miércoles, 29 de junio de 2011

LLANURAS BORRASCOSAS














Nos quejamos a menudo de que nos ponen en bandeja productos de fácil digestión. Libros cuyo final conoces a la tercera línea, series de tv que son un calco difuso de otras anteriores, películas cómodas con guiones miméticos y fórmulas aplicadas que convierten el celuloide en una máquina fotocopiadora. Dar con un film con estilo y discurso propio y que sea proclive a la sugerencia permitiendo al espectador pensar y sentirse adulto no sucede todos los días.
“Solo una noche” (last night) coproducción franco-norteamericana dirigida por Massy Tadjedin, resulta una propuesta insólita, auténtica, esquinada y sobre todo incómoda por la sinceridad que despliega. Un atractivo, denso y brumoso pasaje hacia un tunel sin salida arrollador, contradictorio, inaprensible, basado en el principio de la incertidumbre. Una aparente inmersión en el mundo de la pareja, pero cuyo alcance afecta a las esencias más íntimas de todo ser humano y sus enrevesadas circunstancias. Una apuesta seductora pero nada complaciente que requiere de la participación del espectador, el cual es interpelado una y otra vez como si la directora y guionista fuese consciente de que está tratando temas que nos incumben de una forma u otra a todos.
La película se centra en una pareja que por razones de trabajo ha de estar separada. El viajará con una tentadora compañera de trabajo y ella casualmente se reencuentra con alguien que significó mucho en el pasado. Luego, de forma sutil y a lo largo de un día y sobre todo una sola noche se tratará de poner sobre la mesa todo el complejo rompecabezas que constituye el ser humano, sus decisiones, su egoismo, su perversidad, su necesidad de apoyo y protección y la aleatoriedad que nos acompaña mas a menudo de lo que creemos.














¿Nos conocemos realmente? se pregunta Massy Tadjedin. Que nadie espere la solución al final del cuento pues esto no es una melosa comedia romántica, sino una honda reflexión sobre la identidad y la provisionalidad en su versión más existencialista que se lanza como un puñetazo al hígado del espectador, que claro, acostumbrado a cosas como la recién estrenada “algo prestado” está desprevenido y recibe el golpe por sorpresa.
En esta cinta aparentemente modesta, que carga con algunos lastres pero decididamente robusta, de complejos personajes torturados, llama la atención una puesta en escena valiente y atenta a los detalles, al matiz de cada gesto y cada mirada. Parece pues que estemos, pese a parecer un film de género, en los márgenes de un cine impresionista, donde la captación fugaz de una mueca, una sonrisa forzada o una mirada al vacio se convierten en los auténticos valores de la película. Para ello se dota al film de una textura sombría obra del fotógrafo Peter Dening que confiere al film un singular y acertado clima ominoso, corrosivo y nihilista a juego con la trama.













 Para lograr algo así la puesta en escena es fundamental. El estudio de cada plano se convierte pues en una obsesión y los movimientos de cámara nunca son gratuitos ni casuales. El prodigioso comienzo alterna planos cargados de perversa intención de una fiesta de trabajo en la que la esposa (Keira Knigtley) conocerá a la compañera de trabajo (Eva Mendes) de su marido (Sam Worthington) intercalados en un sensual e intencionado montaje con otros previos a la fiesta mientras el matrimonio se arregla, y a su vez con otros posteriores de su vuelta a casa en coche. No se sigue el orden cronológico por cuanto lo que se busca es indagar en los distintos y fugaces estados anímicos, antes, durante y después de la fiesta en un periodo corto de tiempo, buscando un enrarecido ambiente climático. El resultado, con una cámara inquieta que escudriña e indaga en cada situación y en cada rostro es ejemplar. Al espectador en tres minutos le ha quedado claro aun antes del conflicto que en esa pareja algo no muy facil de descifrar pasa.
En una soberbia vuelta a casa las diferencias afloran, y en una misma secuencia se dan cita la sospecha, la incomunicación, el cariño, los celos, la inseguridad, la necesidad del otro, el enfado, el autoengaño y la reconciliación fugaz. La escena culmina con un desayuno a media noche cargado de magia, humor y presagios indescifrables. Un claro en la tormenta.














La ecuación se complica aun más cuando aparecen en escena un escritor francés con el que la esposa compartió vida en Paris (Guillaume Canet) y cuando toma cuerpo progresivamente el personaje de Eva Mendes, aparente mujer de mundo que también esconde heridas sin cicatrizar. Y el film, cargado de ambivalencias, va descubriéndonos poco a poco que nada sabíamos de los personajes del comienzo ni tampoco de los que se incorporan, pues todos esconden pliegues insospechados. Si algo resulta diáfano es que todos ellos viven un tanto a la deriva, sometidos a corrientes y fuerzas externas mucho más poderosas que lo que les permite su débil voluntad y sus propias inseguridades y equivocaciones.
Extraordinariamente complejo, rico y doloroso es ese encontronazo con el pasado repleto de infinidad de matices y reproches mutuos, lleno de inseguridad, egoismo y casi a tientas que protagonizan Keira Knigtley y Guillaume Canet. Una implosión donde se mezclan la alegría del reencuentro, el gozo de la cena, las urgencias físicas de quien necesita física y dolorosamente al otro, y la amargura del despertar. Uno nunca sabrá con certeza quien lleva las riendas en esa relación cercenada pero inacabada, ya que la propia confusión e incertidumbre no se lo permite tampoco a los propios personajes.














