Aunque parezca lo contrario no sería la primera vez que las apariencias engañen. Por tanto conviene no perder de vista a esta mujer con aspecto de pícara puritana, de fierecilla indomable, de libertina sin complejos. Como resulta fácil sucumbir a sus encantos conviene estar alerta, diría la moral puritana. Podría ser una amiga o pariente lejana de Moll Flanders. Aunque no, se llama simplemente Celestine. La tradicional y añeja misoginia decimonónica diría que debemos desconfiar de ella y buscar motivos para colocarle la letra escarlata cuanto antes. Rápidamente surgen tres o cuatro razones de mucho peso: Piensa por si misma, es inteligente y de espíritu revolucionario, es hermosa y es mujer ¿es necesario más? Pues se pueden aportar más datos.
Esta controvertida mujer que disfraza su presunta ingenuidad con ademanes pícaros además tiene la osadía de escribir. Y ya hubo algún lord que advirtió y previno sobre las mujeres que escriben, sobre todo si eran sufragistas. En el caso de Celestine, todo lo que le ronda por la cabeza va a parar a un diario íntimo y personal. Y efectivamente la controversia la acompaña. Su curriculum vitae es espectacular: doce trabajos en los últimos dos años como doncella. Un récord inviable en nuestros días. En sus labores ha conocido diferentes casas, se ha visto inmersa en innumerables líos y como ella misma dice ha conocido demasiadas almas torturadas.
Inmersa en la tenue frontera que separa la esperanza de la incertidumbre, el escepticismo del coraje, le seguiremos la pista en su trabajo nº 13. Un auténtico viaje hacia lo desconocido de la mano del director Jean Renoir. Para su segunda aventura americana adaptó la muy popular novela satírica de Octave Mirbeau “le Journal d’une femme de chambre”. Y para interpretar a Celestine se obstinó y no dejó lugar a dudas. Su actriz debía ser y fue la maravillosa Paulette Goddard. El resultado se tituló “Memorias de una doncella”.
Uno de los aspectos que llama la atención al ver este film de 1946 radica en su aparente economía expresiva, que en ningún caso está reñida con una extrema complejidad e infinidad de lecturas. En esto el cine ha cambiado enormemente. Frente a la morosidad actual, Jean Renoir apenas necesita tres minutos para presentarnos a su protagonista y mostrar las principales líneas de acción de la película. Esperando en la estación de tren para su nuevo trabajo, el administrador de la mansión le pide sus referencias. Y Renoir muy astuto nos muestra un bellísimo y muy intencionado plano en el que Celestine se sube muy despacio la falda, nos muestra su pierna en aparente insinuación erótica, para inmediatamente descubrir que ese gesto es tan pícaro como inocente, pues es en sus enagüas donde guarda la carta de recomendación.
Sus problemas comienzan de inmediato. La dicharachera doncella irá a parar, seguramente por enésima vez, a un ambiente de atmósfera opresiva, un escenario decadente, caduco y caótico. Un reducto reaccionario y moralmente opresor en el que la virtud de Celestine deberá sortear diferentes obstáculos. Los primeros de orden sentimental y sensual. Ante la llegada de semejante soplo de aire fresco, tanto el señor de la casa, como su antagonista vecino, así como el criado la pretenden sin reservas, le declaran su amor y le prometen incluso matrimonio, joyas y posición. Todo ello da lugar a que Renoir juegue a la picaresca, al folletín desenfadado, e introduzca elementos satíricos y surrealistas convirtiendo la primera parte de la película en una especie de ensoñación con toques humorísticos de gran inteligencia. Todo es caótico y desenfrenado en esa casa en la que parece misión difícil poner orden y concierto. Los vecinos parecen eternizarse en un nuevo episodio del coloquio de los perros cervantino, y el ambiente surreal parece un antecedente de la familia Leguineche berlanguiana agitado con el camarote de los hermanos Marx.
