miércoles, 31 de agosto de 2011

LA CONVERSACION


















Compartir, esa es la palabra. Aunque no me va mucho eso de elegir, si tuviese que escoger de entre las que han pasado casi a mejor vida y como operación rescate una película española de la última década, esta sería sin duda “La suerte dormida”. Su directora, me consta, ocupa sin problemas el puesto más alto en el ranking de personas más denostadas, odiadas, y/o vilipendiadas en esto del cine. Su nombre hoy viene ligado a una ley o a un mote a propósito de las descargas. Yo prefiero seguir llamándola por su nombre, Ángeles González Sinde. Sin duda, la persona que me ha deparado la conversación cinematográfica más jugosa y enriquecedora que he tenido jamás con alguien dentro del medio audiovisual. Personal, de tu a tu, con un testigo de excepción y a petición de ella misma. Compartir, decía. Vamos con la historia:
Corría el otoño de 2003 cuando sin una razón especial ni motivación previa fui a ver “La suerte dormida”. El impacto, la sensación de estar viendo una película muy potente surgió al instante. Un hermoso islote compacto que se alza lejos de la obediencia debida al páramo desierto del cine español. Una experiencia que no termina al salir de la sala. La ferrea dirección, el complejo estudio de personajes, y sobre todo un guión modélico de estructura compleja y plagado de aciertos ayudaban a ello. Una película minuciosamente trabajada, meditada, que desarrolla a fondo la creación de un mundo propio. Un espejo fiel que nos retrata sin fisuras, creíble y narrado no solo con absoluta solvencia, sino con auténtica y verdadera inspiración.

Por cierto, a ello no es ajeno el hecho de que si tuviese que elegir un novelista español de la última década, no habría duda, sería Belén Gopegui. Ambas escribieron el guión del film a cuatro manos sobre la base de un suceso real del que tuvieron noticia. De hecho, al parecer ambas siguieron por razones diversas el asunto en cuestión: Un obrero sin cualificación muere en extrañas circunstancias trabajando en una mina cercana al aeropuerto de Barajas. Lo que al principio parece un mero accidente esconde oscuros intereses de todo tipo. Se ven implicados, la empresa explotadora de la mina, las autoridades aeroportuarias, la Comunidad de Madrid, y hasta algún que otro departamento ministerial.
El asunto les sirve a Gopegui y Sinde como base para desarrollar un guión donde confluyen diferentes líneas de actuación. Por un lado, la lucha por defender los derechos de la familia del fallecido ante la empresa y organismos oficiales, permite poner en cuestión de forma apasionada y lúcida los manejos institucionales y corporativos frente a los más desfavorecidos así como elaborar sus propias tesis sobre la pervivencia de la lucha de clases y los abusos de poder. No está de más recordar que el asunto se trató de tapar con una indemnización insultante y ridícula que obligó a la familia a ir a juicio.
Pero por otro lado, el campo de operaciones del drama se desarrolla en otras direcciones dibujando un paisaje humano tremendamente atractivo, brutal y muy preciso. Ya puestos diré que si tuviese que elegir un personaje de ficción español de la ultima década este sería Amparo, la abogada retirada que precisamente desde el desamparo emocional coge fuerzas y vuelve a la carga para defender a la familia en una feroz batalla desigual. Un personaje rico en matices que carga con demonios y traumas internos de muy hondo calado y al que Adriana Ozores le otorga una humanidad increíble en una interpretación memorable. Recordar que pese a optar al Goya 2004, finalmente la ganadora sería Laia Marull por “Te doy mis ojos”.