En el otro lado de la balanza las cosas tampoco son sencillas. Lástima que todos los actores no estén a la misma altura. Se diría a primera vista que el marido se ve sometido a un lento proceso de seducción, acoso y derribo. Pero calificar de mala de película al personaje de Eva Mendes sería simplificador y muy injusto, sobre todo a raiz de ese sobrecogedor y revelador plano final en el que espera con la mirada perdida y sola en la terminal del aeropuerto, y que nos muestra que ella es otro ente confuso más que aun no hemos descifrado y que tal vez no ha sabido jugar bien sus cartas.
Todos resultan al final ser víctimas y todos salen perdiendo en esta partida de forma irremisible. Y las heridas son de consideración. El final abierto, o tal vez menos abierto de lo que parece prefigura nubarrones y tormenta eléctrica de alto voltaje en el matrimonio, institución que no les va a servir de cobijo de cara al futuro, como muy bien sabe Virginia Wolf. El resultado es positivo. “solo una noche” es un film poliédrico, atípico, con aristas, una singularidad fílmica no exenta de errores, cierto, pero con una textura y una cadencia sinceras, una especie de conocimiento carnal y moral que desnuda a sus personajes en una irregular pero singular experiencia sin paracaídas y a la intemperie. El espectador se convierte así en testigo directo de un puzzle inacabado que cada uno ha de completar, porque esto es un auténtico iceberg, del que solo hemos visto un diez por ciento de su compleja y esplendorosa magnitud.

jueves, 23 de junio de 2011

LA LEY DEL MAS LISTO



















Algunas cuestiones fruto de la más pura casualidad llaman particularmente la atención en “el inocente” (the lincoln lawyer). La primera son sus protagonistas y su diferente trayectoria profesional en esto del celuloide. Curiosamente, ambos comenzaron sus carreras en sendos films judiciales y coinciden ahora, muchos años después, aunque en diferente situación y status. Mathew MacConaghey se estrenó a lo grande en “tiempo de matar” (a time to kill) film de Joel Schumacher donde encarnaba a un joven e idealista abogado. Caso típico de operación de mercadotecnia en la que toda la maquinaria de producción hollywodiense se pone al servicio de una estrella emergente facilitándole un papel bombón para lanzar su carrera. Por su estudiada composición se le llegó a comparar con Paul Newman. Así de necesitados estamos de talentos. Por su parte Marisa Tomei, se convirtió en polémica ganadora del oscar, por un cómico film judicial “mi primo vinny” en el que encarnaba de forma salerosa y picante a la novia de un sujeto mafioso que ni siquiera era abogado y que a base de gracietas varias era capaz de ganar un caso imposible. Aunque existen diferentes versiones la historia es conocida: dicen las malas lenguas que Jack Palance  en la ceremonia olvidó sus gafas y en el momento de leer la papeleta, al no poder ver bien el nombre dijo lo que le vino en gana. La lotería le tocó a Marisa Tomei, cuando todas las quinielas señalaban a Judy Davis. El caso forma parte de la crónica negra de los oscars.
















Sin embargo, a partir de ahí, las cosas no fueron igual para ambos. El prometedor actor de “lone star” de John Sayles, fue dilapidando poco a poco su prometedor inicio a base de comedias de usar y tirar y olvidables films de aventuras. Salvo una muy honrosa excepción “U-571”, y otras correctas “contact” o “we are Marshall” su carrera ha ido en franco declive dedicando sus esfuerzos entre film y film al lucrativo negocio de los anuncios de ropa intima y colonias varias.
Marisa Tomei, tras el incidente tuvo que soportar más de un desprecio y hasta alguna columna en la que se le recomendaba que devolviese el oscar regalado. Ella no se amilanó y fue demostrando tacita a tacita que no solo es una comediante solvente (“Only you”), sino que está muy dotada para el drama, madurando con notable esplendor y ganandose el aprecio general. Ahí están interpretaciones memorables como “en la habitación” que hablan por si mismas.
















Y en estas llegamos a “el inocente”. Aparente film rompedor y con clase en el que se pretenden resolver cuestiones y temas muy viejos de forma nueva. En este caso, y una vez más, el carismático abogado tan cínico como habilidoso se ha de enfrentar por enésima vez a la defensa de un niño pijo hijo de una mamá escandalosamente rica que, faltaría más, vive en una enorme mansión. El chico dice que es inocente, y al chulesco letrado el asunto le viene al pelo ya que lleva escrito en la matrícula de su coche-oficina “no guilty” o sea no culpable.
Además en esta trama-lastre, no faltan los sempiternos apuntes sobre corrupción, avaricia, falsos culpables y traumas homicidas. Pero claro, no basta con filmar el eterno catálogo de lugares comunes de forma frenética, espídica y a ritmo de soul tratando de ser original e inspirar buen rollo ambiental y ritmico cuando el libreto tiene que cargar con situaciones tan arquetípicas que tiran de espaldas.
