Solo que aquí no está Margaret Dummont riendo gracias. Nada de eso. En un momento espléndido aparece para poner orden nada menos que Judith Anderson. Y se hace el silencio. Cualquier aficionado al cine ya sabe como las gasta esta señora, solo hay que preguntar en Manderley. Su retorcimiento lleva a imponer mano dura e intentar una maniobra tramposa con nuestra ilustre fregona. Nada menos que urdir un retorcido plan de boda, una nueva variante del casamiento engañoso, en este caso con un hijo enfermo y deprimido. Es el cuarto pretendiente que le colocan a Celestine y no llevamos ni media hora de metraje.
No obstante, la maestría de “Memorias de una doncella” reside en como progresivamente se va dando un giro de lo particular a lo general, de la comedia del absurdo a cuestiones políticas, morales y sociales de hondo calado sin solución de continuidad. En esa rancia casa en la que aún se brinda ceremoniosamente por el “ancien regime” y se obvia la celebración de la república, Renoir introduce un discurso de mucho mayor alcance. La república ha llegado, cierto, pero en muchas anquilosadas mansiones el germen del totalitarismo y la pervivencia de las clases dominantes permanece impasible bajo el manto de una moral retrograda y reaccionaria.
A partir de ahí, Paulette Goddard y su Celestine no serán solo un soplo de aire fresco en un lugar anclado en el pasado. Será el símbolo encarnado en forma de mujer de los valores de la república: libertad, igualdad, fraternidad. Ya no se trata solo de lavar las cortinas y fregar la casa. Es el polvo ético, la sórdida atmósfera opresiva y la podredumbre moral lo que necesita una buena refriega. El resultado es que Celestine deviene heroína involuntaria que asesta un soberano golpe moral a esa familia retrógrada anclada en los privilegios de clase, la banalidad, los caprichos y la opulencia. Hablando alto y claro y convirtiéndose en improvisada portavoz de una sociedad más solidaria y justa. Abandonando la picaresca y abriendo su corazón al amor sincero.
Cuajar los dos estilos (la cínica sátira folletinesca con el discurso sociopolítico y moral) es algo que no está al alcance de cualquiera. Jean Renoir lo consigue sin perder el sentido del humor ni la perspectiva histórica, puliendo con mimo una película en la que asoma incluso el drama y el espíritu de la revolución. Un retablo surrealista en el que se construye una fábula que formula un viaje que zarpa desde lo caótico pero cuya travesía conduce a un mensaje ejemplarizante. A un puerto con remanso bajo el paraguas de la tesis ética.
Un lujo humanista que no se permitió Luis Buñuel en su adaptación de la misma novela en el año 1964. Celestine es ahora Jeanne Maureau, que vuelve a coger otro ascensor para el cadalso. Ya no estamos en los tiempos de la república francesa. El aragonés prefiere situar la acción en el periodo de entreguerras, con la sombra del totalitarismo nazi acechando en el ambiente. La película, “Diario de una camarera”. Buñuel dibuja un ambiente opresivo, ominoso, delirante y caótico, mucho más sórdido y enfermizo que Renoir. Se comprende que le pudo interesar al aragonés de esta pieza, pues encerrar a una sirvienta en una mansión repleta de vicios privados le sirve perfectamente para dar rienda suelta a los demonios interiores, los fantasmas, las obsesiones sexuales, el fetichismo y los nada discretos encantos de una burguesía cargada de fobias internas y represión sexual.
“Déjame acostarme contigo, prometo no dejarte preñada” le dice Michel Piccoli a una Jeanne Moreau mucho más oscura y siniestra en su composición que Paulette Goddard, que rebosa vitalismo. La Celestine de Buñuel ya no es solo una ilustre fregona, es una mantis calculadora bañada en una desconcertante ambigüedad definitivamente amoral. Soporta el fetichismo de uno, los intentos de acceso carnal de otro, una perversa tensión con el criado y todo bajo un manto de oscura y nunca revelada ambición.