La soberbia dirección de Gonzalez Sinde, de aromas clásicos y que evita hábilmente caer en el maniqueísmo, no tiene desperdicio. El velo que irá destapándose en el seno del drama familiar, contiene escenas antológicas fruto de un trabajo minucioso. Y el desarrollo del film judicial, la lucha que se libra en el ámbito moral, ético y jurídico se desarrolla de forma implacable y precisa, de modo que con gran veracidad y pasión, lo personal se mezcla y se diluye con lo profesional de modo irreversible, lo que constituye uno de los grandes logros de un film de gran envergadura, en el que en todo momento se nota la implicación y compromiso de la directora y su coguionista con la historia que narran.
En ocasiones, aunque pase el tiempo, la paciencia da como resultado que la suerte se alíe con uno. Cuestión de azar, supongo. Un par de años después, me entero de que Belén Gopegui vendrá por esta tierra a los cursos de verano a presentar su novela “El padre de blancanieves”. Pero lo que es aun mejor, acompañará a Angeles González Sinde en otra conferencia comprendida dentro de un curso sobre el guión cinematográfico, donde aportarán su visión respecto del guión en general, así como su experiencia juntas en “La suerte dormida”.
Nunca la ocasión se presentó más propicia. En aquellos tiempos uno disponía de más tiempo, y para cuando llegó el día yo me presenté en la conferencia cargado de papeles. Básicamente, los relacionados con las críticas que había podido recopilar en todos los periódicos y revistas posibles, incluso algunas extranjeras, así como la repercusión en festivales. No hay que olvidar que el film se presentó en la SEMINCI de Valladolid, y tenía varias reseñas al respecto. También me había leido alguna entrevista con la directora, y de todo ello portaba fotocopias, que curiosamente aun conservo. También andan por ahí las anotaciones a bolígrafo que hice durante toda la exposición.

 
Ángeles González Sinde habló mucho. Se refirió al guión como estructura dramática, y a su cercanía y filiación con los géneros clásicos, proveniente de sus estudios en el American Film Institute. Se extendió sobre la elaboración de ese guión en concreto, de sus dudas ante lo que era su ópera prima, y de cómo requirió la ayuda de Belén Gopegui para perfilar algunos aspectos del desarrollo del film, el cual consideraba cercano a cierto tipo de cine americano de los 70 y primeros 80, sin especificar. No es cuestión de reproducir aquí toda la conferencia. Belén Gopegui, dejando a propósito el  protagonismo a su amiga habló menos, se refirió una y otra vez a que la autoría correspondía a la directora, y que ella solo había intervenido “ayudando” en algunos apartados referidos a las cuestiones más sociopolíticas y éticas de la historia, y en algunos aspectos de las relaciones familiares.
En el turno de preguntas y tras remover mis papeles le hice la que consta aun hoy anotada a bolígrafo en un folio. Se me ocurrió al hilo de su exposición. Es entonces cuando voy y le suelto a la que considero en términos de cine como la más digna heredera del legado de Pilar Miró: “¿Teniendo en cuenta que usted se siente cercana a las estructuras clásicas propias del cine de género pero a la vez desea desarrollar algo semejante a un film de tesis, como se las ingenió para lograr conciliar ambas facetas que en principio pueden ser antitéticas?".
Pausa valorativa. Se puso muy seria y respiró profundamente. Luego sonrió un momento y meneó la cabeza. Me dijo que antes de responderme quería dejar una cosa muy clara, el suyo no era un film de tesis. Pero que no obstante esa había sido una de sus grandes preocupaciones a lo largo de la elaboración del guión. Es más, fue su segunda obsesión. La primera consistía en articular en un todo homogéneo lo particular, lo privado, con lo general, lo público y social. Le interesaban mucho las cuestiones domésticas y cotidianas, dejar claro que sus protagonistas según su visión también deben ir a la farmacia a por recetas, rellenar un impreso para la seguridad social, o hacer cola en el super.


La segunda idea permanente y obsesiva era que el film tuviese vida y personalidad propias, de modo que no pareciese ni un típico film de género ni uno de denuncia y de este modo evitar que pudiese ser etiquetado. Cuestión aparte es si lo había logrado, dijo. Y me retó: “Si le parece a usted que lo he conseguido o no ya es otra cuestión. Puede hablar con toda franqueza”.
Trago saliva. Sinceridad ante todo, pensé. Le contesté que en mi opinión si, ya que el film estaba en la onda de otros que salvaban bien ese escollo, como “Missing” o “Silkwood”, pero que había leido todas las críticas del film que había podido y que al mismo se le ponían dos tipos de peros que, no obstante, serían largos de exponer.
Absolutamente sorprendida y casi boquiabierta me dijo: “¿De veras ha leído usted todas las críticas de la película? Mire, para no alargar esto mucho y que pueda intervenir más gente ¿podría verle al finalizar para ver a que conclusiones ha llegado?” Estuve de acuerdo.























