viernes, 22 de junio de 2012

STEPHANE AUDRAN: PLANOS SECUENCIA




Podría pensarse que los directores franceses que escribieron en Cahiers como Claude Chabrol, gran admirador de Fritz Lang, pero sobre todo de Hitchcock, dispusieron de ciertas ventajas sobre sus maestros en algunas cuestiones. Como es bien sabido, don Alfredo cultivaba una abstracta y peculiar obsesión por determinado tipo de mujer, y la sometía a examen e incluso castigo fílmico. No le quedaba otro remedio. Tenía siempre a dos metros a Alma Reville. Pero Hitchcock tuvo  que soportar que los objetos de sus anhelos no sólo fuesen espejismos, sino que se esfumaban de verdad. Grace Kelly se casó y le dijo adiós para siempre. Ingrid Bergman se fugó a Italia, y Tippi Hedren tan solo aguantó dos asaltos en pantalla. Además tuvo que sufrir protagonistas impuestas por los estudios como Julie Andrews, que no aportaba la dosis suficiente de erotismo y sofisticación requerida. En la sombra siempre estaba Alma Reville, su esposa y colaboradora. Una mujer inteligente que sólo permitió al director concretar sus masculinas fantasías oníricas en la pantalla.




Claude Chabrol tras ciertos titubeos y pese a filmar con muchas actrices, de Jean Seberg a Jacqueline Sassard, de Jacqueline Bissett a Danielle Darrieux, de Stefanía Sandrelli a Maríe Laforet entre otras, tuvo claro que él también necesitaba su musa particular. En realidad tuvo dos, aunque hoy tan solo se avordará la primera, Stephane Audran. De Isabelle Huppert ya nos ocuparemos. La diferencia con el director británico es que el francés sí hizo realidad sus sueños y obsesiones y se casó con ella. Juntos realizaron casi treinta películas. Pero hasta en eso la mitomanía cinéfila parece terminar imponiéndose a la realidad. Tras años de matrimonio, y como tratando de emular al maestro hasta las últimas consecuencias, Chabrol se divorcia de Stephane Audran para casarse con su script y ayudante de producción Aurore Paquiss. O lo que es lo mismo, con la versión francesa de Alma Reville.




No obstante, el trabajo con Stephane Audran es tan amplio que le permitió a Chabrol moldear a su antojo diferentes variaciones sobre el mundo femenino, su psicología, su atractivo, su capacidad de sugerencia, su moral y por supuesto su sexualidad. No he visto todos los films y sería erróneo generalizar. Sin embargo he tenido oportunidad de repasar tres cintas del francés con Audrán “las ciervas”  “la mujer infiel” y “El carnicero”. En las tres está magnífica, seductora, espectacular. En “Las ciervas” sin duda la más esquemática, es una sofisticada lesbiana que se presenta como eje de un conflicto triangular sin solución. En “la mujer infiel” vuelve a encarnar a otra mantis gélida y el director aprovecha para socabar el provincianismo y la tradicional moral familiar burguesa. Coincide con “el carnicero” en la idea de presentar un comienzo muy plácido que se irá enrareciendo hasta acabar en absoluta desolación. En ambas una sonriente pero distante Audran terminará en actitud estática, absolutamente bloqueada en el caso de “El carnicero”. Sobre esta película merece la pena detenerse en particular, ya que las otras dos en el fondo presentan con astucia las causas y efectos de sendos triángulos amorosos. “El carnicero” va mucho más allá.




