viernes, 27 de abril de 2012

NORMA SHEARER: ENIGMAS Y CODIGOS












Para bien y para mal en este caso el zapping tiene la culpa. Para bien porque me permitió ver casi completo un documental sobre la vida y milagros de las más antiguas glorias femeninas de Hollywood. Para mal puesto que al no verlo entero no puedo decir ni siquiera el título, ni quienes son sus autores. Se centró en los años 20 y 30. Muy glamuroso y nostálgico. Por él desfilaron muchas de las que son. Pero no estuvieron todas. Algunas han pasado casi al olvido y solo se les mencionó de pasada o se sacó una rápida foto. No importa. Esos olvidos serán subsanados aquí en sucesivas entregas. Esta es la primera. Como se trata de un experimento procede ponerle nombre, como se hace cuando se descubre un satélite nuevo o cuando se avecina una tormenta tropical. Vamos pues con lo que vamos a llamar “El curioso caso Norma Shearer. Ascenso y caída de una estrella”. Queda un poco solemne y pomposo, me consta. Para quien se pueda preguntar qué enigmas encierra esta mujer, los iremos viendo.


Norma Shearer, canadiense de nacimiento, llegó a Hollywood en los años 20 y tuvo una carrera de altibajos hasta su final en los años 40. Lo curioso del caso es que depende de a que fuente acudamos su relevancia varía y mucho. Cualquier biografía que se consulte sobre el periodo o sobre la actriz (y hay varias) marcan tres momentos en su carrera. El primero comprendería los comienzos en el ámbito del cine mudo. El segundo viene marcado por dos datos cruciales. Su fichaje por Metro Goldwin Mayer en 1924, y su matrimonio con el productor Irving Thalberg en 1927. A partir de ahí y hasta la muerte de Thalberg en 1937 se concentra su periodo más fructífero, que incluye incluso la concesión del oscar por “la divorciada” en 1930. El tercer acto lo forma su posterior declive hasta su desaparición de las pantallas en los años 40. Todo ello sobre el papel, ya que las cosas son más difusas.
El presunto misterio se produce ya que no queda muy claro si su despegue y consagración como estrella absoluta coincide con el fichaje con MGM y su matrimonio con Thalberg o pese a ello. Y por el hecho de que sus cintas más famosas hoy salieron a la luz una vez muerto su marido. Analicemos el contexto. Por una parte es bien conocida la férrea disciplina que Louis B. Mayer imprimía en el estudio. Auténtica mano de hierro a la hora de forjar cada proyecto. A eso se une que como jefe de producción contrata a Irving Thalberg, el cual merece un párrafo propio. La influencia de Thalberg en la forma de hacer películas transforma de tal modo el medio cinematográfico que sus aportaciones aún se reconocen en la actualidad con un premio anual que lleva su nombre como contribución a la producción cinematográfica.



Thalberg, denominado el “wonder boy” de Hollywood da un giro definitivo a la figura del productor que controla todo el proceso de una película. Desde la elección del guionista y director hasta los últimos detalles de la promoción. Por supuesto también participa de forma activa en la elección del reparto e incluso en decisiones sobre el presupuesto y en el propio set. Es decir, Thalberg se convierte en el hombre ideal que necesita Louis B Mayer para el control absoluto de cada película.
Teniendo en cuenta además su fama de fabricante de estrellas, todo parece cuadrar. Y es fácil caer en la tentación de pensar que Norma Shearer fue un producto prefabricado y lanzado al estrellato por Thalberg y Meyer. Y se puede creer que los días gloriosos de la actriz coinciden con ese periodo y finalizan justamente con la prematura muerte de Thalberg.