Llegado el final, con un gesto me invitó a que me acercase. Me preguntó si nos podíamos tutear, lo que resultaría más cómodo. Y me dijo más o menos, ya que no tengo la conversación grabada ni llevaba grabadora: “Mira, es que has dicho dos cosas que me han llamado muchísimo la atención. Cuando hacíamos el film, teníamos la certeza de estar haciendo algo que estaba absolutamente descontextualizado, fuera de época y de los intereses del cine de hoy en día. Nosotras adoramos films que de una u otra forma estaban en mente cuando hicimos este, y no son los que venden hoy. Es el caso por ejemplo de “Veredicto final” o “El sindrome de china”, pero curiosamente y de forma muy especial los dos que tu has citado, precisamente debido a que ambos tratan casos reales. Para mi, tanto Karen Silkwood como Charlie Horman en “Missing” son dos constantes referentes,  unos absolutos héroes contemporáneos. Y las dos películas que has citado son una muestra perfecta del tipo de cine que nos gusta y nos apasiona. No solo las historias y lo complejo y sugerente de los guiones, sino la forma de estar narradas. Ahora se lleva el estilo Bourne, cámara en mano a toda velocidad, steady cam y barridos de cámara. Pero esa no es la puesta en escena que me interesa como directora. Prefiero dejar respirar cada plano, prefiero secuencias pausadas donde el actor y la historia puedan desarrollarse, panorámicas lentas a ser posible”.   
Hay que decir que por aquel entonces se acababa de estrenar la segunda parte de la trilogía Bourne, si no recuerdo mal. Lo que si recuerdo es un esfuerzo constante por explicarse lo más meridianamente posible y hacer entender su discurso.
Después me preguntó por las críticas y los “peros” a los que había aludido con anterioridad.

Y la verdad, con una rara mezcla de sonrojo, corte y sano orgullo le expliqué que si se leían todas las críticas podían agruparse en tres grupos: aquellas que despachaban rápidamente la película como un fallido intento dentro del romo panorama del cine español, sin más. Estas no merecían mucho la pena y se podían obviar sin problemas. Luego, había otros dos grupos claros que si profundizaban mucho más en el análisis y que acusaban a la película desde dos puntos de vista. El primero reprochaba al film de hacer un cine dogmático y de tesis, una píldora ideológica (la de las autoras) escondida bajo un manto de cine de género judicial que hiciese más digerible la propuesta.
Y luego estaba el otro grupo, el que a la inversa entendía que bajo un contenido de suave crítica político-social, el film no dejaba de ser una muestra más de cine de género comercial americano, pero esta vez a la española. Un espectáculo judicial en el fondo para todos los públicos, que no radicalizaba a fondo su presunta propuesta crítica.













Nueva pausa valorativa, esta aun más larga. Ambas se miraban, Belén sonreía como si esperase algo así. La directora tomó la palabra. Me vino a decir que esto que le contaba por una parte le alegraba y por otra le entristecía. Y se explicó. En su opinión lo que le contaba era de agradecer, ya que significaba que la crítica no había muerto, ni estaba agonizante tal y como ella pensaba. Pero por otro lado le recordaba los viejos debates de sus tiempos de estudiante de cine sobre la existencia de una crítica de derechas (el primer grupo) y una de izquierdas (el segundo grupo), lo cual ella desaprobaba. A la vez le recordaba las críticas que se hicieron en U.S.A a “Missing” la cual fue recibida con disparidad de opiniones debido a que una parte de la crítica, la más radical desde la izquierda, criticaba que ese film en concreto, tratando el tema que trata, tuviese estrellas norteamericanas y fuese financiado con capital nortemericano, lo que consideraban una especie de entonación de falsa mea culpa injustificable, producto de una clara y evidente mala conciencia.
Mientras, otros en el otro extremo ideológico argumentaban que Costa Gavras había utilizado alegremente capital de las majors para criticar duramente el sistema político del pais que le había financiado, lo cual tampoco era de recibo. 