Ahora bien, resulta complicado mantener la tesis de que estas películas serían lo que son sin infinidad de visionados previos de sus dos directores favoritos, Fritz Lang y Hitchcock. Sin haber paladeado “Perversidad” o “Secreto tras la puerta” de Lang para las dos primeras, y sobre todo “Marnie” “Vértigo” y “Los Pájaros” en el caso de la extraordinaria “El carnicero”. Y me atrevería a decir que también “La sombra de una duda”. Lo cual no significa la existencia de plagio ni de fotocopia, pues el francés posee personalidad propia. “Le boucher” comienza con una boda en el pueblo de Tremolat, al cual está dedicado la película. Con sencillez y extraordinaria maestría el director se encarga de “usar” esa boda para presentarnos el entorno y a sus dos protagonistas: Paupaul, carnicero del pueblo y Helene, la maestra. Ambos parecen congeniar enseguida dentro del ambiente festivo y desenfadado, pero pronto los deseos directos de uno chocarán con la amabilidad distante y la indecisión de la otra.
Se establece un juego muy sensual y de marcada carga sexual, aun cuando ambos no dejen en toda la película de tratarse de usted. La maestra sufrió en el pasado un fuerte desengaño amoroso. Refugiada en sus alumnos, es cortés y educada pero no está por dar un paso. El carnicero, muy afable y espontáneo en apariencia, pronto presenta sus cartas y sus carencias. Su soledad, un trauma de guerra no superado y la nula relación con su padre. Su torpeza le lleva a obrar como buenamente sabe. Y Chabrol nos le muestra acudiendo a la escuela para regalar a la maestra una pata de cordero envuelta que hace las funciones de ramo de flores. Su pasión y la irrersistible atracción que ejerce sobre él la profesora suponen una ecuación imposible de resolver. Aunque el respeto que tiene por su amada le llevará a liberar esa energía contenida en otra parte y de otro modo. De forma violenta y elíptica.



La aparición de diversos cadáveres de chicas jóvenes en el pueblo siembra la incertidumbre. Y el carnicero entretanto, no tardará en declararse a su amada. Eso sí, a su manera “si no se hace el amor de vez en cuando, se vuelve uno loco”. A lo que ella contesta sonriendo “eso no tiene nada que ver, haciéndolo también se vuelve uno loco, créame”. Destaca este filme por el impresionante caudal de pasión subterránea que envuelve la relación. Ella recuerda a las frías rubias reprimidas de Hitchcock, concretamente a la de “Vértigo”. Es incapaz de aceptar y corresponder a un personaje apasionado en extremo que tampoco sabe controlar la situación y a quien de forma involuntaria definió perfectamente Franco Battiato cuando cantaba aquello de “el animal que yo llevo dentro no me ha dejado nunca ser feliz. Me roba todo, hasta el café, me vuelve esclavo de mis pasiones, sin desistir jamás y nunca espera, el animal que llevo dentro te ama a ti”.
La película, muy sobria y elegante,  está repleta de simbolismos muy acertados. La profesora con sus alumnos visitan unas cuevas del período Cromagnon, y ella les explica como vivían esos “hombres de las cavernas”. La gota de sangre de una de las víctimas cae sobre la tostada de una alumna cuando están de picnic escolar. Paupaul de forma lastimosa suplica en plena noche tras el cristal de una ventana del colegio para que la profesora abra la puerta, en una reformulación curiosa del cuento de caperucita y el lobo.
Hay detalles en apariencia menores pero que demuestran el cuidado con que está trabajada cada escena. Cuando quedan para cenar, ella está corrigiendo unos deberes y él debe esperar un momento. Helene le pide que se siente junto a ella en la mesa y cuando lo hace, se trata de un pequeño taburete que le deja a menor altura, en posición inferior, como si fuese un niño grande, resumen perfecto de la relación. Razón por la cual, Helene comprende a ese alumno repetidor al que es incapaz de delatar, enamorado sin remedio en la escuela de la vida y de la carne.




Se plantea al espectador al final una cuestión que también rondaba en otro film de Hitchcock “La soga”. El grado de responsabilidad de la mujer fría y pasiva en todo lo sucedido. ¿Es ella con su actitud diesel, su refugio emocional, sus dudas, su negativa al compromiso  y su amable frialdad la instigadora del crimen? En el caso de “la soga” lo que se planteaba de forma sutil era si los comentarios del profesor Rupert Cadell (James Stewart) provocaron en cierta medida lo sucedido. Hitchcock lo sugiere pero prefiere dar la última palabra a James Stewart para aclarar las cosas. Chabrol deja a Stephane Audran en estado de shock y con muchas incógnitas. Sabe que una sola palabra suya hubiera dado un giro total no solo a los acontecimientos, sino a su propia vida.

