerte de los dos payasos al de “cara a cara” del mismo director? ¿no estamos cerca de un gangs of spain? ¿Cuántas veces por semana se pone en casa el dvd de “malditos bastardos” de Tarantino?.
Esta última cuestión tiene su enjundia. De la Iglesia demuestra a cada película ser un enamorado del cine y las referencias al mismo. Los alabados títulos de crédito son una muestra de ello. El problema surge cuando tus referencias, por ejemplo Tarantino, no se nutren de la vida, sino del cine, la tv y los videoclubs. Pretender dar entonces lecciones de historia se convierte en una bomba de relojería, donde junto a aciertos parciales, se cometen errores de bulto y de discutible gracia, como ese en el que el payaso triste, tras presenciar el atentado de Carrero Blanco, pregunta a los etarras “de que circo son”.
Se ha hablado mucho de que esta película supone un autentico salto al vacio y sin red. En absoluto. Por mucho que se desee aparentar que el director va montado en el mismo salvaje tiovivo que los personajes, todo está bastante más controlado de lo que aparenta. Hasta tenemos que soportar la enésima cacería del caudillo. Y es que la película es como el chiste que se cuenta en el bar. Este coctel tiene muchos padres putativos, pero como dice el protagonista ¿Dónde está la madre, lease el alma, de esta cinta?   

viernes, 7 de enero de 2011

LA PELICULA DEL AÑO PASADO


No, no vamos a caer en la tentación de hacer la lista con lo mejor del año, sobre todo porque el riesgo de que el concurso quede desierto es alto. La cosa no va por ahí. Hace algunos años, una televisión británica, creo que fue la BBC, organizó un curioso concurso. Se trataba de elegir a los iconos más relevantes de la historia del cine. Esos que han atravesado generaciones y barreras, que están en la mente de todos, y que configuran el imaginario cinematográfico de cualquiera, aunque no sea aficionado. Si no recuerdo mal se buscaban a los diez más significativos, pero al final decidieron duplicar el número dada la avalancha de nombres y la variedad. El resultado arrojó los esperados: Bogart, Chaplin, Marilyn, Groucho, Brando, Dean o Rita Hayworth. También hubo curiosidades como ET, Tarzan, la mona chita, Shirley Temple o Rocky. Pero de todos ellos, para mi sin duda el más sorprendente por inesperado fue el que si no me equivoco ocupaba el puesto nº 17: El monolito de 2001.
No se si en la Metro tuvieron en cuenta tal circunstancia a la hora de acometer “2010:odisea dos”. El impacto del film de Kubrick y del monolito en particular eran entonces y son hoy incuestionables. La empresa de una continuación sin duda tenía tantos atractivos como riesgos, los cuales terminaron pasando factura a la película, y de que manera…Y es que estamos hablando de un puntal básico de la ciencia ficción, y por tanto intocable. Los más agoreros, que eran muchos, no tardaron en llegar: ¿Alguien concebiría La Gioconda 2, o Hamlet 2, o la flauta mágica 2?
Al parecer, por otras razones, Kubrick y el estudio pronto se pusieron de acuerdo al respecto. El primero no confiaba del todo en la novela de Arthur C. Clarke que iba a servir de base, y el estudio siempre consideró al británico como un cineasta de difícil comprensión, muy críptico y complicado, difícil en los rodajes, y que encima menospreciaba al público al interrogarse, como hizo en más de una ocasión, si todo el mundo estaba preparado intelectualmente para ver su cine. El divorcio de mutuo acuerdo fue por tanto cuestión de días.
Finalmente se hizo cargo y con notable entusiasmo Peter Hyams, que se involucró absolutamente en el proyecto, escribiendo el guión, dirigiendo la fotografía y asumiendo la producción y dirección total del film. El estudio, también puso lo mejorcito del momento ( Patricia Norris y Albert Brenner en el diseño de producción o Richard Edlund en los efectos visuales). El resultado es una película menospreciada de la que ya nadie se acuerda, ni siquiera para ser proyectada como experimento en el año en el que dicen sucederse los hechos narrados.


Y es que comparar “2010” con su predecesora es un absurdo, ya que poco o nada tienen en común, ni temática ni visualmente. Allí donde “2001” plantea incógnitas “2010” parece empeñada en resolverlas, y eso los muchos seguidores fanáticos de la primera no lo perdonarán jamás. No obstante, el resultado, en términos cinematográficos, me parece honesto. Y pese al lastre de cuestiones coyunturales en el guión, se aprecia y mucho el esfuerzo narrativo y visual de Peter Hyams, el cual era considerado en esos momentos un joven valor en alza dentro del género fantástico debido a sus dos films “Atmosfera Cero” y “Capricornio Uno”.
Y ahí se centra el autentico handicap de la cinta, puesto que ninguna de las dos cintas citadas pertenece realmente al género. La primera en realidad es un western y la segunda una parábola política. Lo mismo sucede con “2010”, que resulta una suerte de viaje a la galaxia planteado desde premisas hiperrealistas, casi como un neowestern de pioneros transmutados en cosmonautas que sudan, sufren, y padecen un miedo a lo desconocido tangible y muy reconocible, humano y muy real. Solo que del itinerario en carromato por las praderas pasamos a la tecnificada nave espacial.
Vista hoy, si nos olvidamos de su precedente, la película se puede disfrutar. El estilo visual es particularmente limpio y elegante, y en contra de la opinión mayoritaria, considero que posee set-pieces de auténtico cine, donde el manejo de las imágenes y la utilización del montaje y el sonido ofrecen pequeñas gemas. Es el caso del momento en que se manda una sonda no tripulada a Europa, donde la utilización de los recursos del tempo cinematográfico y el suspense demuestran la labor de un auténtico director. Otro tanto sucede en la pieza del frenado aereo o el viaje de los dos cosmonautas desde la nave Leonov hasta el Discovery.
El oficio de cineasta, la honestidad artesanal capaz de sobreponerse a un guión con lagunas, el empleo correcto de los recursos visuales, el saber convertir el espacio cerrado de una nave y el abierto del cosmos en un personaje decisivo, cotizan mucho menos que las pretensiones intelectuales y visionarias.
De cómo afectó a Peter Hyams el fracaso de “2010” da cuenta su posterior y errática carrera. No obstante, parece ser que una de las pocas satisfacciones gratas que le quedan del proyecto, según él mismo cuenta, es una reconfortante conversación años después en un café de Londres con Stanley Kubrick, a petición de este último. El contenido de la misma: desconocido, como el propio monolito.