Para Buñuel, en su ácida y negra visión de la lucha de clases, los criados no luchan por ideales ni valores nuevos. Tan solo quieren parecerse cuanto antes a sus despreciables amos. Su acerada crítica social es demoledora. Ni la vieja y caduca aristocracia, ni la burguesía emergente ni la iglesia salen nada bien paradas. Pero tampoco los criados con tendencias sádicas.
Y para añadir más leña al fuego existe una mirada nada complaciente a comportamientos fascistas y reaccionarios que son el preludio de un magma político autoritario en plena ebullición. Buñuel pone todo su empeño en dibujar de forma penetrante los enigmas de la doble moral provinciana. Los cuales según su diagnóstico se despliegan en una tensión irresoluble entre las falsas apariencias y ritos de la vida pública y los oscuros mundos internos de la represión sexual, los complejos y el crimen.
De este modo, lo que Jean Renoir solo insinuaba con leves pinceladas que se acentuaban al final, Buñuel en “Diario de una camarera” lo lleva al centro del relato convirtiendo la decadencia social en una atmósfera más que opresiva, viciada e irrespirable. Sin posibilidad de redención. Y lo que es más, sin ningún afán ejemplarizante o aleccionador que permita respirar y ver una salida a un túnel negrísimo. En este sentido, la lucidez de Buñuel se transforma en acerado nihilismo. Y Celestine transitará por una cuerda floja en la que prima un ambiguo y secreto interés personal por subir peldaños en la escala social. Para ello utiliza diversas argucias, incluido un esquivo sentido del humor. Aunque su arma de destrucción masiva es su cuerpo y el deseo irrefrenable que despierta en el género masculino. Existen momentos de autoflagelación moral y física que entroncan y anticipan los que más tarde se pueden contemplar en “Viridiana” o “Belle de Jour”.
Ambas películas resultan en todo caso de mucho interés. Sobretodo por cuanto permiten cristalizar la mirada nada inocente de dos cineastas muy personales, Renoir y Buñuel. Poderosos narrativamente así como en la construcción de universos muy reconocibles y propios. Claramente identificados con sus idearios personales. Dos obras de notable personalidad. La diferencia está en que Renoir prefiere construir un sutil retablo surreal, onírico y caótico que se transforma en novela ejemplar. Mientras que Buñuel, hunde su mirada en el delirio paranoico del esperpento más oscuro. Ambas obras, por su crítica modernidad surrealista gustarían a André Breton, que entendía que el surrealismo debía ser puesto al servicio de la revolución.
Existe una tercera película dirigida por el recientemente desaparecido Jesús Franco, con Lina Romay como protagonista. Nada se puede aportar sobre ella por cuanto no se ha visto. No obstante, se avecina una cuarta aproximación a este clásico de la literatura gala. La dirigirá Benoit Jacquot y su protagonista será Marion Cotillard. Como bien dijo Henry James y aplicado al cine, será una buena oportunidad para dar otra vuelta de tuerca a una historia con infinidad de posiblidades.
Un extraordinario texo,amigo.Me gusta la novela y me gustan las versiones de Renoir y Buñuel.Este último hay que mirarlo en su contexto más moderno y las propias experiencias de Buñuel en París.¿No crees que se podría realizar otra versión contemporánea sobre este tema? ¿Qué ocurriría si la realizaran los hermanos Coen o Jim Jarmusch, entro otros talentos subversivos? ¿Que la doncella sea una inmigrante? o ¿una burguesa arruinada? Sea como sea, la esencia de la novela no se perdería que es,al fin y al cabo,lo que no se pierde en ninguna de las versiones.Da para mucho,amigo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Hay historias, de hecho todas las historias, son susceptibles de ser contadas de muchas maneras, y es en la forma donde se produce el hechizo,ese toque personal que convierte un folletín en una obra maestra. El caso es que he de confesar que no he visto ninguna de las versiones.
ResponderEliminarElijo la de Renoir -por ahora-después a lo mejor me atrevo con Buñuel, pero por lo que tan bien explicas, me da que la Celestine de Goddard me va a encantar.