A la narración le falta garra, textura y aplomo, y le sobran velocidad expositiva e influencias videocliperas. Y para colmo de tópicos, la presunta intriga contiene sorpresa a mitad de película. Pero como ante el barco que se hunde cualquier cabo al que agarrarse es bueno aun queda aferrarse a una esperanza: pasados quince minutos Mathew y Tomei se ven las caras. ¿Y que se nos ofrece? Pues veran, algo muy novedoso, y sino juzgue el lector: Resulta que ambos están cordialmente separados, ella es fiscal y él abogado defensor ¿les suena?. Pues de todos modos que nadie se alegre, esto no es “la costilla de Adan”. Por el contrario, ella parece que le dejó por ser un tanto irresponsable, no cuidar la relación de pareja y carecer de escrúpulos profesionales, y cito a la fiscal “tu te dedicas a poner en la calle la basura que yo recojo cada día”. Aun así, como él es un crack en lo suyo y le sobra simpatía ella, aunque intenta resistirse, le añora, le admira, le desea y no se cuantas cosas más ¿les vuelve a sonar? Pues hay más, sus conversaciones se centran en profundas y fabulosas aportaciones al mundo de la pareja del tipo “te recuerdo que el domingo tu hija tiene partido, espero no lo olvides de nuevo” y él responde que está hasta arriba de trabajo pero que pasará a recogerla, a lo que ella añade aludiendo a la menor “parece que algo hicimos bien” ¿les termina de sonar la canción? Pues sigamos, que llega el estribillo. Aun estando separados, como son muy modernos se acuestan de vez en cuando, pero eso si, tienen que tener cuidado de que la niña no los vea en la cama para “no confundir sus sentimientos”. No les cuento como acaba la cosa, porque como cualquier mala canción lo hace de esa forma tan sobada y lamentable que cualquier espectador ya conoce de memoria.
















Ahora bien, olvidaba decir que una de las bazas que se juega a fondo y se nos vende en esta cinta dirigida por un olvidable Brad Furman es el presunto retrato del carismático letrado plagado de vicios al cual el film va a someter a penitencia para que en el climax alcance su redención. A ello poco ayuda una interpretación pasada de rosca en todo momento. Este tipo por tanto, no es ya el idealista y romántico defensor de la ley de “tiempo de matar”, sino una parodia de múltiples registros anteriores, una mala mezcla de Harper, el detective que interpretó en dos ocasiones Paul Newman y una versión light del abogado de “el cabo del miedo”. Un tipo sarcástico y depredador que lo primero que te explica es su tarifa y dotado para la picaresca. En realidad un mediocre jugador de cartas marcadas, un feriante de tres al cuarto que de pronto descubre que siempre es buen momento para rectificar y hacer las cosas bien. La desagradable sorpresa para el espectador llega cuando su redención y toma de conciencia ni siquiera es tal.















En uno de los momentos fuertes del film y a la manera de Nick Nolte en “el cabo del miedo” este sujeto que parece haber comprendido que debe ir por el camino recto y hacer las cosas conforme a derecho no tiene inconveniente alguno en usar los servicios de un grupo de moteros que le deben favores para que den al culpable un soberano repaso, lease paliza en plena calle. Y se queda tan ancho. La cuestión que uno se plantea es cuando semejante acto le pasará factura. Cuando le remorderá la conciencia a este impresentable que en nombre de no se sabe que justicia muestra su arma a su antagonista de forma amenazante, insultando de forma grave a la profesión que ejerce. Arma que por cierto terminará usando. Repito ¿Cuánto tardará en arrepentirse de ello?¿Diez años como en el film de Scorsese? ¿O tal vez al final de su carrera como le sucedía a Paul Newman en “Veredicto final”?. Pues va a ser que nunca, ya que en este film no solo no se cuestionan, sino que se aplauden con fervor esas decisiones al margen de la ley y de toda ética. Aunque ello no sorprende. Nadie en su sano juicio pensará que este letrado ni los responsables del film tengan noción alguna sobre ética profesional y filosofía del derecho. No sabrán quienes son Locke, Norberto Bobbio o Alf Ross. Tampoco esperamos que pasen su tiempo libre leyendo “la teoría de los sentimientos morales” de Adam Smith o “la teoría de la justicia” de John Rawls, sino viendo videos de la MTV para coger estilo, y en todo caso leyendo a Michael Connelly, novelista de trhillers multiventas, una de los cuales ha servido de base a esta película decididamente menor. Así nos va, pero no en la justicia (ese sería otro debate), sino en el cine judicial del siglo veintiuno. 