Podría decirse que Stephane Audran vivió tres planos secuencia con Chabrol. El primero en su vida privada. El segundo en el ámbito artístico a lo largo de  varios años. El tercero en este film que contiene uno magnífico de casi cuatro minutos, a la salida de la boda. Sobre los planos secuencia se ha escrito mucho. El virtuosismo de Chabrol le lleva a aplicarlo con sentido y personalidad. Aquí no estamos ante ejercicios pirotécnicos de cámara a lo Brian de Palma en “la hoguera de la vanidades”. Ante todo, ya que como en ocasiones se ha dicho, De Palma utiliza el telescopio y Chabrol el microscopio. Tampoco estamos ante los alardes visuales de Scorsese entrando a un restaurante en "Goodfellas" ni de Robert Altman en “The Player”. Y esto no es “Sed de mal”, que se abre con el plano secuencia por excelencia. Chabrol aparenta ser más modesto. Casi prefiere que no se note. Pero en ese paseo en un único plano narra y proporciona mucha información. Y permite adivinar las razones que pueden llevar a un hombre a volverse completamente loco de amor por una mujer. Sobre todo si sonríe, camina y fuma de ese modo. Esa prestancia y ese inolvidable conjunto de lunares pueden terminar nublando la vista.
         

viernes, 15 de junio de 2012

LA HORMIGA Y EL DINOSAURIO





Se dice a menudo que el cine político reivindicativo y de tesis está actualmente un tanto marchito. Y que otro tanto sucede con el cine de género. Ahora se fabrican thrillers baratos y comedias dulzonas. O ambas cosas en un mismo pack. Lo olvidaba, también hay mucho cine de superhéroes. Al parecer esto último, según los sociólogos, es muy propio de tiempos de crisis. Y los que hasta ayer se sentaban en el trono del celuloide hoy son viejos dinosaurios camino de la extinción. Un ejemplo es Mel Gibson. A día de hoy un antipático malhablado metido en todas las salsas posibles.No deja de pisar charcos. Se le acusa de reaccionario, antisemita, machista, obsceno, bebedor y juerguista. No sé si olvido algo. Los tiempos de “Braveheart” quedan muy lejos. Hoy es un valor a la baja y ya no cotiza. Como ejemplo el sonoro fracaso de su última película con Jodie Foster “El castor”. En ese contexto no es extraño que pasase desapercibido su anterior film “Al límite” (Edge of Darkness) dirigido por Martin Campbell. La acogida no fue precisamente entusiasta. Más bien se recibió con indiferencia, como otro artículo de relleno de esos que pueblan las multisalas. Para colmo el titulito se las trae. Tópico y cutre como pocos. Aunque viviendo los tiempos que vivimos, la cosa podría haber sido todavía más surrealista si al listo de turno se le enciende la bombilla fundida y le da por titularlo “al rescate”.








Nocturno azulado. La luna dibuja su reflejo sobre las serenas aguas de un pantano. La aparente placidez bucólica del paisaje se ve interrumpida por sonidos extraños. Y suavemente, tres cuerpos inertes con traje de buceador emergen desde las profundidades y quedan flotando a la deriva sobre ese mismo plácido paisaje. Aparece el título de la cinta “Edge of Darkness”.
Thomas Craven (Mel Gibson) un veterano agente de homicidios va a recoger a su hija a la estación. Hace tiempo que no se ven. Esta última sonríe ante la actitud paternalista del padre. Ya en casa hay bromas cotidianas pero durante la preparación de la cena ella se siente indispuesta y deciden ir al hospital. En ese momento todo se precipita. Al abrir la puerta de la casa, de forma repentina aparece un coche, en su interior alguien grita el nombre de Craven y dispara a bocajarro varias veces. Un estallido de violencia escueto, contundente e impactante. Excelentemente rodado. La chica muere casi en el acto. Hacía tiempo que no veía una película cambiar de registro de forma tan rotunda y con mayor economía de medios. Justo con los precisos planos necesarios.