Disfruta de la tarde y un abrazo.
Pues no he visto ninguna de las dos. Y éso que de Buñuel he visto muchísimas. Una comparativa de lo más interesante. Te tendrías que haber atrevido con la de Jesús Franco, hombre.
ResponderEliminarJusto hoy pensaba en ti, no sabía si estabas retirado o qué. Me alegra que sigas dando guerra.
Un abrazo.
Deslumbrante disertación sobre las dos películas, de Renoir y Buñuel. Las he visto ambas y te aplaudo en todo lo que dices. Me gustan las dos, cada una en su estilo, y te aseguro que me has abierto las ganas de volver a verlas.
ResponderEliminar(Nada más que con los dos primeros párrafos ya me tenías con una sonrisa de oreja a oreja).
Abrazos.
Muy interesante el paralelismo que has establecido entre los dos directores trabajando sobre una misma obra. Ambos han atraído mi atención desde hace mucho tiempo, especialmente Buñuel (pero esta película no la he visto... y mira que he visto de él...).
ResponderEliminarEl tema de las armas de mujer, otro tema interesante sobre todo desde la perspectiva masculina.
Los conflictos sociales y esa actitud crítica de Buñuel que no cree en que las clases bajas lleven, en sí mismas, la clave del cambio de una sociedad burguesa (o aristocrática) que tanto cuestiona Buñuel... también muy interesante.
Bien, sugerente comparativa Víctor.
No habiendo visto ni la versión de Renoir ni la de Buñuel, a este lúcido análisis al que sometes a ambas no puedo sino oponer el pobre juego de imaginar por cuál de ellas me decidiría antes: prefiero ese claustrofóbica perversión del maestro aragonés, pero también lo que la dulce sonrisa de Paullette Goddard pueda esconder antes que la explícita sexualidad de los labios de Maureu. De ambas películas me atrae, y mucho, esa derivación hacia el surrealismo que apuntas. En cualquier caso, la de Buñuel parece concebida por y para un tipo de hombre de fetichismos mucho menos extraños que los actuales, más encajes negros y cofia blanca que pantallas táctiles.
ResponderEliminarAprendiendo siempre en esta sala oscura, que también para eso se bloguea.
Un abrazo.
Mail.
ResponderEliminarNo he visto la versión de Renoir. Y mira que me gusta Paulette Godard...pero es de la pocas de Renoir que me faltan por ver.
La de Buñuel la vi hace ya bastantes años y recuerdo que me gustó mucho, si bien me pareció bastante triste y amarga. Un poco lo que tú cuentas en la entrada, vamos.
Un saludito.
Estupenda vuelta a los ruedos, Víctor, con una doble reseña que impele a repasar ambas películas casi de un tirón, en sesión doble, quizás como aperitivo al trabajo que vaya a desarrollar la Cotillard, una de las presencias más estimulantes en la gran pantalla de hoy.
ResponderEliminarUn abrazo.
Francisco Machuca. Muchísimas gracias Paco. En este caso no puedo hablar sobre la mayor o menor fidelidad de las adaptaciones ya que no he tenido la fortuna, como tu, de leer la novela. Pewro disfruto de las dos.
ResponderEliminarA mi me parece que el universo Buñuel está plenamente reflejado. Supongo que por eso le interesa esta historia.
las versiones de Jarmush o de los Cohen serían muy apetitosas. Y muy personales también.A ver que tal lo hace Benoit Jacquot del que me gustó "la escuela de la carne".
Estoy contigo, la historia tiene muchas capas y posiblidades. Un abrazo amigo.
Amaltea. Efectivamente son dos perpectivas distintas pero igualmente interesantes. No en vano al timón están nada menos que Renoir y Buñuel.
ResponderEliminarEn casos como este no es necesario elegir.Aunque es cierto que cada una tiene su momento. Y la de Renoir con una Paulette Goddard inmensa proporciona momentos de humor delirantes. Un abrazo.