martes, 14 de junio de 2011

UN VERANO MULTICOLOR


















Una de las ventajas que tiene ir acompañado al cine por una persona con fino olfato y elevadas dosis de sentido común, es que en ocasiones de un zarpazo certero te hace la crítica de una película. Cuando al finalizar la proyección uno, aficionado a divagar, se encuentra debatiendo sobre pros, contras, peros y logros, llega con contundencia esa frase rotunda absolutamente desarmante que para colmo hace diana en el mismo centro. El último ejemplo lo tengo reciente, tras el visionado del film de Guillaume Canet “pequeñas mentiras sin impotancia” (les petits mouchoirs). Cuando uno aun se está desperezando del amplio metraje y todavía no ha estirado las piernas me atrevo con la pregunta tópica ¿Qué, que te pareció? La respuesta, tan sincera como fulminante obliga a dejar constancia de que el copyright de este comentario es en gran parte prestado. Pero volvamos a la sala. Como en principio no hay respuesta insisto ¿Qué te preguntaba que que tal? Por fin y con cierta desgana: “Ah, pssssa, muy larga. A mi de todos estos, el único que me ha gustado es Chanquete, por cierto que sed ¿no?”.
Y es en ese justo momento cuando uno se da cuenta de que la crítica ya está casi hecha. Recapitulemos. Nos han vendido este agridulce melodrama generacional como un cruce entre Kasdan y Branagh, pero no se dejen engañar. Esta claro que esto no es ni “Pauline en la Playa”, ni “grand canyon” y mucho menos ”un domigo en el campo” o “une partie de campagne”. Pero aun así, las ambiciones desmesuradas de monsieur Canet y su tropa, son tantas que al final su aparente derroche y sobredosis de ideas colapsa, encalla y se queda, lástima, en tierra cenagosa, como el yate del film. A punto está de escaparse una referencia mucho más cercana y archiconocida, nuestro nunca bien ponderado “verano azul” de Antonio Mercero. Solo que aquí hay que añadir unas ínfulas de autoría de nueve grados en la escala de Richter, ya que a la paleta de este director no le basta el azul, pretende cubrir todas las gamas del arco iris,  a la búsqueda de un auténtico verano multicolor.

Veamos. Comienza su film supuestamente a lo grande, con un auténtico alarde visual y pirotécnico. No busquen intencionalidad dramática alguna, ya que no la hay, sino más bien ganas de que el cinéfilo alucine con el epatante ejercicio de impostura. Para ello, se desea dejar claro desde el primer plano que aquí hay potencia narrativa, estilo visual y que se maneja la cámara como nadie. Y para eso nada mejor que tirar de hemeroteca, perdón filmoteca. Y como dicen los franceses ¡Voilá! Se invierte el proceso de plano secuencia que filmó con éxito Brian de Palma en “snake eyes” y asunto resuelto.
Tras una breve estancia parisina el grupo se va de veraneo a la playa, más creciditos pero, eso si, con la misma empanada adolescente que los de Mercero. En “verano azul” sonaba una musiquilla silbada muy característica que servía de leit motiv de la serie. Aquí, como se carece de ideas propias y estamos en pleno saqueo de las ajenas, se introducen con calzador temas pop-rock americanos y se dispersan a lo largo del metraje al más puro estilo “Forrest Gump”, solo que sin venir a cuento y nuevamente sin necesidad dramática que lo justifique. Una pena. No todo el mundo es Paul Thomas Anderson o Cameron Crowe, quienes incrustan en sus tramas temas pop-rock como parte del recorrido sentimental y las vivencias de los protagonistas, creando un estado de ánimo. Aquí el pegote canta mucho, pues lo que se busca es conectar emocionalmente con cierto público de forma tramposa.

















Una vez instalados, llega lo peor. Se convierte “pequeñas mentiras sin importancia” en todo un ambicioso y archisabido catálogo de insatisfacciones, carencias,  amiguismo impostado y sinsabores afectivos a ritmo de las más rancias convenciones para reir y llorar donde Guillaume Canet por fin queda al descubierto. Y lo que es más grave, se destapa como maniqueo sermoneador sin discurso autónomo. Perdido en mil vericuetos reiterativos el supuesto plato fuete, el diseño de personajes, patina, y eso si que importa.
Algunos tipos como Francois Cluzet ejerciendo de gracioso anfitrión cascarrabias, gruñon y malhumorado resultan particularmente vomitivos. No menos cargante resulta la composición de mujer liberada que hace reportajes guays en el amazonas y practica sexo libre que incorpora Marion Cotillard, aunque eso si, algo les diferencia. Ella sabe defender con valentía su personaje, mientras que él está inmerso en un viaje hacia el ridículo y más allá. La película, huérfana de puesta en escena, queda pues en manos los actores, los cuales unos con mejor fortuna que otros, según su calidad interpretativa salvan las numerosas vías de agua del guión.
El desequilibrio, la arritmia narrativa y una asombrosa falta de definición afectan al proyecto a cada minuto que pasa. Y como la película es larga, cuanto más dura el suplicio peor es el castigo para el espectador y más en evidencia queda que esto es una operación comercial dirigida al mercado internacional que bebe de muchas fuentes ajenas, carente de personalidad propia y sobre todo, de un director que le de forma al conjunto.  
       