No obstante, en contra de esa tesis hay argumentos de peso. El primero la indiscutible y soberbia calidad tanto dramática como cómica de Norma Shearer, la cual no necesitaba padrinos que avalasen su excelencia. El segundo, su importancia y popularidad en el denominado periodo pre code. Al respecto, su consideración de gran figura en el Festival pre code que se celebra cada año en San Francisco es indudable. A ello se añade el furibundo libro “The girls” de Diana Maclellan y sobre todo las aportaciones del controvertido libro “Complicated women” de Mick LaSalle. La antítesis del documental nostálgico, glamouroso y etéreo que ví hace unas semanas. La obra de Mick Lasalle se ha convertido en  referencia de toda una corriente que dio paso a un documental del mismo título  narrado por Jane Fonda. En el documental se describe con aportaciones e imágenes impagables lo que se considera el mayor apogeo de reivindicación y autoafirmación femenina de toda la historia del cine. Justo antes de la implantación obligatoria en 1934 del Código Hays. Es lo que se conoce como la etapa pre code, pues aunque el código nació en 1930, no dejaba de ser un catálogo de intenciones que se vulneraban una y otra vez, dentro y fuera de la pantalla. La denominada “Legión de la Decencia” creada al efecto impulsó su obligatoriedad. La legión, estaba también muy preocupada por lo que ocurría en la calle. Había que dar respuesta a muchas preguntas ¿Por qué las actrices escandalizan con su comportamiento frívolo los hogares puritanos? ¿Mató Jean Harlow a su marido? ¿Como era posible que una menor como Loretta Young se fugase con un actor mucho mayor para escándalo general? ¿Era la bisexualidad norma entre las actrices? En definitiva ¿Era Hollywood una nueva Sodoma o era Babilonia resucitada? .





Mucho antes de que Simone de Beauvoir escribiera “el segundo sexo” y muchísimo antes de que Evelyn Sullerot disertase sobre “El hecho femenino” y la liberación de la mujer, Jane Fonda y Mick Lasalle nos describen un Hollywood años 20 y 30 irrecuperable en la plasmación de una mujer liberada, sin ataduras, inteligente, independiente y que afronta sus decisiones tomando la iniciativa en todos los ámbitos, incluido por supuesto el sexual. Capitaneaban el equipo entre otras, Jean Harlow, Loretta Young, Fay Wray, Kay Francis, Claudette Colbert, Kate Hepburn, Miriam Hopkins, Janet Gaynor o Joan Crawford. No obstante, el documental de Lassalle afirma que si había dos reinas absolutas del periodo esas eran Greta Garbo y aunque hoy parezca imposible Norma Shearer. Una convertida para siempre en mito más allá de la historia y otra que pasó al más absoluto de los olvidos antes de ser víctima del destino y masacrada como actriz, como ahora veremos.




Al parecer (uno por desgracia no ha visto todos los films) de todas ellas Norma Shearer fue tal vez la que primero y con mayor atrevimiento llevó hasta sus últimas consecuencias ese ejercicio supremo de libertad y afirmación femenina. Si bien en principio encarnó a la típica joven dulce y virginal, pronto eso pasó a mejor vida. Los tiempos de “El príncipe estudiante” de Lubistch dieron paso a obras mucho más atrevidas y contundentes como “La llama eterna” o “vidas íntimas” ambas bajo la dirección de Sidney Franklin. O caso de “Besos al pasar” “La divorciada” o “Alma libre” de Clarence Brown. Según “Complicated women” en esa época antes de la promulgación del código, Norma Shearer no solo se muestra desinhibida  y seductora, también aparece como ejemplo de mujer adúltera y lujuriosa, sin prejuicios ni ataduras morales o sexuales. El documental la sitúa como bandera de un movimiento conjunto en el que la mujer es absolutamente dueña de su destino, elige al amante que desea o despacha sin contemplaciones al marido que no le satisface. Un concepto de mujer absolutamente valiente y sin tapujos tanto en el ámbito profesional como en el personal. Mujeres independientes que presumen de soltería y deciden sobre su maternidad fuera de la pareja, e incluso optan por la prostitución como estilo de vida.