David Amoros. Pues si por aquí andamos. Ocupaciones varias han permitido que un par de películas se vayan sin el azote necesario, pero en fin...
ResponderEliminarSon muy recomendables ambas. La de Jesus Franco, se que existe, pero no es que no me haya atrevido, es que debe andar perdida por esos mundos...Ya sabes que muchas películas de Jesus Franco están missing. Un abrazo
Laura. Muchas gracias. Ayer estuve a punto de mandarte un mensaje de apoyo por otros motivos laborales y que en el fondo nos afectan a todos, y mira por donde hoy nos vemos. Mucho me alegra volver a saber de ti.
ResponderEliminarEl paralelismo es obvio ya que ambos se basan en el mismo texto, pero como son dos directores con un mundo tan personal y tan propio, salen dos películas muy distintas. Y efectivamente, con mucha conexión con el surrealismo. Creo que ambas te gustarán además por el análisis del papel de la mujer y la visión de la lucha de clases. Un abrazo utópico.
Isabel. Me alegra sacarte la sonrisa. Tampoco hay que ser especialmente mamotretos en esto de la crítica creo, y ´me alegro de que hayas disfrutado de la ironía inicial. Tu de eso sabes mucho. Que bueno que viste las dos y las disfrutaste. Me alegro coincidir. Un abrazo
ResponderEliminarJuan. Son dos películas con gran interés. Y la verdad, he preferido no entrar en la comparación entre las dos féminas. Paulette Goddard es una auténtica debilidad, y aquí vuelve a estar chisposa, vital, enérgica, pícara.
ResponderEliminarPero claro Buñuel le imprime un toque sórdido a su película que hace que Jaenne Maureau componga un personaje turbio de gran interés. El fetichismo, efectivamente, ya no es lo que era, tienes mucha razón loser. Un abrtazo
David. Estoy de acuerdo. Es que Buñuel le mete sus dosis de mala leche, de negro esperpento, que hace que la película sea ambígua y sórdida, aunque interesante.
ResponderEliminarY sobre Paulette....pues que Renoir acertó de pleno. La película está muy bien.Un abrazo
Josep. Pues has dado en la diana. Ha sido enterarme del proyecto con Marion Cotillard y recuperar estas dos películas para una entrada. Además ambas lo merecen. Como siempre veremos que nos ofrecen con la nueva versión y si están a la altura de los dos maestros. En mi opinión con la actriz han acertado. Veremos. Un abrazo.
ResponderEliminarNo he visto ninguna, pero seguro que ambas pueden enamorarme. Aunque coincido con esa visión clasista de Buñuel, suelo decantarme más por el encanto de otras atmósferas menos opresivas. Disfruto más del cine que no me oprime, aunque me engañe suavemente. Abrazos
ResponderEliminarJose Luis. Todo depende del estado de ánimo y del trago quer prefiera tomarse el espectador. Es cierto que la de Buñuel es como un cognac bien fuerte y sin aditivos.
ResponderEliminarLa de Renoir es un licor más ligero. Y hay días en que apetece una cosa y otros otra. Pero muy válidas las dos. Un abrazo
Irónico en principio y profundo siempre.
ResponderEliminarHoy esperaba a Landa.
La esencia francesa y en frasco pequeño..pero un pelín perverso me temo..¡lástima, no puedo juzgar (uff qué palabra, mejor la retiro) no he visto ninguna de las dos pero no sé si te lo creerás, me inclino por la de Renoir (jeje) Un tema muy sugerente y veo que con muchas aristas.
ResponderEliminarAnotadas quedan. Marion me parece una buena elección. Hay historias que dan para mil versiones.