Pero ya ven, por si lo anterior no fuese poco y como poseido por un extraño conjuro, Guillaume Canet se lanza en picado hacia el suicidio fílmico y nos entrega un tercer acto inenarrable en el que lo peor son las cuestiones morales que implica. Al final, se nos pretende colar la idea de que, aunque inconscientes, egoistas y con muchos defectos, esta es buena gente que también sufre y quiere a sus amigos. El presunto ácido retrato generacional se diluye como un azucarillo y en un impresentable ejercicio de autojustificación se copian literalmente los más temibles finales del peor cine posible. Incluso Chanquete, aparente conciencia del grupo, reaparece in extremis y se suma al despropósito.

 Por cierto, en “verano azul” tenía un especial protagonismo una profesora que gustaba de tocar a la guitarra amables tonadas para concienciar a los personajes y al espectador. Aquí también aparece ese personaje, y se marca una canción con su guitarra, cuya letra sirve, se supone, para remover la conciencia del grupo. Y en segunda instancia dirigir idéntico sermón al espectador. Puesto que la historia tiene al parecer tintes autobiográficos, conviene aclarar conceptos. Olvida Guillaume Canet, que tal vez nosotros los espectadores no seamos como él y sus personajes. Olvida que tal vez hay otro tipo de personas con otros valores que cuidan de sus familiares y seres queridos, y por supuesto no los abandonan para irse de camping a las primeras de cambio. Espectadores que no necesitan en absoluto que les sermoneen con cánticos que despierten nuestra sensibilidad y nuestra moral dormida, porque tal vez todavía la conservamos intacta y estamos bien despiertos, pese a los 154 minutos. Al final, lo dicho, que sed, ¿empacho tal vez?.   

jueves, 9 de junio de 2011

LA LIBERTAD GUIANDO AL PUEBLO























Aunque la historia es conocida, siempre es un placer rememorarla de nuevo. El 3 de febrero de 1959, durante una gira, morían en trágico accidente de avioneta los irrepetibles músicos Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Popper. Otro músico que el tiempo convertiría en legendario,Don Mclean inmortalizó el suceso en esa obra cumbre del género americana que es “american pie”. El tema hace alusión al día en que simbólicamente la música murió y con ella tantas otras ilusiones. Pero en realidad este lamento vitalista se ha convertido en un himno que traspasando generaciones una y otra vez reaparece cuando las cosas no van bien y se viven días de ira, cuando sentimos que algo dentro de nosotros mismos o a nuestro alrededor muere sin remedio. Estamos ante un símbolo inequívoco no solo de melancólica nostalgia por tiempos mejores, sino también de unión, humanismo y solidaridad. Y aunque el tema retrata las uvas de la ira, su inconfundible ritmo contagioso nos entrelaza y nos une en extraña comunión fraternal, una simbiosis global. Y ahora vamos con la historia, que un buen amigo me ha dado a conocer y que es obligado compartir. No hace mucho, y debido a la brutal crisis que todos, de una forma u otra padecemos, el semanario Newsweek incluyó en sus estadísticas a la ciudad de Grand Rapids (Michigan) entre las ciudades calificadas como "moribundas" de Estados Unidos. Al parecer, como ha sucedido en todas las poblaciones industriales de los Grandes Lagos, Grand Rapids ha perdido población en los últimos años y exhibe uno de los índices más altos de cierre de empresas y desempleo de todo el país. Pero a sus habitantes, que bastante tienen con lo que padecen, no les ha gustado aparecer encabezando los rankings más negativos en cuanto a paro y empresas destruidas. Por ello, sacudiendo sus conciencias se han unido sabedores de que están atravesando su particular american pie y han decidido inflamados combatir el pesimismo con un vídeoclip sorprendente y multitudinario dirigido por un jovencísimo artista local, de nombre Rob Bliss (23 años). Un único y soberbio plano secuencia que rebosa entusiasmo, libertad, optimismo y espíritu de camaradería. El fantasma de Tom Joad recorre la cinta, hasta el punto que el prestigioso crítico Roger Ebert, que publica en el Chicago Sun Times, lo ha calificado como "uno de los grandes vídeoclips de la historia”. No se si será así, pero si queda como testimonio brutal y bello canto a la libertad, al uso de la plaza pública como escenario y a la imaginación. Un grito y a la vez un poema visual del que todos nos podemos hacer partícipes. Dedicado especialmente a todos aquellos que un 15 de mayo, ante nuestro particular spanish pie también salieron a la calle a decir cosas y con demasiada avidez y alegría se les tachó de perro-flautas. A los mismos este clip les manda un mensaje claro: más inventiva e imaginación y violencia cero. Resulta curioso que esta cinta de 9 minutos, que se erige por derecho propio en una experiencia humana total sea sin duda la mejor y más contundente película que he tenido ocasión de ver este año.