En todo momento se mostró muy discrepante de ambas posturas, que según ella obviaban de modo flagrante la cuestión fundamental, el juicio sereno y estrictamente cinematográfico de la obra.
Y volvió sobre las películas de Bourne y similares, para dejar claro que esos films utilizan un falso cine próximo al documental cámara en mano para contar historias inventadas de espías y acción, pura ficción pirotécnica enmascarada bajo un estilo que ella consideraba docudramas con truco. Por contra, ella misma se situaba en el lado opuesto: Partía de un caso real, pero lo trataba en todo momento como una ficción cinematográfica, incluso acercándose al estilo de los géneros clásicos, tal y como yo había apuntado en la pregunta. Y argumentó sin cesar que si admiraba films como “Silkwood” o “Missing” no solo era por el hecho de basarse en dos fabulosas historias verídicas que relataban las peripecias de dos personajes que consideraba admirables, sino por que cinematográficamente le parecían explendidas. Es más, en su opinión la interpretación que de Karen Silkwood hace Meryl Streep le parecía con diferencia la mejor de su carrera. El discurso por tanto, interesaba tanto como la forma, y no aceptaba que se le acusase de dogmática, o que intentase imponer tesis alguna con su película.

 

Belén Gopegui tomó por fin la palabra para afirmar que estaba totalmente de acuerdo. Se remitió al prefacio de su novela “El lado frio de la almohada” donde dice “Esta es una obra de ficción y no un fragmento de la historia con mayúsculas, aunque si pertenezca a la historia de lo que los hombres y mujeres hacen, conocen, imaginan, procuran…”. 
La conversación, que para mi fue un auténtico regalo, discurrió en todo momento muy cordial, amable y distendida, y tanto Gonzalez Sinde como Gopegui me parecieron muy adictas a la dialéctica y como jovialmente entusiasmadas de que, por fin, su película generase algún tipo de debate, aunque fuese en una breve conversación. Cuestión que siempre me ha llevado a pensar que la implicación en la historia narrada va más allá del caso concreto y si que pretende al menos invitarnos a reflexionar, a profundizar, sin por ello dejar de sentir.
  

Admito que en muchas ocasiones no reconozco a la persona que primero dirigió la academia de cine y luego accedió al ministerio cuando la veo por tv. Tampoco voy a valorar el tema de la ley y las tan traidas y llevadas descargas, ni voy a entrar en polémicas sobre el ejercicio de su cargo. Siendo un poco cáustico tiendo a pensar en esa excelente película de Claude Chabrol titulada “Borrachera de poder”. No se que opinaría sobre la misma. Por mi parte, aun sigo encantado de haber podido compartir de cine. A lo mejor ese es su auténtico lugar.  
         

jueves, 11 de agosto de 2011

DIEZ CANCIONES, UN VERANO















 
Parece que diversos sucesos provocan que en verano todas las luces se enciendan y la sala deje de estar oscura. Entre ellos una cartelera en horas bajas. Momento que aprovecha un clásico, la canción del verano para colarse en nuestras vidas. Me propuse, aunque esta no es una página musical, desear a todo el mundo que pasa por aquí un estupendo agosto con una canción. Como no terminaba de elegir una lo amplié a cinco, tal vez pensando en Fred Zinnemann y “Cinco días, un verano”. Pero al final he ido mucho más allá hasta proponer un coctel que está más cerca de “Diez negritos”, y todo ello al ritmo de algunas músicas que suelo llevar en el coche. Escucho también otras muchas cosas, pero a la hora de refrescar el verano musicalmente, he preferido aventurarme, olvidar los clásicos y decantarme por gente joven y de ahora mismo. Que nadie espere encontrar a los mejores, ni a los más grandes, no es esa la idea. Siempre he pensado que existen a día de hoy talentos musicales desaprovechados o camino del cajón del olvido, y que nunca está de más rescatar. Y compruebo una vez más que a este paso este blog se va a convertir en una especie de vigilante de la playa, siempre al rescate de los náufragos y olvidados, o de los que tienen menor repercusión.No todo el mundo es el Boss o Madonna. Vamos a ello.













En primer lugar y como no podía ser de otra forma nos vamos "in the sun". Para no abandonar del todo el cine he escogido para empezar la frescura de “She & Him” o la faceta musical de Zooey Deschanel (de la cinematográfica habría mucho que decir también), la cual ha formado un combo simpático que mira continuamente al pasado. Esos institutos con sabor que nunca se olvidan, esos ritmos más cercanos a los cincuenta que al siglo 21. Esas coreografías, huula hoop incluido...




En segundo lugar mi admirada Beth Orton,  prolífica cantautora que forma parte del revaival folk surgido espontáneamente a mediados de la pasada década y donde se podría haber colocado igualmente a Joanna Newson, Basia Bulat o Sufjan Stevens, todos los cuales forman una generación folk que va por libre. Practica un estilo aparentemente intimista, con ciertos toques naif, pero absolutamente ensoñador, una auténtica poeta de la melancolía, al menos para quien esto escribe.
