El dilema se produce por cuánto una de las dos versiones no puede ser posible. O bien Norma Shearer fue un típico producto de estudio manejado por su marido Irving Thalberg, o bien una mujer absolutamente liberada y ambiciosa que abanderaba una posición absolutamente libre en el tratamiento y significación de la mujer. Las dos opciones son imposibles. Sobre todo por que no se debe olvidar el papel de los guionistas, que también durante el periodo pre code escribían esas historias que obviamente, no nacían por generación espontánea. No es descartable que ello pudiera formar parte de criterios puramente comerciales de gran rentabilidad económica, y que el código trató de evitar.
No obstante en todo este cóctel hay que tener muy en cuenta la propia idiosincrasia represiva y mercantilista del estudio, con Mayer y Thalberg a la cabeza, que controlaban absolutamente todo, incluido el largo de cada vestido. Ninguna decisión  se tomaba sin su supervisión. A lo que se suma que curiosamente el máximo reconocimiento artístico de la Shearer coincide con la desaparición de Thalberg, cuando realiza “María Antonieta” con Tyrone Power, y sobre todo “the Women” (Mujeres) junto a Joan Crawford y Rosalind Russell, dirigidas por George Cukor.



Este último film resultaría letal para su imagen, ya que aceptó incorporar un papel radicalmente inverso a los anteriores. Justamente el de sufridora y amante esposa. No hay que olvidar que Norma Shearer fue la primera actriz en el punto de mira de la liga de la decencia. No obstante la mayor humillación artística estaba por llegar. Ella, que había sido considerada gran estrella de los 30 en el estudio Metro, una auténtica diosa de la pantalla, se ve sometida a la cruda realidad de verse incluida como una más en la interminable lista de aspirantes para hacerse con el papel de Scarlett en “Lo que el viento se llevó”. Sacando casta pronunció aquella frase mítica “¿Escarlata? Bah! no me gusta ese papel, lo veo muy poco interesante. A mi, a quien me gustaría interpretar es a Rhett Butler”. Dicen que se retiró abatida por su depresión y por las continuas peleas con el estudio tras morir su marido.  


Aun así el dilema está servido. Las tesis que mitifican de modo romántico el periodo pre code lo glorifican como ejemplo de cierta libre moral imperante en el Hollywood de los años 30 hasta la llegada del código. No obstante, no creo que se pueda tomar como un movimiento consciente per se. Aunque Lassalle lo afirma rotundamente y abunda en datos. Además él posee una prueba irrefutable: el testimonio vivo de esas películas está ahí. El film pre code por excelencia, el considerado más escandaloso pudiera ser “Baby Face” en el que se insinúa una relación incestuosa de Barbara Stanwick con su padre antes de emprender una carrera hasta lo más alto a base de utilizar sexualmente a los hombres. Curiosamente, para los defensores del cine pre code, el fin del periodo queda perfectamente plasmado en “Rebeca”. Joan Fontaine representaría a la nueva mujer virtuosa mientras Rebeca supondría una recreación fantasmal y superada de la mujer pre code, amoral, libertina, bulliciosa y ambigua sexualmente, cuyo retrato perece entre las llamas.


Otra idea muy extendida es esa que considera que el código cortó de raíz la aparición de ese tipo de mujer libre, sofisticada y ambigua en la pantalla, y sin embargo si permitió otros tipos que apostaban por mujeres más oscuras y tenebrosas, en las que el rol femenino varía hacia una visión de la mujer como encarnación del mal y del pecado. Caso de la Barbara Stanwick de “Perdición” o “Stella Dallas” la Bette Davis de “la loba” o Gloria Grahame en “Deseos humanos” por citar solo algunos ejemplos. Sin embargo, esa idea de que el código fulminó de un plumazo toda imagen de mujer independiente, inteligente y liberada no es absolutamente cierta. Greta Garbo o Marlene Dietrich ya encarnaron el mal hecho carne antes del código.
Pero para salir de dudas definitivamente solo hay que echar un vistazo a films posteriores al código. Basta ver a Bette Davis en “Jezabel”. Ver a la misma Barbara Stanwick en cintas como “Bola de fuego” o acercarnos a Lauren Bacall en “Tener y no tener”, a Rosalind Rusell en la primera versión de “The front page” o ver a Carole Lombard en “Matrimonio original”. Mujeres de fuerte personalidad, erotismo, sensualidad e independencia. Curiosamente y para desgracia de los defensores del cine pre code el papel de mujer hecha a si misma que con mayor fuerza ha pasado a la historia del cine es Scarlett O`Hara, film de 1939.