martes, 7 de junio de 2011

MIMI ROGERS: BURGUESA LIBERADA




















Existiendo la Dietrich, la Garbo, Ava o las dos Hepburn, cabe preguntarse que hace uno dedicando el tiempo a aparentes pequeñas actrices sin importancia. Dos libros de reciente aparición van a servir de escusa para introducirnos en el complejo mundo de la actriz que hoy toca en suerte. El primero se titula “a cara o cruz” y es obra de Jeffrey Rosenthal. Un estudio sobre la probabilidad y el azar, una puesta a punto sobre las contradicciones que encierra la distancia existente entre el caos y la aleatoriedad, la suerte y el futuro programado. La cuestión surge rápido: ¿La carrera de un actor sufre los vaivenes de la suerte y el azar de la taquilla o hay quien sabe elegir y programa meticulosamente su futuro?. Si uno dispone de diez minutos y le da por investigar un poco en la vida y milagros de Mimi Rogers descubre cosas sorprendentes. Por ejemplo, es jugadora profesional de poker, juego con el que al parecer ha obtenido sustanciosas ganancias. ¿se la imaginan repartiendo cartas o siendo desplumados por ella? Asimismo, y aunque parezca una contradicción pertenece a la estricta y programada rama religiosa de la cienciología. Apunte: las admiradoras de Tom Cruise, con quien estuvo casada, le culpan sin piedad de haberle introducido en esa religión echandolo a perder. Sin comentarios. Nuestra protagonista también es productora ejecutiva, posee una compañía que asociándose a las majors ha dado fruto a algunos films en los últimos tiempos. ¿Quieren conocer su último pelotazo? “imparable” de Tony Scott. Por supuesto, no conviene olvidarlo, también es actriz. Durante la década de los ochenta cultivó una imagen de altiva y enigmática burguesa reprimida de clase business que le proporcionó cierto estatus en la industria.


Una y otra vez daba la sensación de que en las películas en las que aparecía la sala olía a perfume caro. No obstante, siempre se ha dicho que no es una gran actriz, lo cual como todo es discutible. De lo que no hay duda es que es una de las personas con más trabajo, y que sin duda más se entrega frente a la cámara. Para ella no existe papel imposible y sobre todo de un tiempo a esta parte, se somete a cualquier exigencia del guión. Si, si, estoy diciendo a cualquiera. El suyo es un camino en el que tras ejercer de modosa esposa o de sofisticada chica de la jet con mucho chic, ha ido sometiendose a un proceso de liberación personal y de deconstrucción de su propia imagen, en el que al parecer no existen límites.


















Tras darse a conocer junto a Cristopher Reeve y Morgan Freeman en “el reportero de la calle 42”  de Jerry Schatzberg, trabaja con directores de altura. Ridley Scott en “la sombra del testigo” (someone to watch over my) Michael Cimino en “37 horas desesperadas”,Oliver Stone en “the Doors” y Robert Altman en “the player”. Tras participar en “arenas blancas” de Roger Donaldson, comienza a aparcar su imagen de mujer distante y gélida y dedica sus esfuerzos a practicar una progresiva y morbosa carrera sensual y progresivamente hot.
La cuestión está en si ello es producto del azar o es algo perfectamente planificado. Me inclino por lo segundo. Ya en 1993, da un giro absolutamente inesperado posando en “Playboy” con el consiguiente revuelo mediático. Y nos enseña sus nuevas y poderosas razones. La verdad, hoy nadie se sorprende al ver el enésimo desnudo neumático de Pamela Anderson o Carmen Electra. Pero otra cosa muy distinta es si se trata de una actriz de aire evanescente y con presunto pedigrí pijo, que ha interpretado a sofisticadas ladys y burguesas de pret á porter al servicio de buenos directores. 



Su carrera entonces, y sobre todo conforme se va acercando a la madurez, da un giro en el que a parte de hacer tonterías en “Austin Powers”, se centra en títulos rompedores como “the rapture”, film de Michael Tolkin junto a David Duchovny, donde realiza un viaje de la promiscuidad absoluta al ascetismo con una entrega física sin precedentes y que le vale una nominación a los “independent spirit awards”.
No se queda ahí. Protagoniza junto a Brian Brown un film de Nicolas Roeg “full body massages” donde se somete a masajes integrales de alto voltaje, y no añado más. De explícito contenido sexual a varias bandas es su participación en “dumb and dumberer” secuela del film de los hermanos Farrelli donde participa en ¡una orgía adolescente! y es seducida fatalmente por una mocosa, a la que besa en largo y primerísimo plano. Tampoco tiene inconveniente en sumarse al festin erótico festivo de la secuela de “crueles intenciones” donde su misión es, efectivamente, subir la temperatura de la cinta. El colofón lo ponen sus famosos, valientes y sostenidos desnudos integrales en esa gran película titulada “the door in the floor” donde sirve de modelo para el artista atormentado que compone Jeff Bridges.



Pero se iba a utilizar un segundo libro como escusa. En este caso el ensayo sociológico “desnuda:mi vida como objeto” de Katheleen Rooney, cuyo estudio de campo aborda su provisional trabajo como modelo analizando el desnudo femenino y sus efectos. En el se desgrana la aparente vulnerabilidad del cuerpo desnudo y el magnetismo que irradia aquel que se muestra en una actitud aparentemente pasiva  ante el interlocutor que pinta, esculpe, graba o simplemente mira. De este modo el cuerpo a la vista, no es una masa amorfa, sino que se convierte en un ente con poder abstracto que manda mensajes diversos cuando se desea. La tradicional idea expuesta por Barthes en torno a la gélida indiferencia del que posa, consciente de su profesionalidad y ausencia de riesgo sale a la luz. Citando a Rooney: “cuando poso no siempre trato de brillar ni provocar en quien me mira, sino que en ocasiones me quedo en la pura neutralidad”. Estas ideas están lejos de la íntima relación existente entre las modelos y los artistas clásicos tal y como recoge Lynda Nead en su obra “The female nude”  apartandose del tradicional concepto del artista y su musa.

