No se por donde comenzar la crítica de “valor de ley”, aunque lo cierto es que se puede abordar de mil maneras. Uno tiene la tentación de intentar encuadrarla como una evolución dentro de la historia del western, pero me quedaría corto. También puede servir de base para un estudio sobre las adaptaciones de la novela al cine, pero no puedo acometer esa tarea ya que no he leido el manuscrito de Charles Portis en que se basa. Concretando más, se podría hacer un análisis comparativo con el film precedente de Henry Hattaway protagonizado por el Duke John Wayne, pero esto no me parece en absoluto un remake, sino mucho más. Y por último, se puede valorar el film situándolo dentro de la filmografía de los hermanos Coen. Aun así, siempre existe una última pero difícil posibilidad, y es olvidar todo lo anterior y enjuiciar el film por si mismo. Esta última opción sería tal vez la más plausible, pero da la casualidad de que “valor de ley” es un western, basado en una novela de Charles Portis, remake de un film anterior, y por si todo esto fuera poco, dirigido por los hermanos Coen.
Estos últimos siempre se han caracterizado por tener una visión cinematográfica y un swing especial, distinto y muy particular. Si aplicáramos al tenis su forma de ver el cine y sus géneros, sus golpes preferidos no serían los frontales, ni el smatch, ni siquiera la bolea. Su golpe preferido, película a película es el liftado, que curiosamente es el más oblicuo y el más difícil de definir. Su última cinta no es una excepción. En ella se mezcla la fantasmagoría, la relectura de los clásicos, su peculiar sentido del absurdo, con la lírica y un profundo estudio de la mitología de los géneros clásicos, en este caso del oeste y sus arquetipos.
El film comienza como un relato de aventuras al estilo de los publicados en revistas y periódicos a finales del siglo XIX, pero sobre una imagen fija. Aunque se podría haber narrado y visto en pantalla el asesinato del padre, se opta por la más novelesca y evocadora tradición oral. Es la propia protagonista quien nos narra unos hechos que no ha visto, y los narra con valor, aunque de forma fría y sin pasión. Parece que estemos en un estadio del far west posterior a la mítica en que se forjó, de ahí que a la niña no le asusten ni le intimiden de entrada los personajes prototípicos del western clásico. Antes al contrario, le decepcionan.
Cuando Matt Damon dice muy sobrado “soy un ranger de texas” la protagonista no solo no se inmuta, sino que le replica ridiculizandole por haber fracasado varias veces en la captura del asesino de su padre. Y cuando contrata a un alguacil, no duda en hacerse con los servicios del más violento, aunque pronto se dará cuenta de que su tiempo también esta a punto de caducar. La escena del juicio a Roster Cosburg (inmenso Jeff Bridges) no solo sirve para desmitificar a un personaje de métodos dudosos, sino para cerciorarse de que el sheriff de antaño se vale de todo tipo de artimañas que le pueden servir como pícaro y perro viejo de la pradera, pero dificilmente como héroe inmaculado.
Luego los Coen, sin dejar de ser ellos mismos, se lanzan a una aventura absolutamente quijotesca en el trazo de personajes. Buscan a un asesino sin saber su paradero, y la compaña la forman la justiciera con valor de ley, acompañada en la misión por un oficial y un caballero. El oficial es el honesto y despistado ranger obviamente, y la caballerosidad del zorro alguacil saldrá a flote poco a poco a lo largo del itinerario y culminará en una escena final en la que salva la vida de la niña realmente memorable, con las estrellas como fondo.
Todos ellos se tratan respetuosamente de usted, y resulta particularmente llamativa la fijación de esta adolescente con amenazar a todo bicho viviente tanto con la ley como con sus abogados. En varias ocasiones apela a la necesidad de un juicio justo y un merecido castigo. Aunque no hay que fiarse, su personaje es el de una auténtica prestidigitadora que sabe manejar sus cartas con inteligencia, como demuestra en la escena de la trata de mulas, cuyo diálogo recuerda a las partidas de poker dialécticas que practicaba otro prestidigitador nato, el protagonista de “muerte entre las flores”.