Un abrazo
Amigo, Víctor. Lo primero bien hallado, sé que eres un hombre tranquilo. Pues vives en un tierra tan hermosa y apacible como la bella Innisfree. “Diario de una camarera” es una gran novela de Mirbau. Un extraordinario periodista (amén de escritor, dramaturgo, crítico y etc.) que vivió en un tiempo quimérico de movimientos e ideas extraordinarias. En cuanto al viaje que propones de la fregona—invento del genial Jalón Corominas—universalizada como nuestro hit parade versus Apple Cupertino (más bonita “La rioja”). Los films de Renoir y Buñuel son una delicia, especialmente, la versión del aragonés. Las protagonistas todas ellas me gustan y por pedir algún resorte contemporáneo; me daría morbillo una versión del genial Jarmusch y la Cotillard de “prota”. Un abrazo envuelto de tristeza por la pérdida del genial brigada Castro, Paco “el cojo” y el implacable Germán Arteta.
ResponderEliminarSorry, siempre me confudo con mis ancestros euskaldunes y me sale el apellido Arteta. Quería decir; Areta, abrazos
ResponderEliminarYo es que no entiendo mucho a Buñuel... aunque haya pelis suyas que me resultan interesantes, así que me quedo con la versión del Renoir incluso antes de ver la peli. Los franceses saben más de la revolución.
ResponderEliminarUn placer siempre leer tus post.
Paradela. Gracias. Me niego a despedirme de Landa, que por lo que a mi respecta, sigue muy vivo en cientos de películas. el día menos pensado le toca. Un abrazo
ResponderEliminarAbril. Pues clarro que me lo creo. La verdad es que la película de Buñuel siendo muy interesante es muy sórdida y amarga, maraca del aragonés. La de Renoir tiene esos toques de screwball alocada en su primera parte que se que a ti especialmente te encantarán. Y Paulette esta superior.
ResponderEliminarA mi también me parece buena elección la de Marion Cotillard. A ver que sale...Un abrazo
JC Alonso. gracias hombre, por aquí andamos de nuevo. Pues si desde estas tierras medio gaélicas escribo. Muy interesante tu aportación. Viendo la de Renoir se ve un entremés cervantino o una novela ejemplar, de ahí el título.
ResponderEliminarBuñuel es mucho más negro. El visionado de las dos permite afrontar dos formas estilísticas muy distintas de contar una historia por parte de dos maestros.
Aunque te entiendo, ya he dicho en alguna parte que no tengo la menor intención de despedirme de Landa, que para mi sigue muy vivo en miles de fotogramas. Un abrazo
Sue. No creas, yo en ocasiones tampoco todo, pero tiene tal fuerza expresiva que no deja indiferente. A Renoir se le nota preocupado por las causas y efectos de la lucha de clases y la revolución, efectivamente. Y si que sabe de lo que habla. Un abrazo.
ResponderEliminarMi querido Victor has hecho que eche de menos las sesiones dobles porque nos has propuesto una que me apetece muchísimo cargada de matices, reflexiones y emociones. Además hace mucho que no he vuelto a ver la de Renoir, la de Buñuel la tengo pendiente, la de Jess Franco (tengo un absoluto desconocimiento de su trabajo) no sabía de su existencia y la obra cinematográfica futura promete (a mí me gustó mucho Adiós a la reina de Benoît Jacquot).
ResponderEliminarPor otra parte me encanta la reivindicación a Paulette Goddard, una actriz vital y con una filmografía para recordar. Recuerdo un buen documental sobre la búsqueda de Scarlata O'Hara para Lo que el viento se llevó donde dejaban ver varias pruebas de actrices que pasaron por el casting. La única que a mi parecer hubiese podido eclipsar a Vivien Leigh es una maravillosa Paulette. Sus pruebas de casting lo demuestran.
Besos
Hildy
Hola Víctor.
ResponderEliminarExtrañaba tus textos siempre motivadores.
No he visto ninguna de ellas, sí casi todas las de Buñuel y sólo un par de Renoir (ya sé, ya sé de su importancia), ahora me dejas con las ganas de ambas.
Si te digo que me gustaría más ver la de Renoir...