La cuestión está en si esas teorías son aplicables a Mimi Rogers, la cual, visto lo anterior, no parece haber perdido el norte ni mucho menos, sino que ha sabido explotar una faceta de su profesión que tiene cierto tirón, sobre todo entre el público masculino. Volviendo al principio, lo suyo no es una cuestión de azar ni un ejemplo de decadencia artística, pues esta jugadora profesional de poker no juega por vicio, sino con la cabeza muy fría. Ella sabe que sin ser mala actriz no es Ingrid Bergman, y utiliza otras variantes. Y si se desnuda y se compromete en papeles arriesgados generando morbo es tras una reflexión muy consciente conocedora de la generosa voluptuosidad de su anatomía, moviéndose siempre en el límite entre la norma y la subversión.





















Dato irónico y que podría dar lugar a segundas y perversas lecturas: Mimi Rogers pertenece a “mensa” asociación internacional de superdotados. Vale, de acuerdo, menos risas, ya que la mujer sofisticada de “el amor tiene dos caras” de Barbra Streisand, ha sabido colocarse con intuición en las series de más éxito, participando en muchos episodios de “expediente X”,  “Dawson’s creek” o en “el show de Geena Davis”, lo cual alterna con apariciones en el debut de Steve Buscemi como director “Trees lounge” a la vez que desarrolla con éxito su faceta de productora ejecutiva. Y para colmo se nos aparece como potente actriz deshinbida y sin prejuicio alguno.
Puede parecer la suya una apuesta arriesgada e innecesaria al meterse a menudo en el papel de madura con sofocos varios. Nada de eso, simplemente conoce sus limitaciones, sus posibilidades reales y como explotarlas a fondo, sabiendo, como en el poker, de que cartas dispone para jugar bien sus manos.    





Ahí queda, y sin que sirva de precedente (esto no es un blog erótico festivo) su famoso y maduro desnudo integral en esa compleja y lúcida pelíícula titulada “the door in the floor”, junto a Kim Bssinger y Jeff Bridges, auténtica radiografía del arte y de la vida con tres actores en estado de gracia.   





miércoles, 1 de junio de 2011

VIKINGOS EN LA TERCERA FASE


















Uno de los rasgos que definen los movimientos culturales del último medio siglo viene marcado por el resurgir del héroe enmascarado como fenómeno imparable. El superhéroe se convierte de este modo en auténtico icono, primero de la contracultura y luego definitivamente de la cultura de masas. Tom Y Matt Morris escribieron hace un par de años un ensayo titulado “los superhéroes y la filosofía” en el que diferentes filósofos y autores de comics se interpelaban sobre esta realidad y sus significados. Las cuestiones que se plantean no tienen desperdicio:¿responde el superhéroe a un mecanismo inconsciente de reacción del individuo ante una sociedad de masas alienante y que busca respuestas? ¿supone otorgar confianza a un ente salvador una desconfianza implícita en el propio sistema democrático? ¿los valores de las sociedades avanzadas han decaido hasta tal extremo que es necesario un impulso exterior en forma de superpoderes? ¿es esto un rasgo de escasa fe en el humanismo y los valores naturales del hombre?.
A estos temas se añaden otros de indole ético, como por ejemplo, ¿porque el superhéroe positivo cuando conoce sus superpoderes se decanta por el bien? ¿Existe una lección moral tras todo ello? ¿El conjunto de superhéroes de fantasía conforman un sustituto prefabricado de Dios?.¿se está con ello matando una vez más al padre?.














Desde luego podríamos seguir, el tema tiene miga. Máxime cuando esta reseña trata sobre el último film de Kenneth Branagh “Thor”, el cual no solo es un superhéroe prefabricado producto de marvel sino que tiene sus propias raices y su propia mitología e historia, en este caso vikingas. Para los interesados Gwin Jones, catedrático emérito de la universidad de Oxford, tiene publicada una obra muy completa “a history of the vikings” aunque existe una amplísima y variada bibliografía de la que se puede destacar el tratado de M. Magnusond “vikings” así como otro estudio del mismo título escrito por Jonathan Clements, entre otros muchos.
Ahora bien, tal vez el primero y más importante transmisor de la cultura vikinga fue Snorri Sturluson (1179-1241) islandés que recopiló a través de crónicas toda la tradición oral que pudo. De él se deduce que Odin tal vez fuese, no solo el Dios vikingo por antonomasia, sino muy posiblemente un poderoso jefe tribal. Su esposa mitológica era Frigg y ambos eran padres de toda una saga: Frey Y Freya, los dioses gemelos de la fertilidad, Tyr, dios de la guerra, Ull dios de la arquería, Njdor, dios marino, Heimdal, guardian del reino, Loki, dios del fuego y Thor, dios del trueno, los cuales se reunían en el denominado Arbol del Mundo para dirimir sus numerosas cuestiones y disputas.














