viernes, 18 de enero de 2013

TERRITORIO INEXPLORADO

“No fue preciso pedir permiso a la naturaleza para proseguir viaje fuera del sendero trazado. Ella nos invitó. Y de su mano pronto hallamos nuevos acantilados, desiertos salados, cráteres desconocidos. Y claro está, nuevas especies. Buscar el fin del mundo supuso encontrar un nuevo comienzo” No lo digo yo, lo dijo Charles Darwin.  En las continuas relaciones entre el hombre y su entorno natural, en algunas artes, como el séptimo, salvo algunas excepciones, hace un tiempo que se abandonó cualquier pretensión de singularidad. No hablo ya de una perspectiva original.
Uno de los tópicos más contradictorios en el moderno cine americano se refiere al injusto tratamiento del campo, de los pueblos, del mundo agrario y rural. De los bosques y lo silvestre. En definitiva, de la naturaleza en su más amplia extensión. En el cine europeo no es que sea distinto, pero al menos se aporta una visión más naturalista y veraz, incluso reconocible. Véase como excepción “la cueva de los sueños olvidados” de Werner Herzog, tal vez una de las películas más estimulantes del año pasado. Si se afirma que en el moderno cine Usa el tratamiento es pobre y a la vez contradictorio es por dos razones. El mundo rural, lo que ellos mismos denominan la América profunda solo parece tener dos versiones posibles. Y por desgracia ambas están directamente relacionadas con la ciudad y las grandes metrópolis. Escasea una percepción autónoma. Es la eterna cuestión de los polos opuestos.


La primera visión es aquella que contempla la ciudad como ejemplo de lo confortable, seguro y sobre todo controlable por el ser humano. Y existen infinidad de películas en las que una vez los protagonistas se alejan de la ciudad y entran en medios rurales o bosques, las cosas se complican. Es verdad que los directores suelen aprovechar en los primeros minutos para mostrar hermosos paisajes vírgenes, pero que nadie se fíe. Al final, el campo se convierte en una ratonera sin salida. Y la naturaleza una amenaza. Pronto los móviles dejan de funcionar, la electricidad no va, el coche deja tirados a los protagonistas… Y de ahí a la angustia y el terror hay un paso. El precioso entorno natural, pronto se convertirá en un enemigo feroz cuando arrecien las tormentas. Y las cabañas terminan siendo la premonición de sonidos extraños en dolby stereo, crepitar de cosas en la oscuridad y alimañas varias. ¿Tiene esto una explicación? Por supuesto.
En todas esas películas, desde “Deliverance” hasta “Jeepers Creepers” pasando por las sucesivas “matanzas de Texas”, “the descent” “Eden lake” o incluso la reciente “The cabin in the Woods” se da una visión de la naturaleza muy relacionada con lo atávico. Con el primitivismo ancestral, con la ausencia de evolución. El paisaje humano con el que se suelen encontrar los turistas urbanitas suele ser progresivamente inquietante y muy poco digno de confianza. Es como si la ciudad fuese el refugio de un inmenso páramo salvaje y sin civilizar. Lugares al parecer propicios para ser habitados sólo por lunáticos, esquizofrénicos y descerebrados de todo pelaje. El mensaje reaccionario está a la vuelta de la esquina. Estas películas suelen tener un toque moralizante: los vicios y errores en la gran ciudad cometidos por el hombre moderno y el desafío y menosprecio a la naturaleza se terminan pagando caro. Es la venganza implacable de la ley natural.


Pero existe otra versión, en gran parte contrapuesta a la anterior, aunque igualmente reduccionista e injusta. Es aquella en la que el mismo urbanita en crisis, maltratado por la gran ciudad y sus chanchullos varios, ha de volver (de mala gana) al pueblo en el que creció. Ya saben “Sweet home Alabama” y similares. Aquí el mundo rural es un plácido lugar repleto de presuntos paletos y gente con una guasa peculiar que aun conservan sus costumbres y ritos ancestrales. Su instituto, su equipo de béisbol o rugby, sus platos típicos, sus vecinos chismosos pero simpáticos y su fiesta local, con las cervezas de toda la vida y el baile de rigor. Todas esas comedias también tienen un tono moralizante. El (o la) egoísta ejecutivo de ciudad redescubrirá a la luz del barbecho de su odiado pueblo todos los valores que había olvidado. Recibirá algún sabio consejo de algún personaje pintoresco, se reconciliará y hará migas con los que creía unos retrasados y para colmo casi siempre hay premio. No falla. Por allí está esperando el novio de la adolescencia o un apuesto soltero para redondear el círculo vicioso (nada que ver con Dorothy Parker). Sandra Bullock, Amy Adams, Renée Zellweger y compañía han pasado por el trance-fórmula... Y todas se quedan encantadas a vivir en el granero de los valores eternos de la América profunda. Incluso Russell Crowe y Diane Lane visitan las campiñas francesa e italiana y se transforman por arte de magia.


La pregunta sobre la que se pretende indagar, es si cabe la posibilidad de dotar de cierta personalidad a una película encuadrada en este segundo formato. Que, aun partiendo del tópico, sea capaz de interesar, que diga cosas, que emocione y permita reflexionar. Y todo ello metido en esa caja de zapatos codificada. Pues moderadamente, pero sí. En la interesante película que va a ser objeto de análisis se dan cita muchos de esos clichés: chico que huye de la ciudad al campo, vecinos que te ofrecen pasteles a la puerta, vecinita adolescente que sale con el capitán del equipo de rugby, gente que da consejos, fiesta en el instituto, paseos con perro, moralejas varias. Y sin embargo, estamos ante una película que merece mucho la pena.
Vamos con las presentaciones. El chico se llama Carter Webb (Adam Brody).  Atribulado y confuso aspirante a escritor, en la primera escena la recibe en la frente cuando le deja plantado su novia. Intentando poner remedio y tal vez siguiendo los sabios consejos de Walt Whitman “quien pretenda caminar una milla sin amor se dirige a su propio funeral envuelto en su propia mortaja” decide cambiar de aires y visitar el pueblo de su abuela, que vive sola. Resulta fácil empatizar rápidamente con este joven que parece moverse en el territorio favorito de Cameron Crowe. Un refugiado del corazón, golpeado y con la rodilla en tierra pero dispuesto a salir adelante con una honestidad de la que ya no se lleva.