Es difícil concluir con rotundidad sobre si en el Hollywood clásico el modelo femenino es más independiente, libre, ambiguo y amoral en los años 20 y 30 que en los 40. Pero lo que si es rotundo y no admite duda es que lo era mucho más que en el presente. Para ello solo hay que echar un vistazo a la actual versión de “the women” protagonizada por Meg Ryan y Annette Bening y darse cuenta de lo que se ha retrocedido. No solo es que ya no dirija Cukor y que comparar ambas películas resulte ocioso. Es que ahora nos encontramos con ricas mujeres paseando trapitos que exhiben su independencia y liberación exclusivamente económica, aunque no paren de parlotear sobre sexo y hombres. En lo demás acusan un conservadurismo trasnochado y galopante. El mismo que destilan supuestas cintas rompedoras sobre la condición femenina, caso (por citar una) de la tramposa “la cosa más dulce”, que pese a su supuesta modernidad termina como no, con clásica boda por todo lo alto. Por no entrar en supuestas mujeres desesperadas que practican sexo en Nueva York. Habría que acudir a los márgenes del cine independiente para vislumbrar algo en otro sentido.



Lo que si resulta evidente en el caso de Norma Shearer, es que no conservó su estatus de Diva total como si hicieron Greta Garbo, Marlene Dietrich o Carole Lombard. Y eso es algo que se debía reparar en la medida de lo posible. Estamos ante una actriz descomunal y con un magnetismo único. Atractiva, seductora, y sofisticada. Y sobre eso no hay misterio alguno que resolver.
Muchas han sido las fuentes de inspiración para este texto, incluido el documental de Lassalle. No obstante, por la excelente traducción realizada, uno no puede dejar de recomendar fervientemente la fenomenal introducción al libro cortesía de la que aun hoy sigue siendo como el María Moliner, la página de las páginas. De visita y consulta obligada.  Dejo aquí mismo el enlace.                         


Esta entrada contiene fotos de Norma Shearer, Jean Harlow con Clark Gable, Barbara Stanwick, Kay Francis, Greta Garbo, Carole Lombard, Norma Shearer, Loretta Young con Clark Gable en "La llamada de la selva" y Lauren Bacall. Aquí dejo el documental "complicated women" de Lasalle para quien quiera visionarlo. Lástima que no pueda aportar el visto recientemente en tv. La comparación resultaría muy jugosa por cuanto ambos describen unos años 30 completamente distintos.
          

jueves, 12 de abril de 2012

PASAPORTE AL ABISMO









Nos hundimos. O al menos eso dicen. Para mitigar el impacto se puede poner en condicional o con un interrogante. Empiezo otra vez. ¿Nos hundimos? Los eufemismos no parecen mejorar las cosas. El caso es que las paradojas del destino son curiosas, malévolas, caprichosas. Curiosamente ahora se cumplen cien años de la catástrofe del Titanic. Algunos no han perdido el tiempo y en medio del naufragio general ahora en tierra firme, aún intentan exprimir la última gota de jugo y se atreven con una reedición de la película en versión 3D. Ya puestos, mucho más sustanciosa es la recopilación de los artículos y reflexiones de Joseph Conrad sobre el  hundimiento y lo que significó. Aparecen reunidos en un libro titulado “Titanic” y que publicó la editorial Gadir. Conrad considera al hotel flotante un lujo innecesario en el que se confundió el progreso con la talla. Mayor tamaño no supone  modernidad automática “pero claro, si hubiese sido más pequeño tal vez no hubiese dispuesto de piscina, gimnasio y café francés”. Conrad insiste una y otra vez en la enorme vanidad que llevó a pensar que era imposible que se hundiese.