Dice Rafael Argullol que “tras la pérdida de alguien a quien se considera imprescindible, uno desea desvanecerse y a la vez arrasar el mundo entero”. Y esa sensación planea por aquí. También el recuerdo de Sean Penn en “Mystic river” tras perder a su hija. Sencillamente brutal ese momento íntimo en el que el padre (sin desear hacerlo) ha de limpiar de su propio rostro y de sus manos la sangre salpicada de su hija. Muy minuciosa y realista es también “Al límite” al mostrar la molesta y abrumadora presencia policial en la casa con el cadáver de cuerpo presente tomando huellas. Se advierte una malsana sensación en el policía, que de pronto se ve situado al otro lado, el del ciudadano corriente. Se percibe que él ha asistido a múltiples llamadas de ese tipo cumpliendo con su trabajo. Ahora, esa invasión de su hogar por forenses, especialistas en huellas, ambulancias y policías es tremendamente abusiva e hiriente al no respetar la más mínima intimidad.
También le molesta otra cosa. La insistencia del teniente al mando de que ese va a ser un asunto de máxima prioridad por “existir un agente implicado”. Esa retórica de huecas frases hechas que el mismo Craven ha pronunciado más de una vez resulta de pronto inesperadamente dolorosa. Nadie duda de que él era el objetivo y que la fatalidad ha querido que la destinataria de los impactos sea la muchacha. Incluso el mismo Craven está totalmente convencido.

 El espectador mal acostumbrado por la alarmante falta de imaginación de los guiones está en todo su derecho de pensar que a partir de ese momento Mel Gibson cargará sus pistolas y vengará a sangre y fuego la muerte de su hija, aportando otra ración de cine reaccionario y violento.
Sin embargo, poco a poco el agente irá comprendiendo que nada es lo que parece. Y que como muchos padres, conocía muy poco o nada a su hija. Desconocía cuales eran sus funciones trabajando en una planta química y por supuesto desconocía que era una activista política. Y lo que se presentaba como una venganza rápida queda pronto abortado. Es necesaria una investigación mucho más exhaustiva, llena de recovecos y zonas oscuras. Una auténtica tela de araña. Saber a que se dedicaba exactamente su hija es tarea imposible. Su novio apenas sabe nada y en la empresa su trabajo es considerado información reservada, material clasificado. La sombra de que existe alguna teoría conspirativa de gran calado detrás cobra forma cuando hace su aparición un extraño y fascinante personaje encargado de la seguridad nacional, que afirma ser neutral pero no nos dice a que carta juega. Lo interpreta de forma sobresaliente Ray Winstone. Maquiavélico, oscuro y sobre todo cabalístico. Cita a Scott Fitzgerald y se permite decir que es como Diógenes, aquel que con su linterna no se cansaba de buscar un hombre honesto entre la podredumbre moral. De ambigüedad muy atractiva, parece claro y directo pero a la vez es absolutamente opaco sobre la información que posee, y no nos permite saber si está o no con el héroe: “Estos casos nunca se resuelven, son muy difíciles, hay que saber relacionar cada pista, y nunca se puede conectar A con B. ¿Qué como lo se? me encargo de eso. Mi trabajo consiste precisamente en impedir que se conecte A con B. Por cierto, tengo que dejar de beber”.



Es a partir de ahí cuando el trhiller de género se difumina dando paso a cuestiones más propias del cine político y de denuncia, y a su vez al de espionaje. La mezcla convence por su concisión y su claridad expositiva. Aunque existen algunos pequeños errores de guión que lastran el final, el conjunto resulta satisfactorio. Y en ciertos instantes parece que estemos más ante un film de espionaje y denuncia de manejos políticos y empresariales que ante una cinta de acción, a lo que no se renuncia del todo. Y el espíritu de realizadores como John Frankenheimer asoma entre plano y plano en una curiosa mezcla con films como “El pistolero” de Henry King.  
Añadir que esta modesta cinta se eleva sobre todo por su apuesta por una narración fluida, elegante, vibrante, tensa y sin complejos. Sin excesos ni florituras, pero de gran robustez. Y con un guión más complejo de lo que aparenta que adopta soluciones visuales magníficas apoyando siempre al guión. Y con un tempo narrativo sin pausa y de raigambre clásica, muy lejos de los actuales ritmos de videoclip.
Por añadidura, Mel Gibson y Ray Winstone se permiten incluso dos excelentes conversaciones en las que se diserta sobre el tema de la paternidad, la orfandad y su significado moral con una hondura y profundidad que uno no esperaba encontrar en una cinta de género. De esos diálogos masculinos que recuerdan al mejor western clásico. Reflexiones que perduran al finalizar la película.