Nos vamos directamente a la playa. Y muy bien acompañados. En este caso por Joan Weisser, conocida  artísticamente y dentro del mundillo como ella misma se bautizó, Joan as police woman. Esta mujer policía, que nada tiene que ver con Angie Dickinson, musicalmente forma  parte del movimiento independiente americano. Aunque su pareja fue famosísima (quien quiera saber quien fue que vaya a Wikipedia, vamos a respetar su deseo de no hablar de su vida privada) se ha ido labrando una carrera en solitario muy potente y variada. Multiinstrumentista personal e inclasificable, visita nuestro pais con asiduidad, aunque no he tenido la oportunidad de verla nunca en directo.





Razorlight son el típico grupo británico. De estos brotan como espigas, o como zarzas según a quien se pregunte, tres o cuatro cada año en la campiña inglesa, y lamentablemente, muchos desaparecen de la misma forma. Por eso conviene cogerlos al vuelo, pues se corre el riesgo de llegar tarde, y sino que se lo pregunten a Travis o Embrace. Esta es una de sus canciones emblemáticas, bandera de un grupo con los días contados, y si no al tiempo.
























Vanessa Carlton, norteamericana que arrastra desde sus comienzos el estigma de la típica niña pija, y la verdad es que su look y ciertos matices de su voz no la ayudan precisamente a romper esa imagen de niña bien. En realidad es una superdotada del piano que no necesita que le compongan y le den masticados los temas,ella se basta y se sobra. No obstante, se encuentra con el serio problema de que no termina de encontrar su público. A los más jovenes no les entusiasma, les parece demasiado seria y compleja. Y el público adulto por razones inversas no termina de tomársela en serio. No es mi caso.




Otro tanto podría decirse de Corinne Bailey Rae. Nacida de las más puras raices del sur americano, donde en cada fuente y en cada esquina de bar surge sin problemas el soul y los ritmos de blues. Desde luego no es Cassandra Wilson, ni Oletta Adams, y mucho menos Ella Fitzgerald. Lo suyo son los tiempos medios, suaves y contagiosos, tal vez en la línea de otra que podría haber estado aquí, Madeleine Peyroux. Mi pareja la llama “la triste”, no confundir con el capitán Alatriste. Hay quien dice que le falta un trago de ron. En fin, como siempre, el tiempo dirá donde llega. El tema se titula butterfly, como ella misma. 


 

Sarah Lee Guthrie, nieta de la leyenda, del genuino monstruo americano Woody Guthrie, y por supuesto portadora de unos genes musicales clavados a fuego. Trabaja tanto en solitario como formando pareja con su marido Johnny Irion, y en ambos casos resulta excepcional su manejo del country-folk en su más pura esencia americana. Una artista enorme que musicalmente no termina de traspasar las fronteras de su pais (es posible que jamás lo haga). Sin nada que envidiar a Ricky lee Jones, Mary Chapin Carpenter o Jessie Sykes, se muestra incluso superior en garra a otra joya reciente como Jessie Baylin. Conviene guardar sus discos como oro en paño.
















Este duo atípico de nombre Nizlopi, se conoció en el instituto. Practican lo que considero sin duda el arte más difícil. Voz, guitarra y contrabajo, casi a pelo, sin apenas acompañamiento. Para ensayar no necesitan nada más que el banco de un parque o la misma orilla del camino. Beben del Dylan más puro, de The Birds, y de estirar cada matiz del género más puro del poeta de carretera. Fueron teloneros en España durante la gira que Jamie Cullum dio hace dos años, aunque en mi opinión el orden de los factores debió invertirse. Estos son mejores.




Parece obligado poner algo en castellano. Por aquí también hay gente que merece la pena y que toca la fibra. Me gusta este tema de Vanesa Martin, andaluza, compositora y con criterio propio. Su estilo mezcla el bluegrass con el flamenco, de lo que resulta algo tan peligroso como realmente curioso. No es Katie Melua ni Holly Williams pero ni falta que hace, tiene personalidad suficiente. Este tema parece que sonó. Por supuesto, habrá que escucharla más, está empezando.