Curiosamente a día de hoy, quién lo diría, ya no es necesario recrear ninguna catástrofe ni ir al cine para ver el desmoronamiento occidental. Lo podemos vivir en directo. El parte del día ya no hace ni falta. Solo hay que salir a la calle y uno se ve rodeado de supervivientes, para los cuales su jornada consiste precisamente en eso, sobrevivir. Puede parecer exagerado, pero no. Todo se torna una farsa. Una enorme mascarada. Ahora ya lo sabemos. Para ilustrarlo ni siquiera hay que acudir a una culta cita clásica. Para constatar que como sociedad estamos en plena caída libre sirve cualquier canción. Para disparar a la yugular una de Aute vale: “Míralos como reptiles al acecho de la presa, mercaderes, traficantes, más que nausea dan tristeza”. Ya nos habló del mundo que se acaba presa de “la fanática ambición”. Pero claro, lo decía un cantautor con barba de tres días. Y no se le prestó la debida atención. Una verdadera lástima, pero es que aquí lo que por entonces se llevaba era el tecno pop.
    












Ahora, en plena desbandada y con las naves ardiendo surgen preguntas y urgen respuestas. Como cada uno tiene su propia receta, veamos la que nos ofrece el cine. No en vano, siempre se ha dicho que el cine refleja de un modo u otro la realidad, aunque sea inconscientemente. No se si se han fijado en la cantidad de fábulas apocalípticas y melancólicas que nos han llegado en los últimos tiempos. No parece casual. “Melancolía” “Take Shelter” “Nunca me abandones” “el árbol” “Sin límites” “Another earth” o “Un Dios Salvaje” por citar algunas. De una o de otra forma todas ellas describen mundos convulsos, en descomposición e incluso en trance de desaparecer. Parece ser una constante preocupación en estos últimos tiempos. Eso si, muy epicúreas todas al mostrar la belleza del desastre.
Aunque Gianni Amelio ya lo contó en “Lamerica”, para ver la real y auténtica foto en el espejo nada mejor que volver la vista atrás. Ahora resulta más escalofriante que nunca volver a los fríos muelles de “la ley del silencio”. La sonrisa se congela al contemplar la crónica del desamparo. Como resulta humanamente demoledor y veraz viajar una vez más junto a Tom Joad y su familia desde Oklahoma hasta California y sentir un áspero nudo en la garganta ante el amargo sabor de las uvas de la ira. Desolador y monumental documento sobre la agonía del hombre aplastado y desposeido de todo salvo su dignidad. Sentida y humana radiografía de nuestra esencia en los momentos más duros, los más amargos. Los rostros y las miradas lo dicen todo. Cada fotograma, cada gesto habla por si mismo, y nos interpela sobre nuestra condición humana y nuestra implicación como ciudadanos. Incluso las películas de Frank Capra cobran de pronto una nueva dimensión y sus fábulas revelan un acerado y minucioso análisis de la sociedad cuando el viento sopla en contra y los aires se vuelven difíciles. Sin duda, a día de hoy y a cada momento que pasa, todos y cada uno somos cada vez más “Juan Nadie”. Si recuerdan, Gary Cooper al final de la película se veía en lo alto de un edificio pensando muy seriamente en acabar con sus días. Una alegoría moral sobre el desencanto y una metáfora muy clara de lo sucedido tras el crack del 29. Y sobre todo el perfecto resumen del estado de ánimo del momento.