Su lucidez, su franqueza, su aparente tranquilidad, su manera humanista de afrontar la vida y sus reveses sin aspavientos definitivamente conquistan. Existe en Carter,personaje reflexivo, un continuo interrogante interior sobre los enigmas del ser humano. Y aunque de entrada no está para juergas parece acogerse a la cita clásica recogida por Rafael Argullol:”Prefiramos, por encima de todo el don de la jovialidad: el de los hombres que todavía retienen al niño que fueron, el de los que conocen sin haber perdido la ilusión del conocimiento, el de los que han gozado sabiendo que el goce es inagotable, el de los que han sufrido con la voluntad de vencer al sufrimiento. Los joviales poseen la fuerza única para disparar dardos luminosos contra la oscuridad”.
Lo curioso del caso para Carter, es que si creía que iba a descansar, se equivocó de pueblo, ya que los problemas se multiplican “In the land of women”, título de la película. “Entre mujeres” en castellano.


El motor de la cinta son las relaciones humanas. Y Carter tendrá la responsabilidad y el privilegio de tratar intensamente con cuatro generaciones muy distintas de mujer. Vamos de menor a mayor. Una niña de diez años, Page (Mackenzie Vega), extraordinariamente sensitiva, inteligente y práctica, que cuando se entera de que su madre padece cáncer de mama, se pasa días enteros en Internet y en la biblioteca del pueblo informándose hasta el último detalle. Su hermana adolescente de 17 años (Kristen Stewart) aparentemente resuelta y contracultural, que tras su fachada de continuo enfado con el mundo esconde multitud de complejos y miedos que pronto salen a la luz. La madre de las dos anteriores (Meg Ryan) que cree haber perdido definitivamente su salud, el timón de su casa y el cariño de su familia. Y por último la abuela de Carter (Olimpia Dukakys) jovial y excentrica anciana irreverente que, no obstante, sabe muy bien de lo que habla y lo que le espera. Se podría añadir una quinta, la novia que acaba de dejarlo (Elena Anaya)  que está muy presente en sus pensamientos.
En ese panorama azul oscuro casi negro, Carter descubrirá pronto que todo el mundo que le rodea necesita tanta o más ayuda que él. Y que de un modo u otro, toda la tropa esta en un mismo barco que no tiene por qué zozobrar. Hay personas que solo necesitan estar para ayudar. El director, Jonathan Kasdan, sigue los pasos de otro personaje muy similar en una película de su padre, “Mumford” en la que un extraño con problemas llegaba a un pueblo y con tacto y sabiendo escuchar resolvía los problemas de sus vecinos.


Carter opera en igual sentido: “Una de las cosas de las que más me enorgullezco es saber escuchar” dice. Y de forma natural, lo que podía ser un catálogo de tópicos se convierte en una experiencia emotiva y de gran sensibilidad. El film trabaja en diversas direcciones tomando a Carter como eje de todo un entramado sentimental en el que, como es un buen tipo y excelente persona, se implica a fondo. Misión: ayudar a todos con sumo tacto. Su espíritu de camaradería es genuino y auténtico. Según su ideario “La vida es inesperadamente cruel y caótica y nunca responde como lo habías previsto. Y refugiarse en el miedo no es la solución”. Aplicando esa máxima, llega hasta a olvidarse un tanto de si mismo en su sincero afán por mejorar la salud emocional del barrio. Incluso se permite ciertas renuncias.


Si esta película no es una más se debe a varias razones, pero en primer lugar a una atenta mirada a cada personaje, que aunque partan de clichés, se elevan, laten y cobran vida propia, como en los mejores Kasdan. La segunda razón es que sus problemas, sus dudas y sus equivocaciones resultan muy reconocibles y cercanos, y sus alegrías y sus penurias están muy bien captadas e interpretadas. Sí, por Meg Ryan y Kristen Stewart también. La tercera es que comedia y drama, como en la vida, casan como un guante. La cuarta es que el director ha heredado lo mejor de su padre, narra con elegancia y pasión y sabe sacar excelente partido a pequeños momentos sublimes, como ese en el que la hija pequeña, valiéndose de una treta, convence a su madre para que le diga la verdad sobre el verdadero alcance de su enfermedad, realmente impresionante y muy emotivo. Y quinto, debido a que toda la película respira como un soplo de aire fresco, acompañada  por un puñado de canciones excelentes y contagiosas (genial el momento footting).


Y cuando eso sucede y la química y la emoción brota, uno se olvida de si la película transcurre en la ciudad o en el pueblo, ya que por una vez queda demostrado que el problema no son los tópicos, sino el tratamiento que reciben. Y aquí estamos ante personas de carne y hueso con problemas reales. Y las incógnitas que nunca se despejan están no en los polos, sino en ocasiones en el barrio de la abuela. Bien pensado, igual es que Carter ni siquiera se mudó al campo, se fue in the land of women, a territorio femenino, dónde los sentimientos y las convicciones son las cartas que se han de poner encima de la mesa para seguir adelante. Y sobre eso señores Darwin, Livingstone, Amundsen y Scott queda aún mucho por explorar.