En el plano de la puesta en escena, los Coen abandonan su viejo manierismo usado en títulos como “Arizona baby”. Ahora ya no mueven tanto la cámara, aunque dentro de su peculiar carpintería narrativa siguen practicando los cambios de tono y arritmias narrativas propias de su cine. Incluso se permiten tiempos muertos en la misión, como el duelo de puntería, que a la postre sirven para enriquecer la propuesta. Algunos les critican ahora, bajo la excusa de que han perdido frescura y se han vuelto más clásicos. Creo que sus pautas son las de siempre, y curiosamente este film es acusado de tibio por aquellos que piden más contundencia al western y denostan los páramos irónicos que se transitan aquí, esos que aportan auténtica singularidad al film.
El epílogo que sirve de final, no obstante, intenta alcanzar una enjundia noble pero peligrosa, por cuanto puede resultar chocante que cuando nos hemos pasado dos horas haciendo malabarismos con los códigos del western, se termine aludiendo al final clásico de una de sus obras seminales como “el hombre que mató a liberty balance”.
Para el recuerdo queda la cabalgada final de Jeff Bridges frente a los forajidos al galope. Decía don Quijote mientras se dirigía hacia los molinos “non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete”. Se diría, si nos ponemos a hacer analogías, que estamos ante un antepasado valeroso de Lebowsky, ese al que elogiaba irónicamente Sam Elliott como héroe incomprendido. Y es que el sombrio final del alguacil rememorando batallitas en un circo no es ninguna broma. Eso tampoco nos lo enseñan los Coen, pero es que los que hemos disfrutado de la película y sobre todo del personaje, tampoco lo queremos ver.
Eso es algo que me gustó de la cinta, Cogburn no es el típico héroe o cowboy, está plagado de defectos y es a veces demasadio violento y luce tan descuidado que identificarse con él suena difícil pero es un personaje rico en matices, la niña es toda fuerza que se hace creíble a pesar de que no representa su edad por la madurez con la que se desenvuelve. Otra cosa que mencionas y me ha atraído del filme es que en su primera parte no hay sucesos de enfrentamientos sino mucho diálogo y variedad de situaciones en su aventura, tiene un toque clásico y crepuscular que favorece la trama y no deja de ser un estilo de los Coen irónico, irreverente y sorpresivo. Un abrazo. Mario.
ResponderEliminarEfectivamente, los Coen saben una vez más aunar la tradición y las nuevas posibilidades que ofrece cada género, y ello sin ser posmodernos y conservando su estilo propio. Un saludo.
ResponderEliminarSi pensabas que te habías librado de mí, ibas mal encaminado, Víctor. A pesar de haber visto -y escrito- de esta buena pieza meses más tarde que tú, aquí estoy para seguir pensando que, estando de acuerdo en muchos de los párrafos de tu encomiable reseña, sigo pensando que lo más flojo es el guión y que los Coen están cayendo paulatinamente como guionistas al tiempo que se afianzan como directores.
ResponderEliminarEse clasicismo de la película me parece criticable únicamente desde la visión lamentable de quienes piensa que resulta fácil rodar de esa forma: que se pongan ellos, a ver si lo consiguen.
Sin embargo, me huele a entusiasmo excesivo traer a colación a Cervantes y a Ford porque lo cierto es que los personajes, para mí, están definidos muy toscamente. Matt Damon me parece extraordinario como vaquero y ya me gustaría verle en otros papeles de enjundia, porque resulta muy económico gestualmente manteniendo la tensión. Bridges está realmente un pelín pasado gestualmente, aunque el papel se las trae y da demasiadas oportunidades al histrionismo.
La niña es una maravilla y si sigue así acabará por conseguir un montón de estatuillas: falta que tenga ocasión.
En fin: que rindo visita y dejo recuerdo, y, como supongo esperabas, sigo en mis trece y encantado de discrepar.
Un abrazo.
p.d.: este finde tengo super8 en "mi cine" y siento un comezón increíble..... ;-)
Josep. Para nada es mi deseo librarme de usted, amigo mio. En cuanto al entusiasmo al que haces mención, no escondo que la película me gusta. Y sigo pensando que el aire de la aventura es quijotesco. Ahora bien, eso no quiere decir que coloque este film a la altura de Cervantes. Al igual que el final me recuerda al de la película de Ford. Pero esa es una caractyerística muy propia de los Cohen, que les encantan los homenajes a los clásicos. Bridges está al borde de pasarse, pero por eso nos gusta ¿o no?. Un saludo.
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