Será porque de pequeña contemplaba un póster enorme de "Los inconquistables" que había colgado mi padre en un sitio lleno de herramientas, maderas, hierros, clavos, mesa de carpintero, etc. Y allí reinaban Godard y Cooper con una mirada que me contaba historias de aventuras, indios, amor, bosques y cascadas.
Mientras mi hermano y yo clavábamos, serruchábamos, limábamos, en el aire flotaba el aroma sensual de la pareja.
Sólo empezar a leerte ya se me vino la imagen a la cabeza, me has hecho retroceder varias décadas, a mi infancia más feliz.
Te tengo entre mis "prefes", normal, y también podría decir mis "profes" y serviría.
Mi abrazo grande, luego salgo a ver To the wonder.
T. Malik me deslumbró años ha con "Días del cielo".
Pues besos también
(vengo de la de Malik, ¡qué tostón! No sé si la has visto, pero para plegarias personales en forma de cine no estoy. No pienso ver nada más de él en mi vida)
ResponderEliminar(perdón por entrar para decirte lo primero que se me ha ocurrido)
Abrazarte, sí!!!
Hildy. Pues si que se puede hacer una de aquellas añejas sesiones dobles.
ResponderEliminarYo soy de los que puestos a elegir entre Godards abiertamente prefiero a Paulette que a Jean Luc. Comparto que es una actriz excepcional que sin embargo no disfruta del aura mítica de otras, pese a sus trabajos con Chaplin, lo cual ya debiera bastar.
No he visto esas audiciones, pero estoy seguro de que hubiese sido una Escarlata muy singular- Un abrazo.
Virgi. Gracias. Entiendo tu postura. La de Renoir se disfruta más. La de Buñuel casi se sufre en el buen sentido, aunque tenga su soterrado sentido del humor también.
ResponderEliminarQue curioso lo del poster. Buena película y buena pareja desde luego.
No he visto la de Malick, es lo que tiene vivir en provincias. Sin embargo, puedo ver en siete salas distintas Iron Man 3...
Vaya, no siempre el artista está inspirado, tal vez la próxima...Un abrazo.
Magnífica visión de dos cineastas de renombre cada cual con su manera personal de ver los acontecimientos.
ResponderEliminarMe gusta mas Renoir, pero ambas me parecen muy interesantes.
Es un auténtico placer visitarte.
Maripaz. Muchas gracias.Repasando veo que Renoir gana por goleada entre las apetencias de la gente. El placer es mio. Saludos
ResponderEliminarNecesitábamos tus palabras jaja
ResponderEliminarNo conocía ni la versión original de J. Renoir, Memorias de una doncella, donde al final Celestine acaba en los brazos de George Lanlaire, pero tampoco sabía de la existencia de la versión de Luis Buñuel, ni de Jesús Franco, pero espero ver la cuarta versión de Benoit Jacquot para marzo de 2014. Gracias por esta información y por hacernos remover la curiosidad.
un fuerte abrazo :)
Creo que con solo una de tus palabras se describen bien a ambos directores.
ResponderEliminarEl uno sutil,el otro paranoico.
De las dos adaptaciones,me quedo con la de Renoir,de todas todas.
Tratando los mismos temas,lo hace de manera suave,nos los va introduciendo de a poquito,sin empacho,inteligiblemente.
En cambio, Buñuel,del que digo de antemano,no es santo de mi devoción, lo introduce todo a bocanadas,exabruptos,la más de las veces dificultosos e incluso,y discúlpame,indigeribles...
Besos.
Esilleviana. Pues aqui estan, mal que bien. Datos no te faltan. es más, desconocía la fecha de la próxima versión. El final de la novela se ajusta más a Buñuel que a Renoir. Gracias por tus palabras, que también bienen muy bien. Un abrazo
ResponderEliminarMarinel. Pobre Buñuel. Es cierto que es más oscuro y barroco, no lo niego. Y que está plagado de obsesiones personales propias de la autoría, pero creo que tiene su validez también.
ResponderEliminarAunque Renoir aporta una versión deliciosa, de eso no hay duda. Un abrazo.