“Al límte”, pese a algunos leves defectos, no solo es una película de correcta factura. Por debajo hay varios mensajes y claridad en su exposición. Resulta especialmente curioso que una película de estas características termine por abanderar la causa de los más indignados. De la gente con conciencia crítica, del ciudadano de a pie que destapa los chanchullos de las grandes corporaciones. Muy interesante su crítica sin fisuras hacia la tramposa política de tapadillo. Esa que bajo la bandera de proyectos de investigación y desarrollo (el famoso I+D) esconde muy oscuros intereses. Que se haga en una cinta de género por alguien a quien se acusa una y otra vez de ultra conservador, racista y pendenciero resulta paradójico, desde luego.
Al final, va a resultar que no solo estamos viendo un film de acción muy bien filmado, sino que estamos cerca de la película de tesis. “Al límite” conforme avanza, se aleja de venganzas justicieras y se acerca más a films como “El síndrome de China”. Y como le sucedía a Jack Lemmon en “Missing”, la investigación revelará que la hija no era una joven inconsciente y despreocupada, sino una heredera directa de Karen Silkwood o Norma Rae, portadoras de valores humanos por los que son capaces de jugarse la vida.



Por el camino el dinosaurio tendrá tiempo de comprobar tres cosas. La primera, que tal vez el que está desfasado y pasado de moda es él y su revolver. La segunda, que el mundo es un gran negocio. La tercera, que siempre existirá alguien aparentemente insignificante pero con la laboriosidad de la hormiga. Personas con coraje y valor suficiente para batirse por sus derechos con las armas de la razón. Y ya se sabe, tal y como decía Napoleón ese coraje no se puede disimular, es una virtud que está absolutamente reñida con la hipocresía. Por cierto, si se ha dejado esta foto para el final no es por azar. Es para disipar cualquier duda. El auténtico protagonista de esta película no es el detective interpretado por Mel Gibson. Es su hija Emma Craven. 

miércoles, 6 de junio de 2012

NIEVE SANGRE Y EBANO




El grupo de rock alternativo “The White Stripes” se caracterizó siempre por su singularidad y su simbolismo. En su vestuario, en sus álbumes, en sus conciertos, solo aparecen tres colores, el rojo, el blanco y el negro. No es un capricho. En la tradición oral de los cuentos populares propios del centro y norte de Europa esos colores son el símbolo de la belleza. No es por tanto casualidad que el cuento de Blancanieves comience en algunas versiones en invierno y cuando la nieve cae como blancos ovillos. La reina está cosiendo junto a la ventana,  decorada en color ébano. De pronto, se pincha en la mano y saca el dedo herido a través de la ventana, dejando caer tres gotas de sangre sobre la nieve. Es entonces cuando se prununcia: “Quiero tener una hija blanca como la nieve, con las mejillas rojas como la sangre y los cabellos negros como el ébano“. Carl G. Jung, en “El hombre y sus símbolos”, dice: “usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo. Esta es una de las razones por las cuales todas las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes. Pero esta utilización consciente de los símbolos es sólo un aspecto de un hecho psicológico de gran importancia: el hombre también produce símbolos inconscientes y espontáneamente en forma de sueños”. Por cierto, tampoco es casualidad que Sthendal eliminase el color de la pureza y escogiese de esos tres colores solo dos (el rojo y el negro) para dar título a una de las mejores novelas de todos los tiempos.


De hecho, la tradición de los cuentos populares ha dado lugar a una sorda batalla interpretativa entre simbolistas, psicoanalistas y mitológicos. Ello lleva a que toda la tradición oral de la leyenda y el cuento haya sido objeto de múltiples lecturas en diferentes sentidos. Tal y como recopila Víctor Montoya en su ensayo “lenguaje simbólico de los mitos populares”, en el campo simbólico podrían despejarse algunos enigmas. Por ejemplo todo lo referido al número siete, considerado número mágico en los cuentos populares. Caso de los siete enanitos en “Blancanieves”, quien se convierte en una preciosa niña a los siete años. Siete son los colores primarios, siete los días de la semana, siete los planetas de la antigüedad, siete son las virtudes, siete los pecados capitales, siete los misterios, siete las maravillas del mundo y, según el mito de la creación, el séptimo día es sagrado y dedicado al descanso.