Y termino casi donde empecé, en la playa. Deseando a todo el mundo un estupendo verano. En la zona en la que vivo muchos días la playa es y está exactamente así. Y no me disgusta. Uno también se da similares paseos cuando tiene tiempo. El tema, de Richard Ashcroft, se titula la ciencia del silencio, y no pienso definirlo. ¿lo habré escuchado demasiadas veces? Creo que no.



jueves, 4 de agosto de 2011

BETTY ANNE WATERS


















Una de las cosas que se descubren al pretender hacer crítica de cine, es que las películas fallidas son con diferencia las más complejas de analizar. Con las malas o muy malas no hay problema. Uno siempre puede despacharse a gusto y hasta regocijarse golpeando el saco como si se tratase de un boxeador sonado. Con las excelentes obras maestras, a parte de reconocerlas cuando se las tiene delante, solo hay que rendirse y alabar cuanto se pueda o se sepa, más allá de decir que buena es. El verdadero desafío está en los films que presentan virtudes y defectos, aristas, cosas que no gustan mezcladas con ideas atractivas o interpretaciones convincentes. Uno puede tener un día kamikaze y cargarse la película en su conjunto un tanto injustamente. Y viceversa, en ocasiones tal vez apetece quedarse con lo positivo y se obvian o se olvidan de forma inconsciente los defectos, que los hay.
















Viene todo ello a cuento del estreno de “Betty Anne Waters” (Conviction) film de Tony Goldwin sobre el que uno tiene la tentación muy seria de despacharlo por la vía rápida, argumentando que es otro típico ejemplo de película de superación personal acoplada a formas judiciales que no aporta en principio nada novedoso. Para colmo viene producido por su estrella protagonista, lo que de entrada predispone bastante. Por tanto no nos vamos a andar por las ramas, este es un film fallido. Y como muestra un botón: En una película basada en hechos reales en la que las primeras imágenes muestran el hiperrealista y crudo interior de una casa desordenada y con abundantes manchas de sangre fruto de un homicidio, pero cuyo plano final es una preciosa puesta de sol sobre un lago propia de una postal con música tenue, algo falla.
















Si me pusiera severo aplicaría la sumarísima sentencia ya, sin más dilación. Pero sucede que entre medio de esos dos planos suceden y pasan cosas, y no todas son como se ha dicho demasiado rápido “de telefilm de sábado por la tarde” tal y como he leido en algún periódico, y por los mismos que ponían por las nubes “The figther”, cinta que transita similares senderos que esta. Por lo tanto, fallido si, pero despreciable y anodino en modo alguno.
Este es uno de esos films que viven atrapados, prisioneros de un género, atados a un ferreo mastil en el que todos los códigos propios de un cine en el que la lucha contra viento y marea, el sufriemiento y el truinfo de la voluntad vienen envueltos no en papel de regalo, sino en un particular vía crucis, cuyo resultado el espectador mínimamente avisado conoce de antemano. ¿Invalida eso un film? ¿lo condiciona?. Puede ser que la suspensión de la incredulidad se vea mermada, pues al espectador le asaltan recuerdos que le pueden llevar a pensar “me da que esta ya la he visto”. Aun así, ¿es eso justo?. ¿Decimos lo mismo de El Dorado respecto de Rio Bravo? Apuesto a que no. Luego la cuestión no está en si el argumento nos lo sabemos más o menos, sino en la textura y el tratamiento de cada historia.














 Para añadir más leña al fuego, sucede que esta en particular tiene un marketing peligrosísimo que a buen seguro habrá ahuyentado a más de uno de las salas. Y es que algunas películas empiezan antes incluso de entrar a la sala. En el propio cartel reza casi como una amenaza “una apasionante historia real”. Y justo debajo, la frase publicitaria que se supone debe convencernos de que esto nos apetece. Preparados que va: “Una condena por asesinato encerró a su hermano de por vida. Ella dará la suya para demostrar que es inocente”.  
Y puedo asegurar que por una vez no nos engañan, pues “Betty Ann Waters” responde exactamente a eso. Sin embargo, ahí está la posible propia trampa que el film se hace a si mismo, en que no solo no se engaña, sino que responde fielmente al esquema genérico prometido. No obstante, cuando uno está a punto de poner el piloto automático, algunas cosas se mueven, y resulta que el film resulta ser mucho más ambicioso de lo que parece. No se tarda en descubrir que esto no es un Grisham más, sino que se apunta más alto, nada menos que a Steinbeck, a Carson MacCullers, a Woody Guthrie, a los aromas primigenios de la América profunda sobre la que se hace un retrato nada complaciente.
