El hombre en la cornisa y frente al precipicio. La última frontera. Ese lugar en el que ya no caben más pasos en falso. El siguiente te precipita al vacío. Es, tal vez, el último genuino ejercicio de desgarrada libertad antes de bajarse del carro. El último angustioso grito desesperado. La cuestión es cómo afrontar el tema con respeto y dignidad, como hicieron los clásicos. Veamos hoy ¿Se puede comentar hoy esa jugada sin resultar oportunista? ¿Es ético disertar frívolamente sobre ese último y trascendente paso y hacer negocio palomitero con el asunto? ¿Se debe montar alegremente con la que está cayendo un comercial film espectáculo sobre la angustia y sobre ese dramático momento? La respuesta es sencilla. Por supuesto. Faltaría más. Pero ¿es que alguien lo dudaba? Sentido de la oportunidad que no falte en estos días a la deriva y sin brújula. El film se titula “Al borde del abismo”. Su tensa primera escena nos coloca ante la despedida y cierre de un joven (Sam Worthington), que tras tomarse su último desayuno decide salir por la ventana y colocarse en la cornisa. Un metro le separa del abismo, y el suelo le espera veinte pisos más abajo. Aunque de momento no tiene prisa, desea hacerlo a lo grande y en prime time.










Una situación límite y contra reloj que recuerda las fábulas hipnóticas y apocalípticas de Richard Matheson. Aunque aquí nadie debe esperar estudios psicológicos a lo Tarkovsky ni análisis a lo Angelopoulus. De Bergman ni hablamos. Aquí estamos en una tesitura muy hitchconiana y de gran atractivo sobre el papel.
De hecho, la cinta parece situarnos muy cerca de otro análisis similar, el realizado por Joel Schumacher en “Ultima llamada”. Allí Colin Farrell purgaba sus pecados en un confesionario convertido en cabina telefónica ante la voz omnisciente de un Dios iracundo y frente al mundo. Aquí el recorrido es el inverso. El primer tramo es similar. Se monta toda una vistosa parafernalia acordonando calles, con abundante presencia policial, acumulación de prensa, televisión y curiosos amontonados frente al suceso del día.
El cuerpo dramático de la historia viene definido por el arquetipo, modelo que se busca intencionadamente. Es una forma como cualquier otra de que el espectador no tenga que pensar más de la cuenta. Así, la negociadora que incorpora Elizabeth Banks, se enrola sin problemas en el papel de mujer resacosa que arrastra un error policial previo y mala prensa entre sus compañeros. Al estilo de Dean Martin en “Rio Bravo” pero a leguas de distancia. Otro tanto se podría decir de la periodista carroñera (Kira Sedgwick) el sarcástico oficial al mando (Edward Burns) o los dos policías corruptos. Atención: Uno blanco, malo malísimo y otro negro que se arrepiente y abandona el lado oscuro (Anthony Mackie). Cosas de vivir en la era Obama.  













Muchos temas se tocan en “Al borde del abismo”. La honestidad policial, los manejos de la prensa, la unidad familiar y hasta se permite comentarios de fondo sobre esos tiburones de las finanzas que siempre salen a flote ante cualquier crisis financiera. Aunque en realidad el director anda más preocupado por que el complicado número de circo no se le venga abajo.
Normal. Es lo que sucede cuando tu potente premisa se agota pasado un cuarto de hora. Hay que montar vistosos juegos malabares y distraer al precio que sea, antes de que se acaben las palomitas. El número acrobático tiene un par de momentos fuertes, cierto, pero en general resulta mediocre y reiterativo. Y es que el film falla en algo en lo que Hitchcock jamás hubiese fallado. La dosificación del suspense. Y estamos ante una película en la que, como en “La soga”, el espectador posee información que la mayor parte de personajes desconoce. El maestro supo jugar con el suspense de forma notable administrando hábilmente la información. Ejemplo: la sirvienta va retirando la vajilla del mueble donde todos sabemos que está escondido el asesinado, menos los invitados. ¿lo abrirá o no James Stewart? ¿lo hará la sirvienta? ¿se descubrirá el pastel?. Eso es cine en estado puro.