Otro tanto ocurre con el número tres. En el cuento de “Blancanieves”, justo cuando esta yace en el ataúd que simboliza su muerte espiritual, tres pájaros acuden a llorar junto a los siete enanitos: la lechuza, el cuervo y la paloma. Los tres pájaros, aparte de constituir piezas claves de la trama, simbolizan un número mágico que también aparece en otros cuentos. Curiosamente, el genio también concede tres deseos a Aladino; y tres son casi siempre las pruebas que deben vencer los héroes de los cuentos fantásticos para liberar a la mujer amada y triunfar; Pero ya puestos y estirando la tesis simbolista, son tres las ocasiones en que la madrastra de Blancanieves visita la casa de los siete enanitos para tentarla. Primero disfrazada de una vieja buhonera. Más tarde hay una segunda visita en la que le da un peine envenenado. Y en la tercera visita, aparece disfrazada de campesina y le ofrece una manzana roja para que confíe.


Sin embargo las tesis simbolistas van mucho más allá de la cabalística nominal y numérica. Si la madrastra ofrece una manzana  es debido a una poderosa razón. Se trata de la fruta prohibida que aparece en la Biblia, dónde Adán y Eva incurren en  pecado por comer la fruta del árbol de la ciencia.  Del mismo modo, el color rojo de la manzana simbolizaría la menstruación, la culminación del desarrollo y la maduración sexual, al igual que la caperuza roja en otro famoso cuento, Caperucita roja.
A ello se contrapone, o al menos han convivido con desigual armonía, las tesis que lejos del simbolismo se agarran al psicoanálisis. La obra cumbre que desarrolla en profundidad y desde el psicoanálisis la tradición oral de los cuentos es “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” de Bruno Bettelheim, quien sostiene que “A través de los siglos, al ser repetidos una y otra vez, los cuentos se han ido refinando y han llegado a transmitir, al mismo tiempo, sentidos evidentes y ocultos; han llegado a dirigirse simultáneamente a todos los niveles de la personalidad humana y a expresarse de un modo que alcanza tanto la mente no educada del niño, como la del adulto sofisticado. Aplicando el modelo psicoanalítico, los cuentos aportan importantes mensajes tanto al nivel consciente, al preconsciente y al subconsciente”.


De este modo tanto Blancanieves como La Bella Durmiente, Cenicienta o Caperucita Roja, se convierten en personajes rebeldes e insurgentes con un gran sentido de la subversión, muchachas que consiguen superar enormes dificultades reafirmando una y otra vez su identidad. A todo ello habría que añadir una reformulación constante del complejo de Electra y toda una aguda teoría sobre el narcisismo. Es curioso como la madrastra de Blancanieves lucha contra su competidora no por rivalidad para alzarse con el trofeo del elemento masculino, sino para satisfacer su propio narcisismo y seguir siendo la más bella de todas las mujeres. Se entrelaza una extraña relación entre belleza y poder de la cual parece depender el futuro del reino. Y un juego de apariencias. La reina debe esconder la maldad bajo una capa de belleza, la cual no debe marchitarse pues quedaría al descubierto. No importa que no sea hermosa, simplemente debe parecerlo para preservar el poder. Y en todo este entramado, la figura masculina queda en segundo plano. Tanto el príncipe como el cazador son siempre figuras secundarias sobrepasadas por la figura de los enanitos, en cuyo bosque se construirá una especie de matriarcado.