No vamos a realizar aquí un pormenorizado relato de las diferentes crónicas sobre la rica mitología vikinga, el significado del Valhalla y las valkirias. Sin embargo, todo ello ya nos pone sobre aviso de que a la hora de llevar “Thor” a la pantalla, comparecen muy diversos intereses en ocasiones contrapuestos y que es necesario conciliar: Dicho de otro modo, en “thor”, por imperativos lógicos y sobre el papel, han de confluir el film de superhéroes confeccionado por Marvel, que además pretende hacer una franquicia con todos sus héroes de comic. Pero ello sin perder de vista del todo el peso de la mitología vikinga y la historia en la que se basa. Aun así, se debe contentar también a los fans del cine de acción puro y duro. Pero aun hay más, ya que esta historia posee componentes de cine fantástico con extraterrestre, viajes en el tiempo y el espacio y científicos que buscan respuestas en el firmamento, al estilo de Jodie Foster en “contact”. Para que de todo ello no salga un film esquizofrénico se lo encargan a Kenneth Branagh, potente ilustrador de Shakespeare, del cual se espera que aporte su toque personal sobre la figura del superhéroe y coloque a la cinta en un punto medio equidistante entre su monumental y prodigiosa “hamlet” y un vulgar y anodino tebeo filmado tipo "Daredevil".
















¿Se puede satisfacer a la vez a los fanáticos del comic marvel , a los fervorosos de la mitología vikinga y a los de la ciencia ficción con extraterrestre? El reto es ciertamente difícil, pero lo cierto es que una vez lanzados los dados al aire Branagh se las ingenia para al menos conciliar todas esas facetas sin por ello dejar de hacer un film personal. Quienes vayan buscando las huellas del autor de “Henry V” o de “Hamlet” que se olviden. Aquí estamos ante otra faceta de Branagh que muchas veces se ignora, y es que el irlandés posee un notable sentido del humor. Nos movemos pues, mucho más cerca de esa estupenda e incomprendida pieza titulada “morir todavía” (dead again), donde también se mezclaban diversos géneros y se citaba a los clásicos con gran desenvoltura. Cuando todo hacía presagiar que la carpintería fílmica, el look y la escenografía estarían cerca de films como “el guerrero nº 13” de John Mactiernan, aquí se opta por otras variantes. El mundo onírico de los dioses y sus cuitas es tremendamente estilizado y con sobredosis de brillo y metal, aqui todo el mundo va muy bien afeitado. Y con cierta pompa irónica lo que asoman son ciertos aromas a Mordor y sus orcos. Pero aun así, la primera parte está resuelta, no obstante, con tanta grandilocuencia en cuanto a las intrigas palaciegas como ritmo y sentido de la imaginería, con travellings y movimientos de cámara particularmente acertados. Después llega el destierro y el aterrizaje en Nuevo Méjico casi en brazos de Natalie Portman (suerte que tienen algunos al caer).


















A partir de ahí el film cambia de tono y bebe de muchísimas fuentes. Ante todo la peripecia y la construcción de personajes recuerda a “Tarzan en Nueva York”. Thor se comporta de forma deliberadamente arquetípica como lo hacía Weismuller hace siete décadas, y Portman calca el papel de la comprensiva Jane de toda la vida. Pero como el film adopta un tramo fantaciéntífico, Branagh se permite momentos tan acertados como ese en el que miles de curiosos observan el enorme crater donde ha caido el martillo, lugar que acordonaran los militares y que prefigura pasajes que recuerdan a “encuentros en la tercera fase” y a otro film a recuperar, "starman" de John Carpenter.
Aun así, el irlandés fuerza aun más la máquina e introduce sin complejos un aliciente sabroso de indudable raigambre anglosajona que, lo admito, no se si aparece en los comics. Asi pues, se suma a la ecuación, y ojo, sin que moleste lo más mínimo, el ancestral mito artúrico de la espada Excalibur clavada en la piedra (aquí el martillo) y que solo el elegido podrá extraer de la misma, aunque sean muchos curiosos los que lo intenten. Y por si todo lo anterior fuese poco, conste que toda la relación entre Odin y sus hijos Thor y Locki, bebe también de raices judeocristianas y bíblicas, pues en ocasiones parece que estemos asistiendo a una versión libre de la parábola del hijo pródigo. Es más, la idea del hijo de Dios de visita a la tierra y su posterior resurrección es más que evidente. Y todo ello se incrusta de forma sutil en lo que de entrada era una operación comercial en principio pensada "para toda la familia", pero que termina aportando mucho más.   
















Todo lo anterior termina por conformar una propuesta poliédrica y con múltiples lecturas, un film digno, personal, juguetón y francamente entretenido. Una realización menos pactista de lo que aparenta con la industria, que lanza muchos guiños e ideas a los amantes de diferentes tipos de cine sin perder personalidad propia, y que el espectador puede tragarse de un suspiro o reflexionar si lo desea. Incluso el director se permite opinar sobre el papel cinematográfico del superhéroe y sus debilidades. Branagh, que al final  ha llevado el barco a su terreno puede estar satisfecho con el encargo entregado. Como suelen decir los superhéroes, misión cumplida.