Por desgracia en “Al borde del abismo” el castillo de naipes comienza a desmoronarse cuando descubrimos demasiado pronto que el protagonista no tiene ninguna intención de tirarse y que todo forma parte de un plan preconcebido para distraer la atención de policía, prensa y curiosos.
Por supuesto, ello tiene un doble efecto. La película pierde intensidad dramática. Pero lo que es peor, no nos permite considerar a este personaje como heredero de Tom Joad. Ni de Terry Malloy (Brando) en “la ley del silencio”. Y menos de Juan Nadie, aunque ambos estén en lo alto de una cornisa. En esos films se decían al respecto verdades éticas como puños sobre la realidad del ciudadano medio vapuleado, masacrado y manipulado en sus derechos. El tipo de ahora es un listillo. Un pillo que juega a ser más pillo para intentar ganar una partida con las cartas marcadas.
En la película gana por goleada. Otro aparente cuento moral en el que Robin Hood vuelve a vencer al duque de Notthingam, encarnado aquí por un estupendo Ed Harris. Pero precisamente en este punto es donde resulta pertinente alguna reflexión. Capra construía maravillosas fábulas morales que respondían a la realidad de la depresión americana de los 30 y 40. Aún hoy sirven como radiografía de aquel momento. Lo de Ford es impresionante, poético, monumental. Y todos sabemos cómo acababa Brando en el film de Kazan. Curiosamente, “Al borde del abismo” también sirve como documento vergonzante de cierto cine que se practica hoy con la escusa del entretenimiento con mensaje. Cine de temporada, casi de usar y tirar a la espera del próximo artefacto. Y por supuesto cine éticamente censurable, pues se permite el lujo de manosear cuestiones como la crisis y la angustia vital para construir un macro espectáculo tan vistoso como absolutamente fugaz, despegado de la cruel realidad más inmediata. Un paseo por una montaña rusa o por el tren de la bruja donde lo único que se arriesga es un escobazo de mentirijillas. 












Olvidable sobre todo por que hoy, más que nunca, esa victoria a lo grande de David sobre el Goliat financiero no termina de vislumbrarse. A la salida del cine, vuelven a dibujarse nítidos los nubarrones en el horizonte del ciudadano de la calle. Y es entonces cuando el carácter deshonesto de la propuesta se percibe más claro. Y uno tiene más que nunca la sensación de que le acaban de contar otra mentira más. Habrá quien piense que si se toma como mero divertimento resulta pasable. Lo curioso es que es el propio guión el que ha metido en la ecuación las palabras desesperación, angustia y crisis. De lo contrario podría haber servido para matar el rato.


Por cierto, también se menciona mucho el término libertad. Así, por que sí. Qué manoseado está su potente y rico significado. Hay una fuerza secreta en este tipo de palabras errantes y arraigadas a la vez, libres y enraizadas a cada pensamiento y a cada entraña de todo ser vivo. Libertad. Término aspiración, esencia y soporte. Siempre en la encrucijada. En la era en la que campa a sus anchas lo que Karl Polanyi definió como “homo economicus”, que se rige exclusivamente por el beneficio y el lucro (prueba de lo cual es este film) urge volver a reconsiderar la solidaridad y la libertad como base del “homo eticus”. Karl Polanyi apostaba a todos los niveles por una gran transformación, título de su obra cumbre. Nada está todavía definitivamente perdido y no es momento de buscar altas cornisas. Sobre todo cuando en nuestro particular Titanic la orquesta sigue tocando. Aun hay gente como la belga Axelle Red quien, guitarra en mano, siguen poniendo el dedo en la llaga y cantando abiertamente al ser humano y a la libertad.