Por último están las tesis que relacionan los cuentos populares con la mitología. Assumpta Roura  en “la mujer ante el espejo” marca la génesis cultural más remota en la mitología griega: concretamente en la historia de Psiquis, princesa amante de Eros y odiada por ello por la madre de este, Afrodita. La orgullosa suegra no se explica como ha  de competir con una niñata y desea  deshacerse de la bella mortal que ha osado alcanzar el amor de su hijo. Aunque la princesa será menospreciada y atormentada de mil formas, finalmente vencerá. Esta historia mitológica podría servir de marco genérico para la formación del mito, pero lo que ya resulta definitivo es el tratamiento que hace Apuleyo en “Las metamorfosis” sobre la historia de Eros y Psique. Apuleyo señala la belleza como causa definitiva que provoca el visceral odio de Venus, nombre romano de Afrodita. Podríamos continuar, por cuanto las tesis no se agotan aquí y se multiplican. Saber de cuantas fuentes bebieron los hermanos Grimm o si simplemente usaron su imaginación no es tarea fácil. Vayamos al cine.
  
Dos películas se acaban de estrenar a propósito de Blancanieves, “Mirror Mirror” del cineasta indú Tarsem Singh y que aquí se ha titulado simplemente “Blancanieves”, y “Blancanieves y la leyenda del cazador” dirigida por Rupert Sanders. Los sociólogos dicen que es muy propio de tiempos de crisis. Podríamos presentarlas al más puro estilo boxístico. Por tanto, en una esquina del ring Julia Roberts (antigua novia de América) Lili Collins y Nathan Lane, vestuario de la reputada Eiko Ishioka y música de Alan Menken. En el otro extremo del cuadrilátero bajo los auspicios de Universal, Charlize Theron, Kristen Stewart (la nueva novia de América) y Chris Hensworth (alias Thor), con música de James Newton Howard y diseño de producción de Dominic Watkins. Y sin más dilación comienza el combate. Reseñar ante todo que cada película ha preferido de antemano escoger su propio campo de juego y marcar distancias respecto de la otra y sobre todo respecto del cuento. Se supone que “Mirror Mirror” es la más modesta y juvenil, o infantil, la más colorista, la más ingenua y por que no decirlo la que juega sus bazas en un sentido del humor que está a un paso de la parodia. Mientras, la otra apela a un tratamiento tenebroso, oscuro, gótico y realista. En apariencia más adulto,siniestro y violento.














Las diferencias con el cuento llevan a “Mirror Mirror” a creerse muy original invirtiendo ciertos papeles. Aquí es el príncipe quien se atraganta con la manzana y es la princesa quien debe salvarle con un beso. Pero si eso se pretende que pase como avance feminista, no cuela. Lili Colins compone una Blancanieves rosa, de sonrisa angelical y mirada lánguida. No se debe confundir inocencia con cursilería kistch, y aquí sucede. Y Julia Roberts juega a cambiarse mil veces de traje y actuar de forma paródica, gesticulante y caprichosa. De hecho, creo que la elección de la Roberts es sobre el papel acertadísima, por cuanto ella misma vive en la actualidad el mismo drama de la reina. Otras chicas jóvenes le han comido el terreno y ya no es la sonrisa más seductora del celuloide (si es que alguna vez lo fue). Pero esa excelente elección está absolutamente desaprovechada a la vista de una interpretación histriónica y llena de tics. Y el tono general del film navega bajo mínimos entre el humor de carton piedra, la cursilería y lo anodino, convirtiendose en un mero pasatiempo light.


Mención especial para el insoportable Nathan Lane y su estomagante y vomitiva composición como meliffluo asesor real. El exotismo lleva a ideas tan peregrinas como que los enanitos viajan en unos zancos que les hacen parecer enormes. Y tal vez la única idea potable está desaprovechada. Julia ha de emerger de las aguas y verse en una sórdida cabaña enclavada en una isla con su otro yo encarcelado que hace las veces de espejo de si misma, con el que dialoga. Todo es absolutamente light, descafeinado y bajo en calorías. Y no procede hablar de simbolismos ni interpretaciones por cuanto este film tiene la curiosa idea de terminar con una macro fiesta y baile al más puro estilo Bolliwood, música moderna incluida. Lo peor es que no termina de funcionar ni como blanca película infantil sin pretensiones.