Luego la tópica pregunta sobre si sacará o no sacará a su hermano de prisión la voluntariosa protagonista tras múltiples esfuerzos estudiando derecho y sacrificando su vida personal y familiar, queda en segundo plano, ya que aquí lo que verdaderamente interesa es un estudio sobre las raíces, los lazos de sangre, la familia y la orfandad. Hasta tal punto es así que curiosamente la solución del caso pasa por ahí: “la clave es la sangre” dice Hillary Swank. Lástima que al no terminar de decantarse por una u otra fórmula, el film se resienta. Ese es su talón de Aquiles, quedarse a medio camino entre el anodino trhiller judicial con sus testigos, sus pruebas, y toda la parafernalia que lo acompaña, y por otro lado la descripción de una América en descomposición, un páramo desolador poblado de familias desestructuradas, alcohólicos sin remedio, hijos abandonados o que no conocen a sus padres, corrupción policial...Y todo ello en medio de una descripción hiperrealista donde las casas cochambrosas, los tugurios de carretera y el paisaje humano resulta tremendamente veraz, mostrando el lado quebradizo del sueño americano.
















Resulta por tanto muy curioso ver como los mecanismos del trhiller chirrían por conocidos, a la vez que asistimos a episodios intensos donde parece que la lucha de la protagonista, más que judicial, busca no dejar a su hermano (su auténtica alma gemela) en la más absoluta orfandad, aspecto vital que ambos conocen bien. Ambos temas tratados se dan cita en un momento tenso y un tanto excesivo, cuando el hermano de la protagonista es detenido en plena iglesia durante el funeral de su abuelo. Pero claro, debió suceder así, aunque uno no puede evitar pensar como hubiera rodado esa escena John Ford.
Con todo, el drama viene acompañado de interpretaciones notables. Esta cinta tiene un reparto de lujo, donde todos están bastante atinados. Sam Rockwell fluctúa entre la introspección y el descaro, al borde siempre de la sobreactuación. Un poco al estilo de Christian Bale en “The figther”, aunque yo particularmente me quedo con Rockwell, me resulta menos cargante. Juliette Lewis nos regala tres escenas donde se entrega a fondo, al igual que Clea duVall y Karen Young, todas ellas recuperadas y en forma. Pero la cosa no se queda ahí. Melissa Leo esta sencillamente soberbia y Hillary Swank, aunque su rol es el más prototípico y estereotipado, parece nacida para sufrir. El film encima nos regala otros dos postres. Peter Gallagher y Minnie Driver. De todos ellos se hace un veraz y complejo retrato a partir de una minuciosa captación de los matices que ofrece el rostro humano.
No estoy de acuerdo en que esto es “Erin Brockovic 2”, aunque en algunos apartados, los más trillados y molestos, pueda parecerlo. Creo que estamos más en la línea de “Huracan Carter”, otro film desigual, también fallido pero no carente de interés. El espectador que pretenda ver algo novedoso en cuanto a procesos judiciales y superación personal, no lo hallará. Pero aun así, que no tema. Conseguirá mantenerse despierto sin esfuerzo, la descripción del paisaje humano ayuda en gran medida. Y se intenta captar cierta lírica sobre la vida de los más desfavorecidos la cual, intermitentemente, asoma entre plano y plano. Por supuesto que no estamos en las "Malas tierras" de Malick, pero el intento de radiografíar la tragedia americana, aunque no del todo conseguido, está ahí. Todo ello desequilibra el film de forma inevitable, pues saltamos sin solución de continuidadde lo más pueril y obvio a lo intenso en un solo plano. 













Para finalizar. ¿Alguna cosa más? Pues no se ¿Que cual es la razón de que coloque aquí y ahora una foto de Minnie Driver? Pues ninguna en particular, o siendo sinceros, todas a un tiempo. Dejémoslo en un mero capricho, ya que la chica, que por cierto vuelve a estar fenomenal en su papel de fiel escudera de la protagonista, aparece menos por las pantallas de lo que sería deseable. Saldriamos todos ganado, y mucho, con una presencia más asidua.