Un matrimonio de mediana edad y holgada economía, (profesor de arte dramático él, ginecóloga ella) que habita una casa de diseño, atraviesa al parecer esa crisis al dictado convencional marcada por los engaños, los celos, falta de comunicación, la pérdida de confianza mutua y el tiempo que se agota. A ello hay que añadir un adolescente hijo, niñato en permanente enfado que acostumbra a hablar gritando y que vive encerrado en “su” habitación, la misma que cierra a portazos para demostrar lo mal que se lleva con sus padres. Los irrefrenables celos de la esposa le llevan a contratar los servicios de una prostituta para verificar sus sospechas sobre el marido, y la en apariencia inocente muchacha resulta ser muy amiga del peligro, lo que la convierte si cabe, en más retorcida aun que todos los anteriores. La cosa va in crescendo, y se entra en el terreno del espionaje sexual, las falsas sospechas, el voyeurismo light, el sexo a varias bandas, también Light, y aunque la familia intenta recomponerse y aunar fuerzas contra la extraña (¿les suena el mensaje reaccionario?), todo va precipitándose hacia un caos que amenaza en todos los terrenos la ya de por si cojitranca situación familiar. El asunto como no podía ser de otra forma termina mal, en patético gran guiñol.
La experiencia tampoco resulta nada satisfactoria para mi. La cuestión es que no estoy sentado en el sofá de mi casa, comiendo patatas fritas, y me he topado con uno de tantos estrenos TV. Nada más lejos. He pagado religiosamente mi entrada, no puedo hacer zapping y como no tengo por costumbre abandonar salas de cine, aguanto como puedo hasta el final.
Aviso para navegantes: la película se titula “Chloe”, y aunque la produce Ivan Reitman, la dirige Atom Egoyan, antiguo militante y paladin del cine independiente, ahora, por lo que se ve, nadando en todavía no se que aguas.
Vaya por delante que no tenía intención alguna en dedicarle ni una frase a película tan rutinaria como pactista, pero algunos comentarios que han surgido con motivo de su estreno obligan a ello. Todos van dirigidos a considerar que esta es una película más que aceptable, con numerosos atractivos, donde el director conserva y afianza las constantes que le han convertido en autor de referencia. Y de no ser así y admitir leves defectos, estos se deben en todo caso al error del armenio-canadiense al haber abandonado las independientes y modestas producciones indies y haberse dejado tentar por el estandarizado cine comercial de multisala, incluyendo en el reparto cotizadas estrellas y no actores (no conviene olvidar que la cinta la encabezan Julianne Moore y Liaam Nelson). Vamos, que la leve culpa, de haberla, la tiene Hollywood, que al parecer, y con la salvedad de los actores españoles, todo lo corroe.
No es este el lugar ni va a ser hoy el día de la indulgencia. Atom Egoyan, es cierto, despierta cierto respeto y consideración, mas que nada por haber sabido desarrollar un cine personal, cuantioso en reflexiones inteligentes y capaz de desarrollar formas de narración tan oblicuas como en ocasiones cargadas de imágenes poderosas y muy cercanas a lo más íntimo, y ello sin caer en la pedantería.
Cierto es que ninguna de sus películas me parece redonda, pero posee algunas cintas notables como “El viaje de Felicia” o “El dulce porvenir” que lo acreditan como poseedor de una mirada personal para desplegar de forma seca cuestiones de no facil tratamiento, como el vacío, la ausencia y hasta el exterminio, caso de “Ararat”.
Ninguna de sus virtudes aparece en “Chloe”, que ni funciona como melodrama sobre el desengaño, ni como cinta de alto voltaje sexual, ni como apuesta por un cine negro de qualité. Para esto último se hubiera requerido de la presencia de un personaje femenino verdaderamente turbador, que las prestaciones de Amanda Seyfried están lejos de aportar. Su personaje de prostituta sofisticada pero a la vez desvalida precisaban, ante todo, de una actriz con recursos capaz de remover los cimientos de la película, y ello no sucede.
Y he admirado otros trabajos de Julianne Moore, pero aquí, pese a su esforzada composición de mujer pendiente abajo, no solo debe enfrentarse y defender como puede un guión avitamínico y delirante. Además y para colmo de males es seducida por sus fantasmas sexuales, y sufre la desdicha de tener que medirse en duelo interpretativo con una “femme fatal” de feria, la susodicha Chloe, o como asistir a un combate de boxeo entre púgiles de muy diferente peso y categoría, amañado desde una partitura mareante, con exceso de vueltas y carente de aristas.
Y es que el curriculum acuñado en cancillerías varias (léase festivales) no puede soslayar ni amortiguar un fracaso sin paliativos. Aquí no cabe hablar siquiera de trabajo menor. Y no cabe tampoco achacar el resultado al coqueteo con la industria, ¿o acaso no se ha montado también toda una mercadotecnia alrededor del fenómeno independiente? Algún día habrá que tratar en profundidad el atajo de mezquinas presunciones e intereses varios sobre las que se sustenta la falsa disyuntiva cine de autor-cine comercial.
Cualquier referente pone aun más en evidencia al film. Si es clásico, lejos estamos de títulos como “el demonio de la carne” (Clarence Brown 1926); si es moderno, mucho más lejos del “Infiel” de Liv Ullman (2000) y más cerca del otro “infiel”, (Adrian Lyne 2002). Pensar que hubiera opinado el antiguo crítico y después cineasta ya desaparecido Claude Chabrol (este si, agudo retratista de las miserias burguesas) pone la carne de gallina y sino revisen “En el corazón de la mentira”(2002). O para dejarlo aun más claro, en el ámbito literario: Jamás conoceremos la opinión de autores como D.H Lawrence o Henry Miller. Sin embargo, parece que esta película entusiasma a Valery Tasso. Y ese es el peor elogio que puede recibir este telefilm de puesta en escena monocorde, carente de mordiente ni morbo alguno. Aunque siendo sincero, si hay una escena que me hizo salir del sopor: Como toda nueva burguesa que se precie, cuando a la ginecóloga parece írsele el asunto de las manos, intenta resolverlo de la única manera que sabe: Tirando de cheque para deshacerse del problema. Por un momento pensé que también a mi me reembolsaba lo mío, pero no.
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