Justo lo contrario le sucede a “Blancanieves y la leyenda del cazador”. Si de algo puede presumir es de pretensiones. Película de aliento exacerbadamente épico y  romántico, con un elaborado y muy potente diseño de producción, esta cinta está dotada de una intermitente atmósfera malsana y fatalista, fruto de una fotografía tenebrosa, de unos decorados espléndidos de raíz onírica y pesadillesca. Y posee soluciones visuales de gran fuerza dramática. James Newton Howard acompaña con una banda sonora gótica, telúrica y de gran fuerza. Charlize Theron compone a una madrastra mucho más compleja y pérfida, más trabajada en el guión y en la interpretación. Un personaje víctima cuya maldad malsana se palpa fruto de un trabajo en el que se mezcla lo implacable de sus decisiones con el patetismo que provoca el advenimiento progresivo de su derrota. Kristen Stewart es una Blancanieves atormentada y en constante agitación, perdida en parajes inhóspitos y tenebrosos, víctima de maleficios que afectan a un espíritu que jamás podrá ser ya puro. Todos los elementos externos (decorados, fotografía, diseño de vestuario, banda sonora) funcionan a la perfección. Lástima que esta película no disponga de un guión robusto y sobretodo de un director a la altura y con personalidad propia.

Lamentablemente, todos esos logros citados, comenzando por un bosque perturbador, se convierten en meros elementos decorativos y menguan el nivel de la propuesta cuando no tardamos en comprobar que este film prefiere resguardarse en fórmulas conocidas y no hace una apuesta propia y decidida con la fabulosa historia que tiene entre manos. Cuando vemos a la princesa con los enanos y el cazador en fila india tomados desde el aire en travelling circular mientras bordean una ladera como si fuesen la comunidad del anillo, uno siente lástima. Y cuando poco después aparece un enorme ciervo blanco que parece copiado del león de Narnia, las cosas se ponen peor. Y cuando Blancanieves se enfunda una armadura de plata como si fuera Juana de Arco y tras arengar a las tropas al más puro estilo “Elizabeth: la edad de oro” cabalga hacia la batalla a lo  “Braveheart”, pues peor que peor. Y cuando entre los animalillos del bosque aparecen dos mini golums, pues ya ni les cuento.


Y es una lástima. Pero la batalla inicial está fotocopiada de la inicial en “la comunidad del anillo”, aunque peor rodada. Sus responsables lo saben. Como saben que en ese enigmático bosque oscuro dónde todo es posible también tiene cabida un troll tremendo que vaya, actúa  casi como un orco. Y remontar todos estos sinsabores resulta complejo. Sobre todo cuando tienes un director que narra a trompicones, alternando imágenes muy hermosas de gran fuerza telúrica con plagios infames, caídas de tono y batallas insulsas y confusas. Incluso se dibuja a Blancanieves como un cruce imposible de su papel de Bella en la saga Crepúsculo (debatiéndose aquí entre el príncipe y el cazador) y Frodo Bolsom, al ser portadora como aquel de una pesada carga moral en una dura misión que la sobrepasa, para la cual contará con la ayuda de unos enanos que más bien parecen los medianos de la comarca. Salvo que pensemos que Tolkien tuvo en mente Blancanieves cuando escribió su trilogía, lo cual no sería descartable.



Estar más pendiente de plasmar una carpintería argumental y visual deudora de la estética de los films sobre Tolkien y Narnia revela la escasa confianza en el proyecto de sus autores. Incluso el cazador, es presentado sin descaro como si fuese la reencarnación de dos tipos previos: Aragorn y Madmartigan, el héroe de “Willow” (película de la que ésta tendría mucho que aprender). Solo que el cazador aquí carece de la densidad y de la profundidad dramática del primero, y por supuesto del sentido de la aventura del segundo. Por tanto, las en ocasiones espectaculares y crepusculares imágenes y los imponentes escenarios no impiden concluir que estamos ante un nuevo ejercicio de cine sobre cine. En el que eso sí, hay ciertas reminiscencias a los elementos simbólicos aludidos al comienzo. El balance total de las dos películas deja un cierto sabor agridulce que espero no afecte a la esencia del mito ni del cuento. Estoy a punto de decretar combate nulo. Y no debido a que ambas películas sean igual de malas, que no es así. Sino debido a que ninguna de las dos hace verdadera justicia a las expectativas que genera una historia sobresaliente y repleta de sugerencias. Justo lo que se encuentra marcado a fuego en la trastienda del cuento.